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La inteligencia en la naturaleza. Del relojero ciego al ajuste fino del universo

La inteligencia en la naturaleza. Del relojero ciego al ajuste fino del universo

La inteligencia en la naturaleza. Del relojero ciego al ajuste fino del universo

Ficha Técnica

Título: La inteligencia en la naturaleza. Del relojero ciego al ajuste fino del universo
Editor: Francisco Rodríguez Valls
Autores: J. Arana, S. Collado, J. L. González Quirós y otros
Edita: Biblioteca Nueva, Madrid, 2012
Colección: Fronteras
Encuadernación: Tapa blanda con solapas
Número de páginas: 207
ISBN: 978-84-9940-449-3
Precio: 16 €

Nos encontramos ante un libro importante. Y lo es por varios motivos; por ejemplo, por las firmas que rubrican los ensayos que sus páginas acogen; por la temática que aborda, los múltiples aspectos que componen la relación “Naturaleza e inteligencia”; por la forma en que se tratan los temas; y, por finalizar en alguno de los motivos, por su planteamiento valiente y novedoso, pues no acude a los modelos antiguos ni modernos, sino que pretende, como lo hacen sus autores, crear un marco conceptual diferente que pueda acoger lo que hoy comenzamos a vislumbrar del universo.

Es un libro que llama al establecimiento de una nueva metafísica de la realidad a la altura de los hechos que conocemos, fomentando la transdisciplinariedad al presentar y acercar posturas, y la transdoctrinalidad, permitiendo que se oigan las diversas voces que se esconden detrás de la falsa apariencia de modelos perfectamente consolidados.

Nacido en el seno del seminario permanente “Naturaleza y libertad”, surge con la idea de ser leído y, además, criticado, porque, como afirma el editor en la Introducción, “el auténtico premio para el estudioso es la crítica y, a ser posible, la altura y la elegancia de la crítica a la que se ve sometido”.

A los participantes en este libro, se les remitió un cuestionario: “¿Contiene la naturaleza en su constitución misma o en su evolución indicios de inteligencia? ¿Existe una relación genética entre naturaleza e inteligencia, en el sentido de que la primera ha sido generada por la segunda, o la segunda por la primera, o ambas cosas a la vez, o bien ninguna de ellas? ¿Qué tipo de relación existe entre la inteligencia humana y la que puede ser atribuida a la naturaleza en algún sentido?” Además, se les indicó que “más que contribuciones eruditas y meramente expositivas del estado de la cuestión, nos interesan tomas de postura personales, en la medida de lo posible fundamentadas y argumentadas”, planteamientos previos a los que los autores procuran someterse.

Se compone la obra de trece ensayos, firmados por un variado y sólido plantel de especialistas que ya permiten vislumbrar el alcance del libro.

Juan Arana, quien imparte clases de Filosofía en la Universidad de Sevilla, es el autor del primer trabajo, que lleva por título La metáfora del relojero ciego: virtudes y límites. Ya el título nos indica que tratará sobre el zoólogo Richard Dawkins, de quien se podría decir, con Schrödinger, que está demasiado interesado en la religión para ser un verdadero ateo y del que resume su peripecia intelectual hacia el ateísmo militante que profesa. Para Dawkins, según Arana, la inteligencia no está ni dentro ni fuera de la naturaleza hasta la aparición de los primeros animales inteligentes, con lo que se puede concluir la que naturaleza es tonta y, en su visión cósmica, la inteligencia nunca es genuina, sino siempre un simulacro. Explica Arana que se puede concluir de los planteamientos del zoólogo británico, que la selección natural es necia, puesto que actúa al margen de la inteligencia, y analiza las posturas de creacionistas y defensores del diseño inteligente (recordar la obra de L. Sequeiros, El diseño chapucero), para ofrecer una visión panorámica, un status quaestionis, de los distintos enfoques sobre el tema. Así, nos aparecen nombres como Behe, Dembski, Gould, Eldredge, Margulis, Kimura, etc. Finalmente, expone Arana su argumentación y conclusión: aun suponiendo que la selección natural cumple a la perfección todas las misiones que Dawkins le ha encomendado, ni aun así, se produciría un eclipse definitivo de la inteligencia.

