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¡No, por Dios!

¡No, por Dios!

(Ateísmo para principiantes)

¡No, por Dios!

Ficha Técnica

Título: ¡No, por Dios! (Ateísmo para principiantes)
Autor: Mauricio-José Schwarz
Edita: Cazador de Ratas, Cádiz, 2015
Encuadernación: Tapa blanda
Número de páginas: 280
ISBN: 978-84-943350-3-7
Precio: 12 euros

“El amor, la solidaridad, la nobleza y la cooperación son productos de un universo en evolución, no la gracia de un ser superior con modales de niño malcriado.” Esta frase, que encabeza el libro que comentamos, pretende rebatir el argumento de que la solidaridad que se da entre los seres humanos, a diferencia de los animales, es un fruto evolutivo y no una señal de intervención divina. Lo que, unido a la dedicatoria a Giordano Bruno, puede poner un primer faro que indica el camino que seguiremos a través de sus páginas.

El Prólogo ha de ser leído con detenimiento, pues en él, junto a las Notas  que le siguen, el autor nos expone la meta que persigue con su publicación; una publicación que, aun sin ser en su totalidad nueva, pues varias de sus páginas provienen de artículos que ya han visto la luz, tiene, sin embargo, la ventaja de una presentación sujeta a una planificación expositiva muy metódica y didáctica.

La idea de este libro nació en París, durante una visita que el autor hizo a Notre Dame. Allí, rodeado e impresionado por la beldad de su arquitectura, de la sonoridad de la música que llenaba el recinto, descubrió a una niña que, con sus ojitos forzadamente cerrados, concentraba todo su esfuerzo en la oración. Y Schwarz pensó que no era bueno que a tan tierna criatura se le infundiera la idea de una deidad justiciera, que atemorizaría sus sueños, basándose en unas creencias que, a su juicio, carecen de fundamento.
Por eso se plantea esta obra. Pretende argumentar que ser ateo es bueno, contra la idea de los creyentes que, según el autor, lo condenan como algo negativo.

En primer lugar, manifiesta su opinión de que el tema de dios no interesa prácticamente a nadie; que, en la vida cotidiana, ni teístas ni ateos, viven pendientes de ese ser superior que considera inexistente. El libro, pues, recorrerá los puntos más destacados de la historia de las creencias religiosas; también lo hará sobre los argumentos filosóficos que sustentan la conclusión de la existencia de las deidades, argumentos que, por otro lado, considera ya agotados.

Por supuesto: no pretende el ensayo convencer a nadie de la inexistencia de dios, de cualquier dios, empresa por lo demás estéril. ¿Qué pretende, pues? “El objetivo fundamental de este libro es argumentar por qué ser ateo está bien. Por qué es una posición moral mucho más sólida que la que ofrecen las religiones.” Religiones (que no diferencia de deidad) que son profundamente perjudiciales, a su juicio, y cuyas nefastas consecuencias han de ser combatidas.

En las Notas que se incluyen a renglón seguido del Prólogo, aclara algunas cuestiones que, aunque parezcan a simple vista de menor calado, representan, sin embargo una postura clara. Se refiere al uso de minúsculas tanto al referirse a dios, como a la iglesia, o a las vocales que indican, en la cronología, si se trata de un hecho anterior o posterior a Jesús (de cuya existencia duda). Aclara, también, que, fundamentalmente, en el libro hará referencia especial a las tres grandes religiones monoteístas, sin por ello omitir las necesarias a las creencias orientales.

Dios

Nos adentramos, ahora, en la primera parte que lleva por título Dios. Comienza el autor contándonos su experiencia personal, cómo, desde el seno de una familia católica, pasa a confesarse públicamente ateo. Algo que, en los últimos años del siglo pasado y en una sociedad como describe la de Méjico, era un acto de rebeldía que no estaba bien visto. Y nos relata cómo, a pesar del ambiente que lo rodeaba, nunca fue propenso a la creencia religiosa, pese a cumplir con ritos a los que era llevado. Lo que, finalmente, lo decanta por el ateísmo es el problema del mal, razón para él suficiente para negar la posibilidad de ninguna deidad; una razón a la que se añade una particular experiencia con un sacerdote católico, obcecado, que, con sus proclamas anticomunistas, provocó graves incidentes en una localidad mejicana. Para él, la única posible postura lógica y racional es negar la existencia de un dios, sin tener en cuenta que otras personas, a las que considera ciegas, optan por una posición teísta, basada en planteamientos distintos, no carentes de racionalidad y que reclaman para sí los mismos derechos intelectuales que para sí plantea Schwarz.

