¿Cuál es la realidad actual ante la pregunta sobre Dios? En el siglo XXI Dios no es un dato seguro, no lo es para la filosofía ni lo es para las sociedades secularizadas de nuestros días. Se ha hecho un gran silencio en torno a Dios. Pero ¿qué ha pasado para que esa fe, tan acendrada, que hemos conocido se encuentre eclipsada?
El prestigioso filósofo Manuel Fraijó apunta dos razones: Dios tiene un curriculum precario, pues escasean los datos sobre él; y, segunda razón, Dios tiene un acceso no fácil y su recepción es muy problemática. Por ello, se llega a hablar del “problema de Dios”, por lo problemático que resulta su acceso y recepción. Pero es muy interesante lo que apunta el mismo Fraijó: “Hablar de Dios como problema es, en algún sentido, seguir pegado a él, no descartar por completo la sorpresa, la enorme sorpresa, de que exista”. No todas las teologías prefieren hablar de Dios como problema; unas se inclinan por considerarlo pregunta, otras por el misterio…
El libro de Manuel Fraijó, Avatares de la creencia en Dios (Editorial Trotta, Madrid, 2016), consta de cinco partes bien definidas. La primera es prácticamente autobiográfica, comenzando por un escrito de Fraijó en el que transita por su recorrido intelectual, más que una simple acumulación de fechas y méritos académicos.
A este escrito le siguen tres entrevistas; la primera de ellas, realizada por Javier San Martín y Juan José Sánchez, se incluyó al inicio del libro homenaje que se rindió al autor con motivo de su jubilación administrativa, bajo el título “Una prolongada navegación por el tema religioso”; la segunda, firmada por Juan José Sánchez y Evaristo Villar, con el título de “Espiritualidad y política en tiempos de turbación”, apareció en la revista Éxodo; finalmente, la tercera, titulada “Religión y esperanza” apareció en la revista Filosofía hoy, firmada por Pilar Gómez.
Estas entrevistas abordan muchos y variados aspectos del pensamiento de Manuel Fraijó. Algunos de ellos se ven reflejados, posteriormente, en otros apartados de su libro. Aunque pudiera parecer a simple vista un ejercicio de egolatría la inserción de tantas páginas autobiográficas, nada más lejos de la realidad. Si se incluyen aquí, y estimamos que con gran acierto, es porque resumen su pensamiento, las sendas que ha recorrido hasta llegar a sus conclusiones (nada concluyentes, como humildemente reconoce tal y como hacen los hombres sabios) y recuerda a las personas, ilustres personas, que le han ayudado a moldear como ser humano, como intelectual y como filósofo. Una cosa sí se puede decir: son de lectura totalmente recomendable.
Dios y las religiones
La segunda parte del libro baja al terreno de la concreción. Recoge las dos conferencias pronunciadas por el autor en el Instituto de Filosofía del CSIC, publicadas luego en la revista Isegoría. Llevan un sugerente y sugestivo título: ¿Religión sin Dios?, que subdivide en Hegemonía teocéntrica: La religión a la sombra de Dios y Auge de las religiones: el eclipse de Dios. El motivo de estas intervenciones es la admirada figura de Aranguren, del que Fraijó piensa que no está suficientemente reconocido.
Tras unas sentidas páginas dedicadas al recuerdo de Aranguren, el autor hace un detallado recorrido por las formas teóricas globales de abordar la existencia de Dios. Si bien Dios comenzó con todo a su favor, los avatares de la historia le han ido robando espacio. Hasta que “el discurso seguro y dogmático de la teología revelada ha desembocado, pasando por el noble aunque infructuoso esfuerzo argumentativo de la teología natural, en una nueva figura conceptual: la filosofía de la religión. Desde ella, lo de Dios queda en problema y pregunta abierta”.
¿Cuál es, pues, la realidad actual ante la pregunta sobre Dios? En el siglo XXI Dios no es un dato seguro, no lo es para la filosofía ni lo es para las sociedades secularizadas de nuestros días, afirma Fraijó. “Se ha hecho un gran silencio en torno a él”. Y ¿qué ha pasado para que esa fe, tan acendrada, que hemos conocido se encuentre eclipsada? Dos razones apunta el autor: Dios tiene un curriculum precario, escasean los datos sobre él; y, segunda razón, tiene una recepción muy problemática.
