Las personas pueden alcanzar un alto nivel de desarrollo espiritual sin que estén necesariamente maduras emocional y psicológicamente, señalan los resultados de un estudio llevado a cabo por una psicólogo de la Universidad de Haifa, en Israel, llamada Ofra Mayseless.
El pasado mes de marzo, se celebró en la Universidad de Haifa la Segunda conferencia sobre el estudio de la espiritualidad contemporánea, en la que fueron presentados los resultados de la investigación de Mayseless.
Además de este trabajo, en dicha conferencia se trataron otros muchos temas, como la relación entre la espiritualidad y la salud física o entre la espiritualidad y las leyes o la economía; la convivencia de Internet con espiritualidad y religión; la espiritualidad femenina en el mundo judío; el budismo y la psicología o la ecología y la espiritualidad, entre otros.
Según los organizadores del evento, la espiritualidad es un fenómeno muy extendido, que comprende diversas áreas, y que preocupa cada vez a más estudiosos de distintas disciplinas, como objeto de estudio académico.
Orígenes diversos
En su intervención, Ofra Mayseless, definió la madurez psicológica como la capacidad de controlar impulsos y de aceptar la responsabilidad de las consecuencias de nuestras propias acciones.
En su estudio, el primero en este terreno según publica la Universidad de Haifa en un comunicado, la psicólogo examinó la interacción entre estos dos campos del desarrollo humano para dar respuesta a una cuestión central: si espiritualidad y madurez están relacionadas, ¿como interactúan mutuamente y convergen entre sí?
Por ejemplo, ¿se requiere cierto nivel de madurez emocional para que un individuo pueda ser muy espiritual? O ¿cuáles podrían ser las consecuencias de las experiencias trascendentales en un individuo que no está emocionalmente maduro?
Para tratar de dar respuesta a estas preguntas, la investigadora analizó a un total de 215 estudiantes universitarios de edades comprendidas entre los 19 y los 30 años.
El análisis de los datos recopilados reveló que estas dos capacidades del desarrollo humano (la madurez psicológica y la espiritualidad) están sólo moderadamente relacionadas o no dependen la una de la otra. Asimismo, espiritualidad y madurez son propiciadas por antecedentes distintos.
Así, el desarrollo espiritual dependería en gran medida del hecho de contar con un fuerte apoyo social o con una identidad étnica clara, explica la psicólogo, y ambas características están relacionadas con el conjunto de valores de cada individuo.
Las dos potencian la generosidad
En la dirección contraria, y a raíz de estos resultados, cabría preguntarse si espiritualidad y madurez psicológica pueden contribuir como conjunto a la aparición de algún atributo particular en la personalidad humana o si una de ellas por sí sola podría propiciar dicha aparición.
Mayseless explica que, en este sentido, el estudio reveló que tanto la madurez psicológica como la espiritualidad ayudan ambas al aumento de los niveles de generosidad y de conductas pro-sociales en los individuos.
Lo hacen de forma independiente, señala la autora de la investigación, pero acaban afectando de manera similar a una misma característica del comportamiento humano.
Seguramente, por tanto, exista una conexión entre espiritualidad y madurez psicológica, pero para identificar dicha conexión sería necesario un estudio longitudinal (a lo largo de cierto periodo de tiempo), en el que se hiciera un seguimiento de los individuos para apreciar los cambios que éstos sufren en su espiritualidad y madurez con el paso de los años, y las consecuencias de estos cambios en sus comportamientos generales.
Hay espiritualidad en los niños
Un ejemplo de que la espiritualidad puede ser un atributo humano anterior a la madurez psicológica y emocional lo encontramos en un estudio anterior realizado por científicos de la Universidad de Columbia, en Canadá, en 2009.
En esta investigación, llevada a cabo con más de 760 niños de colegios religiosos y públicos y de edades comprendidas entre los ocho y los 12 años, se reveló que la espiritualidad ayuda a que los niños sean más felices porque propicia en los pequeños el sentimiento de vivir con un sentido, estimula la esperanza, refuerza las normas sociales positivas, y proporciona una red social de apoyo, todos ellos elementos que mejoran el bienestar personal.
Los mismos resultados apuntaron, sin embargo, a que las prácticas religiosas (como ir a la iglesia, rezar o meditar) no influyen en el nivel de felicidad infantil.
La espiritualidad podría describirse como el hecho de tener un sistema interior de creencias, que en los niños se reflejaría a nivel personal (por ejemplo, en el hecho de valorar la propia vida o sentir que ésta tiene sentido) y a nivel comunitario (en la calidad y profundidad de sus relaciones interpersonales).
Hacer un comentario