El fantasma omnipresente constituye el segundo bloque de esta primera parte. En él, nos explica cómo, pese a los avances de la Ilustración, dios está presente de distintas maneras en nuestra vida, como en el lenguaje (dios mediante, no hay dios que lo entienda,…) y en actos sociales, como el nacimiento o la muerte, con especial incidencia en los rituales de entrada en la vida adulta; unos rituales vigentes tanto entre cristianos, como entre judíos o musulmanes, de los que, con frecuencia, solo sobreviven las ceremonias externas, vaciadas ya de todo contenido religioso.

Pero ¿qué es dios?, se pregunta seguidamente. Según su visión, las tres religiones del libro creen en un dios antropomórfico, afirmación que, con casi total seguridad, no comparten todos los creyentes de esas religiones, aunque hay que reconocer que sí lo hacen en muchos casos, especialmente en el cristianismo. Ese dios, además, dotado de absolutos poderes y saberes, solo es concebible como nacido en regímenes monárquicos. Y afirma: “La característica esencial de la deidad es, pues, su capacidad de ejercer poder sobre los seres humanos, decidir en sus vidas y su muerte, influir en ellos, incluso, como lo pretende la oración, cambiar de opinión o alterar el curso del destino únicamente porque un creyente o varios, le hacen una petición con especial fervor.” Luego, analiza algunos de los diez mandamientos, explicando que, en determinados casos, son contradictorios con la naturaleza humana.

Hay una realidad: la de Los dioses imposibles. Es este un bloque en el que se centra gran parte de la base teórica que pretende trasladarnos Schwarz. Nos dice que los agnósticos niegan la posibilidad de demostrar la no existencia de dios, por lo que no se cierran a la posibilidad de su realidad. Para el autor, esto no es del todo correcto, pues se puede probar la no existencia de cosas; y pone ejemplos sencillos, como que es demostrable que no hay en un momento dado un elefante en el centro de Londres, simplemente haciendo uso de las cámaras web que nos permiten observar lo que sucede allí. A lo que se añade un paso más: corresponde a quien afirma algo, aportar la carga de la prueba. Discurre seguidamente sobre las distintas concepciones de dios que existen en el mundo, debido a que cada sociedad lo crea a su medida, dependiendo de sus necesidades: “Los dioses están hechos a imagen y semejanza de los grupos humanos que los han diseñado, a la medida de su medio ambiente, de sus necesidades, de sus grandes temores y sus mejores esperanzas, de sus miedos y sus pasiones.”

Así nacen los dioses y así nacen las religiones.

Por lo que el siguiente bloque se dedicará a este tema: Religiones que nacen. Se trata de un capítulo corto en el que nos narra la aparición reciente de religiones, como la de los rastafaris, el culto al cargamento (nacido en pueblos aislados que recibían ayuda norteamericana materializada en alimentos y otros productos necesarios) o la magia simpática (al hacer una representación simbólica de la realidad, lo que se opere sobre ese símbolo tendrá efecto en esa realidad, p.e., el vudú) o la celebración de Día de John Frum, en Vanuatu. Y nos comenta: “La necesidad, no solo material, los deseos más vivos, la búsqueda de explicaciones y soluciones, de señales que hagan florecer la esperanza parecen ser entonces los elementos básicos de las religiones tal como las hemos visto surgir casi bajo nuestras propias narices.” Y, una vez establecido el valor social de la religión, la cuestión de la existencia de dios pasa a ser irrelevante.

¿Y si no me lo creo? Es el último bloque esta primera parte. Arranca Schwarz de la base de que las relaciones con la deidad es de tipo comercial: do ut des, te doy para que me des, por lo que siempre se trata de una relación personal. Pero, afirma, uno no puede elegir en qué creer, sino que le viene impuesto por circunstancias ambientales. Incluso se puede fingir que se cree, porque conviene a sus intereses personales, en vez de llegar al sacrificio por sus creencias, aduciendo ejemplos como los de los falsos conversos musulmanes en la España de los Reyes Católicos. Por lo que concluye: “Una vez asumida la creencia religiosa por motivos emocionales, eso sí, el creyente suele acudir a razones para sustentarla. Razones que son, con frecuencia, justificaciones retóricas de las deficiencias aparentes de su deidad de elección.”

