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La crisis del siglo XVII

Religión, Reforma y cambio social

Ficha Técnica

Título: «La crisis del siglo XVII». Religión, Reforma y cambio social
Autor: Hugh Trevor-Roper
Edita: Katz Editores. Madrid, octubre de 2009

El tema de este libro es la crisis general que aquejó al período «moderno temprano» de la historia, crisis que no fue sólo política y económica, sino también social e intelectual, y que no se limitó a un solo país sino que se hizo sentir en toda Europa. Según el autor, la crisis que a mediados del siglo XVII se produjo en el gobierno, en la sociedad y en las ideas, tanto en la Europa continental como en Inglaterra, constituye el crisol de los sucesos revolucionarios de ese siglo.

A través del estudio de la caza de brujas («un tema que debe enfrentar quienquiera sienta el impulso de poner demasiado énfasis en la ‘modernidad’ de aquel período»), a través de la crítica de la interpretación weberiana de la relación entre calvinismo y capitalismo («si los historiadores ‘sociológicos’ prodigaran una mirada general al calvinismo y examinaran el ‘capitalismo’ en general, creo que se verían obligados a modificar esta fórmula apasionante pero simple que Weber formuló»), y por medio del retrato de «tres extranjeros» -Samuel Hartlib, John Dury y Comenio-, tres hombres que «por su experiencia y sus ideas pertenecían a esa Internacional europea, y que pasaron a ser los filósofos de la revolución puritana inglesa en su combinación de reacción intelectual y novedosa utopía social», o dedicando un capítulo al estudio de «los orígenes religiosos de la Ilustración», Hugh Trevor-Roper descubre nuevos caminos para la comprensión de un momento seminal de la historia de Occidente: el momento en que se sentaron las bases institucionales e intelectuales de la comprensión moderna de la libertad, de la que somos herederos
y beneficiarios.

Datos del autor

Hugh Trevor-Roper Londres (Reino Unido, 1914-2003), estudió lengua, literatura y filosofía clásica en Oxford, con el deseo inicial de dedicarse al estudio del mundo clásico, pero rápidamente cambió su foco de interés y en 1936 obtuvo un título en historia moderna. Fue oficial del servicio de inteligencia durante la Segunda Guerra Mundial. En 1945 fue comisionado por el gobierno inglés para investigar las circunstancias de la muerte de Adolf Hitler, investigación de la que resultó uno de sus libros más conocidos, The last days of Hitler. Interesado en la temprana historia moderna europea, Trevor-Roper se ocupó especialmente de comprender la vitalidad intelectual, las luchas religiosas y la divergencia entre los estados católicos y los protestantes. En su visión, uno de los temas principales de la historia europea moderna fue la expansión -entendida como expansión colonial
de ultramar y también como expansión intelectual en la forma de auge del nacionalismo- de la Reforma y de la Ilustración. Aunque muchas veces polémica, la obra de Trevor-Roper influyó sobre algunos de los mayores historiadores del siglo XX, desde Frances Yates a Fernand Braudel, pasando por Arnaldo Momigliano o Dimitri Obolensky, entre otros muchos. Fue, a su vez, uno de los principales introductores de la escuela de los Annales en el mundo académico angloparlante.

Obras del mismo autor

«Príncipes y artistas: mecenazgo e ideología en cuatro cortes de los Habsburgo»; «Religión, Reforma y cambio social»; «La época de la expansión: Europa y el mundo»; «Los últimos días de Hitler»; «From counter-reformation to Glorious Revolution»; «Catholics, Anglicans and Puritans: Seventeenth century essays»; «The plunder of the arts in the seventeenth century» y «The rise of Christian Europe»

Prefacio

Estos ensayos fueron escritos y publicados por primera vez en diferentes ocasiones entre 1956 y 1967. En su mayoría se originaron en conferencias o formaron parte de volúmenes colectivos. Aparecieron en conjunto por primera vez en un libro que lleva el título del primer ensayo, «Religión, Reforma y cambio social», editado por Macmillan en Londres, en 1967. Harper and Row publicó una edición estadounidense en 1968, con el título actual -‘La crisis del siglo XVII’-, que obtuvo una modesta repercusión. La segunda edición, publicada en Londres en 1972, se reimprimió en 1973 y 1977, y se ha traducido, en su totalidad o en parte, al alemán, francés, italiano, español, portugués y japonés. Algunos de los ensayos también aparecieron en polaco, sueco, noruego, danés e islandés: es evidente que el tema de la brujería despierta un interés particular entre los tolerantes pueblos nórdicos. Una tercera edición revisada del texto original fue publicada por Secker and Warburg en Londres, en 1984. Naturalmente, me complace mucho que el Liberty Fund haya decidido publicar en los Estados Unidos una nueva edición de este texto revisado.

Quienes publican colecciones de ensayos suelen afirmar que, por muy disímiles que éstos sean en cuanto a la cuestión que abordan o la apariencia que presentan, constituyen la expresión coherente de una sola filosofía o un tema reiterado. El tema que atraviesa los presentes ensayos -si se me permite hacer la misma aserción- es la crisis general que aquejó al período «moderno temprano» de la historia, una crisis que no fue sólo política y económica, sino también social e intelectual, y que no se limitó a un solo país sino que se hizo sentir en toda Europa.

