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De Lu Ji a García Lorca: la poesía muestra el universal humano

De Lu Ji a García Lorca: la poesía muestra el universal humano

La poesía del escritor chino Lu Ji convoca una trascendencia simbólica, dando sentido a lo sentido. Lo que vemos en ella es la complicidad de los contrarios, posibilitada por la coimplicación lingüística de los opuestos. La poética de Federico García Lorca, por su parte, conlleva un aire oriental, no sólo del ámbito árabe o arábigo, sino también de la tradición india que aflora hasta R. Tagore, y del naturalismo de la tradición taoísta o del haiku japonés. Dos maneras de unir el cielo con la tierra. Por Andrés Ortiz Osés.

De Lu Ji a García Lorca: la poesía muestra el universal humano

Lu Ji‎ es un literato y militar chino del siglo III de nuestra era, autor del “Prosopoema del arte de la escritura (Wen fu)”, una especie de metapoema sobre el arte poético. Tenemos una buena edición en Cátedra, a cargo de Pilar González España, que ofrece una visión tanto sintética como analítica de este gran aporte oriental a nuestra temática poética occidental. A partir de este texto pregnante de Lu Ji podemos redefinir la poesía universal desde la perspectiva de una “contuición” (co-intuición) típicamente oriental, contuición del sentido y lo sentido, del cielo y de la tierra, de la inteligencia espiritual y del corazón sentimental.

Contuición oriental

Subyace a toda la problemática poética oriental la concepción del Tao o Dao como vía o camino de la comprensión y vivencia del sentido (existencial), a través de un método diairético capaz de coimplicar los contrarios inclusiva y paradójicamente, con el fin de obtener una relación dialéctica de los opuestos dispuestos en un equilibrio oscilante.

Se trata de “contuir” la caída de la hoja amarillenta en el otoño y el renacer verdeante de la vegetación en la primavera: ambos momentos son lo mismo y su otredad, lo mismo diferenciado, la diferencia reunida sintéticamente en su coimplicidad por parte de una intelección propia del pensamiento sutil. Un pensamiento no abstracto o conceptual, a lo occidental, sino conceptivo por cuanto en contacto con la naturaleza, a lo oriental.

El prosopoema de Lu Ji se denomina en chino Wen fu, que significa el poema (fu) de la escritura (wen), una escritura que trata de inscribir juntos el cielo y la tierra, lo celeste y lo terrestre, el yin y el yang. Esta inscripción de los contrarios se realiza a través de la conjunción (hui), la cual se define como la junción o juntura de los opuestos complementarios, recogiendo esta oposición complementaria en la misma estructura lingüística del poema. Atrapar el cielo y la tierra en el lenguaje es hacer de este un logos que trasparenta la tierra y decanta el cielo.

Esta es la tarea literaria por excelencia y la específica tarea poética, capaz de apalabrar la razón natural de las cosas, el curso del mundo y el fluir del tiempo hasta su detección o detención simbólica, haciendo un alto o alzando un filtro en medio del proceso lineal de lo real. Ahora bien, este filtro o filtraje de lo real no es algo artificial, como en occidente, sino algo natural por cuanto está implícito o implicado en la propia marcha recursiva de lo real
Lu Ji concibe la inspiración poiética como un pasaje o pasadizo, un rito de paso, entre el flujo y el reflujo de lo real vivido, entre el fluir temporal y la confluencia espacial.

El poeta se sitúa aquí entre el pasado sido y el futuro abierto, en el centro que horada todas las cosas hasta penetrar en su espíritu a través de la emoción y el sentimiento propio del corazón. El proceso exacto sería el siguiente: visionamos la realidad de lo real y la interiorizamos subjetivamente a través de nuestra emoción y sentimientos; acto seguido, articulamos nuestra interiorización de la visión en el lenguaje hasta hacernos palabra; finalmente el lenguaje exhala el sentido más allá de sí mismo, en occidente diríamos metalingüísticamente, en oriente diríamos extáticamente.

El proceso consiste en interiorizar lo real para sentirlo, sentirlo para decirlo, decirlo para decirse o apalabrarse, apalabrarse para expirar el sentido. De este modo, el poema oriental es ante todo respiración, el lenguaje se inspira interiormente en el corazón, para luego expirar el sentido simbólicamente. Ni que decir tiene que esta exhalación lingüística del sentido es una palabra que se abre al silencio final y, por tanto, al vacío, un silencio o vacío póstumos, aunque no irreales sino surreales o simbólicos.