Concluye, así, esta primera parte que constituye como una base sobre la que edificar el resto de la obra, en cuyo segundo tramo aborda el tema Religión.

Religión

Fuera de la realidad es el título que aplica a su primer apartado, donde nos expone cómo la ciencia, en su avance, va resolviendo problemas que, hasta su resolución empírica, formaban parte del terreno de la filosofía, aduciendo el ejemplo de los cientos de años que se mantuvo la discusión entre los atomistas o los seguidores de la partición infinita de la materia. Trae a colación cómo las distintas religiones tratan de demostrar que sus textos ya preveían los descubrimientos que va aportando la ciencia y que eran manifestados a través de los profetas, convertidos hoy día en adivinadores. De ahí que sea partidario de, antes de centrarse en los aparentes aciertos de algunos textos religiosos, hacerlo en los enormes errores que contienen todos y cada uno de ellos.

Fiel a esta línea de argumentación, nos propone el apartado El creyente selectivo, en el que expone que muchos practicantes de religiones encuentran argumentos en sus textos sagrados para hacer una cosa o la contraria. ¿Por qué? Justamente porque sus libros sagrados son un producto humano lleno de contradicciones. Por lo que se presenta una disyuntiva: pensamiento libre (lo que conlleva la no exactitud de sus textos religiosos) o fe ciega en ellos, lo que implica anular la razón. Lo que nos lleva directamente al siguiente epígrafe, El miedo al pensamiento.

Un epígrafe en el que, basándose fundamentalmente en lo acaecido con Giordano Bruno (no hay que olvidar que su imagen campea en la cubierta del libro), abrasado en la hoguera por permitirse disentir de lo que era considerado la ortodoxia del creer. Apoyándose en esta experiencia, junto con la de Galileo, concluye que la religión, al pretender que sus fieles sostengan un único y uniforme pensamiento, va en contra de la razón. Y finaliza el apartado con una pregunta que nos lleva, directamente, al siguiente, “¿Puede un ateo cantar góspel?”: “Pero, si la razón no es el imperio de la religión, al menos lo es, pensaría uno, el arte religioso y su magnificencia. O probablemente no.”

Según su propuesta, el arte religioso nos emociona no por ser religioso, sino porque a través de él el artista nos transmite sus sentimientos. Nos señala cómo en sus inicios el arte se movía en el ámbito de la religión porque era impuesto, se trataba de un ambiente social donde el artista, si no producía lo que le reclamaban (templos, santos, vírgenes, …) no podía subsistir, salvo cuando atendía a peticiones de retratos de autoridades o mecenas que lo protegían. Es con el Renacimiento cuando surgen artistas que, a la vez, se dedican a la ciencia, como el caso de Leonardo. Acusa a las religiones de haberse aprovechado del arte para conducir el pensamiento y los sentimientos de la sociedad. ¿Y de dónde el título de este apartado? Pues porque el autor, ateo confeso, acude anualmente a un festival de góspel, simplemente por el placer que le produce escuchar este tipo de música.

Las religiones que no lo parecen es el título del último bloque de esta segunda parte de la obra. Aquí aborda la aparición de múltiples sectas de reciente cuño. Arremete, de forma especial, contra la teosofía de Helena Petrovna Blavatsky y del que considera su discípulo Rudolf Steiner, atacando a Tríodos Bank (banca ética), el sistema educativo Waldorf y todas sus aplicaciones a la agricultura, etc. De aquí, pasa a comentarnos el papel de las religiones postmodernistas, el New Age, todas de carácter relativista y sin, a su juicio, apoyo científico, entre las que incluye la práctica totalidad de las medicinas alternativas. Y concluye: “Y todas las religiones hacen daño a individuos, grupos, familias y sociedades, especialmente cuando se concentran en la misión de establecer el bien y el mal, cuando consideran que son y deben ser la guía moral de la sociedad …, o del mundo.” Porque entra así de lleno en la tercera parte de la obra, dedicada a la Moral.

