“Enséñanos a contar para que tengamos un corazón sabio” [1]
Con estas palabras, en Facebook, la madre abadesa del convento de clausura de Nápoles, el conocido como “el de las treinta y tres”, por el número de monjas que, bajo la guía de la fundadora de la congregación, Maria Lorenza Longo, vivían en aquel convento en 1535, ha llamado la atención de una periodista del Corriere della Sera.
Y así, con las palabras de este salmo, comenzaba hace unos días un diálogo-entrevista en este periódico. Era una especie de “l-clausura”, que comunica el interior y el exterior en un contacto virtual, dada la imposibilidad del contacto físico, y que hace derribar los muros del convento en una especie de red de espiritualidad con más de dos mil contactos.
“La gente busca a Dios, quizá no en las formas tradicionales, sino más bien en modos más acordes con su propio estilo de vida. El comentario al Evangelio del día que publicamos cada mañana es muy breve, pero son muchísimos los que nos hacen saber que ese comentario les acompaña durante todo el día o les ayuda a cerrarlo en un modo reflexivo y sereno. Además, hemos descubierto que muchas personas hacen el bien a los demás añadiéndolo, no siempre de un modo fácil, a su propio trabajo”. Así nos cuenta la Madre Rosa, abadesa del convento. Y continúa: “Vemos que muchos, detrás de las fotos sonrientes de su perfil, viven una dolorosa cruz y quieren compartirla con nosotros. Ser capaz de entregar a otro el propio sufrimiento de un modo digno es siempre señal de una riqueza infinita”. La periodista, muy facebookianamente, aprueba con un “me gusta” [2].
El artículo-entrevista me ha impresionado porque entra en el tema de nuestro coloquio con la concreción propia del análisis de la realidad de hoy y con el modelo y el lenguaje de la red social más mundialmente difundida. La historia de los últimos doscientos cincuenta años es un ágora que se ensancha con hombres y mujeres que intercambian sus opiniones, confrontan sus intereses, se alían para conseguir una meta o entran en conflicto por un bien escaso o difícilmente divisible.
Las nuevas tecnologías han tenido efectos cualitativos y cuantitativos extraordinariamente superiores a los producidos por las tecnologías anteriores. En muy poco tiempo han cambiado el modo de hablar, juzgar, interpretar, difundir noticias y teorías, llegando incluso a modificar nuestros a priori.
En la Modernidad, el desarrollo de las tecnologías ha favorecido, caminando en paralelo con ella, el crecimiento de la democracia, incluso en detrimento de las religiones, y se ha producido, desde comienzos del siglo XX, el fenómeno de la secularización.
Sin embargo, la sociedad post-Moderna, para gestionar su creciente complejidad, ha redescubierto lo sagrado. El hombre está construyendo un sistema de comunicación social y global que cada vez es más “imagen y semejanza” de cuanto en la conciencia colectiva no es sino un privilegio de la divinidad: hablar con todos, conocerlo todo, recoger cada dato e información que se produce, comprender lo que está sucediendo y advertir de ello a los demás.
Religión y nuevas tecnologías de la comunicación
Se ha avanzado mucho desde que Guglielmo Marconi encendió una bombilla en Australia con una señal que había salido de Europa. De hecho, la realización física del mundo de las ideas nos pone a todos en condiciones de experimentar nuevas formas de comunicación humana, individuales y colectivas.
La llegada de las nuevas tecnologías, con la presencia de internet a la cabeza, nos obliga a comprender la “socialidad” de las tecnologías mismas, es decir, la capacidad de modificar explícitamente el modo de “socializar”, a diferencia de las tecnologías tradicionales, que se limitaban a modificar el modo de comunicar.
La sociedad tiene que considerar estas tecnologías como uno más de sus componentes constitutivos, como lo son la familia, la ciudad y el estado, comparándolas con otros institutos y organizaciones y obligándonos también a analizar nuevamente el fenómeno religioso.