Muchos historiadores idóneos se dedicaron al estudio de la revolución puritana de Inglaterra, y algunos le adjudicaron una importancia excepcional para la historia moderna, como si hubiera dado inicio a las revoluciones científica e industrial. Me atrevo a pensar que se trata de una visión demasiado insular, que no resiste el estudio de procesos comparables que se desarrollaron en Europa. En consecuencia, al considerar los problemas suscitados por la revolución puritana, los he analizado en un contexto europeo siempre que fuera posible, y es por ello que he reunido aquí ensayos sobre temas tanto europeos como ingleses (o británicos, para ser más exactos).

El primer ensayo, que inspiró el título a la edición inglesa del libro, se originó en un examen de la llamada «tesis de Tawney y Weber», según la cual el calvinismo, en cierto modo, dio origen a la fuerza moral e intelectual del «nuevo» capitalismo de los siglos XVI y XVII. Dicha tesis ha devenido un dogma sociológico en algunos lugares, a la vez que encuentra oposición en otros por motivos (a mi parecer) irrelevantes. Se la ha invocado para respaldar la teoría de que el puritanismo inglés fue una ideología ávidamente «capitalista», y también la teoría de que el capitalismo debió esperar la llegada de la inspiración calvinista, o al menos puritana, para estar en condiciones de «conquistar el mundo». En mi opinión, si se considera la experiencia inglesa en su contexto histórico más amplio, esta perspectiva adolece de excesiva simpleza. Si los historiadores «sociológicos» prodigaran una mirada general al calvinismo -tal como se desarrolló en Suiza, Heidelberg y Escocia, además de Inglaterra y Holanda- y examinaran el «capitalismo» en general -en la Italia y la Flandes medievales y la Augsburgo y la Lieja renacentistas, además de la Inglaterra y la Holanda del siglo XVII-, creo que se verían obligados a modificar esta fórmula apasionante pero simple que Weber basó en ejemplos históricos excesivamente restringidos. Expuse mi propia modificación en una conferencia que tuvo lugar en Galway, en 1961, donde un público rebosante de monjes y monjas del lugar le prodigó una recepción algo adversa, aunque, según creí percibir, no demasiado crítica; sin embargo, poco después me complací en descubrir que el académico suizo M. Herbert Lüthy había llegado a conclusiones muy similares a las mías, que publicó por entonces en su volumen ‘Le passé présent’. Tanto él como yo desconocíamos el trabajo del otro antes de nuestras respectivas publicaciones. A raíz de su origen local, mi ensayo se publicó por primera vez en las actas del Congreso Irlandés de Historiadores donde se había presentado.

El segundo ensayo, sobre la crisis general del siglo XVII, apareció por primera vez en la revista de historia ‘Past and Present’, en noviembre de 1959. También suscitó controversias, y se reimprimió, junto con algunas de las respuestas, en una antología de los siglos XVI y XVII publicada por primera vez en esa revista. Al reproducirlo en el presente volumen -por su relevancia temática directa- he aprovechado la oportunidad para incorporar algunos argumentos que había desarrollado previamente por separado, como ampliación del ensayo, en el debate que éste provocó.

Uno de los participantes en el debate fue el distinguido historiador inglés Roland Mousnier. En el transcurso de su contribución puso de relieve la idea de que la crisis general del siglo XVII superó a la crisis que jaqueó la relación entre el Estado y la sociedad, tema del que me había ocupado yo. La crisis social vino acompañada de una «mutación intelectual», señaló este historiador, y se refirió al final del aristotelismo y la expansión de la creencia en la brujería como «aspectos que necesitarían ser estudiados en profundidad si realmente nos proponemos hablar de la crisis del siglo XVII». He ahí la justificación que me gustaría aducir para el extenso ensayo sobre la caza de brujas, escrito especialmente para esta colección. Algunos autores creen que la persecución de brujas es un tema desagradable, indigno de ocupar un lugar en la historia. Pero también es un hecho histórico, de gran significación para Europa, y el hecho de que su crecimiento y su organización sistemática hayan tenido lugar precisamente en los años del Renacimiento y la Reforma es un tema que debe enfrentar quienquiera sienta el impulso de poner demasiado énfasis en la «modernidad» de aquel período. No podemos pasarlo por alto en nuestro intento de comprender el período «moderno temprano», del mismo modo en que no podemos pasar por alto el fenómeno del antisemitismo en la historia «contemporánea». Al igual que la aversión por los judíos (y otras minorías), la creencia en la brujería tiene una larga historia, pero la «manía de las brujas» -la reconversión de tales creencias y aversiones en una ideología persecutoria- se desarrolló en momentos específicos, y es preciso relacionarla con las circunstancias de esos tiempos.