Prosopoema

En el Prosopoema de Lu Ji hay un apartado especial que queremos ofrecer íntegramente porque sintetiza todo el arte poético de forma brillante. En su transcripción puede observarse la interiorización de la visión del mundo afectiva y sentimentalmente, demorando el pensamiento y dejándolo todo en suspenso, reflotando el tiempo lineal en el espacio o hueco interior. La aferencia o afección propia del alma sonsaca la luz de la oscuridad, manifestando lo latente y haciéndolo patente por la captación de la esencia simbólica de la existencia real.

Ello sucede en el médium plástico o simbólico del agua y lo acuático, entre los cielos y el abismo, pescando la conciencia el sentido pisciforme en el mar de lo inconsciente. Aquí se da por lo tanto una sublimación o elevación aérea de lo telúrico, terráceo o material, así sutilziado o espiritualizado.

He aquí el texto original de Lu Ji sobre este proceso de destilación y catartización de lo real bruto, reconvertido en materia sutil o literaria (anímica):

“El proceso. Así es el comienzo: se interioriza la visión,
se adentran los sonidos. Se demora el pensamiento y todo se interroga.

El alma galopa hacia los ocho confines del espacio.
El espíritu vaga errante por alturas infinitas.

Al acercarse, la emoción poco a poco se convierte en luz.
Las cosas se reflejan e intercambian su claridad.

Y es que al beber la esencia de las palabras dichas y escritas,
paladearás el muy dulce sabor de los Clásicos.

A la deriva entre cielos y abismos, te dejarás llevar por la gran corriente,
bañándote en las aguas del manantial, internándote en su profunda hondura.

Y esas frases sumergidas que se esconden y se agitan,
serán como peces inquietos que, mordiendo el anzuelo,
emergerán desde el fondo más insondable.

Y las otras delicadas bellezas, vagando ingrávidas y errantes,
serán como pájaros de alto vuelo que, cazados con flecha y con cuerda,
caerán en picado desde las nubes más altas.

Haz acopio de palabras y de frases no usadas por más de cien generaciones.
Escoge rimas perdidas y olvidadas desde hace miles de años.

Desdeña las flores marchitas, ya abiertas, del amanecer,
y quédate con los brotes tiernos, aún cerrados, de la noche.

Así, verás pasado y presente en un único instante,
y abarcarás los inmensos mares en tan solo un abrir y un cerrar de ojos”.

Puede observarse en este texto clásico cómo el saber poético es un sabor que absorbe la esencia de las palabras y su perfume simbólico. Frente al pasado y al futuro, la introvisión poiética lo es en un Presente concebido como un “ahora eterno” (nunc stans): un ahora-instante que se hace estante y finalmente extante, a través de la conflagración del sentido. Pues como afirma el propio Lu Ji en su Prosopoema un poco más adelante:

“El poema articula la emoción hacia una intrincada belleza. La exposición poética da cuerpo a su objeto descrito de forma clara y brillante” (Lu Ji, Prosopoema, Géneros). La claridad de la auténtica palabra poética es tan brillante que deslumbra, asumiendo así la oscuridad latente en su belleza patente.

Iluminación

La auténtica comprensión poiética del mundo se realiza por interiorización de la visión hasta alcanzar su sentido a través de la iluminación. Ahora bien, la máxima iluminación tao-budista se dice “ming”, y es la iluminación dualéctica del sol y de la luna, del cielo y de la tierra, del brillo y la oscuridad a modo de contuición simbólica. En efecto, se trata de manifestar lo oculto y de revelar lo velado, concentrando el pensamiento y unificando las cosas hasta destilarlas en palabras.

Como dice Pilar González España, en la escritura pasamos de lo latente a lo patente, pero en la correspondiente lectura repasamos de lo patente a lo latente. En efecto, en la escritura pasamos del vacío a su dicción, o sea, de la no-existencia a la existencia (creación), pero en realidad la auténtica poética articula la lucha entre la existencia y la no-existencia, lo patente y lo latente, lo real y lo surreal o simbólico. Por eso la lucha poética se inscribe en oriente en el más amplio contexto humano, mundano y cósmico.

La poesía, según la visión oriental, pone orden en el caos pero no lo elimina sino que lo apalabra, articula y sublima. Esta sublimación se ejerce a través de la “inspiración” con su aspiración celeste, pero con los pies en la tierra. Efectivamente, la poesía ausculta la razón natural, el alma de las cosas, el sentido vivido (el sentido vívido).Convertir la emoción en luz, como preconiza nuestro autor, conlleva un proceso de trasformación y trasfiguración, propio del I Ching (Libro de las trasformaciones).