La inteligencia del diseño inteligente es el título del segundo ensayo de la obra. Lo firma Santiago Collado, profesor de Filosofía en la Universidad de Navarra. Comienza afirmando que tratar de comprender el Intelligent Design es un esfuerzo complejo, que requiere conocer factores históricos y consideraciones de carácter epistemológico; tiene este movimiento unas connotaciones ideológicas, científicas, religiosas e, incluso, políticas que dificultan el caracterizarlo de una manera ponderada. El ensayo de Collado ofrece algunos elementos importantes, a su juicio, en la aparición y actual estado del debate en torno al ID, con énfasis en los aspectos gnoseológicos del problema. Tras considerar lo que de común tienen sus defensores con los creacionistas (tratar de romper la dictadura intelectual que el naturalismo ha impuesto a la ciencia), explica cómo los componentes del ID tratan de asegurarse de que sus tesis están basadas únicamente en argumentos de carácter científico y pueden considerarse un escalón más dentro de la tensión, permanente en la historia, entre teísmo y ateísmo, haciendo un recorrido a través del tiempo acerca del concepto de finalidad aplicado a la creación, pues es la que supone una inteligencia. Entre los más destacados defensores del diseño inteligente, estudia a Michel Behe y, sobre todo, a William Dembski, del que analiza sus tres nociones clave: la contingencia, la complejidad y la especificación, probablemente la más original de las tres, aunque no es quien primero la formula. Atribuye al enfoque mecanicista de la ciencia en el que se apoyan los miembros de este movimiento, el problema al que se enfrentan, aunque les atribuye el ser un auténtico y serio desafío al neodarwinismo materialista, y mostrar una baja estima de la filosofía. Tras aclarar que Dembski no trata de demostrar a Dios, sino únicamente determinar la necesidad de la actuación de una causa inteligente, concluye con este párrafo: “Se trata de una caracterización de la inteligencia que pretende ser matemática, formal y, consiguientemente, una definición que en realidad es externa a la inteligencia”.

El profesor de Filosofía de la Universidad Juan Carlos I, José Luis González Quirós, es el autor del tercero de los ensayos de la obra, que titula ¿Podemos ir más allá de Aristóteles en relación con la idea de inteligencia? Arranca con una cita de la Metafísica aristotélica para afirmar que la idea de inteligencia es especialmente confusa y circular; ¿por qué?, “porque tendemos a hacernos una representación de la inteligencia que es una especie de reflejo de aquello que ella entiende, de los objetos que se ocupa. Olvidamos preguntarnos por el acto mismo del entender”. ¿Qué dice Aristóteles? González Quirós nos propone seis aportaciones esenciales: la primera, que el saber, que es el producto de la inteligencia, se refiere a algo, tiene un carácter transitivo; la segunda, que el saber es algo que los hombres desean porque es un bien natural; la tercera, que el amor a los sentidos es un testimonio del deseo de esos otros tipos de saber que no se reducen a la sensación; la cuarta, que la sensación da lugar a formas de memoria y que los animales carecen, en cierta forma, de ella; la quinta, que, además de la sensación y de la memoria, los hombres disponemos del arte y el razonamiento; y, finalmente, la sexta, que el saber que no se limita a la utilidad tiene un tipo superior de calidad y solo puede alcanzarse en determinadas condiciones. Esto es lo que dijo Aristóteles, pero, ¿qué no dijo? El autor se detiene ampliamente en este punto, destacando que el saber humano es primordialmente verbal, lo que implica que nuestra inteligencia está limitada. Incluye referencias a Epicuro, San Agustín, Descartes y, finalmente, a Kant, de quien recoge esta observación: “estamos en condiciones de plantear cuestiones que no está a nuestro alcance resolver, entre otras, seguramente, la que se refiere a la naturaleza precisa y última de nuestra condición intelectual”.