El auge de las religiones y el eclipse de Dios
Sí, se llega a hablar del “problema de Dios”, ante lo problemática que resulta su recepción. Pero es muy interesante lo que apunta Fraijó: “Hablar de Dios como problema es, en algún sentido, seguir pegado a él, no descartar por completo la sorpresa, la enorme sorpresa, de que exista”. Unas palabras que reflejan fielmente el sentir del autor. No todas las teologías prefieren hablar de Dios como problema; unas se inclinan por considerarlo pregunta, otras por el misterio.
Mirando la historia, Fraijó hace hincapié en el giro antropológico de la religión, es decir, agotadas las posibilidades de lo divino, se impuso explorar lo humano. Así las cosas, la religión llega al siglo XX muy maltrecha y desprestigiada, pese a lo cual parece experimentar un vigoroso retorno, lo que no ocurre, precisamente, con Dios, encontrándonos, pues, con una religión sin divinidad.
Pero, ¿qué clase de religión sería esa sin un dios? El autor nos conduce a una cuestión crucial, pues si esta situación se diera, no queda nada claro qué instancia podría colmar el deseo radical de salvación, tan presente en la historia de las religiones. Sin Dios ¿tenemos que conformarnos con las paletadas de tierra que alguien arrojará sobre nuestros despojos? Hay quien, desde luego, piensa que esa es la respuesta.
Pero Fraijó incide en una postura que encontramos fundamental en su pensamiento: más allá de los anhelos personales de una no desaparición de nuestro yo tras la muerte, está la necesidad imperiosa de resarcimiento a las víctimas de la barbarie humana. “Si postulamos la resurrección, lo hacemos sobre todo en su honor”. Y, refiriéndose ya concretamente al cristianismo, considera que sin escatología, el cristianismo sufre una mutilación esencial.
La exposición del autor, a lo largo de las páginas de esta segunda parte de su obra, viene ilustrada con abundantes citas de los más destacados filósofos y teólogos de todos los tiempos, que perfilan, bien por coincidencia, bien por contraste, con las posturas que él sostiene. La tercera parte del libro reproduce cinco artículos sobre temas de teología fundamental y filosofía de la religión.
Del Jesús histórico al Cristo de la fe
Es natural plantearse qué pasará con la cristología. Fraijó nos habla del futuro de la cristología, más que de la cristología del futuro, reflexionando sobre las modalidades que pudiera adquirir en el porvenir. Y apunta al meollo de su problemática: que desapareciera siendo sustituida por la jesulogía.
Propone algunas sugerencias. La primera: “La cristología debe estar presidida por una especie de búsqueda antropológica que le permita un correcto engranaje con la realidad humana”. La segunda: Lo ha de hacer con la ayuda del método histórico-crítico, pese a las reticencias manifestadas por la jerarquía católica a lo largo del siglo XX, pues el futuro de la cristología no se debe confiar únicamente al entusiasmo de la piedad cristiana.
Explica cómo el predicador Jesús de Nazaret pasó a ser el predicado, de ser considerado un hombre a serlo como Mesías, Hijo de Dios y Dios mismo, lo que ha constituido un obstáculo para el diálogo interreligioso; las otras religiones aceptan a Jesús, pero son reticentes a hacerlo con su concepción divina. Lo expresa claramente Fraijó: “Mientras que Jesús de Nazaret recibe el aplauso generalizado de las otras religiones, el Cristo se las ve y se las desea para ser aceptado como interlocutor válido. Será, creo, uno de los mayores retos para el futuro de la cristología”.
Teología y vida eterna
Se enfrenta Fraijó en este artículo a un tema ante el que nadie pasa indiferente. Se trata de una lúcida y lucida reflexión que, desde sus primeras líneas, no sabe cómo afrontar, pero que no puede eludir. “Tiendo a pensar que ninguna fe, por perfecta que sea, ahorra esa pregunta final. Con otras palabras: tal vez hasta los más consumados creyentes abandonen este mundo con el temblor de la duda sobre el más allá”.
La exposición comienza haciendo un recorrido por el problema de la vida tras la muerte en las religiones, repasando, con brevedad y precisión, las corrientes religiosas de África, el hinduismo, el budismo, mazdeísmo e islam. El siguiente paso aborda la cuestión desde la filosofía, aludiendo a Platón, Kant, W. Benjamin, Bloch, … Concluye que todo fue relativamente bien hasta el siglo XVIII, hasta los filósofos de la sospecha: Marx, Feuerbach, Nieztsche, Freud, J. Stuart Mill, … Su recorrido por este apartado sobre la filosofía ante el más allá incluye la siguiente reflexión: “Tal vez sea lícito concluir que, con notables y respetables excepciones, la filosofía occidental no se ha mostrado sumisa frente a la muerte. Ha prevalecido, más bien, un manifiesto desasosiego”.
