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La Iglesia y la ciencia. Historia de un malentendido

La Iglesia y la ciencia. Historia de un malentendido

La Iglesia y la ciencia. Historia de un malentendido

Ficha Técnica

Título: La Iglesia y la ciencia. Historia de un malentendido
Autor: Georges Minois
Edita: Akal, Madrid, 2016
Colección: Anverso
Traducción: Tomás Fernández Aúz y Beatriz Eguibar
Encuadernación: Tapa dura con sobrecubierta y solapas
Número de páginas: 1.154
ISBN: 978-84-460-3270-0
Precio: 60 euros

La versión española de esta reconocida obra constituye un acierto de la editorial. Si bien es verdad que la primera edición francesa, aparecida en dos tomos independientes, corresponde a los años noventa del pasado siglo, la actual versión en nuestro idioma no ha perdido vigencia ninguna. Eso sí: desde aquellas ya lejanas fechas hasta hoy la bibliografía sobre el tema, más genérico ciertamente, de ciencia y religión (no circunscrita a la Iglesia católica) es muy abundante; es más, en ocasiones, revestida de una virulencia y agresividad que no dejan de asombrar. Sin ir más lejos, la sección Tendencias de las Religiones de esta misma revista cuenta con un amplio repertorio de aportaciones sobre el particular.

Este libro reúne en un solo volumen los dos tomos de la versión original francesa; en aquella ocasión, en el país vecino transcurrieron varios años entre uno y otro. El primer tomo consta de tres partes, que abarcan desde el siglo I al XVII, mientras que el segundo recoge las partes cuarta, quinta y sexta, comprendiendo la época que transcurre desde Galileo hasta Juan Pablo II, último Papa enfrentado al reto de las ciencias en esta obra. Evidentemente, no figuran los hitos ocurridos desde los años finales del pontificado de Woijtila, hasta los del actual Francisco, pasando por Benedicto XVI. Así, en la detallada Cronología que se inserta en las páginas finales de la obra, figura como primer hecho destacado el encuentro entre San Pablo y los filósofos griegos en Atenas, en torno al año 50 de nuestra era, y como último la petición que Juan Pablo II a teólogos y científicos para que trabajen en una nueva visión unificada, hecha en 1988. Mucho ha llovido desde esta última fecha con abundantes aportaciones de uno y otro lado, hecho que, como hemos indicado, no resta valor ninguno a esta importante obra.

Cada una de las partes del libro va precedida de una Introducción, en la que el autor nos señala una serie de consideraciones necesarias para entender mejor su propósito y para delimitar la objetividad pretendida en la narración de los hechos. Y la primera parte cuenta, además, con una Conclusión, en la que nos resume lo tratado en ella desde una perspectiva más alta, elevada sobre la concreción del dato, y nos sirve de puente y acceso a la segunda parte. De igual modo, hay una Conclusión finalizada la segunda parte.

Objetivo del libro

Lo primero que nos advierte Georges Minois es que se confiesa católico; y lo hace para que nadie trate de vincular sus conclusiones a un ideología concreta, aunque humildemente haya de reconocer que este hecho forma parte de su bagaje. Pero no escribe él como militante del catolicismo: “Quisiera reconstruir la evolución de estas divergencias [entre ciencia e Iglesia] a la manera de un historiador que no desea otra cosa que poder ejercer sencillamente la libertad de crítica y que abriga la esperanza de no tener que abandonar en silencio, como cristiano sin iglesia, un tanto triste y decepcionado en su esperanza”.

¿Cuál es el objetivo del libro? Según su propio autor, relatar cuál ha sido la actitud de la Iglesia respecto de la ciencia, desde los orígenes a la época actual; no se trata, pues, de una historia de la Iglesia ni de una historia de la ciencia; su intento es ceñirse a la postura que ha venido adoptando la Iglesia en relación con las teorías científicas a lo largo de distintas épocas, porque si se ha llegado a plantear un problema en su relación es debido a los dos mil años de incomprensión y malentendidos. Así, pues, Minois pretende reconstruir la evolución de estas divergencias a la manera de un historiador; y, en tal sentido, no se considera un prospectivista para aventurar hipótesis sobre el futuro de la controversia analizada.

