Nikolaus Correll, profesor asistente de la Universidad de Colorado en Boulder (Estados Unidos), y sus colaboradores, Dustin Reishus y Nick Farrow, han desarrollado una “manada” de pequeños robots esféricos.
La idea de partida para este trabajo fue la siguiente: si un robot es capaz de realizar una tarea concreta… ¿cuánto se conseguiría si, en vez de un solo robot aislado, pusiéramos a trabajar de manera conjunta a cientos de ellos?
Correll y su equipo de especialistas en ciencias de la computación esperan que este bloque básico de fabricación robótica les permita desarrollar sistemas robóticos cada vez más complejos, informa la Universidad de Colorado en un comunicado.
Gotitas que cooperan
El equipo ha creado recientemente un enjambre de 20 robots, cada uno de ellos del tamaño de una pelota de ping-pong. Las unidades han sido bautizadas con el nombre de “gotita”. Cuando estas “gotitas” se unen, pasan a formar una especie de “líquido pensante”, explica Correll.
El investigador planea usar las “gotitas” para demostrar la capacidad de autoensamblaje y de comportamiento inteligente de estos enjambres, que pueden reconocer patrones, realizar movimientos a partir de la información registrada por sus sensores, y cambiar de forma para adaptarse.
Estas capacidades podrían ser transferidas a grandes enjambres o conjuntos robóticos, para que estos realicen tareas aéreas o acuáticas, afirma Correll.
Por ejemplo, enjambres robóticos inteligentes podrían controlar vertidos de petróleo en el mar. Asimismo, las “gotitas” podrían ensamblarse unas con otras para formar un único dispositivo, tras haber sido lanzadas al espacio por separado, añade el investigador.
Además, Correll espera desarrollar una metodología de diseño que permita a las “gotitas” agregarse unas a otras para desarrollar tareas aún más complejas, como montar piezas de telescopios espaciales de gran tamaño, e incluso de aeronaves.
Colonización robótica del espacio
Según el investigador, la fuente de inspiración de los enjambres robóticos se encuentra en la naturaleza, donde “cada organismo vivo está compuesto por un enjambre de células colaboradoras”.
“Quizá, algún día, nuestros enjambres (robóticos) colonicen el espacio para preparar hábitats y jardines exuberantes (en otros planetas), que acojan a los futuros exploradores espaciales”, señala.
De momento, con el objetivo de acelerar el proceso de innovación en marcha, el investigador ha creado un laboratorio en el que los estudiantes exploran y trabajan en el desarrollo de nuevas aplicaciones robóticas con herramientas básicas, y a bajo coste.
Por otra parte, el científico sigue trabajando en una tecnología de jardín robotizado que desarrolló en 2009 en el Instituto Tecnológico de Massachussetts (MIT).
El objetivo a largo plazo de este otro proyecto es la creación de un invernadero, atendido por robots autónomos y en el que macetas y plantas sean mejoradas usando medios computacionales, de comunicación y sensores.
La red de robots, macetas y plantas transformarían la energía, el agua y los nutrientes en productos y frutos. En este tipo de agricultura de alta precisión, el sistema de agua y nutrientes se distribuiría localmente a demanda, y la fruta sería cosechada de manera óptima.
Las plantas dirigirían las actividades de los robots a través de la información de sensores que registrarían datos como las condiciones del medio o los modelos de crecimiento específicos de cada planta (que ayudarían a hacer predicciones del estado de los frutos).
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