En una tercera parte de este artículo recorre la situación en la teología judeo-cristiana, comenzando con la experiencia de Israel, que llegó tarde a la creencia en un más allá. El Nuevo Testamento ha sufrido un auténtico conflicto de interpretaciones, que arranca en la problemática resurrección de Jesús, con especial hincapié en el texto paulino de 1 Cor 15,3-5.
Llega, así, al epígrafe El cómo de la resurrección, donde subyace, nuevamente, uno de los pilares del pensamiento del autor: “La fe en la resurrección nació como respuesta a la injusticia. Pienso que ahí sigue residiendo su vigencia […] La fe en la resurrección, en la otra vida es, pues, la respuesta serena y esperanzada que, desde hace siglos, judíos, cristianos y musulmanes vienen dando a la pregunta por el sufrimiento y la desaparición de los seres humanos. Como hemos dicho, es una fe difícil de compartir. En cambio, no es difícil de admirar”.
Dios y el mal
No podía faltar en esta obra de Fraijó el tema de la relación de Dios y el mal. Un tema difícil de abordar por la problemática que presentan ambos conceptos. A Dios parece que las religiones lo han sustituido, mientras que el mal ha bajado de su campo de abstracción al terreno de las concreciones: la injusticia, el sufrimiento, la violación de los derechos humanos, etc.; en definitiva, ya no se habla del mal, sino de los males.
Esta relación de Dios con el mal se torna paradójica. Si el mal es la objeción suprema contra la existencia de Dios, nos ocurre que, perplejos e impotentes ante tanto mal, postulamos la existencia de un Dios que reescriba con más felices trazos la historia.
Es el mal una columna vertebral del cristianismo, que no solo ha actuado contra él, sino que, en ocasiones, ha colaborado a su expansión. Tras analizar sucintamente la postura de Pannenberg ante el mal, reconoce el autor que nunca se terminaría de aportar precisiones sobre él. Y explica las dos posturas tradicionales sobre el mal: la paulina, que pone el acento en los culpables, el pecado original, ante la que se reaccionó impulsando el ascetismo individual, la penitencia, la mortificación.
Y la tradición sinóptica, en la que el mal arrasa al inocente, al no culpable, que pone el acento en las víctimas, que reacciona promoviendo la superación visible, empírica, social del mal, como hizo la iglesia primitiva impulsando instituciones para atender a los más débiles. Y, a la vista está, en Occidente ha prevalecido la primera de estas tradiciones, la paulina, lo que ha derivado en importantes desfiguraciones del cristianismo e indecibles sufrimientos para los cristianos.
¿Y qué decir de la omnipotencia de Dios, según la cual, podría evitar el mal? Punto de inflexión en la respuesta a esta pregunta lo constituye el terremoto de Lisboa en 1755, que llevó a Voltaire a recriminar a Dios su inactividad y a Rousseau a aceptar lo que no podía comprender. Lo que parece deducirse es que Dios ha perdido su omnipotencia, pasando a desempeñar un papel que tendrá su vigencia después de la muerte. El cristiano pide que no se juzgue a una obra de teatro solo su por su primer acto: hay que esperar a que baje el telón al final de la obra; Dios es todopoderoso, sí, pero su poder no se manifiesta en esta tierra. “No hay más salida, para que Dios siga siendo Dios, que despojarlo de su ancestral atributo, el de su omnipotencia”, nos dice el autor.
Espiritualidad laica
¿Es posible una espiritualidad laica más allá de las religiones?, se pregunta Manuel Fraijó al encabezar el siguiente artículo de la obra. Y, casi desde el comienzo, expone sin ambages su postura: “tal vez no sea posible […] buscar la espiritualidad más allá de las religiones, aunque sí más allá de las instituciones religiosas e incluso más allá de las iglesias”. Y esto es así porque las religiones forman parte de nuestra cultura, incluso le han dado forma; por lo que cultivar la espiritualidad en los continentes es hacerlo de la mano de sus religiones, aunque se haga críticamente e, incluso, heréticamente.