Javier Hernández-Pacheco, profesor de la Universidad de Sevilla, especializado en historia de la filosofía contemporánea, firma el cuarto ensayo de esta obra: La emergencia de la reflexión. Sobre la idea romántica de la naturaleza. Parte de un texto de Novalis y de la imagen habitual de que la naturaleza es un libro que nos ofrece variadas lecturas; una variedad que ha ido cambiando a lo largo de la historia, con referencias a Laplace, Buffon e, incluso, al mercantilismo, con Cantillon, Quesnay, Turgot y Adam Smith, pasando por Goethe, Fichte, Hegel o Kant. Habla de un cambio de paradigma: “La idea de que la naturaleza no es simple resultado de la composición de partes analíticamente accesibles al bisturí o al ciclotrón; de que más bien es el despliegue de una fuerza original que organiza la materia al no dispersarse en sus efectos sino al mantenerlos en una identidad refleja; la idea pues de que esa original fuerza reflexiva no se agota sino que precisamente se refuerza en su ejercicio; la idea por fin de que la naturaleza es lo que desde sí crece, y de que tiene esencialmente que ver con eso que llamamos libertad: todo eso es algo de lo que no podemos prescindir en cualquier intento de comprensión de fenómenos naturales”. Finalmente, se plantea el enfrentamiento o complementariedad de ciencia y filosofía: “ciencia, sin filosofía del espíritu, es ciega; especulación, sin experimentación, medición y método, está vacía”.

La relación de semejanza como principio de inteligibilidad de la naturaleza es el título del quinto ensayo, que firma el catedrático de Filosofía de la ciencia de la Universidad de Valladolid, Alfredo Marcos. En su trabajo, pretende dar respuesta a las siguientes cuestiones: “¿Contiene la naturaleza en su constitución misma o en su evolución indicios de inteligencia? ¿Existe una relación genética entre naturaleza e inteligencia, en el sentido de que la primera ha sido generada por la segunda, o la segunda por la primera, o ambas cosas a la vez, o bien ninguna de ellas¿ ¿Qué tipo de relación existe entre la inteligencia humana y la que puede ser atribuida a la naturaleza en algún sentido?” Alfredo Marcos toma claramente postura respecto a estas tres cuestiones, tratando de argumentar solo la tercera; sobre ella, manifiesta claramente: “Entiendo que no se da un relación entre dos inteligencias, una humana y otra natural, pero sí una relación de intelección entre el ser humano inteligente y la naturaleza inteligible” y se pregunta por esta relación de intelección y sus condiciones, deteniéndose, especialmente, en el pensamiento de Goodman, asumiendo su crítica a la rehabilitación de la semejanza. Así, pues, aborda la cuestión de la semejanza y su presunto valor para la intelección de la naturaleza y su articulación con las nociones de identidad y diferencia, basándose su argumentación en la distinción aristotélica entre el punto de vista físico y el lógico; sostiene que existe cierta distancia y también cierta conexión entre ambos planos (el físico y el lógico) y que este tipo de relación se da gracias a la semejanza, no entendida esta de un modo estático y monolítico, como algo simplemente dado. Y concluye: “ [La semejanza] funciona como un principio de inteligibilidad de la naturaleza en un doble sentido: como relación posible entre los seres naturales, actualizada a veces por el intelecto humano, y como relación entre dicho intelecto y la propia naturaleza”.

Sexto capítulo: Inteligencia y naturaleza desde el emergentismo de Karl Popper; lo firma José María Molina, doctor en Filosofía y Bachellor en Artes Liberales (Economía). Es un ensayo corto, pero muy claro. Parte de la idea de que la pregunta sobre qué nació primero, naturaleza o inteligencia, conduce a la cuestión clásica sobre la relación existente entre la mente y el cuerpo en el ser humano. Viniendo a Popper, afirma que aparenta contemplar todo lo que existe como el resultado de un proceso evolutivo guiado por el principio darwinista de mutación más selección natural, aunque al final, en sus postreras obras, deja abiertas las puertas a una causalidad fuera de la propia naturaleza. Afirma: “Popper era un darwinista convencido, pero esto no le impidió advertir que, ni el darwinismo, ni ninguna otra teoría evolucionista explican las características únicas de la persona humana”; Popper reconoce que no sabemos explicar la emergencia de la mente y que la evolución no es la explicación última, aunque esto no equivalga a abrir otras posibilidades.