Asunto no baladí es el aclarar conceptos. ¿A qué se refiere el autor con los términos Iglesia y ciencia? Viniendo al primero de ellos, la dificultad estriba en que no siempre la Iglesia se ha expresado con una voz unánime, sino que significados representantes de ella se han manifestado en sentidos diferentes, más proclives unos a unirse a las filas del progreso científico, mientras que otros se inclinan por mantenerse fieles a la tradición conservadora. Lo que lleva a concluir que es preciso no confundir Iglesia con jerarquía. Y, aunque no de manera explícita, es patente que, en la práctica, en el libro se habla de la Iglesia católica, marginando posturas de otras teologías cristianas o de otras religiones.

El otro concepto a delimitar es el de ciencia. En esta obra, el autor advierte de que se circunscribe a las ciencias exactas, es decir a aquellas que se implican en investigaciones de carácter fundamental, dejando voluntariamente a un lado la cuestión de las relaciones entre la Iglesia y las ciencias humanas, que plantean otro tipo de problemas. Hay que reconocer que la Iglesia ha intentado, e intenta, abrirse, aunque tímidamente a veces, a las propuestas científicas; en ocasiones, con evidente temor, como cuando habla de una ciencia “buena” que sería aquella que viene a reforzar los dogmas.

En todo caso, Georges Minois nos muestra una tendencia, ya presente en el pontificado de Juan Pablo II, hacia una aproximación entre Iglesia y ciencia, en la que los científicos no se muestran tan cerrados a lo que se refiere al espíritu y la Iglesia da pasos hacia la investigación en la materia. Lo mejor, entre quienes buscan la verdad, es no dejar de lado ninguna de las posibles vías que conduzcan a ella.

Así lo expresa Minois: “Desde luego, estos científicos no trabajan con la mentalidad que anima a los dogmas cristianos; no se reivindican afiliados ni a Cristo ni al judaísmo; muchos de ellos rechazan incluso la idea del panteísmo y la palabra Dios parece asustarles. ‘No temáis?, decía Juan Pablo II […] Y, de hecho, este último llamamiento podría muy bien aplicarse en primer término a las jerarquías eclesiásticas y sus teólogos: no temáis trabar relación con esos científicos que creen haber redescubierto el espíritu en la materia”.

Y eso, aventura el autor, porque si bien es cierto que tradicionalmente se sostenía que la ciencia respondía a la pregunta del cómo y la filosofía, o la religión, a la del por qué, hoy se llega a la convicción de que se trata de dos caras de la misma moneda.

Entramos en la segunda parte

La Introducción a la segunda parte de la obra resume su contenido que, si bien recorre un período de tiempo inferior, sin embargo, es el momento de mayor efervescencia del debate, cuando se enfrentan abiertamente razón y fe. “Se trata de un lapso temporal marcado por las dificultades y saturado de pasiones -unas pasiones que habrán de alcanzar su punto culminante entre los inicios del siglo XIX y la década de 1920-. Por una parte tendremos las posiciones propias del cientificismo y, por otra, la ortodoxia tradicional, así que la incomprensión es absoluta”.

En estos años, la Iglesia trata de sostener sus postulados frente a los embates de los progresos de la ciencia, al menos de muchos de sus protagonistas, bien de manera férrea, atrincherándose en sus posturas, bien tratando de reinterpretarlas a la luz de los avances de la ciencia, comenzando por la aplicación de la exégesis crítica a sus textos fundamentales.

El autor nos ofrece una pregunta que merece prestarle atención y reflexionarse. “Algunas teorías científicas -como la mecánica cuántica o el modelo expansionista de la Gran Explosión- vienen a aproximar el punto de vista religioso y la perspectiva científica de un modo que no deja de recordarnos las líneas fundamentales de la síntesis conseguida en la Edad Media entre ciencia artistotélica y la teología tomista. ¿Nos encontramos pues en vísperas de una segunda gran síntesis? Lo cierto es que ante este tipo de interrogantes, la historia nos enseña a ser prudentes”.