Pero toda esta metamorfosis o transmutación se realiza desde el fondo del alma, desde el espíritu íntegro, desde la razón oculta y el corazón sangrante, desde el yo que se abre sin forzar a la realidad silente. Ese silencio es occidentalmente el metalenguaje del lenguaje, pero orientalmente es el espacio vacío y extático del tiempo dinámico y bullanguero. Pues las propias palabras que nos han abocado al silencio deben acallarse finalmente, como la escalera lingüística de Wittgenstein debe abandonarse tras cumplir su función mediadora.

Conclusión

La poesía nos convoca así a una trascendencia simbólica, ya que lo sentido da paso, tránsito o transición al sentido, lo mismo que el qing (el corazón con sus sentimientos) da paso al xin (el alma o co-razón) y este al yi (espíritu o inteligencia espiritual, entendimiento o sentido).

La visión exterior revierte en visión interior poéticamente, y lo que vemos fuera lo vemos adentro y dentro, interiormente. Mas lo que vemos es precisamente la coimplicidad de los contrarios contractos, posibilitada por la coimplicación lingüística de los opuestos compuestos.

Pasamos así de la coimplicación externa o exterior a la coimplicidad o complicidad de todo en el todo. Como hemos mostrado sucintamente, este proceso se realiza como el paso de la extravisión a la intravisión o visión íntima o sentimental en el corazón (qing): visión cordial que pasa posteriormente del corazón al alma (xin), para finalmente pasar al espíritu (yi).

Se trata del paso de lo sentido al sentido, a través de su destilación, sublimación y trasfiguración. Pero manteniendo la tensión dialéctica interrelacional entre exterior e interior, sentimiento o corazón y co-razón o inteligencia, entendimiento y sentido.

Federico García Lorca

La poética de Federico García Lorca‎ conlleva un aire oriental, condicionado por el andalucismo universal de nuestro autor. Pero este aire oriental no se reduce al ámbito árabe o arábigo, sino que obtiene confluencias con la tradición india que aflora hasta R. Tagore, con el naturalismo propio de la tradición taoísta o con el haiku japonés. La hispanista francesa M. Pomès descubrió en la mesa de trabajo de G.Lorca la edición de A. Walley “Chinese Poems”, mientras que R. Martínez Nadal comenta cómo un famoso traductor chino consideraba la poesía lorquiana como “china”.

Quizás el común denominador del aire oriental en G. Lorca se condense en un cierto “panteísmo”, filtrado por la influencia del krausismo a través de Fernando de los Ríos y la Institución Libre de Enseñanza, compresente en la Residencia de Estudiantes de Madrid, aunque se trata de un panteísmo mitigado (el propio Krause hablaba de “panenteísmo” a modo de religiosidad natural-espiritual.

Contuición poética

Lo propio de la poética lorquiana es anudar el espíritu con la carne, el alma con el cuerpo y lo celeste con lo terrestre. Afrontamos así lo que yo llamaría un panteísmo del amor, en su versión de panerotismo, según el cual el eros es la esencia de la existencia. Este panerotismo procedería de la propia experiencia vital de G. Lorca, se alimenta del platonismo socrático y se encarna juvenilmente en el amor cristiano de Jesús: un Jesús poético que pensamos cercano al Jesús poético que delinea O. Wilde en su escrito “De profundis”.

Eutimio Martín ha mostrado convincentemente cómo el joven Lorca asume lo que llamamos panteísmo del amor de un modo encarnatorio radical, coafirmando la mediación del espíritu y la carne, del alma y del cuerpo, de lo celeste y lo terrestre (incluso demónico), frente a la posición tradicional de la Iglesia que dicotomiza o dualiza esta contuición lorquiana de los contrarios, que él quiere reunidos o religados.

De este modo comparece Lorca tempranamente mostrando una impronta cristiana liberal, pero no católica, eclesiástica o dogmática. La inspiración cristiana de nuestro autor se reclama de Jesús frente a Jehová, del Dios-amor del Nuevo Testamento frente al Dios-dictador del Antiguo Testamento. En ello está de acuerdo desde el principio con su mentor Victor Hugo, y finalmente con W. Whitman.