El problema del soporte físico de la sensibilidad-conciencia es el título del capítulo séptimo, firmado por el jesuita, catedrático de la Universidad de Comillas y profesor titular en la Autónoma de Madrid, Javier Monserrat. Se trata de un ensayo redactado con claridad y metodología pedagógica, capaz de exponer, en tan corto número de páginas, un condensado resumen del tema que aborda: cómo del mundo físico pudo entrar en el mundo psíquico o, mejor, psicobiofísico. Tras un resumen de la evolución de la ciencia física, se centra en el epígrafe Un universo clásico/cuántico y una neurología clásico/cuántica, en el que se avisa de que solo existe un tipo de materia cuyas propiedades radicales son cuánticas y que una visión clásica de las ciencias humanas conduce inevitablemente a la neurología clásica, mientras que una visión heurística de la ciencia conduce a la moderna neurología cuántica. El siguiente epígrafe lo titula El mundo mecanoclásico y la neurología macroscópico-clásica; en él, se explica cuál es el soporte físico del psiquismo en una concepción clásica del universo, constituido por nuestra experiencia macroscópica, que llevó a considerar al mundo microfísico como una reproducción a escala del macroscópico; en estas líneas, explica la evolución de este planteamiento, con la aparición incluida del azar y del caos, explicando cómo funciona, en esta línea, la neurología clásica. El mundo mecanicocuántico y la génesis evolutiva del mundo clásico constituye el siguiente epígrafe, donde expresa que debe existir una teoría armónica sobe la emergencia del mundo clásico desde un mundo primordialmente cuántico, explicando los dos tipos de materia, la bosónica y la fermiónica. Continúa con el epígrafe La mecánica cuántica y la neurología cuántica, definiendo esta última como “la investigación sobre las propiedades cuánticas más primordiales de la materia con el fin de relacionarlas con el sistema neuronal a fin de establecer un adecuado ‘soporte físico’ para explicar el contenido de las propiedades fenomenológicas del psiquismo”. Una neurología que apunta heurísticamente a la hipótesis de que estas propiedades psíquicas pudieran tener su origen en las propiedades primordiales de la materia cuántica, deteniéndose especialmente en la hipótesis Hameroff-Penrose. Concluye tan excelente trabajo con el epígrafe Proyección metafísica del nuevo holismo psicobiofísico, en el que abre la puerta a una metafísica tanto agnóstica como teísta.

Se llega, así, al octavo capítulo, Evolución, naturaleza e inteligencia: ¿para qué sirve una emoción?, firmado por Francisco Rodríguez Valls, profesor titular de Filosofía en la Universidad de Sevilla y editor de esta obra. El planteamiento de su trabajo se realiza con la siguiente cuestión: “¿Tienen alguna función relevante las emociones en la vida de los seres humanos o son impulsos animales que obscurecen la claridad de la luz de la razón y que, en consecuencia, estarán ausentes cuando la evolución nos libere de sus garras y convierta a los humanos en una deseada especie parecida a la del vulcaniano Mr. Spock?” El autor hace un detenido análisis de la cuestión, para concluir que el mecanismo de las emociones puede entenderse como un conjunto de respuestas corporales complejas y automáticas de percepción, evaluación e impulso para la acción que permite la gestión de la vida a nivel inconsciente y que puede ser explicado a través de las leyes evolutivas. Es cierto que la aparición de la mente consciente dotó de mayores ventajas adaptativas a nuestra especie, pero la aparición de este nuevo sistema contribuyó a la retroalimentación del primer sistema, el de las respuestas filogenéticas. Ambos sistemas, al carecer de una articulación entre ellos, pueden entrar en conflicto, pero no son susceptibles de funcionar autonómamente, pues la gestión de la vida humana los necesita a los dos. Por lo que concluye su tan interesante como ameno ensayo con estas líneas: “actuar como Mr. Spock, sin sentimientos y apelando a la lógica, está lejos de ser posible en seres biológicos como los humanos. Las emociones son imprescindibles en la gestión de la vida de seres de carne y hueso como nosotros”.

