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Machado y la angustia por la tensión entre la vida y la muerte

Ante la vida y la muerte, cabrían tres actitudes fundamentales: la optimista, la pesimista y la “optimopesimista”, típicamente ambivalente. Esa experiencia dramática de la vida en la búsqueda de sentido fue vivida también por el poeta Antonio Machado. Dios aparece en su obra como una respuesta que abre al hombre a la plenitud de la luz, desde la angustia por la tensión entre la vida y la muerte. Por Andrés Ortiz Osés.

Machado y la angustia por la tensión entre la vida y la muerte

El sentido de la existencia está en vivir la vida de atrás adelante, de la vida a la muerte, asumiendo el sinsentido críticamente. El sinsentido representa la sombra y lo sombrío respecto a la luz vital, la otra cara y el contrapunto. De aquí la necesidad de re-mediar los contrarios y coimplicar los opuestos a través de la trama conflictiva de la vida y de la muerte.

Esta experiencia dramática de sentido se vive con profundidad en el poeta Antonio Machado. Dios aparece en la confluencia de la luz y de las tinieblas, del Ser y del No-Ser, o la Nada.

Se trata de una recreación del mundo fatídico, o si se quiere, de una procreación poética y metafísica, así pues de la realización como liberación simbólica de lo real, atrapado o encadenado por la contingencia, la confinitud y el confinamiento, pero también por la incuria, la injusticia y la inhumanidad.

Actitudes humanas ante la búsqueda de sentido

El duelo de existir supone una respuesta humana impuesta por los hechos y que nunca puede dejar de darse. La apertura libre del hombre a Dios tiene relación sin duda con la actitud humana, es decir, con la forma de situarse ante el duelo de existir.

La apertura de Machado a la luz final de la Divinidad estuvo fundada en su actitud ante la vida, en su “talante” ante el duelo de existir. El talante ante la vida – la pasión con que el hombre busca la vida y la plenitud – están en el fundamento del tipo de respuesta que el hombre es capaz de asumir ante el sentido, bien sea el teísmo, el ateísmo, la creencia o la increencia.

Actitud optimista

La actitud optimista ante la vida es la actitud positiva y aún positivista o buenista. Es la actitud clásica y aún clasicota, por cuanto ve la unidad de lo real y su verdad, la belleza de lo real y su bondad. Todo lo real es racional decía Hegel: estamos en el mejor mundo posible, afirma Leibniz.

El optimismo clásico procede de un cruce entre la Biblia y la filosofía griega. El Dios bíblico vio que su creación era buena, y tanto Platón como Aristóteles confirman la bondad primigenia del ser, solo maleada accidentalmente en este mundo. La sustancia de lo real es racional, lo irracional es accidental. El bien triunfa en consecuencia sobre el mal, como el héroe clásico triunfa tradicionalmente sobre el dragón maligno.

Esta actitud positiva o positivista acaba en el dualismo de la vida contra la muerte, del bien contra el mal, de Dios contra el diablo. El propio Epicuro piensa que mientras hay vida no hay muerte, porque cuando llegue la muerte ya no hay vida. Esta visión epicúrea propicia un idealismo que está hoy en moda, especialmente en los aledaños de la New Age y alrededores. En donde se festeja una idea evanescente y flotante de la existencia humana, ajena a su negatividad y límites.

La actitud optimista desemboca fácilmente en una vivencia deletérea de carácter mágico, en la que se confunde la felicidad con los efluvios anímicos más etéreos. Ahora bien, una cosa es la apertura positiva de la vida desde su encallamiento en tierra al mar abierto, y otra anegarse místicamente en las brumas marítimas presuntamente deliciosas.

El problema del optimismo es que resulta enemigo de lo bueno, pues es un buenismo que no tiene en cuenta el mal, así como el positivismo no asume lo negativo. Así se recae en un idealismo romanticote, cuya idea no se corresponde con la realidad. Por cierto, no hay que olvidar en este contexto que al optimismo exagerado suele suceder por ab-reacción un pesimismo desaforado.