La concepción de la religión como institución universal que influye profundamente en la sociedad está ligada en gran medida a las tesis de Max Weber [3]. Las Weltreligionen, las religiones universales como el confucianismo, el taoísmo, el hinduismo y el judaísmo antiguo, han impedido la puesta en marcha de un desarrollo económico que, sin embargo, sí ha permitido la ética cristiana protestante durante el siglo diecinueve en Occidente, con su actitud y orientación moral.
A diferencia de Weber, Ernst Troeltsch [4] ha concentrado su investigación sobre los modos en que el catolicismo, desde los orígenes, el luteranismo y el calvinismo han influido en los fundamentos morales y psicológicos del modo de hacer de la sociedad.
El cristianismo ha tratado de ser la máxima potencia formadora de valores morales y de los ideales de justicia y de organización social de la comunidad y del Estado en que se expresaba.
Paulatinamente este papel se ha debilitado casi hasta desaparecer a comienzos del siglo XX debido a la creciente secularización. De algún modo se ha establecido una conexión muy estrecha entre religión y cambio social.
Gracias también a los cambios tecnológicos, la religión es vista como agente social que activa y potencia las tendencias que están actuando en la sociedad, más que como causante de éstas. Esto es lo que vuelve problemática la relación entre la religión y otros elementos estructurales, a diferencia de cuanto sucede en la post-modernidad, donde se está redescubriendo la religión misma.
Tanto Weber como, posteriormente, Simme [5] han puesto en el centro de su preocupación la interacción creativa entre ideas, valores, contenidos y acción social: la cultura, no siendo otra cosa que comunicación compartida, es pública, esto es, no pertenece al ámbito privado.
Esto permite no considerar la relación religiosa como un área individual y subjetiva, privada, no-social, y los ritos y las acciones no como costumbres pasivamente recibidas, sino también como invenciones, con un papel activo de las ideas y de su puesta en circulación a través de redes y relaciones.
Las concepciones del mundo, entendidas weberianamente en su sentido más amplio, se forman desde la primera socialización según la capacidad de dar significado a cosas y acontecimientos, y según la capacidad de orientarse ante lo nuevo y de concatenar cosas y sucesos en el tiempo.
La vinculación del individuo a las instituciones
Las categorías, los valores, las normas, los modelos de comportamiento que forman la cultura de un determinado ambiente social constituyen un universo de significado que, en virtud de su función humanizadora y de la autoridad que posee, determinan una profunda connotación moral.
Este proceso, que yo definiría como religioso, no se realiza únicamente en Iglesias o sectas, sino en cada actividad que desarrolle y profundice el conocimiento del mundo [7].
El lenguaje es el más importante sistema de signos. Surge de la vida cotidiana, de la experiencia, pero también la capacidad de trascender puede elaborar esferas de realidad diferentes, con sus correspondientes lenguajes.
El lenguaje puede proponer sistemas de representaciones simbólicas sin referencia a la realidad de la vida cotidiana: es lo que sucede con la filosofía, el arte, la ciencia y, precisamente, con la religión.
El homo socius, abierto a los estímulos del mundo, se confronta con la Palabra de Dios, que es representación física de la divinidad y se convierte, por lo tanto, en lenguaje religioso.
Las instituciones, como las religiones, surgen de las costumbres con las que se cristalizan nuestras acciones, pero cambian a través de la creatividad y la innovación. Después, las instituciones tienden a integrar. Por lo tanto, la conducta institucional controla los comportamientos y estigmatiza toda desviación. Los significados institucionales tienden a ejemplificarse en símbolos.
