Si miramos desde una óptica humana, la Tierra lo es todo. Lo que visto desde el espacio no es más que una mota diminuta, o ni siquiera eso, supone el único refugio frente a un universo hostil. Y, desde hace años, los científicos se han esforzado para que deje de ser único.
Este afán es el que impulsa proyectos astrobiológicos a la caza de candidatos a convertirse en cuerpos análogos a la Tierra, bien por motivos de posible habitabilidad humana, bien por una simple cuestión de posibilidad de encontrar formas de vida extraterrestres.
Desde la puesta en marcha de proyectos como el telescopio espacial Hubble, el satélite Kepler, el futuro observatorio espacial James Webb, o la prevista misión europea PLATO, el número de estos mundos no ha hecho sino aumentar. Tras el descubrimiento de que los planetas rocosos eran más habituales (una media de más de uno por estrella) de lo esperado, los datos han demostrado ahora que las exotierras son relativamente abundantes en la Vía Láctea, calculándose en mil millones el número de ellas que debe haber.
Las estrellas tras el Big Bang
La explicación a estas observaciones la encontramos en la misma evolución del universo. El ratio de surgimiento de cuerpos celestes, sean estos estrellas, planetas, o cuerpos menores (y sin tener en cuenta cualquier otro), difiere en función de la energía y la materia disponibles.
Así, por ejemplo, la aparición de estrellas era mucho mayor en los momentos posteriores al Big Bang de lo que lo es ahora: sin embargo, y aún existiendo ahora un ritmo de crecimiento mucho más lento, la cantidad de materia y energía remanente permitirá la creación de estrellas durante miles de millones de años más.
La creación de nuevos cuerpos estelares es el factor clave. Por el momento, las estrellas más abundantes en nuestro universo son las de tipo M, las enanas rojas, que suponen un 76,45% del total de estrellas de secuencia principal. El hecho de tener la masa y la temperatura más bajas hacen que estas estrellas sean las de mayor longevidad del universo… lo que significa que el resto de compañeras estelares han llegado “pronto” al cosmos.
La Tierra, un cuerpo madrugador
“Comparada con todos los planetas que se formarán en el universo en algún momento, la Tierra es en realidad bastante temprana”, afirma el autor del estudio Peter Behroozi, del Space Telescope Science Institute (STScl), siguiendo esta línea de pensamiento.
Las estrellas de tipo G, a la que nuestro Sol pertenece, y en las que se cree son mayores las posibilidades de encontrar exotierras, son relativamente escasas en el universo aún, y su “esperanza de vida” hará que el relevo entre unas y otras sea habitual.
Ello, unido a la gran cantidad de material disponible en el universo, permitirá que surjan un gran número de mundos habitables similares al nuestro: concretamente, y según los datos recogidos por el telescopio Hubble y el satélite Kepler, aún tienen que surgir el 92% de las exotierras que alguna vez existirán. Para hacerlo disponen de 100 billones de años… un tiempo generoso, si tenemos en cuenta que ese 8% de segundas tierras han surgido en “apenas” 13.700 millones de años.
Con todo, los datos indican que nuestra galaxia no será único testigo del acontecimiento; de hecho, según los investigadores la mayor parte de análogos a la Tierra surgirán en galaxias enanas y en supercúmulos de galaxias que aún tienen grandes cantidades de energía y materia con las que formar nuevos sistemas estelares.
Este estudio contextualiza un poco más nuestro planeta y sus características, que no son tanto únicas como “adelantadas” a su tiempo. “Nuestra principal motivación era entender el lugar que la Tierra ocupa en el contexto del resto del universo”, concluye Behroozi.
Referencia bibliográfica: Peter Behroozi and Molly Peeples. On The History and Future of Cosmic Planet Formation. Monthly Notices of the Royal Astronomical Society (2015). DOI: 10.1093/mnras/stv1817.
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