La Moral

Con Dios todo vale se titula el primer bloque. Su planteamiento, para refutar el argumento de que la religión, dios, es, cuando menos, necesaria para el mantenimiento de un orden moral, es que el ser humano es moral por naturaleza, porque nos conviene como individuos, como sociedad. No se precisa de los caprichos de una deidad para indicarnos qué está bien o qué está mal; mucho menos, que nuestro comportamiento esté motivado por la esperanza de un premio o el temor a un castigo. Y, consecuentemente, rechaza el autor la doctrina que propugna el perdón como si cualquier acto contra otro ser humano no hubiese tenido lugar, o por la esperanza ilusa de que mi víctima será recompensada en el más allá; o, incluso, que en nombre de un dios se pueda hacer cualquier cosa, incluido lo prohibido.

No hemos nacido mancillados por un pecado, por Los pecados originales. Reconoce el autor que no todas las religiones consideran la existencia de un pecado original, como ocurre especialmente en la Iglesia Católica; pero, hay otras en las que sí existe la idea de una parte mala de nuestro ser, como ocurre en el budismo y la reencarnación: hay que purgar lo que se ha hecho mal en otra vida precedente. Con una argumentación razonada y asequible, nos lleva a considerar en la vida práctica qué suponen estas creencias.

Se pregunta el autor, a continuación, ¿Valores cristianos? Parte de una premisa mayor que da por sentado que es universalmente válida: que, cuando se habla de volver a los valores tradicionales, en verdad, se está pidiendo volver a los valores cristianos. ¿Y cuándo han estado vigentes en su mayor esplendor tales valores cristianos? Pues en la Edad Media, cuando la Iglesia luchó denodadamente, según el autor, contra los derechos de la mujer, el valor del conocimiento, la tolerancia, etc. Fijándose luego en la Iglesia Católica, reflexiona sobre los valores que defiende su Catecismo que, a su juicio, son contrarios a la Declaración Universal de los Derechos Humanos, declaración que el estado Vaticano se ha negado a suscribir.

El sentido de la vida es el paso siguiente que nos propone analizar Schwarz. Transcribimos de su inicio: “lo que nos resulta esencial en nuestra vida, lo que le da sentido es hacer el bien, vivir bien, estar satisfechos con nosotros mismos y tener una vida que tenga sentido, que tenga un valor y que nos permita transcurrir a lo largo de ella sintiendo que cumplimos un propósito.” Pocas personas podrán no estar de acuerdo, en líneas generales, con este enunciado. Pero el autor atribuye a los creyentes un sentido diferente; para él, el sentido de la vida de un creyente es ir ganando puntos para recibir un premio en la vida tras la muerte. Y trata de explicarnos las ventajas que tiene ser ateo sobre una existencia orientada hacia tal finalidad y para un vivir ultraterrenal.

El dolor es malo. Titula así el apartado siguiente de la obra. Afirma que las religiones, especialmente la cristiana, son religiones del dolor. Se centra en la pasión de Cristo, como origen y fundamento del deseo de sufrir dolor; algo incomprensible: que un dios todopoderoso prefiera someter a sufrimiento a su hijo cuando podía haberlo evitado. Y, por imitación de Cristo, los cristianos buscan el sacrificio, la penitencia. Nos explica cómo la celebración del dolor por parte de las religiones plantea tres problemas: 1. La posibilidad de que la persona que se causa dolor a sí misma podría no estarlo haciendo libremente, pues desconoce otras opciones para alcanzar su meta. 2. La convicción de que dios disfruta del dolor puede llevar al extremo de trabajar activamente para mantener, sostener y celebrar el sufrimiento de otros. Y 3. La clara probabilidad de hacer que otras personas se lastimen diciéndoles que es lo que quiere dios. Concluye, lógicamente, argumentando lo que le lleva a escribir estas páginas: el dolor es malo, especialmente, porque rebaja la dignidad humana, una dignidad que se pierde con la falta de libertad ante la experiencia del creer.