En las sociedades simples todas las acciones sociales son institucionalizadas y se crea un fuerte vínculo de identidades, comenzando por los progenitores. En la socialización secundaria se crea un vínculo tipificado unido a un rol particular que puede llegar hasta el extremo de los avatares en internet, en las comunidades web. Pero precisamente por no estar enraizados, estos vínculos son más vulnerables porque son más superficiales. Confirman nuestra sensibilidad y nuestra percepción en un contexto de relaciones compartidas como, por ejemplo, una comunidad religiosa o una comunidad web.
Un individuo, sin embargo, puede también cambiar radicalmente su realidad subjetiva. Interviene una re-socialización sostenida por la plausibilidad y mediada por personas significativas y con autoridad a través de una nueva estructura comunicativa. Y aquí pienso en las redes sociales, los amigos, los líderes, los seguidores. Es un error reconducir la individualidad a la estructura social y el individuo a la unicidad. Entre individuo y estructura-institución social hay siempre una tensión dialéctica.
Podemos, por lo tanto, considerar las redes sociales como instituciones virtuales que, al igual que las religiones, interactúan con las acciones de los individuos modificando los sistemas sociales y culturales. Las comunidades religiosas también reflejan los cambios que se producen a nivel social, acogiendo en el propio microcosmos las personas que en la “vida precedente” han acumulado informaciones, valores, material del mundo externo.
En los últimos años este patrimonio de conocimientos ha estado mediado por los nuevos instrumentos de comunicación: móviles, internet, correo electrónico, redes sociales. Tales instrumentos han hecho real la intuición de Marshall McLuhan de que pueda darse una superposición entre medio y mensaje, con la peligrosa confusión entre lo real y lo virtual.
El riesgo de confundir lo virtual con lo real
Pero más allá de estos riesgos subyacentes, el problema planteado por los nuevos medios de comunicación y, en particular, por las redes sociales, es el de confundir relación con conexión. Es evidente el riesgo de que el superficial “estar conectado” se convierta, por simplicidad, por difusión y por inmediatez, en norma, en detrimento del más complejo y profundo “estar en relación”.
Hay que darse cuenta de que estamos en el tiempo de las redes sociales, es decir, en el tiempo de lugares físicamente inexistentes, que ofrecen a las personas la posibilidad de encontrarse, de establecer relaciones. Pero este tiempo carece, sin embargo, del esfuerzo que conlleva todo encuentro y hace que se eviten los conflictos: así como nos hacemos amigos con un simple “click”, con la misma rapidez basta otro “click” para poner fin a una relación sin estrés ni responsabilidad.
Nos conectamos porque tenemos unos mismos intereses pero, en el momento en que pensamos que no tenemos más intereses comunes la relación-conexión se acaba. El mundo de las redes sociales se convierte en ejemplo de la capacidad de tomar decisiones que tienen las nuevas generaciones. Internet puede ser un espacio cerrado, protegido, donde conectarse permaneciendo aislados hasta el paroxismo de llegar a tener una “segunda vida” en la que vivir otra vida con el propio avatar. Pero se puede cerrar la conexión, como se puede responder o no a una llamada de teléfono, a un correo o a un mensaje.
Nadie nos presiona, y podemos vagar o, como se suele decir, navegar en internet, dejándonos transportar por las imágenes sin tratar con nadie en el mismo espacio físico, favoreciendo el desacostumbrarnos a la convivencia, al cara a cara que nos obliga, como recuerda el filósofo Lévinas, a ocuparnos del que tenemos enfrente: “l’autre me régarde”, es decir, el otro que me mira pero, sobre todo, me concierne.
Comunicación, poner en contacto, tiene la misma raíz de comunión: cum-munus, donde el munus es don, pero también, responsabilidad, como la carga-don-honor concedido a los generales victoriosos de la antigua Roma. Se trata de una modalidad de estar en relación en la que se participa y se comparten las mismas cosas, pero con igual responsabilidad.
