“La religión es un componente esencial de la condición humana, más profundamente enraizado y más extensamente compartido que la ciencia”, escribe en la revista The Global Spiral Freeman Dyson, físico y pensador británico nacionalizado estadounidense, autor, entre otras obras, de El sol, el genoma e Internet: las tres cosas que revolucionarán el siglo XXI.
En un artículo titulado “La diversidad de la experiencia humana”, Dyson lanza esta cuestión al respecto de la religiosidad: ¿podrán los avances en el conocimiento científico permitirnos comprender mejor la religión y toda su diversidad? Esta diversidad, según el autor, es representativa de nuestra vida en sistemas parciales, en los que cada “versión” de la divinidad y nuestra comprensión de ella es una sílaba del mensaje global de este aspecto de nuestra naturaleza.
Desde una perspectiva psicológica, las religiones son una parte importante de nuestra comprensión del mundo. Las verdades espirituales existen, y pueden ser aprehendidas por el ser humano: la diversidad de nuestras experiencias conlleva una diversidad de verdades.
Por tanto, no hay lugar para las certezas dogmáticas. El estudio de este esencial componente de nosotros mismos a través de la ciencia conforma una nueva disciplina académica que aún se encuentra en un proceso de auto definición, para la que trabajan desde teólogos y filósofos hasta médicos, biólogos o físicos.
Complementariedad cuántica y comprensión
Una de las nuevas ideas centrales de las ciencias físicas es la de la complementariedad. Introducida por Niels Bohr en los años 20 del pasado siglo, este concepto permite describir el mundo de la mecánica cuántica e implica la existencia de dos descripciones de un proceso físico, ambas válidas pero imposibles de ver simultáneamente (como en el caso de la luz, que a veces se comporta como onda y otras como partícula y, para observar ambas naturalezas de ella, se deben llevar a cabo distintos experimentos).
Bohr extendió este concepto a contextos más generales, haciendo un uso controvertido de él. Por ejemplo, introdujo la complementariedad en la biología, señalando que cualquier ser vivo puede estudiarse como organismo y también como conjunto de moléculas, pero que ambas perspectivas no podían ser analizadas en un mismo experimento. La complementariedad, según Bohr, también podía aplicarse a la ética, a la psicología o a las teorías científicas.
Partiendo de este punto de vista, Dyson propone que la religión y la ciencia también podrían analizarse desde una nueva perspectiva. El marco formal de la teología tradicional y el de la ciencia tradicional resultan demasiado limitados para la comprensión de la experiencia humana en su totalidad porque cada uno de ellos excluye aspectos esenciales de nuestra existencia.
Por ejemplo, la teología excluiría cuestiones como las ecuaciones diferenciales, y la ciencia algunos de los aspectos de nuestra vida. Sin embargo, que estos marcos sean demasiado limitados no implica que no puedan expandirse para incluir el uno al otro a pesar de que la complementariedad sea un concepto excluyente (no se puede conocer A al tiempo que B).
Religiosidad en la teoficción
La solución: un nuevo marco (C) que intente incluir a ambos. De hecho, la ciencia y la religión, señala Dyson, surgen en una amplia serie de expresiones de las facultades humanas (arte, arquitectura, música, leyes, historia, literatura, poesía…), y muchas de estas facultades presentan estrechos vínculos con la ciencia y la religión a un tiempo.
La complementariedad nos permitiría comprender diversas tendencias religiosas desde un nuevo marco: podríamos reconciliar gracias a ella, por ejemplo, la herejía con la ortodoxia, la visión de Jesús en los evangelios gnósticos de Santo Tomás con la visión que de él legaron los evangelios del Nuevo Testamento. Es decir: en este caso, un marco más amplio nos proporcionaría diferentes perspectivas del mismo personaje histórico.
En la literatura, una importante forma de expresión humana que, según Dyson, trasciende el tiempo perdurando más allá incluso de las civilizaciones que la generan, se encuentra una de las fórmulas más importantes de acercamiento al pensamiento religioso. Según él, un género literario que resulta incluso más efectivo en este sentido que la poesía e, incluso, que el pensamiento científico dedicado al análisis del fenómeno religioso en el ser humano, es el de la ciencia ficción.
Género literario generalmente cultivado tanto por científicos como por literatos (Dyson menciona a Olaf Stapledon, Clive Lewis, Octavia Butler o Dante Allighieri: a menudo los argumentos de la ciencia ficción tienen mucho que ver con la teología. Dyson cree que, en esos casos, sería apropiado darle a este género otro nombre: el de teoficción. En los libros de teoficción, señala el autor, se presentan cuestiones tradicionalmente religiosas (como el enfrentamiento entre el bien y el mal), aunque los entornos en que se producen las novelas sean muy tecnológicos.
Por tanto, parece decir Dyson, la ciencia con fenómenos como la complementariedad podría encontrar una perspectiva que permitiera incluir la comprensión de la religión en nuestra naturaleza, al tiempo que aceptar que ésta es sólo una visión del mundo que viene a enriquecer otras perspectivas de él, como la científica. Pero no es un privilegio exclusivo de la ciencia comprender cómo funciona la religiosidad en el ser humano, sino que desde otros campos –en los que la ciencia y la religiosidad a su vez también se combinan- generados por nuestra naturaleza, servirían igualmente para explicar por qué la religiosidad, en todas sus variantes, resulta un componente esencial de nuestra condición humana.
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