El último bloque de esta tercera parte se dedica a la Libertad religiosa. Con acierto, estima Schwarz que, para que exista una auténtica libertad religiosa, toda persona tendría que tener acceso a una amplia información acerca de todas las posibilidades existentes, incluyendo, evidentemente, la de no creer y poder manifestar abiertamente su ateísmo. Critica que se pueda penar por herir los sentimientos religiosos o no religiosos de nadie, como ocurre con el Código Penal de España. Y se detiene en algunos aspectos que niegan esa libertad, como es el caso del velo femenino en el Islam o en el Judaísmo.

Sexo, vida y muerte

Llegamos, así, a la cuarta parte de la obra, dedicada a Sexo, vida y muerte. Aborda Schwarz en ella algunos aspectos concretos de la posición de las religiones sobre ellos. Dado que es evidente la postura del autor acerca de cada uno de los planteamientos, nos limitaremos a enunciar los temas analizados, recomendando, eso sí, su lectura, pues, aunque incide en lo ya conocido, recorrer estas páginas supone profundizar en la argumentación de su autor. Son estos los temas sometidos a análisis: La mujer como problema, La prostitución, El inevitable aborto, Homosexualidad y matrimonio y Muerte digna y vida indigna. Como se ve, asuntos todos de vibrante actualidad y sometidos a encendidos debates.

Sí nos detendremos algo más en los apartados de la quinta parte, titulada No creer.

No creer

Agnosticismo es el primer bloque. Schwarz nos propone que la postura agnóstica, tal y como se entiende hoy (imposibilidad de demostrar la existencia de dios, imposibilidad de demostrar su inexistencia) solo es posible ante el hecho de poder diseñar un dios con una definición tan poco susceptible de ser sometida a prueba que debemos aceptar que somos agnósticos al respecto. Se atribuye el haber demostrado razonablemente la no existencia de dioses; un ateísmo que es precisamente la ausencia de creencia en dioses y no una afirmación de conocimiento. Y argumenta que, en la práctica, los agnósticos, apostados en una cómoda postura, viven y actúan como gente sin dios.

Para él, el ejercicio de la razón es incompatible en sus principios, en sus métodos y en sus conclusiones con el universo de las creencias religiosas. Se trata de una Convivencia imposible. Argumenta que la ciencia va arrinconando cada vez más a la religión, a la que le queda menos espacio; incluso, le niega la posibilidad de sostener ese bastión de las preguntas fundamentales, como la del sentido de la vida; para él, sentido tienen las palabras, pero no la vida. Y lo recalca con especial tipografía en este párrafo: “nunca, a lo largo de la toda la historia de la humanidad, la religión ha respondido satisfactoriamente ninguna de las preguntas ‘profundas’ con las que pretende justificarse.” Las religiones pueden decirlo todo, afirma, pero la única forma de valorar sus efectos es ver lo que hacen sus seguidores en su nombre; y, aquí, los ejemplos abundan: inquisición, yihadismo, … De ahí que propugne que el único lugar razonable de las creencias preternaturales es el del dominio privado, personal, subjetivo; las religiones no han de tener injerencia en los asuntos públicos. Y va más allá: el creyente es, en realidad, una víctima de las religiones y el combate de los ateos contra los teísmos es un combate a favor de los creyentes, para liberarlos de esta tiranía.

En Ateos a la fuga, Schwarz nos explica las dificultades de ser ateo, alguien que es considerado distinto a los demás y que no es bien aceptado socialmente. Cita textos de Benedicto XVI para apoyar su planteamiento, quien olvida a ateos que ayudaron a salvar a perseguidos por el nazismo, mientras que la Iglesia convivió armoniosamente con tan nefasta ideología. Por no hablar de los peligros que corren los ateos que viven en determinados países, donde son perseguidos penalmente. Cita al judaísmo como la religión más tolerante con los no creyentes, pues ese concepto, judaísmo, responde más a un hecho cultural que a una religión.

Y se llega, así, al último bloque de la obra: Conclusión provisional. Se trata de un capítulo que merece una reposada lectura, pues en él el autor nos condensa la sensación de libertad que le proporciona su increencia. La humanidad ha dejado atrás ya la infancia en la que se pensaba en la existencia de seres sobrenaturales; ha llegado a la madurez. Ni tan siquiera, el reclamo de una moral universal justifica la existencia de la religión; nos repite, en este sentido, algo que ya afirmó en otro lugar del libro: “el amor, la solidaridad, la nobleza y la cooperación son producto de un universo en evolución, no la gracia de un ser superior con modales de niño malcriado.” Vivir sin dioses es mucho más que un ejercicio de racionalidad, es un ejercicio de libertad, de dignidad, de integridad y de calidez humana. Dicho queda.