Por lo tanto, la relación verdadera, auténtica, no es la simple conexión con otro cualquiera, sino la percepción consciente de compartir el mismo don y la misma responsabilidad. Eludiendo la relación cara a cara, aquélla en la que somos vistos siempre del mismo modo, nos confundimos y nos mimetizamos, confrontándonos en los múltiples escenarios sociales, definidos por Goffman como “representaciones”, y en las conexiones-relaciones virtuales que permite que las personas se desintegren estructuralmente y que se auto-representen de distintos modos.
Convertir la “conexión virtual” en comunicación real
Ciertamente, en la sociedad multicultural de hoy no es posible catalogar individuos y comunidades religiosas en una única identidad. Cada uno de nosotros tiene roles e identidades. La raíz sánscrita “id”, de donde viene el verbo video en latín, o el perfecto griego de orao-idein: oida, que traducimos por saber, esto es, sé porque he visto, significa conocimiento experiencial.
Sin quitar a los fundamentos religiosos su papel de ancla segura en el diálogo, que también es acción social, y sin esperar en un inexistente sincretismo religioso que nos uniría a todos sin diferencias, no podemos reducir la persona y su identidad a un fundamentalista pensamiento único, sino solamente a una complejidad de difícil representación.
Desde el momento en que estos fragmentos de identidad están realmente presentes en nosotros el peligro está en que, en vez de trabajar por la integración de nuestro yo, la realidad virtual contribuya más a bien a favorecer la fragmentación de las personalidades [8]. No hay que olvidar que la comunidad virtual puede informarnos pero no hacernos crecer, y mucho menos convertirnos, porque falta el esfuerzo y la voluntad de encontrarse. Cada día en los “no lugares”, físicos o virtuales, nos cruzamos con muchas personas, pero no nos encontramos con ellas. Encontrarnos con ellas significa querer algo juntos, conscientemente, del griego antiguo poieo, es decir, hacer juntos un acto poético [9].
El deseo de conocer y de navegar en el espacio infinito de las conexiones-relaciones no es sólo el deseo que renace una y otra vez de saber y de conocerse, del deseo profundamente humano del Ulises de Dante del “fatti non fummo per viver come bruti ma per seguir virtute e conoscenza” [10] (no fuimos hechos para vivir como bestias, sino para perseguir la virtud y el conocimiento), sino que es la expresión exterior de una necesidad más profunda de descubrir una identidad sagrada, divina, que está presente en nosotros. He aquí el esfuerzo de las grandes religiones por “utilizar” los nuevos medios de comunicación para hablar sobre todo a las jóvenes generaciones, considerándolos como ambientes en los que tener relaciones y no ya como simples medios para comunicar.
Con la palabra buscamos a los otros, construyendo comunidades e intentando comprender la realidad, sin que exista una realidad virtual distinta, ya que el ambiente de las redes sociales sigue siendo una parte importante de la realidad. De hecho, gran parte de la vida de hoy se lleva a cabo en la red [11].
He ahí el tweet de Benedicto XVI y del Papa Francisco, siguiendo la estela del discurso de Pío XI que marcaba el inicio de las transmisiones de la Radio Vaticana. He ahí Millat Facebook.com como alternativa musulmana a Facebook, tras las polémicas por la publicación de caricaturas de Mahoma. En la presentación del proyecto, los fundadores (Millat comprende las comunidades musulmanas de las áreas de la India, Oriente Medio y África del Norte) declararon que querían garantizar la libre expresión en el respeto de las culturas y de las diferentes religiones, acusando a Facebook y a YouTube de haber violado esos principios por no oponerse, como hicieron con el holocausto y el racismo, a temas sensibles para el mundo musulmán.
Existen otras redes sociales sólo para musulmanes, como Ummaland o Muslimnetworking.co.uk, donde se pueden organizar eventos, religiosos o no, para poner juntos a musulmanes que tengan intereses comunes. Todo esto no ha impedido que lancen a las redes sociales italianas una campaña del Caim (Coordinadora de Asociaciones Islámicas) hecha por jóvenes musulmanes milaneses para construir una mezquita en el 2015 con motivo de la Expo (noticia tomada el 14 de marzo de 2014 del periódico Repubblica TV).