Una prudencia que viene recomendada por la experiencia histórica del largo proceso de la síntesis anterior, conseguida a lo largo de muchos siglos. Y que, en la actualidad, viene a complicarse por la enorme complejidad de la ciencia contemporánea que la sitúa fuera del alcance de muchos teólogos. Lo explica bien Minois: “La extrema y profunda especialización que impulsa a las actuales investigaciones científicas está conduciendo a una paulatina compartimentación de los conocimientos, y eso en el preciso instante en el que más viene a reforzarse el deseo de una unificación del saber con vistas a la elaboración de una comprensión global de la realidad del universo”.

A ello se suma un nuevo motivo que invita a la prudencia. En los intentos de sínstesis entre Aristóteles y Santo Tomás, se produjo una profunda crisis, extendida a lo largo de tres siglos, que llevó a un planteamiento reaccionario, reacio a aceptar las nuevas propuestas. Y se pregunta el autor si “el hecho de incorporar los quanta y la Gran Explosión a la visión teológica mediante un nuevo planteamiento concordista no acabará abocándonos a volver a padecer un percance similar”.

¿Qué nos espera? Como ya se dijo más arriba, este libro lo es de historia y no de prospectiva.

Aproximación a Teilhard de Chardin

Dicho todo esto, solo resta adentrarse en la lectura de la obra. En esta tarea, servirá de gran ayuda el detallado índice, que marca los hitos en los que se detiene, y que reproducimos en su integridad como guía al posible lector. Sin embargo, y a modo de ejemplo de lectura de uno de sus apartados, comentaremos el dedicado a Teilhard de Chardin, que titula Una visión teológica a la altura de la ciencia moderna.

Tras un escueto repaso a su biografía, en el que destaca el hecho de que, en 1911, año de su ordenación sacerdotal, se hallaba en apogeo la crisis desatada por el modernismo y el integrismo, dedica unos párrafos al intento de sintetizar las líneas maestras de su pensamiento.

Afirma que la visión de Teilhard de Chardin constituye una grandiosa síntesis que, además de fusionar el pensamiento religioso con el científico, se vale de la totalidad de las ciencias para terminar convergiendo en el hombre, entendido como verdadera encrucijada de la paleontología, la biología y la física. A juicio del jesuita francés, es preciso que los científicos rebasen los límites de su campo de conocimiento para alcanzar una perspectiva global del universo.

Critica Teilhard de Chardin las concepciones positivistas de la ciencia, que la consideran necesariamente deshumanizada en su afán de objetividad, pues no puede llegar a su edad adulta sin adquirir una condición humana.

Por otro lado, considera que la naturaleza se halla trabajada desde dentro por una fuerza única, difusa y gigantesca que la impulsa desde las partículas elementales hasta el plano de los organismos más complejos, culminando en la generación del amor. Por amor entiende la afinidad del ser por el ser, que, de no existir esa propensión interna a la unión, resultaría físicamente imposible que el amor hiciera acto de presencia en un plano más elevado, es decir, entre nosotros, en el estado del ser hominizado.

Habla también Teilhard de la conciencia, propia de los seres evolucionados, y que aplica así mismo a la materia, portadora de un conjunto de potencialidades psíquicas que habrán de venir a reunirse para alcanzar niveles de complejidad creciente bajo el impulso creador de Dios y ciñéndose a una programación íntima.

Y añade Minois: “Se trata de la contemplación de un gigantesco proceso de evolución, un proceso que es al mismo tiempo la creación permanente de un conjunto de formas nuevas surgidas a través de toda una serie de umbrales de mutación y por medio de un movimiento de carácter dialéctico cuyo despliegue comprende tres fases: divergencia, convergencia y emergencia”.

Tras abordar el punto omega que proclama Teilhard y cuyo aspectos poéticos y místicos intimidan al mundo científico, recorre Minois la actitud de la Iglesia hacia la obra del jesuita, prohibiendo su publicación, retirándolo de la cátedra y de la docencia y conminándolo a atenerse a los aspectos puramente científicos de su quehacer. Se le reprochan sus conclusiones sobre la creación, con las relaciones existentes entre Dios y el cosmos, con sus posiciones sobre Jesucristo, con la encarnación, con la redención, con el espíritu y la materia y con el pecado, especialmente el original. Lo que no ha sido óbice para que rigurosos teólogos alzaran su voz en defensa de Teilhard, como ha hecho el suizo Hans Küng (también él privado de su venia docendi) y, de manera un tanto más suave, destacados miembros de la Curia.

