¿Dónde ubicamos nuestro ‘yo’? ¿En nuestro cerebro? ¿En nuestro corazón? No todo el mundo en el mismo sitio. Además, dependiendo de cual de estos dos órganos elijamos para tal fin, decidiremos cosas distintas.
Estas son algunas de las conclusiones de una serie de estudios realizados por científicos de la Universidad de Rice y la Universidad de Columbia (EEUU), en los que también se ha constatado que la mayoría de las personas tienden a localizar su ‘yo’ en el cerebro.
¿De qué depende nuestra ubicación del yo? Según Hajo Adam, uno de los autores del trabajo, del autoconcepto que tengamos, es decir, de nuestras percepciones sobre nuestros pensamientos, sentimientos y acciones, en relación con los demás.
Dos tipos de autoconcepto
Desde este punto de vista, habría dos tipos de individuos, según los científicos norteamericanos: aquellos que tienen un autoconcepto independiente, y aquellos que tienen un autoconcepto interdependiente.
Los primeros gozan de un yo con carácter autónomo (no pendiente de otros), y a menudo se involucran en pensamientos, conversaciones y comportamientos que están conceptualmente relacionados con el cerebro.
Por el contrario, las personas con un autoconcepto interdependiente se ven más como parte de un grupo y tienen a ajustarse más a los demás. Estos individuos a menudo se involucran en pensamientos, conversaciones y comportamientos conceptualmente relacionados no sólo con el cerebro, sino también con el corazón.
Ubicación del yo
Estos dos tipos de autoconceptos fueron analizados en ocho estudios, realizados con grupos de entre 95 y 156 personas; de edades comprendidas entre los 20 y los 40 años. Aproximadamente, la mitad de ellas eran mujeres y la otra mitad hombres. La mayoría eran estadounidenses, pero también hubo un grupo de indios norteamericanos, que se sabe suelen tener un autoconcepto interdependiente.
En los primeros seis estudios, se constató que la preferencia general de localizar el yo en el cerebro era mayor entre hombres que entre mujeres, y entre los estadounidenses que entre los indios.
También que aquellos participantes con un autoconcepto independiente eran más propensos a ubicar su yo en el cerebro; mientras que aquellos con un autoconcepto interdependiente tendían más a ubicarlo en el corazón.
Influencia en las decisiones
En el séptimo estudio, los investigadores analizaron la relación entre la ubicación del propio ser por parte de los participantes y sus juicios sobre asuntos médicos controvertidos, como la definición legal de ‘muerte’ o el aborto; y su toma de decisiones prosociales.
Se constató así, por un lado, que dicha ubicación influía en este tipo de juicios; y también en las decisiones prosociales. Así, las personas que creían que el yo está en el cerebro contribuyeron con más del doble de dinero a una organización benéfica para la lucha contra la enfermedad de Alzheimer que las que creían que el yo está en el corazón; mientras que los individuos que creían que el yo está en el corazón contribuyeron con más del doble de dinero que los otros a una organización benéfica de lucha contra las enfermedades coronarias.
Implicaciones
«Estos resultados sugieren que la ubicación de nuestro yo influye en procesos psicológicos y en toma de decisiones», afirman los investigadores. También, señalan, que los discursos de liderazgo, empresariales e incluso de marketing que invocan al corazón o al cerebro pueden ser más o menos persuasivos, dependiendo de donde sitúen sus destinatarios su propio yo.
Así, por ejemplo, los mensajes publicitarios dirigidos a personas con autoconceptos independientes podrían ser más eficaces si invocan más al cerebro que al corazón. Con las personas con un autoconcepto interdependiente sucedería justo lo contrario.
Una cuestión abierta
La discusión sobre la ubicación del yo dentro del cuerpo se remonta a tiempos pretéritos, pero sigue interesando. Desde la neurociencia, se sospecha que el yo es una construcción cerebral.
Esto lo ha sugerido, explica el neurólogo Francisco Rubia en Tendencias21, el hecho de que la sección del cuerpo calloso del cerebro en pacientes con ataques epilépticos (para evitarles estos ataques) produzca en estos una escisión de su conciencia.
Así describía en 1961 el psicólogo norteamericano Roger Sperry el fenómeno: “Cada hemisferio (cerebral) parece tener sus sensaciones separadas y privadas, sus propios conceptos y sus propios impulsos para la acción. La evidencia sugiere que dos consciencias van en paralelo en ambos hemisferios de estas personas con cerebro escindido”.
Sin embargo, investigadores como la matemática Annie Marquier, especializada en el estudio de la intersección entre la ciencia y la conciencia y fundadora del Instituto para el Desarrollo de la Persona de Quebec (Canadá), han señalado que el corazón contiene un sistema nervioso independiente y bien desarrollado, con más de 40.000 neuronas y una compleja y tupida red de neurotransmisores. Por eso, este órgano puede influir en nuestra percepción de la realidad y en nuestras reacciones.
La cosa se complica aún más si pensamos que todos tenemos un sistema nervioso entérico o un “segundo cerebro” que se encuentra situado en nuestros intestinos, y que consiste en una compleja red de neuronas que recubre nuestras vísceras. Este sistema se encarga, en general, de que las funciones digestivas mantengan un funcionamiento coordinado e integrado, pero también de generarnos ciertas sensaciones, como los “nervios en el estómago” o las punzadas de angustia de las vísceras.
Si, por tanto, parece que corazón, cerebro, e incluso nuestros intestinos, son capaces de generar consciencia (entendida esta como el conocimiento que un ser tiene de sí mismo y de su entorno), ¿se puede decir realmente que el yo esté ubicado en un solo lugar del organismo? La cuestión parece tan fascinante como difícil de cerrar.
Referencia bibliográfica:
Hajo Adam and Otilia Obodaru. Who You Are Is Where You Are: Antecedents and Consequences of Locating the Self in the Brain or the Heart. Organizational Behavior and Human Decision Processes (2015).
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