La apertura positiva es buena, pero la apertura positivista o buenista es mala, pues es incapaz de asumir la maldad críticamente.

Actitud pesimista

Si el optimismo es un extremo, el pesimismo es el otro extremo que piensa el mundo negativamente como malo. Aquí se junta la gnosis oriental y el pensamiento trágico griego, el pesimismo de Schopenhauer y el existencialismo del absurdo de Sartre, así como el nihilismo que arriba a Cioran.

Nos las habemos con una revisión dracontiana de la realidad, según la cual no vence decisivamente el héroe sino el dragón encarnado por la muerte. El héroe vence batallas, pero la guerra es ganada por el dragón. En su insensatez el hombre piensa que se va a tragar el mundo, pero finalmente es tragado por el dragón/tragón.

La muerte plantea así a la vida su límite irracional y su destino oscuro, su tope mortal. Pues no es que nos muramos meramente al final, como piensa Epicuro, sino que nos vamos muriendo poco a poco, a través de límites, obstáculos, enfermedades y sufrimientos. Por otra parte, no se trata solo de la muerte, sino de morir de mala manera: y todo morir se realiza malamente.

La contingencia nos cerca y la finitud nos acerca al morir de la muerte. Somos moribundos en potencia, como los gladiadores romanos, y saludamos con el pulgar abatido.

La melancolía puede anidar en la actitud pesimista ante la vida, una melancolía lúcida que puede desembocar en la depresión negra y tortuosa. Sin embargo, la visión oscura de la existencia no debería acabar en oscurantismo psicológico, sino que podría provocar una sana reacción o ab-reacción. Ese es el caso de Cioran cuando afirma que la meditación lacerante del suicidio le ha evitado la realidad lacerada del mismo, así como también el hastío le ha acabado conduciendo al hastío del hastío.

La positividad del positivismo está en abrirnos el espíritu más allá de la realidad dada a través de un suplemento optimista; pero la negatividad del positivismo está en dejarnos colgados arriba sobre el abismo de la realidad abajo. Por su parte, la positividad del negativismo radica en oscurecer o enturbiar la trasparencia ideal de lo real, haciéndonos más realistas; pero su negatividad radica en el negativismo al ultranza. Deberíamos entonces buscar la mediación entre el optimismo expansivo y el pesimismo impansivo (que domina por dentro).

Optimopesimismo

El optimismo del bien se topa con el tope del pesimismo del mal, y viceversa. Se trata de dos extremos que se correlativizan mutuamente, y cuya mediación resulta clave para remediar nuestra auténtica actitud ante la vida La cual sería la actitud de un “optimopesimismo”, o sea, de un optimismo o positivismo que tiene en cuenta el pesimismo o negativismo y, por tanto, abierto a su compensación; así como de un pesimismo o negativismo abierto al optimismo y, por tanto, que lo tiene en cuenta compensatoriamente.

Nos las habemos así con oposiciones complementarias. Nuestra labor psicológica consiste en re-mediar los contrarios y coimplicar los opuestos en una compostura medial y relacional. Asumimos entonces una actitud de ambivalencia, palabra que significa “doble valencia”, porque la realidad es positiva y negativa, buena y mala, vital y mortal. Podemos hablar de una dialéctica de los contrarios, que yo suelo traducir o interpretar como “dualéctica” de los opuestos compuestos.

Una tal composición de los opuestos resulta oscilante y constituye una trama abierta. Para que esta trama no resulte traumática o contradictoria, es necesario reconvertirla en drama o dramática humana, ya que el hombre oscila melodramáticamente entre los contrarios contractos o coimplicados relacionalmente. Esto quiere decir que lo positivo –el bien- y lo negativo –el mal- no son absolutos o excluyentes, sino cómplices existenciales. Por eso el bien debe abrirse al mal para trasfigurarlo, mientras que el mal debe abrirse al bien para sublimarse.