Cierra estas páginas un breve recorrido por los hitos de este enfrentamiento entre el jesuita y la ortodoxia católica, especialmente tras su muerte y hasta el pontificado de Pío XII.

Concluyendo

Tenemos entre las manos una obra extensa, muy cuidada en sus contenidos que le confieren el valor de servir de referencia y consulta sobre ese retorcido y flagelado camino de encuentros y desencuentros entre la ciencia y la Iglesia católica, que no con la religión en general. Permite su lectura, muy asequible y amena, de manera progresiva, pero también acometerla por capítulos concretos de interés para el lector. Al llegar a la última página queda abierto el interés por conocer y profundizar en los hechos que, sobre este particular asunto, se han sucedido desde los finales del pontificado de Juan Pablo II hasta el acutal Papa Francisco; época en la que se han producido virulentos ataques contra la religión en general y la Iglesia católica en particular.

El libro dedica un importante número de páginas a la bibliografía, a una cronología (a la que ya se ha aludido) y el aparato crítico de cada uno de los capítulos. Habría sido del mayor interés la inclusión de unos índices, especialmente onomástico y de materias, que ayudaran al investigador que se acercara a él.

Es conveniente destacar la existencia de un capítulo, con el que finaliza la obra, titulado El momento de los grandes debates, donde, sin dejar de lado los aspectos históricos que priman en ella, se detiene el autor en los temas más controvertidos a su juicio de estas nada fáciles relaciones entre la ciencia y la Iglesia, entendida esta relación de una manera mucho más amplia que en el resto de sus páginas.

Por lo que respecta a la presentación de la obra, cabe preguntarse por la conveniencia o no de haber mantenido el criterio de la edición original en dos tomos, en lugar de reunirlos en un solo volumen. Como todo, tiene sus ventajas e inconvenientes. Y, si algo hay que reprochar, sin que ello suponga desmerecer el conjunto, sería la carencia de una corrección tipográfica del texto definitivo, que, en ocasiones, puede desorientar; sirva, como ejemplo, el siguiente párrafo de la página 20: “Yo intento seguir siendo. Que los demás se las arreglen comunicación puedan”. Pero, a lo que habría que oponer los clásicos “intelligenti, pauca” o “qui bene legit, menda tegit”. Porque el libro merece ocupar lugar destacado en la biblioteca de un amplio abanico de lectores, de variados niveles de conocimientos, que se interesen por temas tales como la historia, la filosofía, la ciencia o la religión, por solo citar algunas materias.

Índice

TOMO PRIMERO
DE SAN AGUSTÍN A GALILEO

Introducción al tomo primero

PRIMERA PARTE
TIEMPO DE RECELOS

(SIGLOS I A V)

I. LA IGLESIA PRIMITIVA Y LA CIENCIA GRECORROMANA
El Antiguo Testamento: un planteamiento favorable a la ciencia… – …pero un contenido científico rudimentario – El núcleo del problema: ¿es la Biblia un libro científico? – San Pablo y la ciencia – La ciencia griega: un pensamiento de carácter religioso – Pitágoras y Empédocles – Demócrito, Epicuro y los átomos – El estoicismo – Sócrates y Platón – Aristóteles – La Tierra: ¿está inmóvil o se halla en movimiento? – ¿Un mundo divino o un mundo desacralizado? – Geografía y alquimia – Las ciencias del hombre – Una ciencia de índole especulativa

II. LOS TITUBEOS DE LA IGLESIA ANTE EL FRUTO PROHIBIDO
El atolladero de una fe aislada de la cultura – La necesidad de convencer a las élites – Los cristianos y las enseñanzas paganas – La Escuela de Alejandría como institución abierta a la cultura pagana – Clemente de Alejandría y la exégesis alegórica – Orígenes: la ciencia al servicio de la exégesis – La ambigua posición de Orígenes en la iglesia – ¿Eliminó la Iglesia a la ciencia antigua?

