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Podemos moldear el cerebro a través de la imaginación

Podemos moldear el cerebro a través de la imaginación

La imaginación es capaz de moldear lo que el cerebro aprende de la experiencia. Por ello puede ser utilizada para superar el miedo y la ansiedad. Y también para borrar de la memoria los recuerdos negativos.

Podemos moldear el cerebro a través de la imaginación

Imaginar una amenaza puede alterar la forma en que está representada en el cerebro, ha descubierto una investigación. En consecuencia, puede usarse de manera constructiva para moldear lo que el cerebro aprende de la experiencia.

«Esta investigación confirma que la imaginación es una realidad neurológica que puede afectar a nuestros cerebros y cuerpos en formas que son importantes para nuestro bienestar», explica Tor Wager, director del Laboratorio de Neurociencia Cognitiva y Afectiva en la Universidad de Colorado en Boulder y uno de los investigadores, en un comunicado. Los resultados se publican en la revista Neuron.

Los investigadores sugieren que la imaginación puede ser  una herramienta poderosa para ayudar a las personas con miedo y trastornos relacionados con la ansiedad a superarlos. Desde la década de 1950, los médicos han utilizado la «terapia de exposición» como tratamiento de choque: piden a los pacientes que enfrenten sus temores, reales o imaginarios, en un entorno seguro y controlado y de esta forma consiguen resultados positivos.

Sin embargo,  hasta ahora, se ha sabido muy poco acerca de cómo tales métodos impactan en el cerebro o cómo la imaginación se compara neurológicamente con la exposición a una situación desagradable de la vida real.

«Nuestros hallazgos cierran una brecha entre la práctica clínica y la neurociencia cognitiva», señala Marianne Cumella Reddan, coautora de la investigación. «Este es el primer estudio de neurociencia que muestra que imaginar una amenaza puede alterar la forma en que está representada en el cerebro».

Metodología

Para llegar a esta conclusión los investigadores reunieron a 68 participantes sanos a los que sometieron a una serie de pruebas. En primer lugar, se les preparó a todos ellos para vivir una experiencia incómoda, pero no dolorosa: tenían que asociar un sonido provocado por los investigadores con una leve descarga eléctrica.

Una vez establecida en sus cerebros la relación entre el sonido y la descarga eléctrica, los participantes fueron divididos en tres grupos. Al primer grupo se les hizo escuchar el mismo sonido asociado a la leve descarga eléctrica, sin sufrir nuevos impactos.

El segundo grupo, a diferencia del primero, no escuchaba el sonido asociado a la descarga, sino que tenía que imaginarlo en su cerebro. El tercer grupo tenía que imaginar algo diferente: sonidos agradables de la naturaleza, como trinos de pájaros o lluvias. Ninguno de los participantes de estos dos grupos tampoco recibió descarga alguna en esta fase del experimento.

Durante todas las fases del experimento, los investigadores midieron la actividad cerebral de los participantes utilizando imágenes de resonancia magnética funcional (IRMf) y midieron también la reacción corporal a través de sensores.

Lo primero que descubrieron fue que los participantes que oyeron o imaginaron el ruido amenazante, mostraron una actividad cerebral similar: las neuronas de la corteza auditiva (que procesa el sonido), del núcleo accumbens (la parte del encéfalo que procesa el miedo) y de la corteza pre-prefrontal ventromedial (asociada con el riesgo y la aversión),  se encendieron mientras oían el sonido asociado a la descarga eléctrica.

Sin embargo, cuando se repitió el experimento sin descarga eléctrica, la reacción cerebral fue diferente y significativa: los participantes que, o bien escucharon el sonido sin recibir descarga eléctrica, o bien solo lo imaginaron, mostraron que la actividad cerebral que antes había encendido las neuronas del miedo y del peligro, no se producía. El cerebro había aprendido a no tener miedo.

No ocurrió lo mismo con el grupo que imaginó pájaros o lluvias: el miedo al sonido asociado a una descarga eléctrica persistió después del experimento. Para ellos, el ejercicio de imaginación no había funcionado.

«Creo que mucha gente asume que la forma de reducir el miedo o la emoción negativa es imaginar algo bueno. De hecho, lo que podría ser más efectivo es exactamente lo contrario: imaginar la amenaza, pero sin las consecuencias negativas», explica Wager.

Actualizar recuerdos

Otro resultado de esta investigación es que pone de manifiesto que  a través de la imaginación también es  posible actualizar recuerdos. Investigaciones anteriores han demostrado que imaginar un acto puede activar y fortalecer regiones del cerebro involucradas en su ejecución en la vida real, mejorando el rendimiento.

Por ejemplo, imaginar que tocamos el piano puede aumentar las conexiones neuronales en regiones relacionadas con los dedos. La nueva investigación muestra también que es posible insertar nuevos detalles en la memoria.

«Si tienes una memoria que ya no te sirve o te está paralizando, puedes usar la imaginación para aprovecharla, cambiarla y volver a consolidarla, actualizando la forma en que piensas y experimentas algo», dijo Reddan, recalcando algo tan simple como imaginar un sonido conectado a una compleja red de circuitos cerebrales.

Ella señala que hubo mucha más variación en la actividad cerebral en el grupo que imaginó el sonido frente a los que realmente lo escucharon, lo que sugiere que aquellos que tienen una imaginación más vívida pueden experimentar mayores cambios cerebrales cuando simulan algo en su mente.

Por ahora, advierte Wager, hay que prestar más atención a lo que imaginamos. «Administra tu imaginación y lo que te permites imaginar. Puedes usar la imaginación de manera constructiva para moldear lo que tu cerebro aprende de la experiencia», concluye.

Referencia

Attenuating Neural Threat Expression with Imagination. Marianne Cumella Reddan et al. Neuron, November 21, 2018. DOI:https://doi.org/10.1016/j.neuron.2018.10.047

RedacciónT21

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