El experto en gestión cultural Augusto Paramio es una de las personas que han introducido la variable «cultura» en la conversación sobre nuestro futuro tecnológico. Insiste en que la identidad cultural es el sentimiento de pertenencia a un acervo común, algo en lo que nos reconocemos. Y que hacia ahí es donde debemos reflexionar.
Empecemos con una cita célebre. El pacifista indio Mahatma Gandhi pensaba que «la cultura de una nación reside en los corazones y en el alma de su gente«. ¿Serías capaz de contradecirle?
No, de ninguna manera sería tan osado, pero sí me atrevería a añadir que esos corazones y esas almas son susceptibles de cambios, de evoluciones… Por lo tanto, el concepto de cultura debe de tomarse desde una perspectiva dinámica.
¿Es la cultura un elemento unificador de personas?
Si. El concepto de cultura es polisémico. No es nada nueva esta afirmación, pero si hay algo que la significa, es ese aspecto de unión. Las personas nos reconocemos como pertenecientes a algo común y ese algo es la cultura.
¿Qué es la identidad cultural y cómo podemos potenciarla con las tecnologías?
La identidad cultural es el sentimiento de pertenencia a un acervo común, algo en lo que nos reconocemos. Este reconocimiento, en la mayoría de los casos, produce reconocimiento y seguridad. Ambos, reconfortantes, en todo caso.
Por eso, cualquier medio que los promueva debería ser más que bienvenido. Y la tecnológica no debería estar ajena y, entiendo, que trabajan en esa dirección.
Vivimos bajo la «economía de la atención«. ¿Cómo afecta a la identidad cultural que los nuevos contenidos culturales bajo nuevas aplicaciones como TikTok, que congregan a casi 1000 millones de personas, procedan de China y con contenidos culturales de 10 segundos?
La misma pregunta, tan elocuente, conlleva la respuesta. Y no hay que ser muy avispado para adivinarla. Los contenidos son auténticas descargas eléctricas con escasa capacidad de sedimentación. Si a esto se añade el dato que desconocía, de la procedencia, de China, el resultado es poco alentador. Por eso algunas iniciativas europeas inciden en la promoción de la identidad europea. Con la pregunta, entiendo por qué.
Sin embargo no todo es dramático. Esta realidad constatable, de inmediatez y rapidez provoca en los consumidores de cultura, una actitud de atención permanente y de agilidad en la asimilación, aspectos más que deseables en cualquier ámbito, también en el de la cultura.
Pero, efectivamente, en las antípodas de la reflexión, crucial para comprender mejor el futuro… ¿Qué nos puede ocurrir como especie si nos olvidamos de reflexionar?
Habría un cambio de paradigma. La cultura, como otros sectores han venido tradicionalmente asociadas a la reflexión a la observación.
Al entrar en este nuevo escenario de lo inmediato, casi vertiginoso. Me remito al dato de la pregunta anterior. El resultado será que la recepción y, más importante aún, la percepción será diferente, más superficial, entendiendo superficialidad en su sentido más neutro.
Es obvio que el consumo cultural ha cambiado y las nuevas tecnologías han tenido mucho que ver en este proceso.
Cómo armonizar ambas es el reto. Ver una exposición virtual, con la posibilidad de apreciar todos esos detalles asombrosos y que estimule para una posterior visita física sería una ecuación prometedora y deseable.
¿Qué sería una utopía para la industria cultural y qué sería una distopía?
Por continuar con argumento de la pregunta precedente, un paisaje utópico seria aquél en que convivieran tecnología y reflexión. Convivencia en plano de igualdad.
Tradicionalmente para los profanos, entre los que me encuentro, la tecnología se concibe como una herramienta «al servicio de«. Pero parece que los tiros no van por ahí y esta última debe ser considerada desde el inicio en cualquier proceso creativo. No como algo a posteriori, si no desde el germen del proceso. Por retomar el ejemplo anterior, un comisario de una exposición debe considerar las posibilidades tecnológicas ya en la fase de diseño. Es fundamental para una buena comprensión del mensaje que quiere transmitir que maneje (sea por su formación o a través de profesionales) los nuevos horizontes.
¿Qué grado de importancia tendría la cultura en una nación digital?
Muy relevante. Espero y confío que sea así. Y tengo la certeza que el deseo es compartido. Imaginar las posibilidades que ofrece el mundo digital en la transmisión de contenidos culturales es un auténtico reto. Naturalmente hay que estar vigilantes para evitar que la calidad de estos contenidos se degraden. Rescato la reflexión sobre las aplicaciones como TikTok. Pero, definitivamente, veo más ventajas que inconvenientes.
Terminemos con un mensaje positivo para el futuro de una sociedad donde habrá presencia masiva de inteligencia artificial. ¿Deberíamos apostar por la inteligencia colectiva?
Hasta donde conozco y fiándome de la intuición, la perspectiva es ilusionante. El mismo término, inteligencia colectiva, es en sí muy persuasivo. Nos habla de compartir, de contribuir, de evitar personalismos.
Curioso de ver en qué para todo esto y, si fuera posible, presenciarlo de cerca. Mi impresión es que este proceso ya no hay quien lo pare.
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