El multiverso y el ajuste fino de las leyes de la naturaleza es el título del noveno capítulo de la obra, firmado por Francisco José Soler Gil, investigador Ramón y Cajal en la facultad de Filosofía de la Universidad de Sevilla y miembro del grupo de investigación de astrofísica de partículas de la Universidad de Dortmund. “¿Contiene la naturaleza en su constitución misma o en su evolución indicios de inteligencia? ¿Existe una relación genética entre naturaleza e inteligencia, en el sentido de que la primera ha sido generada por la segunda, o la segunda por la primera, o ambas cosas a la vez, o bien ninguna de ellas? ¿Qué tipo de relación existe entre la inteligencia humana y la que puede ser atribuida a la naturaleza en algún sentido?” Con estas mismas preguntas (en realidad, hechas a todos los participantes en la obra) que ya comentamos en el quinto capítulo, arranca el autor su comentario, aunque, en esta ocasión, fijándose más en las dos primeras de las cuestiones. Soler Gil presenta su postura personal en el tema. Dando por buena la intuición general de que la inteligencia humana ha surgido de algún modo a lo largo del proceso evolutivo, así como la de que dicha inteligencia no puede darse sin el soporte del cerebro, parece evidente que se da una relación genética entre naturaleza e inteligencia, una relación que se traduce en la conclusión de que la inteligencia es un producto de la naturaleza material; pero, hay motivos suficientes para pensar que la propia naturaleza es producto de una inteligencia. ¿Contiene la naturaleza en su constitución misma o en su evolución indicios de inteligencia? Según el autor, si nos ocupamos de la estructura de las leyes mismas de la naturaleza en lugar de ocuparnos de la estructura y funciones de los vivientes, se concluiría que las leyes de la naturaleza no pueden ser el resultado de ningún juego de azar y selección, sino que constituyen las reglas básicas de tal juego. Es más: “el estudio de estas leyes podría llevarnos a la conclusión de que la inteligencia no es tan solo un producto de la naturaleza, sino, también, un presupuesto de la misma”. Analiza Soler Gil, en este apasionante y corto texto, el multiverso, al que no considera una hipótesis, sino que diversos físicos y cosmólogos han propuesto toda una gama de multiversos posibles; estudia especialmente el multiverso matemático y considera que todos ellos o son demasiado grandes o demasiado pequeños para explicar el modo de ser de las leyes de la naturaleza en nuestro mundo, lo cual “abre la posibilidad de que el diseño cósmico no sea tan solo aparente, sino real. Y, en consecuencia, abre la posibilidad de que la naturaleza no solo sea generadora de inteligencia, sino también producto de la inteligencia”.

Décimo capítulo: ¿Deus sive Natura? Sobre los máximos sistemas metafísicos en la genealogía óntica del problema mente-cerebro es su título y su autor Pedro Jesús Teruel, profesor de Antropología en la Universidad CEU Cardenal Herrera. Teruel utiliza aquí el viejo sistema del diálogo para exponer su planteamiento; un diálogo que viene precedido de otros anteriores en unas divisiones que denomina Jornadas; en la primera, los tertulianos Punsetio, Simplicio y Sagredo, trataron del monismo nouménico, un diálogo sobre los máximos sistemas en filosofía de la mente, con una introducción del autor para justificar el empleo del método coloquial; en la segunda, examinaban la problemática a la luz de la teoría evolutiva; y en la tercera, enfocaban las condiciones de posibilidad de la autoconciencia reflexiva, a la luz de la relación interdisciplinar entre el método trascendental, la biología evolutiva y la física cuántica. Y, en esta cuarta Jornada, su contribución a esta obra, se atiende expresamente a lo señalado en el título. Y arranca con las siguientes líneas: “Tomarse en serio la dinámica evolutiva implica, por un lado, reconocer que nuestras capacidades cognitivas se hallan enraizadas en la filogénesis como fenómeno global” y, más adelante, “tomarse la evolución en serio significa reconocer, al menos dos cosas. Primera, que las capacidades cognitivas se han desarrollado al hilo de una dinámica natural (…) cuya estructura básica resulta inteligible gracias a las nociones de transmisión genética, mutación, selección natural y plasticidad fenotípica en el contacto con las presiones del ecosistema circundante y con la evolución cultural (…) [Y segunda] que, no obstante la gradualidad evolutiva del proceso, a lo largo de esa dinámica han aparecido características que en cuanto tales se encontraban por completo ausentes de la estructura biológica de partida”. Y, a partir de aquí, continúa el diálogo entre los participantes, que se convocan para una nueva Jornada.

