La revista The Boston Globe ha publicado recientemente un artículo, firmado por el periodista especializado en religión Michael Paulson, en el que se analiza el fenómeno de los milagros desde una curiosa perspectiva.
En un sentido general, y según muchas religiones, un milagro es una intervención divina en el Universo. En un sentido más concreto, se considera como milagro cualquier hecho de causa aparentemente inexplicable en el que, por tanto, se supone que han intervenido fuerzas sobrenaturales.
La reflexión de Paulson sobre los milagros tiene su origen en la reciente aprobación, por parte de la Congregación para la Causa de los Santos del Vaticano, de la beatificación de John Henry Newman, un cardenal inglés muerto en 1890 y que se supone intervino en la recuperación del diácono británico Jack Sullivan, que padecía una grave dolencia en su espina dorsal.
La curación de Sullivan, que afirma haberle rezado a Newman para que lo curase, no se ha podido relacionar con ningún tratamiento médico, por lo que el Vaticano ha dictaminado que es un milagro.
Milagros científicamente desechados
Todo esto sucede hoy a pesar de que, tal y como señala Paulson, los milagros nos parezcan incompatibles con los tiempos modernos.
De hecho, los fenómenos milagrosos se mantienen aún como una parte oficial de la burocracia eclesiástica, en gran medida porque se necesitan dos milagros oficialmente reconocidos para declarar santo o santa a alguien (un milagro garantiza la beatificación, y el segundo milagro la canonización).
Sin embargo, algo sí que ha cambiado en nuestra época en lo que respecta a lo que es considerado como “milagro”: el Vaticano ha desarrollado una gran experticia médica para separar lo que son las recuperaciones asombrosas, aunque médicamente comprensibles, de las curaciones milagrosas, sin explicación científica alguna.
Es decir, que los milagros ya no pueden ser “aleatorios”, sino que han de estar científicamente comprobados.
Confluencia de fenómenos
En las últimas décadas, explica Paulson, se ha producido la paradójica confluencia de dos fenómenos: al mismo tiempo que la ciencia médica ha mejorado en las explicaciones sobre las recuperaciones humanas, la Iglesia Católica Romana ha tenido que afrontar un número creciente de curaciones inexplicables.
El resultado ha sido un proceso inusual, que ha consistido en que el Vaticano se haya especializado –científicamente- en desechar causas “milagrosas” para poder revelar qué hay de verdad en cada “milagro” que se le presenta para su consideración.
Esta situación de investigaciones paralelas, la médica buscando explicaciones en el mundo natural y la eclesiástica en lo sobrenatural, supone una nueva vuelta de tuerca para la ya tradicional tensión entre ciencia y religión, afirma el autor del artículo.
El contraste es especialmente intenso dentro del catolicismo, que desde siempre ha estado más abierto a la investigación científica que otras religiones, pero que también reconoce creer en la intervención divina en la vida cotidiana y da una gran importancia a los santos y al papel de éstos en la devoción de los católicos.
Necesidad de verificación
En el pasado, los milagros tendían a ser de índole más fantástica, pero en el mundo moderno, se encuentran de manera casi exclusiva en el terreno de la curación de enfermedades, explica Paulson.
Esto se debe, según el jesuita norteamericano James Martin, autor del libro “My Life With the Saints” (Mi vida con los santos), publicado en 2006, a que la iglesia necesita que sus milagros sean verificables, y normalmente los únicos que son más fáciles de verificar (desde un punto de vista científico) son los relacionados con recuperaciones de cualquier enfermedad.
Martin señala que estas curaciones, para ser contempladas como “milagrosas”, en la actualidad deben ser inmediatas, permanentes (sin recaídas), no atribuibles a ningún otro tratamiento; han de estar claramente documentadas por evidencias médicas; y ser el resultado de plegarias intencionadas pidiendo la intervención de un santo.
Análisis desapasionado
El proceso actual de canonización de santos en la Iglesia Católica, informal durante el primer milenio de la cristiandad, se ha ido regulando durante los últimos ocho siglos, y ahora mismo ha de pasar por diversos procesos de revisión, que culminan en los exámenes de miembros de la Iglesia expertos en medicina, antes de que el propio Papa tome la última decisión.
Para ello, la Congregación para las Causas de los Santos de Roma cuenta con un equipo de especialistas en medicina que determinan si la curación carece de explicación científica.
La intención de los eclesiásticos es llevar a cabo un análisis desapasionado de cualquiera de los casos que se planteen, y esto les lleva incluso a acudir a médicos no católicos que corroboren esa carencia de explicaciones científicas para ciertos hechos.
Con todas estas condiciones y revisiones, concluye Paulson, no resulta sencillo hoy día llegar a declarar como milagrosa una curación.
El afán por la rigurosidad en el seno de la Iglesia Católica ha llevado incluso a instalar en Lourdes, lugar de peregrinación católica en Francia, un consultorio médico en el que se han revisado ya miles de supuestas curaciones milagrosas. De todas ellas, menos de 70 han sido reconocidas por la Iglesia como científicamente inexplicables y, por tanto, de intervención divina.
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