III. LOS PADRES DE LA IGLESIA: LA CIENCIA COMO MAL INEVITABLE
Continúan los titubeos (de mediados del siglo III a mediados del siglo IV) – El edicto de Juliano (año 362) y sus consecuencias – Basilio de Cesarea y Gregorio de Nisa: la cuestión de la razón y de la fe – San Jerónimo: ¿un dictamen favorable a la ciencia o adverso a ella? – La fe ha de saber separar el grano de la paja en las distintas doctrinas científicas: el malentendido adquiere una mayor precisión – San Agustín – Los cristianos que, en nombre de la Biblia, dan en sostener como válidos ciertos errores científicos desacreditan la palabra de dios – La ciencia resulta indispensable para la comprensión de las Escrituras – Límites y peligros de la ciencia

SEGUNDA PARTE
LA IGLESIA ADOPTA LA CIENCIA

(SIGLOS VI A XIII)

IV. LA GRAN ESPERANZA DE ALCANZAR UNA SÍNTESIS
¿Cabe considerar responsable a la Iglesia del estancamiento científico de la Edad Media? – Los terciadores: Boecio y Casiodoro – La ciencia monástica: Beda el Venerable y sus sucesores – La yuxtaposición de la ciencia y de la fe en Isidoro de Sevilla – La ciencia se encuentra en los libros y no en la naturaleza – Juan Escoto Eriúgena: sin ciencia no hay teología posible: la Iglesia pierde una oportunidad – La Iglesia bizantina y la ciencia – La sed de ciencia de la Iglesia del siglo X – Gerberto, papa del año mil, consagra los esponsales de la Iglesia y la ciencia

V. LA ALIANZA ENTRE LA FE Y LA CIENCIA
La recuperación de la ciencia antigua por mediación de los eruditos árabes – Los traductores ingleses: Adelardo de Bath y Daniel de Morley, o la ciencia como aliada de la fe – Los intercambios culturales del sur de Italia – Balance final de las traducciones: la Iglesia frente a la ciencia greco-árabe – La dialéctica, nueva arma de la razón – La Iglesia llega a la conclusión de que es necesario mantener a la ciencia bajo vigilancia – El matrimonio logrado: la escuela de Chartres –Guillermo de Conches (1080-1154) – Los demás miembros de la escuela de Chartres – La corriente anticientífica presente en el seno de la Iglesia – San Bernardo y la ciencia – La Iglesia y la medicina

VI. LA IGLESIA Y LA FÍSICA DE ARISTÓTELES
Las nuevas condiciones intelectuales – Las primeras condenas de la ciencia aristotélica – Los teólogos se enfrentan a Aristóteles – Los partidarios de Aristóteles – La gran condena del año 1277: se dictamina que la fe es la que ha de establecer la verdad científica – Raimundo Lulio y la superioridad de la fe sobre la ciencia – Las enciclopedias: la ciencia queda subordinada a la fe – La astronomía: Ptolomeo vence a Aristóteles – La fe como elemento impulsor de las investigaciones científicas – La teología entendida como ciencia – Roberto Grosseteste, un teólogo de la ciencia – Rogerio Bacon – Alberto Magno – Tomás de Aquino

TERCERA PARTE
DE LA TOLERANCIA A LA RUPTURA

(DEL SIGLO XIV A PRINCIPIOS DEL SIGLO XVII)

VII. LA SEPARACIÓN ENTRE LA FE Y LA RAZÓN O LA ÉPOCA DE LAS HIPÓTESIS
Juan Duns Escoto – Guillermo de Occam y la crítica del conocimiento científico – Primeras condenas de la ciencia de los nominalistas. Aristóteles se convierte en el sabio oficial de la iglesia – La condena de las hipótesis de Nicolás de Autrecourt – La separación entre la ciencia y la técnica viene a favorecer a los defensores de las tesis aristotélicas – El universo mecanicista de Juan Buridán – En el siglo XIV, los movimientos de la Tierra plantean un gran número de problemas – Nicolás de Oresme, precursor de Copérnico – Oxford o el sueño de una religión matemática – Aristóteles como inamovible eje central de todos los debates

