Bárbara Azaola Piazza: Historia del Egipto contemporáneo. Madrid: Los Libros de La Catarata, 2008 (232 páginas).
La intervención del Ejército egipcio el pasado 3 de julio ha recibido diferentes eufemismos. Su denominador común venía a presentar el golpe de Estado como un mero “golpe de timón”, que corregía el rumbo del país ante la deriva autoritaria hacia la que estaba siendo arrastrado por los Hermanos Musulmanes.
La destitución del presidente electo Morsi se produjo al amparo del creciente descontento social y las reiteradas protestas de la heterogénea oposición, junto a la propia inexperiencia en el gobierno y, en particular, en la gestión de crisis de la Hermandad.
No era la primera vez que a la sombra de las protestas populares el Ejército daba un golpe de Estado. Así ocurrió en 2011. Paralelamente a la revuelta en la calle, la Junta Militar destituyó a Mubarak, a modo de chivo expiatorio, para continuar con las riendas del poder.
Que en un primer momento el golpe no se saldara con un baño de sangre, e incluso fuera interpretado como una intervención preventiva de una guerra civil a semejanza de la siria, suscitó ciertas dudas y engaño entre algunos sectores de la opinión pública, más allá de las adhesiones de apoyo. Pero, como todo golpe de Estado, no tardó en mostrar su rostro más sangriento y represivo.
La dura represión de los Hermanos Musulmanes recuerda viejos tiempos, de persecuciones y vejaciones. Difícilmente se pueda acabar con una organización tan arraigada entre algunos sectores de la sociedad egipcia desde hace unas ocho décadas. Más efectivo políticamente sería imitar la labor de asistencia social de los islamistas que combatirlos por la fuerza.
Por el contrario, como ha mostrado la historia más reciente de Egipto, la represión de los Hermanos Musulmanes, lejos de erosionar o eliminar su presencia, ha propiciado el efecto inverso, su fortalecimiento y arraigo popular. Es más, también ha cosechado una consecuencia no deseada y contraproducente, como la radicalización de algunos sectores hacia una deriva violenta y terrorista.
Como recoge Bárbara Azaola Piazza, en un libro muy recomendable para comprender el presente de Egipto desde su historia contemporánea, “A finales de la década de los noventa el ambiente político y social vivió un recorte de las libertades de expresión en general, cerrando el espacio político a los islamistas moderados, como a los miembros de al-Wasat, al tiempo que se radicalizaban los grupos islamistas extremistas que multiplicaban sus acciones violentas…”
Por otra parte, el empleo de los eufemismos en referencia al golpe militar se ha realizado también para eludir las implicaciones que tendría para la política exterior de algunos países con El Cairo. Sin olvidar su descrédito por apoyar ―ya sea por acción u omisión― la interrupción de un proceso de transición hacia la democracia.
El caso más evidente, pero único, ha sido el de Estados Unidos. Sin embargo, el Departamento de Estado ha anunciado recientemente (9 de octubre) que “reajustará” la ayuda estadounidense a Egipto. La adopción de esta medida se debe, principalmente, a las presiones internas en uno de los momentos más críticos para la presidencia de Obama, pero también ante las incertidumbres externas sobre el nuevo proceso abierto manu militari en Egipto.
Esto no significa una suspensión ―temporal o definitiva― de la asistencia que brinda Washington a El Cairo desde la firma de los Acuerdos de paz de Camp David (1978), sino su reacomodación. Esto es, se mantiene la ayuda en algunas áreas (seguridad regional, contraterrorismo, salud y educación), pero se retira en otras (ayuda económica directa al gobierno y entrega de algunos sistemas militares).
Precedido por la suspensión de las maniobras militares conjuntas egipcio-estadounidenses, este gesto parece querer marcar cierto distanciamiento de la violencia ejercida por el Ejército. Pero no supone una ruptura en la relación estratégica que mantiene Estados Unidos con Egipto, asentada sobre el trípode del Canal de Suez, Acuerdos de Camp David y lucha contra el terrorismo.
Es también muy probable que la retirada parcial de la ayuda estadounidense sea reemplazada por Arabia Saudí, que había anunciado esta eventualidad junto con otras petromonarquías del Golfo. No en vano Riad fue de las primeras capitales en dar la bienvenida al golpe militar. Solo este hecho aconsejaba distanciarse del mismo.
Pero todavía siguen pesando más las razones geoestratégicas y económicas que la democracia y el respeto a los derechos humanos, pese a su retórico apoyo durante el intenso año de la primavera árabe. De hecho, la cúpula militar egipcia es consciente de su rol estratégico en la región y, por tanto, juega sus cartas en este sentido.
Sin estar centrado específicamente en el Ejército, el texto de Bárbara Azaola es muy esclarecedor del papel desempeñado por los militares en la historia de Egipto. Acompañado de una introducción sobre sus orígenes contemporáneos y paréntesis monárquico, el grueso de su obra se ocupa de los tres grandes mandatos de Naser, Sadat y Mubarak, que tenían en común proceder de la institución militar.
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