La lucha entre el héroe del bien y el dragón del mal no se decide unilateralmente
en favor del uno o del otro, sino que es una lucha entre los extremos a mediar y remediar. El punto medio virtual/virtuoso es el amor de los contrarios, una filosofía “compresente” tanto en el taoísmo del yin-yang como en el cristianismo del amor a los enemigos. Ha sido el físico Niels Bohr quien mejor ha comprendido semejante remediación de los contrarios en su lema de los contrarios como complementarios (Contraria sunt Complementa). Por su parte, el maestro C.G.Jung titula su obra magna “El misterio de la conjunción” (Mysterium coniunctionis).

Como decía E. Trias sobre caminos filosóficos, lo sublime es la conjunción de lo bello y lo siniestro. Lo sublime menta el sentido de la vida, o sea, el sentido existencial, el cual dice asunción del sinsentido mortal. Y es que finalmente el héroe muestra su naturaleza mortal, mientras que el dragón muestra su naturaleza humanizable.

Sentido y sinsentido

Hemos hablado de la actitud optimista o pesimista ante la vida, pero tras nuestro discurso hablamos de una actitud optimista y pesimista, optimopesimista, de un optimismo que asume el pesimismo mortal y de un pesimismo que asume el optimismo vital. A partir de nuestra mediación no cabe hablar de un optimismo puro sino impuro, o sea, de un optimismo trágico; y tampoco cabe hablar ya de un pesimismo impuro sino purificado, o sea, de un pesimismo cómico. El optimismo trágico asume lo peor para tratar de sacarle algún sentido; por su parte el pesimismo cómico asume el humor como corrosión de la propia corrosión.

El caso es que no podemos superar el sinsentido y el mal, pero podemos “supurarlos”. Tampoco podemos acceder a un supersentido, como querría V. Frankl, pero sí a un sentido que asume el no y lo negativo, componiendo así la consonancia disonante del sí y del no, o sea, del si-no o sino, destino o destinación de nuestra coexistencia.

Ahora bien, como adujo Einstein, plantear el sentido de la existencia es adoptar una actitud religiosa, por lo que plantear el sentido y sinsentido de la existencia es adoptar una actitud religiosa y secular, de religación de los contrarios: los cuales son significados tradicionalmente como Dios y el diablo.

La Canción de la tierra musicada por Mahler acaba en un acorde sin resolver, un acorde no resuelto y por lo tanto abierto. La apertura es siempre la clave del sentido, capaz de asumir el sinsentido proyectivamente. Por eso Laín Entralgo redefinía la enfermedad como una prueba y un reto, como un desafío existencial. Sin embargo, lo más intrigante de nuestro médico humanista es que colocaba a Dios no solo como el fundante sino como el desfundante, o en su terminología, como el “vulnerante”, tal y como se muestra en nuestra muerte.

En el cristianismo el Dios de Jesús es el fundante de la vida y el desfundante, el Dios de la vida y también de la muerte, el Dios que abandona al propio Jesús en la Cruz. En palabras de Laín Entralgo: “Dios no es para el hombre sólo lo “fundamentante” y lo “abarcante”; para confusión y dolor del alma humana, Dios es también lo “vulnerante”, y así lo muestra la enfermedad” (Experiencia de la vida, pág.93).

Dios en Machado

La filosofía de Antonio Machado se expone en la obra de su apócrifo Juan de Mairena. Pero Machado no es un filósofo sino un poeta sensorial, que tiene una filosofía realista y una metafísica idealista, sin duda inspirada por la tradición del krausismo y su “panenteísmo”.

Este último es un idealismo de inspiración cristiana, según el cual el universo es la presencia de lo divino mundanizado, sensorializado y atrapado o encerrado en su confinitud o confinación.

Dejamos aquí constancia de nuestra exégesis existencial de la filosofía machadiana, sintetizada en la visión de Dios y el mundo, del ser y la nada, de la conciencia y la inconsciencia.

Dios, el mundo y la nada

En la metafísica machadiana Dios sería el ser radical, cuyo atributo esencial sería la conciencia pura o luminosa. Por su parte, el mundo es la aparición entitativa del Dios, el ente que refleja al ser divino, su (in)consciencia significada por la bella inmanencia de la tierra.

