Las imágenes de los dramáticos hechos ocurridos el pasado 11 de marzo en Japón (el potente terremoto y su consecuente tsunami) han sacudido a millones de personas. Cuando fenómenos catastróficos como éste ocurren, aparece la tendencia a buscarles una causa sobrenatural.
Jesse Bering, psicólogo director del Institute of Cognition & Culture de la Universidad Queens de Belfast (Irlanda del Norte), especializado en ciencias cognitivas de la religión, ha publicado recientemente un artículo en la revista Scientific American en el que explica qué tipo de mente es capaz de “ver” en fenómenos naturales como el ocurrido en Japón “signos” o “agüeros” relacionados con las acciones humanas.
Condicionamiento sobrenatural
Bering explica que, en 2005, él y su colaboradora Becky Parker, de la Universidad de Arkansas, en Estados Unidos, realizaron un estudio que consistió en lo siguiente: a un grupo de niños de entre tres y nueve años se les dijo que un agente invisible (la Princesa Alice) les iba a ayudar a jugar a un juego de adivinación “comunicándoles de alguna manera cuál era la caja equivocada”, cuando los niños tenían que adivinar en cuál caja, entre dos cajas posibles, había una pelota escondida.
Otro grupo de niños de las mismas edades fue sometido a la misma prueba, pero sin decirles nada antes acerca de la Princesa Alice (es decir, sin “condicionamiento sobrenatural” previo).
Mientras los niños escogían, los investigadores simularon algunos eventos inesperados en la sala (por ejemplo, apagado y encendido de una luz, la caída repentina de un cuadro), y midieron la respuesta de los niños ante estos eventos (el efecto de éstos en su elección de la caja).
De esta forma, se constató que los únicos niños de los dos grupos estudiados que alteraron su comportamiento (por ejemplo, modificando su elección en el último momento como consecuencia de lo que ellos creían era una “señal” de la Princesa Alice) fueron los niños de siete años o más, y del grupo previamente condicionado por el relato del agente sobrenatural.
Estos mismos niños, además, fueron los únicos que posteriormente explicaron que sus reacciones habían sido causadas por los “avisos” de la Princesa Alice. Los más pequeños del grupo condicionado ni siquiera consideraron que la Princesa Alice hubiese pretendido dirigirse a ellos.
Habilidad cognitiva adquirida
Según Bering, las constataciones realizadas suponen, por un lado, que el concepto de la existencia de agentes sobrenaturales es necesario para que la gente interprete que eventos naturales pueden ser considerados como “mensajes” sobrenaturales.
En otras palabras, que al menos los niños no infieren de manera automática un significado a partir de fenómenos espontáneos, a no ser que hayan sido previamente condicionados de alguna forma con la idea de agentes sobrenaturales identificables, como la Princesa Alice, Dios, un espíritu, los ángeles, etc.
Por otro lado, el hecho de que las creencias supersticiosas afecten sólo al comportamiento de niños de cierta edad, y no a los más pequeños, supone que este tipo de creencias requieren de cierta sofisticación mental, es decir, que no son propias de una mente poco desarrollada.
Bering afirma que la fe en elementos sobrenaturales sería, de hecho, una habilidad cognitiva adquirida. ¿Cuál es el cambio clave que se produce alrededor de los siete años para que la mente humana pase a esta edad a ver hechos aleatorios o arbitrarios como si éstos estuvieran causados por entidades sobrenaturales o invisibles?
Una investigación realizada por Josef Perner, psicólogo de la Universidad de Salzburgo ha demostrado que hasta los siete años los niños no son capaces de razonar sobre los “órdenes múltiples” de los estados mentales.
En general, los seres humanos no sólo razonamos sobre lo que están pensando otros, sino que también podemos pensar acerca de lo que otros creen que piensan otros. En otras palabras, somos capaces de hacer razonamientos del tipo “Jakob piensa que Adriana no sabe que robé las joyas”.
Bering explica que un niño de preescolar cuenta con un primer nivel de razonamiento “Jakob piensa que…”, pero que se requiere de una mayor madurez para alcanzar niveles de razonamiento más complejos.
Darle sentido al sinsentido
Saber que los niños menores de siete años presentan dificultades para razonar acerca de múltiples órdenes de estados mentales, ayuda a comprender los resultados del experimento de la Princesa Alice. Para pasar el test (mover la mano como consecuencia de una “señal” sobrenatural), básicamente, los niños debían ser capaces de razonar de la siguiente forma: “La Princesa Alice sabe que no sé donde está la bola escondida”.
Los hallazgos de estudio de Bering resultan importantes porque sugieren que, antes de los siete años de edad, la mente infantil no está los suficientemente desarrollada como para que los niños sean supersticiosos. Por el contrario, los niños mayores presentan una capacidad considerable de pensamiento simbólico, explica Bering.
El mismo proceso cognitivo constatado en el experimento de la Princesa Alice sería el que propicia que los seres humanos tiendan a sentir que reciben una guía divina o que Dios puede enviarles una “señal” en un momento crítico. Gracias a la madurez mental referida, la gente puede creer e interpretar que “sólo Dios sabe” lo que hay en sus mentes o la lucha interior por tomar ciertas decisiones (como permanecer o no con una pareja, arriesgarlo todo y cambiar de vida, tener otro hijo, etc.).
Pero creemos que Dios no da las respuestas directamente sino que envía la información de manera encriptada, a través de eventos aparentemente naturales, como que se caiga un reloj de la pared justo a una hora concreta o que en el momento preciso se escuche el canto de un ave. Las posibilidades son infinitas: la mente humana le da sentido a cualquier sinsentido.
Por último, Bering afirma que esta tendencia a la interpretación tiene una relación clara con la moralidad. Cuando acontece una tragedia o una catástrofe inesperada, el deseo de hallar sentido a los mensajes ambiguos que nos vienen de la realidad puede volverse feroz.
“Las desgracias nos parecen crípticas, simbólicas; parecen referirse claramente a nuestros comportamientos. Nuestras mentes recopilan con inquietud piezas del pasado como si éstas fueran claves importantes para lo que acaba de ocurrir”, escribe el investigador.
Este esfuerzo mental respondería, en definitiva, al deseo de evitar que nuestros pensamientos concluyan que no hay respuesta ni enigma, que la vida es la vida, y eso es todo.
De esta forma, como señalan los resultados de otro estudio realizado por Bering, la idea de Dios y, en general, los elementos sobrenaturales presentes en todas las culturas humanas y en todos los momentos de la historia, habrían servido a nuestra especie como herramienta de supervivencia.
Descargar el estudio de Jesse Bering
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