VIII. LA IGLESIA DEL RENACIMIENTO Y LA AUDACIA CIENTÍFICA
Los últimos combates de Aristóteles – La ciencia queda sometida a diversas formas de bloqueo religioso – La religión y la medicina – El ocultismo y el platonismo bloquean igualmente el avance de la ciencia – Los primeros atisbos de la emancipación de la ciencia – El período de los papas favorables a la ciencia (1447-1555) – Prosigue la prolongada tolerancia de los papas frente a las hipótesis más audaces – La Iglesia y la imprenta – Nicolás de Cusa, un cardenal con intuiciones semejantes a las de Einstein – Copérnico: la Tierra gira con las bendiciones de la Iglesia – Los viajes de los descubridores, o el inicio de la colaboración forzosa entre la teología y la ciencia

IX. LA CONTRARREFORMA Y LA RECUPERACIÓN DE UN FÉRREO CONTROL SOBRE LAS CIENCIAS
La condena de Giordano Bruno como símbolo de la nueva actitud que ha decidido mantener la Iglesia – El endurecimiento de la actitud de la Iglesia: Paulo IV – El dogma de la Eucaristía y la teoría de los átomos – La ambigua posición de los jesuitas – La Compañía de Jesús y el aristotelismo – La ambigüedad que habrá de presidir la actividad científica de los jesuitas en China – La represión de las nuevas hipótesis – La ciencia abandona la Iglesia

X. GALILEO, LA IGLESIA Y LA CIENCIA MODERNA: LA GRAN RUPTURA DEL SIGLO XVII
Los primeros pasos del «asunto Galileo»: la condena del sistema de Copérnico (año 1616) – Año 1623, fecha de publicación de «Il Saggiatore» —o Galileo contra los jesuitas— – Lo que se dirime en el año 1623: ¿Copérnico o los átomos? – La Iglesia, Galileo, la Biblia y la ciencia – La progresiva ocultación del juicio contra Galileo celebrado en el año 1633 – La figura de Galileo en la apologética cristiana de los siglos XIX y XX – Las secuelas del caso Galileo y sus repercusiones en Renato Descartes, Pedro Gassendi, Blas Pascal y Marino Mersenne

Conclusión al tomo primero

TOMO SEGUNDO
DE GALILEO A JUAN PABLO II

Introducción al tomo segundo

CUARTA PARTE
LAS PRIMERAS ESCARAMUZAS

(SIGLOS XVII Y XVIII)

XI. LA CIENCIA MECANICISTA ENTENDIDA COMO UN CASO DE CONCIENCIA EN LA IGLESIA DEL SIGLO XVII
La reforma católica y la ciencia – La ciencia mecanicista y la Iglesia – Las condenas en los ámbitos de la astronomía y la física – La evolución de la biología y antropología – Los efectos del ejercicio del control eclesiástico en los países católicos: surge la división – Los oratorianos, los jansenistas y la ciencia – La ciencia como problema de conciencia: el caso de los académicos – ¿Descartes o la sotana? – La fascinación que la ciencia viene a ejercer sobre los miembros del clero – Descartes: ¿hacia una renovada síntesis entre la ciencia y la fe? – La Iglesia rechaza la solución cartesiana – Marino Mersenne o el fracaso de una nueva alianza entre la Iglesia y la ciencia mecanicista – La tensión entre la fe y la ciencia como causa del desgarro pascaliano

XII. LA INFLEXIÓN VIVIDA ENTRE LOS AÑOS 1680 Y 1720: EL RECHAZO DE LA CRÍTICA BÍBLICA Y EL EMPUJE DE LA CIENCIA PROTESTANTE
El problema bíblico – Richard Simon y la crítica bíblica – Bossuet se erige en adversario de la exégesis científica – Bossuet o el aislacionismo de la Iglesia – El dinamismo científico del mundo protestante – La doble faceta de Newton como teólogo y científico – Los elementos físico-teológicos que se oponen a la gravitación – El protestantismo y la ciencia: ¿qué explicación puede tener el hecho de que su conciliación resultara aparentemente sencilla? – Los protestantes como raíz y origen del deísmo: John Locke, John Toland, Pierre Bayle, Anthony Collins y Matthew Tindal – La generalización de la duda como póstumo triunfo de Descartes