Frente a la tierra y su conciencia impura, Dios es la presencia y la conciencia pura, el cual se desliza poéticamente sobre el mar hasta desbordarlo hacia la nada, que es la niebla del ser, su reverso o anverso, su sombra y noche, la ausencia opaca de su presencia trasparente.

El Dios machadiano se refleja en el mundo pero no lo crea, ya que el mundo es el ente que refracta el ser divino. Dios no crea el ser sino que es el ser, un ser trascendente pero inmanentizado en la realidad de lo real.

Ser metafísico o ideal

Dios es así el ser del ente o entes, un ser divino que no crea el mundo real sino el trasmundo irreal de la nada, la cual es el no-ser surreal, la sombra del ser que se manifiesta en la ensoñación poética y en el pensamiento filosófico. La nada es el gran cero que cerca al gran Uno (Dios), un Uno que se replica o multiplica en las realidades del mundo y se contrareplica en el no-ser.

A partir de aquí Machado coloca junto a la realidad del mundo, lo que podemos llamar la transrealidad del supramundo ideal o conceptual, poético o racional, un mundo problemático que abre la realidad real a la realidad surreal, así como el ser a su reverso o nada. De esta guisa, la tierra del ente se anega en el mar del ser, un mar que se cubre de niebla ontológica hasta desembocar en el transer o ser meta-físico (ideal).

Esa niebla ontológica es el símbolo de la nada del ser, o sea, de la nada en la que sobrenada el ser como conciencia o logos de por sí radiante, pero ensombrecido por la nada. De este modo, Dios es la conciencia del ser sobre el mundo (in)consciente, la conciencia de ser sobre la niebla de la nada.

En esta cosmovisión de Machado, Dios nos inmerge en la vida real pero nos libera del mundo entitativo, lo mismo que el ser nos libera del ente, así como la conciencia nos libera de la (in)consciencia y el mar nos libera de la tierra.

Finalmente la propia nada nos libera tanto del Dios entitativo como del ser cósico, por cuanto ambos comparecen ahora reflotando libremente sobre la realidad literal o reificada de la necesidad. En donde Dios reaparece como el éxodo o salida de lo dado, así trascendido (recuérdese que el Éxodo bíblico es la liberación de Egipto por parte del Dios).

Machado y la angustia por la tensión entre la vida y la muerte

Dios-creación

Todo ello viene a decir que Dios es el fundamento liberador del mundo como el ser es el fundamento liberador del ente. Por su parte, la nada comparece como el desfundamento del ser de Dios, por cuanto Dios y el ser quedan flotando sobre su envés o revés (la nada).

Dios sería por lo tanto el ser que nada en el horizonte de la nada, ya que la nada nimba a Dios y al ser. Ello significa que Dios no es el ser creador de lo físico sino de lo metafísico, no de la realidad sino de lo transreal, no de lo presente sino de lo ausente, no de la luz sino de la sombra. Por eso la presencia se concibe o conciencia por la ausencia, Dios en relación a la nada y el ser en referencia al no-ser.

Machado se imagina así la nada como ámbito de creación, poética o filosófica, de un Dios creador de sentido, lo cual es propio de un ser transentitativo o metafísico que, como el Dios encarnado (el hombre), ensueña o piensa, imagina o proyecta abriendo el mundo simbólicamente.

Esta apertura simbólica define el ser de Dios y reflejamente el ser del hombre, así como sus amores y verdades. Nuestro poeta lo expresa afirmando que “todo amor es fantasía”, para añadir: “también la verdad se inventa”. En donde la nada es el no-ser o posibilidad que posibilita imaginalmente al ser, el silencio que posibilita simbólicamente al Dios, la muerte que posibilita en su límite la vida, el horizonte abierto que posibilita la visión mundanal.

