Mayo de 2011: mientras en la madrileña Puerta del Sol arde la indignación, los periodistas Édouard de Hennezel y Patrice Van Eersel entrevistan en su modesto apartamento parisino a Stéphane Hessel, el hombre que, a sus noventa y tres años, acaba justamente de lanzar el grito de ¡Indignaos!
Vivez! (Carnets Nord, París, 2012), un opúsculo de 90 páginas, rompe moldes. No es un libro-entrevista político, aunque el tema de la universalidad de los derechos humanos ocupe en él un lugar muy importante, como es lógico no sólo por la notoria actualidad del asunto sino porque Stéphane Hessel es el único participante aun vivo en la elaboración de la trascendental Declaración de las Naciones Unidas.
Pero en el prólogo, de Hennezel nos revela ya que él y su colega se dirigieron a Hessel “manifestándole su deseo de interrogarle sobre el tema de la espiritualidad”, ante lo que obtuvieron una inmediata respuesta afirmativa.
Difícilmente el Zeitgeist (espíritu de los tiempos) habría podido proporcionar una ocasión mejor de ilustrar una línea argumental: la que he defendido aquí en distintas ocasiones. Y como soy de los que creen que el referido Zeitgeist es algo más que una metáfora, no me ha sorprendido nada encontrarme esta pequeña joya en el anaquel de Novedades de la librería que suelo frecuentar. Por lo que, sin más, paso a referirme a lo que más me ha interesado de esta nueva llamada hesseliana.
Lo mejor será aportar algunas citas, que pueden servir de acicate para hacerse con este librito, que no tiene desperdicio y que, por si fuera poco, es barato, cosa importante en los tiempos que corren. A señalar, de todas formas, que todavía no ha aparecido en castellano, de modo que la traducción de los párrafos selecconados es de mi cosecha.
P. ¿Cree Ud. en la noción de trascendencia?
R. Ciertamente. Sabemos que más allá de la inmanencia debe haber otra cosa, que podemos definir como una forma de espiritualidad. (…) Pienso que más allá de la vida material existe un dominio al que todos tenemos acceso, que podemos denominar de diferentes modos, y que “nos llama” como algo a lo que sabemos que tenemos derecho. Pero para acceder a ello, hemos de hacer un cierto esfuerzo…
P. ¿Ese esfuerzo implicaría que la espiritualidad precisa de una cierta práctica?
R. Sí. Todo aprendizaje necesita algún tipo de ejercicio en el que debe intervenir nuestra capacidad de reflexión, junto con nuestra voluntad y nuestra capacidad de acción.
Los entrevistadores abordan, a continuación, un tema más polémico:
P. Según usted no necesitamos un Dios único. Dice usted que los monoteísmos son factores de violencia.
R. (…) Si se necesita un Dios único, este no puede ser más que “mi” dios. Y al ser el mío “el verdadero Dios”, el de cualquier otro monoteísmo sólo puede ser un falsario y es normal combatirlo. Esto es lo que reprocho a los monoteísmos tal como se han desarrollado históricamente.
Unas líneas más adelante, Hessel se manifiesta en los siguientes términos:
En mi opinión, es preciso distinguir la espiritualidad y el sentido de la trascendencia, en su expresión más general, de la noción de “un dios”, de uno o varios dioses.
Día a día, la noción de una espiritualidad aconfesional se va perfilando. Es algo que sucede a la vista de todos, análogamente a como se sabe cada día un poco más de Marte gracias al “Curiosity”. Ahora es el anciano Hessel el que tercia en el debate, y no cabe, por cierto, asimilar su figura a la de un lama aislado del mundo ni a la de un newager irracional y escapista.
Es un hombre comprometido hasta el tuétano con la libertad y la justicia, antiguo resistente a la ocupación nazi, corredactor de la Declaración Universal de Derechos Humanos, denunciador implacable de prácticas socioeconómicas perversas y desigualdades intolerables, cuyos escritos han tenido reconocida influencia en el desencadenamiento de los primeros grandes movimientos populares de oposición a la dictadura global de los mercados financieros y del gran capital. Un hombre así se declara espiritual, que no religioso, y sus ideas al respecto merecen ser consideradas con atención.
Hessel admite la trascendencia pero no el dios de los monoteísmos. Habla de “un dominio accesible, más allá de la vida material”, pero no cree en el dios único que se convierte fácilmente en el dios de la tribu que forman los que creen en él, y que pide aniquilar al dios o los dioses de los otros. Creo difícil negarle toda razón si uno se remite a determinados párrafos del Antiguo Testamento, como el siguiente:
i[No te inclinarás ante otros dioses ni los servirás ni harás como ellos [los gentiles] hacen; antes los destruirás enteramente y quebrantarás sus estatuas. Mas a Jehová, vuestro Dios, servirás.]i [1]
¿Y la muerte?
Creo del mayor interés recoger un estracto de las respuestas de Hessel a las cuestiones que le son sometidas -a él, un hombre que en el momento de la entrevista tiene noventa y tres años- acerca del morir. Dice el entrevistado:
— Sé que la muerte me llegará pronto, y es una buena cosa. Estoy contento de ser mortal porque pienso que es la mortalidad lo que da sentido a la vida.
— No creo que se pueda decir que “morir, en el fondo, no es nada”, porque seguramente “es algo”, y ese algo excita mi curiosidad.
— Pienso que se puede seguir “siendo” sin seguir “existiendo”. El ser de un hombre es algo que empieza antes y acaba después de su biografía. De hecho, la persona no empieza verdaderamente a existir más que a los dos o tres años de edad. Antes ya “es” pero no “existe” en el sentido que Sartre le da al término. Todos nosotros somos en el SER, que comprende nuestro existir en la vida, pero también lo que hay antes y lo que viene después. Ese “sueño” que rodea a la vida es también “ser” aunque no se exprese como existencia sino abarcando la totalidad del cosmos, la humanidad entera y la naturaleza.