En Inglaterra, la caza de brujas alcanzó máxima intensidad en tiempos de presión puritana -el reinado de Isabel I y el período de las guerras civiles-, y se han construido algunas teorías extravagantes a cuento de esta coincidencia. Pero aquí también debemos examinar el problema en su totalidad antes de aventurar conclusiones generales, en especial porque la persecución de brujas en Inglaterra puede considerarse trivial si se la compara con la experiencia del continente y de Escocia. En consecuencia, en mi ensayo he analizado la manía en su totalidad, tal como se desarrolló en toda Europa, y he procurado relacionar su incremento, frecuencia y declinación con los movimientos intelectuales y sociales generales que tuvieron lugar en la época, de los cuales la considero inseparable. A través de su yuxtaposición de frases, M. Mousnier pareció dar a entender -no sé si fue su intención hacerlo- que el incremento de la brujería coincidió con el ocaso del aristotelismo. Tal como será posible constatar aquí, mi visión del tema es completamente distinta. A mi parecer, la acentuación de la caza de brujas es un subproducto, en circunstancias sociales específicas, de una radicalización del aristotelismo (o bien, para ser más exactos, el seudoaristotelismo de los escolásticos), que había comenzado en el medioevo tardío y fue redoblado por los católicos y los protestantes luego de la Reforma. Lo veo como el reverso de una cosmología, una racionalización social, que se insertó profundamente en la revolución social e intelectual generalizada de mediados del siglo XVII.

La caza de brujas es un fenómeno inquietante, y nadie puede arrogarse el mérito de haber resuelto el problema. Mi ensayo sobre el tema, al igual que el ensayo sobre la crisis general, dio lugar a un animado debate y fue seguido de otros intentos de lidiar con la misma cuestión. Una obra en particular ha despertado mi mayor interés: Christina Larner desarrolló un análisis minucioso y específico del tema de los juicios por brujería en Escocia, hasta entonces investigado sólo de manera muy superficial. Su libro ‘Enemies of God: The witch-craze in Scotland’ (1982) constituye un fascinante y estimulante estudio sociológico. La temprana muerte de esta autora, en 1983, fue un duro golpe para el mundo académico, un triste acontecimiento que Escocia difícilmente pueda subsanar.

Si no es lícito aislar la revolución inglesa que estalló en el siglo XVII de la crisis general que asoló a toda Europa, creo que, del mismo modo, corresponde señalar que recibió influencias de pensadores europeos individuales. Tanto entonces como ahora, al igual que en el medioevo, Europa era indivisible. Quienquiera caiga en la tentación de equiparar el puritanismo inglés a «los modernos» haría bien en explorar la Internacional ideológica de la cual los puritanos se sentían parte: esa fraternidad cosmopolita de protestantes europeos perseguidos -de Alemania y Bohemia, de La Rochela y Saboya-, a quienes habían traicionado los Estuardo, a quienes Gustavo Adolfo había intentado salvar y a quienes Cromwell buscó reunir bajo su protección. En mi ensayo «Tres extranjeros», considerablemente ampliado desde su primera publicación en ‘Encounter’, en 1961, me he ocupado de tres hombres que por su experiencia y sus ideas pertenecían a esa Internacional europea, y que -mediante la unión de anticuadas nociones metafísicas con ideas baconianas muy difundidas- pasaron a ser los filósofos de la revolución puritana inglesa en su combinación de reacción intelectual y novedosa utopía social.

Quienes ven a los calvinistas (o a los puritanos) como «los modernos» terminan por aseverar que el calvinismo o el puritanismo engendraron la ciencia moderna y condujeron a la Ilustración del siglo XVIII. Las ideas de la Ilustración -parecen decir a veces estos autores- se originaron en la secularización de las ideas del calvinismo o «protestantismo radical». Tal perspectiva es común entre los historiadores marxistas, pero también son partidarios de ella algunos escritores escoceses que la ven hecha realidad en su propio país. Sin embargo, creo que la relación entre los movimientos intelectuales y los sistemas religiosos es más compleja y más variable. Los movimientos intelectuales distan de ser lineales o propiedad de algún partido o secta, y los partidos y las sectas, en sí mismos, bajo su aparente forma continua, son competitivos y sensibles al cambio. En mi ensayo sobre «Los orígenes religiosos de la Ilustración» expreso una perspectiva diferente. Dado que creo que el calvinismo constituyó una forma de la reacción intelectual general que acompañó a las luchas religiosas, he tratado de observar más de cerca a las sociedades calvinistas que indudablemente contribuyeron a la Ilustración, y he señalado que, también en este caso, los avances no se lograron gracias al calvinismo sino a expensas de él. El presente ensayo fue escrito con el objeto de homenajear al gran estudioso y mecenas de la erudición, el Dr. Theodore Besterman, a quien tanto deben los amantes del siglo XVIII. Sin embargo, su relación natural con los otros ensayos que integran este volumen me persuadió finalmente de publicarlo aquí, e incluir otro más centrado en el siglo XVIII en el volumen que los amigos del Dr. Besterman compusieron para él.

Alicia Montesdeoca

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