Pero sin duda está especialmente de acuerdo con A. Machado, cuando en su Juan de Mairena presenta la pasión de Jesús como una expiación de los pecados del viejo Dios creador y ordenador de este mundo. La filosofía que subyace a esta posición es enunciada por el propio Lorca cuando aduce que “el orden es quizás la verdad, pero mi espíritu lo odia y lo execra”.

Frente al orden divino tradicional, tan desordenado, prefiere el desorden ordenado del amor, así como frente a la verdad purista o puritana prefiere el sentido cordial y el sentimiento de la caridad. Y ello porque nuestro poeta quiere coafirmarlo todo, en nombre del dios Pan, para sublimarlo poéticamente: de este modo proyecta una abierta poética del sentido que realmente asume y no reprime lo sentido.

Poética del sentido

La poética de G. Lorca es una poética del sentido, el cual incluye y no excluye lo sentido, frente al idealismo y dualismo clásicos. Esta inclusión de lo sentido en el sentido resuelve paralelamente la interiorización de lo visto en la audición interna, propia de la poética de Lu Ji anteriormente señalada, tal y como el propio poeta granadino lo consigna, al instaurar la experiencia objetiva en la recepción sensible y subjetiva del creador. Por lo demás, la poesía lorquiana es recepción sentida de las cosas vividas, vivencia anímica y, por tanto, musical.

En efecto, el alma es el ámbito de la experiencia íntima de lo real en su surrealidad afectiva, y el alma dice pitagóricamente música: música que todo lo coliga a través del hilo conductor de la aferencia o afección, así pues del amor como religación del universo; recuérdese que en la tradición aristotélica el alma es la conjunción de todas las cosas a modo de diapasón musical, alma cuya quintaesencia es la atracción y cohesión (la coherencia es cosa de la razón abstracta). En su obrita “Del amor”, nuestro autor que es un poeta-músico, afirma por boca de la paloma, el animal religador por excelencia:

“Nuestras almas son las melodías de la vida,
y los artistas son los que tienen la facultad de adivinar el alma de las cosas”.

Se diría que G-Lorca es como un eterno adolescente, que adolece permanentemente de amor. El amor que anida en el alma y la define como religadora, se opone a la separación de los contrarios y opuestos, en nombre de ese panteísmo del alma que, como dice Aristóteles, es de algún modo todas las cosas. El modo en que el alma es de alguna forma todas las cosas es un modo trópico o simbólico, metafórico o poético, ya que la poesía contuye y reúne el tiempo lineal del río de la vida en un remanso lírico antes de anegarse en la mar:

“Mi sitio está entre estos chopos musicales y estos ríos líricos,
que son un remanso continuado” (Carta a M. Fernández Almagro).

La poesía en general, y la lorquiana en particular, reconduce el eros vital, sublimado, a un logos simbólico antes de diluirse o disolverse mortalmente. En esta lucha entre eros y logos, el eros es demónico (un daimon o demon) y el logos es angélico (un ángel o ángelos), y se trata de trasfigurar el diablo o diábolos en símbolo o symbolon; véase al respecto la lectura de María Blanchard por nuestro autor, en la que define a la artista por su lucha entre la bruja y el hada que la constituyen simbólicamente, y por tanto unitariamente. Esta unidad de los contrarios, basada en la contuición poética lorquiana, adquiere todo su auténtico sentido en la “Oda al Santísimo Sacramento del Altar”.

Coimplicacionismo simbólico

Frente a todo limitacionismo y coerción, frente a toda represión psicológica u opresión social, G. Lorca se siente y piensa un híbrido oriental y occidental, cristiano y pagano, masculino y femenino, andrógino. Por ello define su alma como niño/niña, y por lo mismo se hace eco de todas las ideas y tendencias, hasta el punto de ser interpretado por Juan Ramón Jiménez como una síntesis multiétnica: cobre, aceituno, amarillo, blanco y negro (así en su obra “Olvido de Granada”). El propio G. Lorca afirma confirma esta coafirmación universal de los contrarios en su abrazo poético, cuando escribe en el poema “Sobre un libro de versos”:

“Ver la Vida y la Muerte
la síntesis del mundo
que en espacio profundo
te miran y te abrazan.
El poeta comprende
todo lo incomprensible
y a cosas que se odian
él hermanas las llama.”

En la presentación de su obra “Mariana Pineda”, el poeta andaluz es aún más explícito si cabe al respecto, por cuanto defiende un tipo de poema o poemática auténtica: “donde la belleza, el horror y lo inefable y lo repugnante vivan y se entrechoquen en medio de la más candente alegría”.

