Steven Weinberg, físico estadounidense ganador del Premio Nobel de física en 1979 por combinar el electromagnetismo y la fuerza nuclear débil en el Modelo electrodébil, escribe en un reciente artículo publicado por The New York Review of Books acerca del conflicto derivado de la expansión de la ciencia y el debilitamiento paralelo de las creencias religiosas.
Según Weinberg, la idea del conflicto entre ciencia y religión es antigua. Edward Gibbon, historiador británico del siglo XVIII, ya señaló que “el estudio de la naturaleza es el síntoma más seguro de una mente incrédula”.
Weinberg, por su parte, afirma que aunque la ciencia y la religión no sean del todo incompatibles –tal y como lo señalan científicos muy creyentes como Charles Townes o Francis Collins, la confluencia de ambas ha ido debilitando gradualmente las creencias religiosas, especialmente en Occidente, donde la ciencia está más avanzada.
Cuatro fuentes de tensión
¿Cuáles son las causas de esta tensión? Para Weinberg, el hecho de que existan contradicciones entre los descubrimientos científicos y las doctrinas religiosas específicas no sería una de las causas. Estas contradicciones se han dado muchas veces a lo largo de las historia, y generalmente el conocimiento científico ha terminado siendo adoptado por las personas con mayor visión entre los grupos religiosos.
Pero si el conflicto entre conocimiento científico y creencias religiosas no ha sido tan importante en sí mismo, al menos hay cuatro fuentes de tensión entre ciencia y religión que sí que han sido relevantes.
La primera de ellas es el hecho de que la religión haya tomado gran parte de su fuerza de la observación de fenómenos misteriosos como los terremotos, las enfermedades, los truenos, etc, que parecerían requerir para su existencia de la intervención de algún ser divino.
A medida que el tiempo ha ido pasando, esos misterios se han ido explicando desde una perspectiva cada vez más naturalista. Evidentemente, la ciencia no ha podido explicar todo ni podrá hacerlo nunca pero, lo más importante es que, según Weinberg, no ha constatado nunca nada que requiera de una intervención sobrenatural para su explicación.
Transformación del auto-concepto humano
Una segunda fuente de tensión entre religión y ciencia se deriva del hecho de que las explicaciones científicas hayan aumentado las dudas del rol especial del ser humano en el mundo.
El ser humano ha pasado de considerarse un actor creado por Dios para desempeñar su papel en un gran drama cósmico de pecado y salvación a tener que aceptar que nuestro hogar, la Tierra, es tan sólo otro planeta más que gira alrededor del sol; que nuestro sol es tan sólo una estrella entre cientos de miles de millones de estrellas de una galaxia que, además, está entre miles de millones de galaxias visibles.
Otro descubrimiento importante, y que también cambiaría el concepto que teníamos de nosotros mismos, fue el realizado por Charles Darwin, que señaló que el ser humano es un producto de la evolución a partir de animales que nos precedieron. Es decir, que no existe un plan divino que explique la existencia de la humanidad.
Una tercera fuente de tensión entre ciencia y religión ha sido más revelante para la cultura islámica que para la cristiandad. Alrededor de 1100, el filósofo sufí Abu Hamid al-Ghazzali argumentó en contra de la idea de las leyes de la naturaleza. Siendo como fue el filósofo islámico más influyente, sus ideas ayudaron a que el Islam rechazara la ciencia. Un reflejo de este rechazo fue la quema de todos los textos médicos y científicos llevada a cabo en Córdoba en 1194.
Hoy día, señala Weinberg, hay ya científicos importantes procedentes de los países islamistas, como el físico pakistaní Abdus Mohammed Salam, que en 1979 ganó el Premio Nobel. Pero, en los últimos 40 años, el caso de Salam ha sido una excepción.
En ciencia no hay profetas infalibles
La cuarta fuente de tensión entre ciencia y religión es la siguiente: las religiones tradicionales se basan en la autoridad, representada por un líder infalible (un profeta, un Papa, un Imán) o por un texto sagrado, como la Biblia o el Corán.
Los científicos se apoyan también en autoridades, pero de otra índole. Si quiero comprender la teoría de la relatividad, buscaré información escrita por un experto. Pero siempre sé que dicho experto podría estar equivocado. Para los científicos, ni siquiera los héroes de la ciencia, como Einstein, son considerados como profetas infalibles.
Weinberg señala que su propósito no es argumentar que el declive de las creencias religiosas sea algo bueno (aunque el físico piensa que sí lo es), sino más bien explicar las razones que han llevado a la pérdida de la fe en los últimos tiempos. Señala asimismo que hay que tener mucho cuidado con los sustitutos de la fe: regímenes que rechazaban la religión cometieron grandes atrocidades con la población, como la Alemania nazi o la Rusia de Stalin.
Finalmente, Weinberg apunta que no diría que es fácil vivir sin Dios y que la ciencia es lo único que se necesita. Porque, por más que se avance en el estudio de la naturaleza, los científicos son conscientes de que nunca podrán alcanzar el fondo final de las cosas. Para ayudar a aceptar este hecho, el físico propone la ayuda del humor, de los placeres sencillos de la vida y del placer del arte.
Según Weinberg, “podríamos estar tristes porque no se escriba más poesía religiosa en el futuro… pero, por supuesto, se podrá también escribir buena poesía en adelante sin la religión”. En definitiva, señala el físico, no debemos preocuparnos con que la superación de la religión conduzca a una decadencia moral porque muchas personas no religiosas han vivido vidas moralmente ejemplares.
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