El psicólogo Michael E. Price, de la Universidad Brunel, del Reino Unido, ha escrito recientemente un artículo para la revista The Global Spiral, en el que explica la existencia de las creencias religiosas desde la perspectiva de la cosmovisión darviniana. Para contestar a estas cuestiones, Price utiliza el cristianismo como caso de estudio.
Según Price, la idea de que podría haber una explicación científica para la relación existente entre religión y comportamientos sociales (morales) no es nueva: Max Weber, Emile Durkeim o Talcott Parsons, por ejemplo, ya la propusieron.
Desde la perspectiva de Darwin, los análisis realizados sobre la religión han tendido a hacerse bien desde la intención de ridiculizar las creencias religiosas bien desde la intención de explicar el pensamiento religioso científicamente, sugiriendo que éste surge a partir del desarrollo de mecanismos psicológicos que nos han permitido realizar funciones no-religiosas, como la habilidad de cooperación grupal para competir con otros grupos rivales.
La religión, para esta perspectiva, ha evolucionado para servir a los intereses genéticos de los individuos: a menudo la gente necesita formar grupos que cooperen de forma efectiva, y la religión ha ayudado a que esto se produzca.
Adaptaciones múltiples
La mayoría de los darvinianos modernos –al igual que el propio Charles Darwin- cree que el principio fundamental de organización de todos los organismos es un conjunto de adaptaciones al medio. Estas adaptaciones suponen características funcionales que están codificadas en el genoma.
Los humanos modernos estamos compuestos de adaptaciones que, proporcionadas por nuestros ancestros, nos han otorgado una serie de ventajas evolutivas. Una de esas ventajas es nuestra capacidad para la cooperación en grupo.
La psicología evolutiva explica que la religión ha jugado un papel en la vida social de los humanos porque nos ha permitido colaborar los unos con los otros: la cooperación, en muchas situaciones, ayuda a generar unos recursos que no podrían generarse a nivel individual.
La evolución, por otro lado, también nos ha predispuesto para ser hostiles hacia las personas que intencionadamente toman beneficios del grupo sin aportar nada a éste. Para la producción de los bienes públicos, por tanto, se necesita un sistema de incentivos personales que motiven a la gente a contribuir, más que a ir por libre aprovechándose del trabajo de los otros.
Darvinismo y lógica cristiana
Desde la perspectiva darviniana, en este sistema jugaría un papel clave la religión. Según Price, “el modelo darviniano de cooperación ilumina la lógica del cristianismo, dado que la teología cristiana es un sistema cultural que potencia los instintos cooperativos humanos de manera efectiva”.
Con dicho sistema se generan una serie de beneficios públicos, que pueden deducirse fácilmente de la lectura de los Diez Mandamientos bíblicos: obedecer a los padres, no codiciar, no matar, no robar o no cometer adulterio. Si todo el mundo sigue estas normas, evidentemente, el entorno social se verá libre de conflictos y de crímenes.
Esta armonía social no solo protege a unos miembros del grupo contra otros, sino que hace que el propio grupo sea mayor y más poderoso.
En cuanto a la fe en Dios, ésta permite a los miembros del grupo creer en una entidad que los controla, los premia y los castiga. Su omnisciencia y su atención al comportamiento moral de cada uno de los miembros del grupo, y la fe en estas capacidades por parte de los creyentes, protegerá a la sociedad de los pecados que sus componentes evitarán cometer.
Jesús como modelo de altruismo
Los cristianos cuentan, asimismo, con otra poderosa herramienta de impulso a los comportamientos cooperativos: la creencia en que se deben esforzar por emular a Jesús.
Esta creencia promueve los comportamientos no egoístas, puesto que se basa en el ideal altruista de la figura que, según el cristianismo, se sacrificó a sí mismo para salvar a la humanidad.
Un importante elemento de cohesión en los grupos religiosos es el asegurar que los miembros demuestren su entrega al sistema, de manera que unos a otros se ayuden a mantener su confianza en éste y no abandonen sus normas o, directamente, el grupo. En este aspecto juegan un papel clave los comportamientos religiosos que demuestran la sinceridad de la fe de los creyentes.
En general, se puede considerar que los grupos religiosos conforman sistemas culturales que permiten a sus miembros maximizar el potencial de sus instintos cooperativos, para la producción de bienes públicos (logros a corto plazo), y también para asegurar los intereses genéticos (logros a largo plazo).
Según Price, que en este caso se haya analizado el cristianismo no implica que esta religión sea la única que puede plegarse a la interpretación darviniana de la religiosidad.
El papel de las instituciones seculares
El autor señala que, si la mente humana es un producto de la selección darviniana y que, el pensamiento religioso ha sido generado por nuestras mentes, todas las religiones deberían poder ser igualmente analizadas desde esta perspectiva.
¿Podrían las instituciones seculares resultar tan efectivas como los sistemas religiosos en la motivación de la gente para la producción de bienes comunes?
Para Price, sería posible, pero lo cierto es que los sistemas religiosos cuentan con una ventaja crucial: sus seguidores no sólo creen que Dios sabe todo de sus buenos y de sus malos actos, sino que también creen que Él es perfectamente justo, y que puede castigarlos y premiarlos.
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