Ya en otro artículo de la obra nos habla el autor del giro antropológico de la religiosidad, con un cierto abandono de Dios: las religiones le han sobrevivido; muchos no se sienten creyentes en Dios, pero sí religiosos, en el sentido de que ven la importancia de la interioridad, de la meditación, la liberación personal, de la capacidad de soledad, en otras palabras, de la espiritualidad. Para esta espiritualidad reivindica Fraijó la sensibilidad mística.
Seguidamente, nos ofrece el ejemplo de pensadores que dan testimonio de espiritualidad laica; y elige a tales pensadores, tales filósofos, porque, en cierto sentido, la filosofía es una espiritualidad, pues muestra una inclinación permanente sobre los grandes interrogantes de la vida y de la muerte. Son Ludwig Wittgenstein, Henri Bergson, Ernst Bloch y Walter Benjamin los autores que analiza, finalizando el artículo con una reflexión sobre un texto de Karl Rahner sobre la hipotética desaparición de la palabra “Dios”.
Pedro Laín Entralgo
La tercera parte de Avatares de la creencia en Dios se cierra con el artículo Esperanza y trascendencia en Pedro Laín. En él, el autor nos cuenta la biografía de la religiosidad de Laín, que transcurrió entre la de su infancia, el período juvenil de indiferencia religiosa, y que culmina con la profunda experiencia de sus maestros en el colegio mayor Beato Juan de Ribera, en Valencia. Habla Laín de su doble conversión en aquel centro: la que afectó a su fe y la que lo hizo a su conducta, a su ética.
Analiza Fraijó, seguidamente, el concepto de esperanza en Laín, quien dijo que un hombre sin esperanza es un absurdo metafísico. Y se refiere tanto a la esperanza biográfica (la que alienta todos nuestros esfuerzos, deseos y proyectos), como a la histórica (la que tienen los pueblos para superar sus crisis). Pero a estas se añaden la transbiográfica y la transhistórica, referidas a la esperanza última, la escatológica.
En su análisis, el autor se detiene en las convergencias y divergencias entre la esperanza de Laín y las de Bloch y Moltmann, dedicando un último apartado a la trascendencia, pues Laín se lanza a la búsqueda de indicios que muestren la existencia de tal aspiración. Ante ella, la trascendencia, caben cuanto menos tres actitudes: el aniquilacionismo (no hay nada tras la muerte), la problematización (la sostienen quienes dejan abierto el tema) y el resurreccionismo. Laín, inclinado a la trascendencia, se enfrenta a los problemas que su mente científica le plantea en torno al concepto de alma y supervivencia.
Personajes, maestros, amigos
La cuarta parte del libro la dedica Fraijó a realizar semblanzas de una serie de pensadores con los que más directamente ha mantenido contacto.
Es el primero de ellos José Gómez Caffarena, jesuita, de quien fue amigo personal. Son varios los artículos que le dedica, unos de mayor profundidad que otros. Comienza con el que escribió con motivo de la publicación del libro El enigma y el misterio. Una filosofía de la religión y que Fraijó reseña. Le sigue el más interesante de estos artículos, el titulado De la metafísica a la filosofía de la religión. Itinerario intelectual de J.G. Caffarena.
En él, comienza ofreciendo un apunte biográfico que arranca con la muerte del ilustre jesuita. Nos cuenta cómo comenzó su andadura filosófica como catedrático de Metafísia para, pasado el tiempo, dedicar los últimos lustros de su vida a la filosofía de la religión, donde reivindica el término “misterio” para la filosofía, y proponiendo la esperanza como horizonte último. Es, en definitiva, un artículo de imperiosa lectura para quien desee enmarcar la figura del jesuita.
Dios y el enigma del mal es el siguiente escrito de Fraijó. Redactado en estilo epistolar, está motivado por el octogésimo cumpleaños de Gómez Caffarena, a quien dirige su carta de felicitación. El asunto que aborda, evidentemente, no es nada festivo. Sin embargo, como dice Fraijó, es un viejo conocido para él, como lo fue para Caffarena: “siempre fue nuestro tema. Desde hace muchos años, se inclinan sobre él nuestra reflexión, nuestras palabras y nuestros silencios”.
Otra carta, la última, constituye este bloque de la obra. Vivencia y esperanza es su título y está redactado in memoriam de Gómez Caffarena, fallecido pocas fechas antes, cuando cumplía su ochenta y ocho cumpleaños.