XIII. LA AMBIGUA ILUSTRACIÓN DEL SIGLO XVIII, O LA TITUBEANTE REALIDAD DE UNA IGLESIA ENFRENTADA A UNA CIENCIA INSEGURA
El cuestionamiento del valor intrínseco del conocimiento humano: la Iglesia defiende el poder de la razón – La Iglesia vista con los ojos de Descartes y Newton – Las apologías del cristianismo que habrá de realizar la ciencia hasta el año 1750 y las incertidumbres en que se verá sumida la investigación científica – Los nuevos descubrimientos posteriores al año 1750 vuelven a poner a la Iglesia a la defensiva – Dos asuntos un tanto equívocos: los casos de la Enciclopedia y de Georges-Louis Leclerc Buffon – La iglesia y la geología – La Iglesia y el transformismo – El bloqueo de la crítica bíblica – La ambigüedad de las relaciones entre la Iglesia y la medicina – Los intereses científicos de los clérigos – El papel del clero en la Real Academia de las Ciencias de París – La enseñanza científica en los colegios religiosos: logros y límites – Benedicto XIV y Clemente XIV como protectores de las ciencias

QUINTA PARTE
LA GUERRA

(DE FINALES DEL SIGLO XIX A PRINCIPIOS DEL SIGLO XIX)

XIV. LA IGLESIA DECLARA LA GUERRA A LA «FALSA CIENCIA» (AÑOS 1800 A 1860)
La reacción antiliberal y anticientífica de Roma – La ciencia queda proscrita de los seminarios eclesiásticos. El ejemplo de Renan – Monseñor Frayssinous y su enfrentamiento con la ciencia – La apologética anticientífica y la ciencia positiva – Los intentos de conciliación – La Iglesia y la medicina: historia de unas relaciones tensas – La Biblia y la ciencia – Los comienzos del pontificado de Pío IX (1846-1860)

XV. LA ABORTADA TENTATIVA DE UNA CIENCIA CATÓLICA (AÑOS 1860 A 1900)
Charles Darwin, o el surgimiento de una grave amenaza para los fundamentos bíblicos de la fe cristiana – Las reacciones de la Iglesia frente al darwinismo – El movimiento anticientífico organizado en el seno de la Iglesia a lo largo de la década de 1860 – La apologética cristiana – El concilio Vaticano I y los problemas de la fe y de la razón (1870) – La continuación del conflicto durante el pontificado de León XIII – La ciencia católica: Monseñor d’Hulst y los congresos científicos católicos (años 1888 a 1900) – El agotamiento del cientificismo

XVI. MODERNISMO E INTEGRISMO (DE FINES DEL SIGLO XIX AL AÑO 1914)
La inexistencia de la crítica bíblica – Los primeros pasos del abate Loisy – La encíclica Providentissimus de 1893 y el modernismo – Pío X y su entorno – La encíclica Pascendi dominici gregis del año 1907 – El integrismo (años 1909 a 1914) – Un balance de la contienda entre la Iglesia y la ciencia. La ciencia como elemento masculino y la Iglesia como factor femenino, de acuerdo con Sigmund Freud – Las conferencias que Monseñor Gibier habrá de dirigir al público masculino – Un ligero acercamiento a la medicina

XVII. LA IGLESIA Y LA CIENCIA EN LA PRENSA CLERICAL: EL SEMANARIO L’AMI DU CLERGÉ ENTRE LOS AÑOS 1900 Y 1930
La sed de conocimientos científicos que acucia al clero – El semanario L’Ami, el sexo y la medicina – Darwin y las inquietudes del clero – El clero, la prehistoria y la exégesis – Las fuerzas infernales y los fenómenos sobrenaturales – Las relaciones entre la fe y la ciencia analizadas desde el punto de vista del semanario L’Ami du clergéL’Ami du clergé y las novedades de técnicas

SEXTA PARTE
¿ES EL DIÁLOGO LO QUE SE PERFILA EN EL HORIZONTE?