La conexión en red, una vía abierta
En el mundo cristiano, católico en particular, tenemos My Church en la que, tras haber abierto una página en Facebook, se ha creado una comunidad eclesial virtual reforzando los lazos entre una iglesia y la propia comunidad religiosa, creando una relación más sólida, más continua sin poner en peligro la participación en la vida religiosa “off line”, como se deduce del eslogan de la página: Your Church connected between Sundays. Recuerdo también la página “4 my God”, para gestionar encuentros y eventos de carácter religioso.
Por lo tanto, gracias a la red hablamos más, tenemos más encuentros y nos conectamos con más partes del mundo; también rezamos más en nuestra comunidad web utilizando los ritos tradicionales, sin dejar de lado los nuevos modelos que las redes sociales nos imponen. Desgraciadamente, a pesar de todo, nos comunicamos menos, abrumados como estamos por el diluvio de palabras electrónicas que amenazan con hacernos perder el sentido de lo que pensamos, banalizándolo.
Tenemos que recuperar el diálogo, la conversación interpersonal que, más allá de las tecnologías, permite, como escribe Sherry Turkle: “recuperar el momento mágico del intercambio de opiniones que se enciende tal vez tras una primera fase de dificultades, de pausas, incluso de aburrimiento y que se transforma al calor de una auténtica conversación” [12].
Es lo contrario de la velocidad, de la multitarea compulsiva, del continuo intercambio superficial a través de emails, sms, redes sociales y móviles. Se pueden recuperar los lugares de la socialización primaria, lugares que tienen un sentido como la familia o lugares emblemáticos de la colectividad como el bar, la plaza, el círculo de amigos o el lugar de culto. Todo esto ayuda a construir relaciones fuertes, no comprometidas por la superposición de tantos pensamientos débiles superficiales.
Es cierto que diálogo, cuya etimología proviene de dia-lógos, tiene en la preposición dià (contra, a través) el sentido de contraste y de contraposición, y quiere decir confrontación.
Más que “un abrazo es un cuerpo a cuerpo; pero el cuerpo a cuerpo es siempre un contacto, una chispa de humanidad” [13] que puede encender el odio… pero también el amor. Es la lucha divino-humana de Jacob con el ángel del Señor para pedir y conocer su identidad, su misión y la de su pueblo: ser reconocido como Israel, pueblo de Dios.
Notas:
[1] Sagrada Biblia, Salmo 90 (89).
[2] Corriere della Sera, 23 de abril de 2014.
[3] M. WEBER, L’etica protestante e lo spirito del capitalismo, Edizione Sansoni, Firenze, 1970.
[4] E. TROELTSCH, L’assolutezza del cristianesimo e la storia delle religioni, Editrice Queriniana, Brescia 2006.
[5] G. SIMMEL, Über sociale Differenzierung, Duncker & Humblot, Lipsia 1890.
[6] T. LUCKMANN, The Invisible Religion. The Problem of Religion in Modern Society, Macmillan 1963.
[7] P. L. BERGER – T. LUCKMANN, The Social Construction of Reality, Irvington Publishers 1966.
[8] V. GRIENTI, Chiesa e web 2.0. Pericoli e opportunità in rete, Effetà, Torino 2009.
[9] M. AUGÉ, Nonluoghi, Elèuthera, Milano 1993.
[10] Dante ALIGHIERI, Divina Commedia, Inferno – Canto XXVI.
[11] A. SPADARO, Twitter Theology, Bees 2012.
[12] S. TURKLE, Reclaiming Conversation, Basic Books 2014.
Artículo elaborado por Mauro Miccio, Catedrático en la Universidad Roma 3, Italia, en Ciencia Política y Sociología de la Comunicación y de los Procesos Culturales.
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