Finaliza el libro con un capítulo que, bajo el título de Nota al margen, se dedica al Ateísmo militante, en el que defiende y aplaude la labor de científicos que hacen frente a la sociedad creyente defendiendo y argumentando sus posturas ateas, con especial mención a Richard Dawkins, ampliamente conocido por su frecuente presencia en medios de comunicación como adalid del ateísmo militante.

¿Qué decir, como resumen, de la lectura de este libro? En primer lugar, como su propio autor reconoce desde las primeras líneas, no se trata de una obra de filosofía, en la que se analizan en profundidad los temas abordados; lo que no implica, lógicamente, que no sean profundos. El autor es periodista y escritor y, desde esa perspectiva, es desde donde hemos de analizar sus propuestas.

Se abordan asuntos que están sometidos a debates, a veces serenos y, en ocasiones, no tanto. Sobre ellos hay diferentes y dispares posturas, defendidas con mayor o menor acierto. Pero, Schwarz nos propone la suya y trata de argumentarla. Es cierto que, en ocasiones, da por sentados y por generalmente aceptados principios sobre los que la unanimidad no existe; y, de ellos, deduce conclusiones que solo son válidas dentro de su esquema; un esquema tan respetable como cualquiera otro de quienes defienden otros postulados. Quizás, más que afirmar que es bueno ser ateo, sería mejor decir que no es malo serlo; porque hay quien opina que es bueno ser creyente o, mejor, no es malo serlo. Para él, sin embargo, es malo ser creyente.

Una cosa sí parece clara. Esta obra contribuye a lo que el autor manifiesta: que, para ser libre a la hora de optar por creer o no creer, es necesario conocer todas las opciones. Y este libro aporta conocimientos sobre el ateísmo y sus razones.

En cuanto al continente, se trata de una edición muy digna. Quizás se le pueda reprochar alguna deficiencia tipográfica, especialmente a la hora de partir palabras al final de líneas. Lo que no implica, desde luego, ninguna tacha al objetivo perseguido.

Índice

Prólogo
Notas

Parte uno: Dios
La experiencia personal
El fantasma omnipresente
Pero ¿qué es dios?
Los dioses imposibles
Religiones que nacen
¿Y si no me lo creo?

Parte dos: Religión
Fuera de la realidad
El creyente selectivo
El miedo al pensamiento
¿Puede un ateo cantar góspel?
Las religiones que no lo parecen

Parte tres: Moral
Con dios todo vale
Los pecados originales
¿Valores cristianos?
El sentido de la vida
El dolor es malo
Libertad religiosa

Parte cuatro: Sexo, vida y muerte
La mujer como problema
La prostitución
El inevitable aborto
Homosexualidad y matrimonio
Muerte digna y vida indigna

Parte cinco: No creer
Agnosticismo
La convivencia imposible
Ateos a la fuga
Conclusión provisional

Nota al margen:
El ateísmo militante

Agradecimientos
 

¡No, por Dios!

Nota sobre el autor

Mauricio-José Schwarz nació en Méjico en 1955, aunque actualmente vive en España desde 1999. Periodista y escritor que ha hecho incursiones en la música, la fotografía, la enseñanza y la traducción. Su trabajo periodístico se ha centrado en la divulgación científica y en la promoción del pensamiento crítico y racional. Desde sus inicios en los medios de comunicación mejicanos, ha sido defensor de la opción de la no creencia en deidades y, sobre todo, de la exigencia de que se dé por terminada la persecución del ateísmo que en muchos países conlleva hoy mismo la pena de muerte y que, en otros, provoca una presión inmoderada e injusta sobre el no creyente. Desde fines de 2009, además de varios blogs y sus colaboraciones en El Correo, publica en YouTube los vídeos de crítica de la religión y análisis del ateísmo El rey va desnudo. Es autor, entre otras obras, de los siguientes ensayos de divulgación científica: Ellos fueron, Pensar en sentir y Viviente y cambiante.

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