El undécimo capítulo se titula ¿Es la moral una propiedad natural de la inteligencia? Y lo firma Jorge Úbeda, doctor en Filosofía, co-fundador, director académico y profesor propio de la Escuela de Filosofía (Madrid). Úbeda da por sentado que, por su propia naturaleza, ningún ser humano se convierte en un ser moral, sino que, para ello, necesita algún tipo de educación. ¿Cuál es la relación entre inteligencia, moral y naturaleza? El autor nos hace una triple advertencia; primera: no está claro cuál es la naturaleza propia de la conducta moral, pues, en ocasiones parece una intervención en el curso natural de los acontecimientos, mientras que, en otras, parece una continuidad habitudinal en ese mismo curso; segunda: la conducta moral necesita una serie de condiciones naturales que tienen que ver con la inteligencia humana; y, tercera: la conducta moral, vista desde las consecuencias, consiste, en cualquier caso, en una intervención en el curso de las acciones, lo que puede acarrear consecuencias sobre la naturaleza misma de los agentes y los pacientes de la acción. Tras su análisis, Jorge Úbeda llega a las siguientes conclusiones: “La moral no es una propiedad natural de la inteligencia. Es el resultado de una respuesta de la inteligencia frente a determinados acontecimientos (…) La moral, además, se sedimenta institucionalmente en dichos y hechos a partir de los cuales el ser humano se abre a los acontecimientos. Pero este sedimento institucional, que a veces parece algo natural, necesita una actualización fáctica a través de los acontecimientos que la perturben y la obliguen al cambio”.

Inteligibilidad y naturaleza: las huellas cosmológicas de la “racionalidad materializada” es el título del duodécimo capítulo, firmado por Héctor Velázquez Fernández, doctor en Filosofía y Letras y profesor de Filosofía de la ciencia en una Universidad Panamericana (México). Nos explica cómo hay quienes quieren ver en la ciencia un modelo de racionalidad, de tal manera que sirva de parámetro para considerar científicos o no otros ejercicios racionales. Su trabajo se centra en analizar los planteamientos de Mariano Artigas, para quien “el estudio contemporáneo de la naturaleza revela que la tradicional visión reduccionista no tendría asidero ya en la ciencia; y en cambio se mostraría como una propuesta filosófica que debería discutirse en el torno propio de la filosofía”. En tal sentido, en este ensayo, Velázquez Fernández repasa los elementos más destacados de la propuesta de Artigas, para quien la ciencia no es un modelo de racionalidad, sino un ejercicio más de la razón humana, con una metodología, principios y valores coincidentes con varios de los elementos del conocimiento ordinario. Aunque en el pensamiento de Artigas, “el universo nos es transparente, no porque las categorías mentales lo hayan iluminado solipsístamente, sino porque los patrones de agregación de las realidades materiales, previas al conocimiento, nos presentan a la mente un mundo coordinado, integrado, inteligible, racional”. Y concluye: “si la naturaleza misma no fuera racionalidad materializada, la racionalidad humana sería incapaz de distinguir entre la ensoñación y la fantasía, entre la vigilia y la pesadilla, entre la verdad y su ficción”. Interesante aportación a este tema, en un ensayo no largo, pero sí denso y de notable claridad.

