Manfred B. Steger y Ravi K. Roy: Neoliberalismo: Una breve introducción. Madrid: Alianza Editorial, 2011 (242 páginas).
El neoliberalismo ha sido más objeto de noticias y análisis por sus estragos que por sus proezas. Éstas no se ocultan ni minimizan a lo largo del texto escrito a dúo por Manfred B. Steger y Ravi K. Roy.
Sin embargo, los autores advierten que sus efectos positivos sólo han recaído en una minoría de países y, a su vez, dentro de éstos, en una exclusiva y selecta minoría social: las élites del poder político, económico y financiero.
Inspirado en el liberalismo clásico (de Adam Smith y David Ricardo), el neoliberalismo arremetió contra las políticas keynesianas de la posguerra, pasando de la era del capitalismo controlado a la del capitalismo desregulado e incluso desbocado. La crisis de los años setenta fue crucial para su despegue.
La subida de los precios del petróleo implicó un incremento de la inflación y del paro, junto a una reducción de los beneficios empresariales. La responsabilidad de esta situación, según los teóricos neoliberales (Friedrick von Hayek y Milton Friedman), recaía en la excesiva regulación estatal, el desorbitado gasto público y las altas tarifas aduaneras.
La adopción, implementación y expansión de la nueva agenda neoliberal registró dos fases. La primera oleada fue propiciada por la denominada revolución conservadora, que protagonizaron los gobiernos de Reagan y Thatcher en la década de los ochenta. Sin olvidar el precedente impuesto ―manu militari― en Chile tras el golpe de Estado que, en 1973, despejó el terreno a los “Chicago boys”, como recoge David Harvey en un libro igualmente recomendable Breve historia del neoliberalismo, (Madrid: Akal, 2007).
La segunda fase se produjo en los “felices noventa”, auspiciada por gobiernos ―según los autores― de centro-izquierda, presididos por Clinton y Blair. Entre sus novedades respecto a la década anterior destacó la nueva estructura de poder en el sistema internacional tras el fin de la Guerra Fría y la desaparición de la Unión Soviética, unido a las reformas económicas neoliberales adoptadas por los dos gigantes asiáticos, China e India.
A su vez, la supremacía estratégica estadounidense tuvo su correlato en la hegemonía ejercida en las principales organizaciones económicas internacionales, con sus recetas de ajuste estructural y libre comercio. Este proceso de globalización neoliberal fue acompañado no sólo por los cambios experimentados en el tablero de la geopolítica mundial, sino también fue facilitado ―e incluso acelerado― por la revolución en las tecnologías de la información y comunicación, las denominadas TIC.
Presidida por el Consenso de Washington, esta nueva etapa mostró toda su agresividad con la adopción de una agenda de desarrollo global de corte neoliberal. Su fórmula respondía a la iniciales DLP: Desregulación económica de los mercados, que desdibujó los contornos entre la economía productiva y especulativa; Liberalización del comercio y la industria, con la creación de un mercado global de bienes, servicios y capital; y Privatización de las empresas estatales.
Manifestado como ideología, forma de gobierno y paquete de medidas económicas, el neoliberalismo ha mostrado diversos rostros en función de los escenarios y coyunturas, poniendo de relieve su capacidad de adaptación a diferentes contextos, como se recoge en las experiencias de Asia, África y América Latina. Los países endeudados, demandantes de ayudas y préstamos, tenían que asumir la agenda neoliberal impuesta por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.
De ahí que, ante sus diferentes expresiones, Steger y Roy consideren más pertinente hablar de neoliberalismos, dado que no se manifiesta de manera monolítica. Ahora bien, esto no excluye que sus diferentes formas compartan un ideario común, basado en el dogma de la “autorregulación” del mercado y el comercio sin necesidad, por tanto, de la intervención (regulación y control) de “un Estado civil fuerte”.
Sobre esto no deja de llamar la atención que sus principales defensores no duden en acudir o utilizar el Estado para desregular los mercados, favorecer a sus empresas e incluso rescatarlas. Además de alentar una política exterior agresiva e incluso militarista para defender los intereses de sus compañías transnacionales en el extranjero. La búsqueda de nuevos mercados, materias primas y mano de obra barata y abundante es tan conocida como la historia del viejo imperialismo.
La expansión del neoliberalismo, en sus distintas versiones y adaptaciones, ha introducido un reparto desigual de los beneficios, generando vencedores y vencidos. La resistencia a su agenda y efectos se ha expresado con distinta índole y desde diferentes ámbitos: organizaciones y partidos de izquierda, movimientos antiglobalización o alterglobalizadores, nacionalismos populistas e incluso parte de las fuerzas nacionalistas de derecha.
Pero, quizás, el principal obstáculo que ha encontrado en su camino se deba a sus propias contradicciones. Esto es, la crisis financiera desatada por las propias políticas neoliberales a finales de 2007 terminó derivando en una crisis económica. Bajó el rendimiento industrial, se produjo una retracción en el comercio internacional y un cese en el flujo crediticio que, a su vez, dificultaron la obtención de préstamos y afectaron negativamente a la rentabilidad de los negocios, la producción y el trabajo o, más concretamente, a los trabajadores, con un incremento del desempleo.
Por último, Steger y Roy se interrogan si la actual crisis significa la desaparición del neoliberalismo, dado que desde muchos ángulos se cuestiona el dogma neoliberal y se reclama un mayor control y regulación, tanto por parte de las instituciones nacionales como internacionales.
Ante la capacidad mostrada por el neoliberalismo para adaptarse a distintos contextos, los autores consideran que, de persistir la crisis, las opciones oscilan entre dos escenarios. Uno, el de una tercera fase de expansión neoliberal, algo más moderada que las antecedentes; y otro, el de una nueva era de capitalismo global controlado, asentado sobre principios keynesianos. De momento, todo parece indicar que el más previsible es el primero y cabe albergar dudas sobre su comedimiento.
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