(DE PÍO XI A JUAN PABLO II)

XVIII. DE BENEDICTO XV A PÍO XII: UN PERÍODO PRESIDIDO POR UNA PRUDENTE TRANSFORMACIÓN
Pío XI como promotor de la ciencia católica (años 1922 a 1939) – La evolución que el mundo científico ha ido experimentando en relación con la Iglesia – Einstein: «Dios no juega a los dados» – La evolución de la filosofía de la ciencia – El inmovilismo de la exégesis oficial – La encíclica Humani generis (publicada el día 12 de agosto de 1950) – Teilhard de Chardin: una visión teológica a la altura de la ciencia moderna – Pío XII: se proclama la grandeza de las ciencias, pero señalando que no deben causar el menor menoscabo a la teología

XIX. DE JUAN XXIII A JUAN PABLO II: ¿UN TIEMPO PARA LA APERTURA?
El concilio Vaticano II (años 1962 a 1965): «pensar es fundamentalmente un deber» – Las claras y extremas muestras de prudencia de Paulo VI respecto de la ciencia – El regreso del inmovilismo (años 1963 a 1978) – Juan Pablo II: el rigor moral y la tecnología – «Yo estoy con los hombres de ciencia» (Juan Pablo II, 1979) – Los llamamientos de Juan Pablo II a la iniciación de un «diálogo dinámico»: el discurso de Colonia (1980) y la carta pastoral del año 1988

XX. EL MOMENTO DE LOS GRANDES DEBATES
La Iglesia y la ciencia, pero, ¿qué Iglesia? – Un difícil diálogo: la década de 1960.
La verdad religiosa y la verdad científica – La Iglesia y la bioética – La ciencia y el pecado original – La tentación concordista – La ciencia y la gnosis – Las divisiones que muestra el mundo científico respecto de la Iglesia

Conclusión al tomo segundo

Bibliografía
Cronología
Notas
Tabla de figuras

La Iglesia y la ciencia. Historia de un malentendido

Notas sobre el autor

Georges Minois, catedrático de historia, doctor en historia y doctor en letras, es miembro del Centro Internacional de Investigaciones y Estudios Transdisciplinarios (CIRET). Especializado en la historia social y de las mentalidades religiosas, es autor de varias obras publicadas por distintas editoriales y vertidas a numerosas lenguas, entre otras las siguientes: Historia de la vejez, Le Confesseur du roi, Historia de los infiernos, l’Église et la guerre, por no mencionar las dos partes de la presente historia de La Iglesia y la ciencia: De san Agustín a Galileo y De Galileo a Juan Pablo II, Histoire du suicide. La société occidentale face à la mort volontaire, Histoire de l’avenir. Des prophètes à la prospective, Histoire de l’athéisme. Les incroyants dans le monde occidental des origines à nos jours, Les origines du mal. Une histoire du péché originel, Histoire du mal de vivre. De la mélancolie à la dépression, Le culte des grands hommes. Des héros homériques au star system e Histoire de la solitude et des solitaires.

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    Una nueva investigación ha comprobado que Groenlandia era un vergel hace solo algunos millones de años, cuando los niveles de carbono atmosférico eran mucho más bajos que los registrados en la actualidad. De acuerdo a este hallazgo, los científicos creen que existe un potencial aún mayor que el estimado actualmente para el aumento global del […]
    Pablo Javier Piacente
  • Las ondas gravitacionales permitirían detectar avanzadas naves extraterrestres averiadas 2 agosto, 2024
    Los científicos han desarrollado un enfoque teórico que haría posible detectar la firma tecnológica de naves extraterrestres capaces de propulsarse por la compresión del espacio-tiempo (“Unidades Warp”) y no mediante el empuje de los motores tradicionales. Sería posible identificarlas mediante las ondas gravitacionales que emitirían ante una falla o desperfecto.
    Pablo Javier Piacente