El Cristo de Machado

Frente al Dios entitativo o dado (cósicamente), nuestro poeta postula un Dios-dación o creación, un Dios conciencia de nuestra (in)consciencia y, por tanto, abierto radicalmente a la otredad tanto del otro como de lo otro (alteridad como alteración de lo meramente dado).

En efecto, Dios en A. Machado es alteridad u otredad trascendente, pero inmanentizada en el corazón humano como amor, el cual se define como alteración de nuestra identidad cerrada o encerrada y, por tanto, como fraternidad abierta.

El Cristo de Machado es el arquetipo histórico de semejante otredad inmanente, caracterizada por una fraternidad que pone en tela de juicio la gran tradición machista y patriarcal, como afirma nuestro autor expresa y explícitamente.

En su encarnación, Cristo expía según Machado el pecado de la vieja divinidad patriarcal, por eso el Cristo machadiano es el Cristo libre y liberador que camina en la mar, el Cristo desenclavado que nos desenclava de nuestra enajenación o alienación en un mundo inhumano o cainita. Ello significa para el poeta seguir el consejo de su amigo Miguel de Unamuno, cuando predica descatolizar España para poder cristianizarla.

Conclusión

El sentido de la existencia está en vivir la vida de atrás adelante, de la vida a la muerte, asumiendo el sinsentido críticamente. Pretendemos el sentido puro, como si el sentido no tuviera una relación dialéctica/dualéctica con el sinsentido, el cual representa la sombra y lo sombrío respecto a la luz vital, la otra cara y el contrapunto.

De aquí la necesidad de re-mediar los contrarios y coimplicar los opuestos a través de la trama conflictiva de la vida y de la muerte, en una coexistencia humana humanizada.

Como hemos apuntado, es propio de lo sagrado del sentido existencial la compresencia de lo luminoso y lo oscuro, de la expansión vital y de la impansión mortal, de eros y antieros. Por eso el ser, símbolo del sentido en Heidegger, aparece como fundante y desfundante de los seres o entes.

Esta dualitud de los contrarios reaparece en el propio Dios, personificación del sentido existencial, cuando se concibe como fundante y desfundante, vida y muerte, tal y como se muestra en la pasión de Jesús.

Antonio Machado invoca finalmente al Dios de Jesús como “alma”, y el alma dice aliento, o sea, amor o caridad. Un tal amor es creación no de lo real dado sino de lo ideal, no dado sino puesto por el hombre abierto al Dios.

Se trata de una recreación del mundo fatídico, o si se quiere, de una procreación poética y metafísica, así pues de la realización como liberación simbólica de lo real, atrapado o encadenado por la contingencia, la confinitud y el confinamiento, pero también por la incuria, la injusticia y la inhumanidad.

Referencias bibliográficas:

—Aristóteles (Ética a Nicómaco).
—Epicuro (Carta a Meneceo).
—Cioran (Breviario de podredumbre).
—C.G.Jung (Mysterium coniunctionis).
—P. Laín Entralgo, La enfermedad como experiencia, en: Varios, Experiencia de la vida, Alianza, Madrid 1966.
—V. Frankl (El hombre doliente).
—L. Rojas Marcos (Nuestra incierta vida normal).
—A. Cortina (Ética civil y religión).
—A.Ortiz-Osés (El duelo de existir).
—Antonio Machado, Obras, Losada, Buenos Aires 1964.
—Aurora de Albornoz (Antología de A. Machado).
—José Mª González Ruiz (La teología de A. Machado).
—M. Unamuno (Del sentimiento trágico de la vida).
—A.Ortiz-Osés (Heidegger y el ser-sentido).
—Para el krausismo, véase la obra de Krause (Sistema de filosofía, así como Compendio de estética), y su influencia en la Institución Libre de Enseñanza.
—Para el trasfondo existencial, puede consultarse H. Bergson y M. Heidegger, J.P. Sartre y María Zambrano.

Artículo elaborado por Andrés Ortiz Osés, Catedrático de Antropología Filosófica y Cultural en la Universidad de Deusto, Bilbao, y colaborador de Tendencias21 de las Religiones.

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