Otro personaje que mucho ha influido en el autor es Hans Küng, de quien se ocupa en los artículos siguientes. El primero es una reseña del libro ¿Vida eterna?, el segundo de Una ética mundial para la economía y la política, mientras que el tercero comenta los tres tomos de las memorias del teólogo y filósofo suizo, primero maestro y luego amigo de Fraijó. El siguiente artículo sobre Küng es el más completo y profundo; se trata de la Laudatio que Manuel Fraijó pronunció con motivo de la concesión del doctorado honoris causa por la Uned a Hans Küng.
En él, hace un recorrido, aunque somero muy lleno de contenido, del devenir vital, filosófico y teológico del homenajeado. Y termina este bloque con el artículo que publicó con motivo de la visita que le hizo, en Tubinga, para hacerle entrega de los primeros libros de la traducción española del tercer tomo de sus memorias; en él, Fraijó destaca la actitud de Küng ante el final que se aproxima y reclama, esperanzado, la rehabilitación como teólogo de la Iglesia, condición que le fue arrebatada incomprensiblemente retirándole la venia docendi.
Termina esta cuarta parte de su obra, dedicando sus páginas a Wolfhart Pannenberg. Incluye una extensa entrevista que realizó al teólogo protestante, quien también se adentró en la antropología, la historia, la teoría de la ciencia y otras disciplinas afines. Realizada en alemán, Fraijó se responsabiliza de su traducción, una versión muy escrupulosa y cuidada, procurando ceñirse con la mayor fidelidad a las respuestas de Pannenber. Y cierra el bloque el obituario con motivo de su muerte en septiembre de 2014.
Analectas de artículos
La última parte de la obra recoge una serie de artículos, de entre los últimos publicados por el autor, con la intención de presentar reunidos varios escritos sobre diferentes temas.
Es el primero Elogio de una renuncia, motivado por la que hizo Benedicto XVI, ante el mundial asombro. Nuevo Papa, viejas urgencias nace ante la elección del papa Francisco y sobre el mismo pontífice, es el artículo La Iglesia que quiere el papa Francisco. El resto de artículos abordan temas que vienen enunciados en sus títulos: ¿Vivir sin ética, vivir sin religión? (la pugna entre ética y religión), A vueltas con la esperanza (asunto sobre el que Fraijó reflexiona con frecuencia y que parece sostener mucho de su entramado intelectual), Avatares de la creencia en Dios (que da título al libro que comentamos), Elogio de la Navidad y, cerrando la obra, El enigma del fundamentalismo religioso.
Concluyendo
Para quien quiera iniciarse e, incluso, profundizar en el pensamiento de Manuel Fraijó, este libro constituye una preciosa herramienta. En él, el autor desbroza aspectos que ha abordado a lo largo de su trayectoria intelectual, ofreciéndonos un elenco de reflexiones sobre asuntos situados en los límites de la filosofía y de la religión, del pensamiento y de la espiritualidad, de la increencia y la esperanza. Con un valor añadido: la obra sirve de puente que enlaza sus contenidos con los más destacados filósofos y teólogos, abriéndonos puertas para acceder a ellos.
Y lo hace Fraijó de manera elegante y cercana. Su estilo es fluido y muy asequible, poniendo al alcance del lector los surcos profundos de la filosofía como si se tratara de simples líneas trazadas sobre una superficie. Al propio tiempo, demuestra un gran conocimiento de cuanto se mueve en el mundo del filosofar, brindando asiduamente citas de autores procedentes de todos los siglos, de todos los pensamientos y de todas las corrientes filosóficas y religiosas; y ello, de una manera que en nada resulta pedante o sobrecargada, sino que emana de forma espontánea del relato que nos está ofreciendo.
Resulta de gran atractivo la sinceridad de Fraijó al exponer los límites de sus seguridades en los postulados que propugna, reconociendo con veraz humildad la incertidumbre que reina en temas sobre los que no está dicha la última palabra. Lo que no implica un ejercicio de imprudente temeridad, sino que razona y fundamenta los argumentos que le inducen a optar por uno de los lados del fiel de la balanza que oscila entre la ceguera intelectual o el nihilismo.
El libro no requiere una lectura secuencial, sino que es accesible a sus distintos apartados de forma independiente, aunque hay un hilo conductor en la manera de estructurarlo que tuvo Manuel Fraijó. Lo que sí creemos es que se trata de una obra que merece mucho la pena ser leída. Y releída, para que pueda calar bien en el lector la fértil semilla que siembra el autor con sus palabras.
Artículo elaborado por Juan Antonio Martínez de la Fe, Secretario de Tendencias21 de las Religiones.
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