Esta alegría parece dionisiana, pero en cuanto amor de los contrarios es dionisiana y apolínea, ya que “la poesía consiste en todas las cosas, en lo feo, en lo hermoso y en lo repugnante”, en la estrella arriba y en el pulpo abajo, como afirmará M.Fernández Almagro, en el cielo, el mar y la tierra en contraste, como dice J. Vianey. Por eso Lorca, en carta a V.Aleixandre, puede redefinir la luz de la belleza al contraluz de la muerte, en una exclamación sublime: “¡Qué muerte de belleza!” No se olvide al respecto que el “duende” lorquiano simboliza, complementariamente, la belleza ante la muerte, o sea: una belleza de muerte.

Poesía simbólica

Toda la obra lorquiana se detiene en el trascurso del río de la vida poco antes de desembocar en el mar de la muerte. Se trata de una parada simbólica o remanso poético, de un alzado o alto en el camino. Una inspiración que promana paradójicamente de la expiración de la muerte entrevista, a modo de shock o choque entre eros y thánatos, vida y muerte, “sexo y canto funeral”; nuestro autor lo denomina un “placer doloroso”, en su obrita “Mística (De la carne y el espíritu)”.

Esta afirmación de la ambivalencia o doble valencia en unidad (per modum unius), parece un eco de la visión de los barrocos Cristos españoles, “repelentes y magníficos” a un tiempo, como los llamó Víctor Hugo. Pues bien, toda esta problemática de la colisión/colusión de los contrarios encuentra su poética adecuada, como adujimos, en “Oda al Santísimo Sacramento del Altar”, fechada por Lorca en 1929 y dedicada a su amigo músico Manuel de Falla.

Eucaristía como Poesía

En el Sacramento de la eucaristía encuentra Lorca configuración de los contrarios contractos simbólicamente y de los opuestos compuestos musicalmente. Sacramento significa símbolo, y el símbolo eucarístico reúne la cara y la cruz de la convivencia de lo real, la pasión, muerte y resurrección del sentido. En teología cristiana el sacramento es un signo eficaz de la gracia divina, gracia que nuestro autor reconsidera como divina y humana, por cuanto humanada (encarnada).

Esta gracia divina-humana no es sino el signo del amor que coagula lo celeste y lo terrestre, bajo el cual reaparece también lorquianamente lo demónico y aun demoníaco. De esta manera el simbolismo sacramental reconcilia el sentido y el sinsentido, lo positivo y lo negativo, el haz y el revés de la realidad humana, lo que Lorca connota como “brisa y materia” (éter y barro), a modo de mandala oriental-occidental.

La primera evocación del sacramento eucarístico es una evocación de Dioniso, el dios del vino que simboliza su sangre, lo mismo que en la Eucaristía el vino simboliza la sangre de Cristo. Lorca quiere ver aquí una sublimación del misterio pagano, no superado sino supurado por el cristianismo, no renegado sino asumido cristianamente (encarnatoriamente). En efecto, en el sacrificio cristiano, tenemos el pan eucarístico que simboliza el cuerpo de Cristo, y el vino eucarístico que simboliza la sangre de Cristo, en donde el pan remite a la diosa Demeter y el vino al dios Dioniso.

El cristianismo recoge lo pagano o natural y lo bautiza, como ya vió Hölderlin, sin la sobrerepresión añadida posteriormente por una Iglesia dogmática y literal (fundamentalista). El interés poético lorquiano estriba en comprender la eucaristía como paradigma de la poesía, y viceversa, por cuanto en ambos casos se trata de una transustanciación o transignificación del mero pan en cuerpo vivo y del mero vino en sangre viva, es decir, de la materia en símbolo. En la eucaristía pan y vino se convierten en cuerpo y sangre, el cuerpo en alma y la sangre en espíritu; por su parte en la poesía, parejamente, se transustancia o transignifica la letra material en espíritu de vida.

Poesía como Eucaristía

La eucaristía es como la poesía: sacramento o símbolo, transustanciación o trasfiguración, comunión anímica o afectiva. Más concretamente en la Oda lorquiana la blanca Forma eucarística –la Hostia- es “nieve” que simboliza el tiempo condensado o coagulado, un tiempo musicado (como en la poesía). Se trata de una “Forma” limitada pero de alcance ilimitado, una especie de “Llama” que arde entre la luz y el clamor, sobre la vida abierta en canal (como la poesía):

“¡Oh, forma limitada para expresar concreta
muchedumbre de luces y clamor escuchado!
¡Oh, nieve circundada por témpanos de música!
¡Oh, llama crepitante sobre todas las venas!”