Finalmente, el último capítulo de la obra: ¿Es inteligente la naturaleza? El sentido de la pregunta y alguna respuesta con sentido, del que es autor José Domingo Vilaplana Guerrero, profesor de Filosofía y jefe del departamento de Filosofía del IES “Campo de Tejada”, en Paterna del Campo (Huelva). Redactado en un estilo muy accesible y progresivamente explicativo, parte el autor de una frase popular ampliamente aceptada: “la naturaleza es sabia”. A partir de ahí, Vilaplana explica cómo suponer una inteligencia en la naturaleza es concederle intencionalidad; pero, también advierte de que proyectamos nuestra propia experiencia, la de sentirnos intencionales, sobre la ella. Aclara que una inteligencia supone una autonomía, que divide en extrínseca (la que tiene, p.e., una máquina) o intrínseca, que la tiene por sí misma; la primera, lógicamente, supone un diseñador. Aludiendo a Hawking, quien afirma que nuestra presencia “selecciona” de entre los universos posibles “este” universo, que es el que podemos conocer, llega a la siguiente conclusión: “¿Es pues inteligente la naturaleza? En cierto modo, entiendo, con Parfit, que se trata de una pregunta vacía, es decir, una pregunta a la que es imposible responder desde cualquier perspectiva, clásica, realista o idealista”. En suma, un muy bien razonado planteamiento, de lectura recomendable.

Resumiendo, podemos afirmar que La inteligencia en la naturaleza es una obra de viva actualidad; la categoría intelectual de quienes firman su contenido nos ofrece las garantías de rigor. Un rigor que, sin embargo, se presenta redactado en un lenguaje accesible, ameno en ocasiones, que nos presenta una visión múltiple del tema, tratado desde diferentes puntos de vista. Lo que hace de ella un elemento del mayor interés.

Índice

Presentación, por Francisco Rodríguez Valls
La metáfora del relojero ciego: virtudes y límites, por Juan Arana.
La inteligencia del diseño inteligente, por Santiago Collado.
¿Podemos ir más allá de Aristóteles en relación con la idea de inteligencia?, por José Luis González Quirós.
La emergencia de la reflexión. Sobre la idea romántica de la naturaleza, por Javier Hernández-Pacheco.
La relación de semejanza como principio de inteligibilidad de la naturaleza, por Alfredo Marcos.
Inteligencia y naturaleza desde el emergentismo de Karl Popper, por José María Molina.
El problema del soporte físico de la sensibilidad-conciencia, por Javier Monserrat.
Evolución, naturaleza e inteligencia: ¿Para qué sirve una emoción?, por Francisco Rodríguez Valls.
El multiverso y el ajuste fino de las leyes de la naturaleza, por Francisco José Soler Gil.
¿Deus sive natura? Sobre los máximos sistemas metafísicos en la genealogía óntica del problema mente-cerebro, por Pedro Jesús Teruel.
¿Es la moral una propiedad natural de la inteligencia? Por Jorge Úbeda.
Inteligibilidad y naturaleza: las huellas cosmológicas de la “racionalidad materializada”, por Héctor Vázquez Fernández.
¿Es inteligente la naturaleza? El sentido de la pregunta y alguna respuesta con sentido, por José Domingo Vilaplana Guerrero.

Notas biográficas de los autores.

La inteligencia en la naturaleza. Del relojero ciego al ajuste fino del universo

Notas sobre el editor

Francisco Rodríguez Valls es profesor titular de Filosofía en la Universidad de Sevilla, donde se licenció con premio extraordinario y obtuvo su doctorado. Ha realizado con becas oficiales estancias de investigación en las universidades de Sevilla, Oxford, Glasgow, Viena y Múnich. Entre sus libros destacan: Acto y fundamento, La mirada en el espejo. Ensayo antropológico sobre Frankenstein de Mary Shelley, Aristóteles, Hume y Antropología y utopía. Es autor de la traducción crítica de Thomas Reid, Del Poder y del libro Cuentos e imágenes. En los últimos años, su investigación se centra en la antropología de las emociones.

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