Estamos ante un gran meditador. Y por eso mismo, un filósofo auténtico.
Aprovecho la oportunidad que me brindan las anteriores reflexiones de Hessel para añadir un comentario que me permitirá comunicar lo que pienso al respecto.
Nada sabemos, ni creo que nunca podamos llegar a saber nada positivamente, sobre lo que se denomina comunmente “el más allá”. Pero eso mismo nos autoriza a desplegar nuestra capacidad de reflexión metafísica. A hacerlo en un campo vedado a la ciencia, al menos tal como metodológicamente se define. [2]
¿Qué es un organismo vivo? Un sistema físico complejo y autoorganizado que permite vivir-en-el-tiempo o, si se quiere, vivir el tiempo, es decir, existir. La consciencia -para mí, realidad fundamental- es-en-el-tiempo mediante el cuerpo biológico y el sistema nervioso que de él forma parte. Pero la realidad fundamental / consciencia no necesita del tiempo para SER.
El espacio-tiempo comprende sólo cuatro dimensiones de un universo que sabemos por los físicos que es multidimensional; y si el ser universal no se constriñe a esas cuatro dimensiones, ¿cómo es? ¿cómo vive en las otras, que no se despliegan en nuestro mundo? Es por esto -y no es el único argumento- por lo que he dicho, y vuelvo a repetir ahora, que es harto presuntuosa la afirmación tajante de los materialistas de que “después de la muerte no hay nada.” ¿Qué saben? ¿Qué sabemos?
Una colaboración de sabios
…es la que se da, desde hace varios años, entre Stéphane Hessel y Edgar Morin. Esta “amistad filosofal” ha producido otro pequeño libro, titulado El camino de la esperanza (Destino / Paidós, 2012), del que sí existe traducción española.
En él se aborda una amplia temática socio-político-económica y cultural. Acerca de la inaplazable reforma del pensamiento, o lo que es lo mismo, de los paradigmas socialmente asumidos que guían y constriñen la actividad pensante, los autores plantean lo siguiente:
Se necesita una reforma del pensamiento. El saber contemporáneo es demasiado disjunto y compartimentado. Y de hecho ya se está produciendo una reorganización del saber: la ecología cientifica, las ciencias de la Tierra, la cosmología, son ciencias pluridisciplinares cuyo objeto no es un solo sector separado del contexto, sino, en cada caso, un sistema complejo. (…) La reforma del pensamiento permitirá frenar la regresión democrática causada por la expansión exagerada de la autoridad de los expertos y especialistas, que reduce las competencias de los ciudadanos, condenados a aceptar ciegamente decisiones que emanan de personas que se suponen poseedoras de un gran conocimiento, pero que a la hora de la verdad se limitan a aplicar una inteligencia parcelaria y abstracta que descontextualiza los problemas.
El encuentro de Stéphane Hessel y Edgar Morin se da entre dos personas similares por edad (ambos son nonagenarios !) y por biografía hasta cierto punto (los dos participaron en la Resistencia y comparten trayectorias de izquierda antidogmática), pero entre ellos existen diferencias acusadas que encuentro complementarias.
Hessel es, sin el menor género de duda, un romántico, pues no otra cosa cabe decir de alguien que no es sólo un idealista apasionado vehementemente por la justicia, sino también un enamorado de la poesía, que gusta recitar poemas de Verlaine, Rimbaud, Hölderlin, Poe… siempre que se le presenta ocasión. De hecho, el capítulo final de Vivez! (“Poèmes d’une vie”) consiste en una selección de poemas hecha por el lúcido anciano.
En contraste, a Edgar Morin se debe el enfoque filosófico-científico de la Complejidad, que parte de lo que cabe entender como una Nueva Filosofía de la Naturaleza, y que se prolonga en la aplicación a una reforma del método racional -y por ende científico- que la epistemología haría bien en asimilar lo antes posible. [3]
La amistad y colaboración de Stéphane Hessel y Edgar Morin constituye un ejemplo perfecto del papel de la sabiduría -cuya revalorización es cada día más necesaria- frente a la actual avalancha, un tanto informe, de información y datos, que por sí sola claramente no basta y hasta puede producir “indigestión”.
El autor de este artículo, profesor en una universidad de mayores, reivindica aquí la función insustituible que está llamada a tener de nuevo, y cada vez más, la experiencia -bien asimilada y trabajada- que una larga vida puede proporcionar.
Notas:
[1] Éxodo, XXIII, 24-25. A punto de cumplirse el décimo aniversario de la voladura de los budas gigantes de Bamiyán por los talibanes, no está de más recordar este versículo.
[2] La ciencia se define ante todo por su metodología. Esta se basa en la posibilidad de verificar o/y falsar las hipótesis mediante su contrastación con observaciones empíricas. En relación al problema de la consciencia postmortem, tal cosa es radicalmente imposible porque lo único que los vivos podemos percibir de la muerte (se entiende que real y definitiva) de un semejante es el aspecto fisiológico, por tanto externo u objetual, del desenlace.
[3] Edgar Morin, El método, vols. 1 – 6, Editorial Crítica. Ver asimismo en esta misma sección: “Edgar Morin, del universo complejo a la realidad velada”, del autor, 19 / 05 / 2007.
Artículo elaborado por José Luis San Miguel de Pablos, doctor en Geología, profesor en la U.P.Comillas y colaborador de Tendencias 21
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