A través de la Oda al Santísimo Sacramento del Altar, G. Lorca va enhebrando los elementos opuestos de la realidad, depuestos simbólicamente por una poesía sacramental o eucarística que redime la enemistad de las cosas con la gracia del amor. Un amor sin duda heterodoxo, frente a la ortodoxia dogmática, pero esencialmente religioso por cuanto religa toda realidad desligada. El simbolismo posibilita tanto en la eucaristía como en la poesía esta articulación de lo desarticulado.

A lo largo del poema eupoético, nuestro autor religa los extremos del “alga” oscura o verdinegra y del “cristal” límpido o traslúcido, de la “sierpe! que se arrastra y de la “luz” que arrastra, de los pesados “relojes” sombríos y de la dúctil “mariposa” volátil, de la “rosa” terrácea y del “unicornio” espiritual, del “agua” que corre abajo y del “pájaro” que sobrevuela arriba. Al final del poema los extremos a religar religioso-poéticamente son los “ladridos” animales y los “ángeles” sobrenaturales, la “carne” impura y el “espíritu” puro, el “cuerpo” desalmado y el “alma” animadora, incluso “Luzbel” y el “amor”, lo demónico y lo divino.

La homosexualidad de G. Lorca funge cual daimon/demon que no quiere ser reprimido ni oprimido, sino redimido, salvado y religado. La poesía tiene aquí como modelo la encarnación o encarnadura, y no la excarnación o descarnadura, de Cristo en el pan y el vino paganos, así pues la encarnación del Dios cristiano en el hombre y lo humano. Sucede que nada humano le es ajeno a Lorca, y ocurre que conoce muy bien la amargura de su singularidad, pero también su reconversión simbólica, sacramental o poética en miel invisible:

“Poesía es amargura,
miel celeste que mana
se un panal invisible
que fabrican las almas.”

Conclusión

Hay un momento cumbre en la poética de G. Lorca que define la poesía como un sacramento eucarístico, cuyo simbolismo estético-religioso equilibra los desequilibrios, apaciguando la angustia de la desligación.

Ahora bien, la desligación es la desolación del solo o solitario, cuya religación resulta salvadora o redentora si se realiza en libre vuelo de amor.
De esta guisa, el sacramento es poético o simbólico, y no dogmático o literal, mientras que la poesía es sacramental o simbólica, y no dogmática o literal. La letra mata, pero el espíritu vivifica, dice un texto cristiano. He aquí reasumida en la siguiente estrofa la religación vivificadora de los contrarios a través de su contuición simbólica o surreal:

“Sólo tu sacramento de luz en equilibrio
aquietaba la angustia del amor desligado.”

A partir de este verso sublime resulta ya inútil la búsqueda del cuerpo mortal de Federico García Lorca, se encuentre o no, puesto que Lorca ha resucitado simbólicamente a imagen y semejanza del Jesús eucarístico o poético. La tumba está vacía material o literalmente, por cuanto rellena simbólica y poéticamente de alma y sentido, reflotado por una poesía eucarística o sacramental.

Bibliografía

—Lu Ji, Prosopoema del arte de la escritura (Wen fu), edición de Pilar González España, Cátedra, Madrid 2010.

—Liu Xie (El corazón de la literatura y el cincelado de dragones); Si Kongtu (Veinticuatro categoría de poesía).

—Lao Zi (Tao Teching); Zuangzi (El Libro de Zuangzi); I Ching (El Libro de las trasformaciones).

—Federico García Lorca, Obras Completas, especialmente volumen IV (Primeros escritos), edición de M.García Posada, Galaxia Gutenberg, Barcelona 1997.

—Eutimio Martín (El 5º Evangelio), A.Alvarez de Miranda (La metáfora y el mito, así como Mito, religión y cultura).

—Andrés Ortiz-Osés, La herida simbólica (Anthropos), así como Libro de símbolos (Deusto) y El duelo de existir (Libros del Innombrable).

Artículo elaborado por Andrés Ortiz Osés, Catedrático de Antropología Filosófica en la Universidad de Deusto, Bilbao, y colaborador de TENDENCIAS21, RELIGIONES.

RedacciónT21

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