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Por una austeridad ecosolidaria en tiempos de crisis

Por una austeridad ecosolidaria en tiempos de crisis

Vivimos en un mundo azotado por una crisis global económica y de valores. Los gobernantes de los países occidentales hacen llamadas continuas a la austeridad. Pero tal vez el sentido que le dan a la palabra “austeridad” encubra otros contenidos que exoneren de responsabilidades a los culpables de la crisis. Algunas tradiciones religiosas coinciden en orientar la necesaria austeridad en una línea más reivindicativa y radical que, por lo general, no es bien comprendida por los gobernantes. Por José Eduardo Muñoz Negro y Leandro Sequeiros.

Por una austeridad ecosolidaria en tiempos de crisis

Nada es suficiente para quien lo suficiente es poco. Epicuro.

¿Es la austeridad a la que nos empuja el gobierno de España para salir de la crisis la única salida, un proceso necesario, inevitable? ¿o no será más bien una opción ideológica a la que se nos aboca para salvar los mercados ? ¿Hay alternativas? ¿En qué se basa la austeridad que nos imponen? ¿Tiene algo que ver con un concepto de vida buena o es simplemente una tapadera ideológica?

Esto nos lleva a otras preguntas que conviene plantearse ¿Quién nos gobierna en España, en Europa, en el mundo?, ¿podemos hablar de soberanía? ¿de qué tipo? ¿Estamos gobernados por la política o por los mercados? ¿Necesitamos políticos, técnicos o gestores? ¿hay pensamiento político en los partidos políticos?

Puede decirse que el economicismo se ha apropiado del lenguaje de la vida. Es la consecuencia de la pérdida de relevancia de la política y esto tiene mucho que ver con la conversión de los partidos políticos en oligarquías tecnocráticas gobernadas por aparatos poco sensibles a la realidad. Maquinarias de poder donde el pensamiento es sustituido por las ideas y por la demoscopia. Es la política mercantilizada, al final se trata de venderle algo a la ciudadanía, que es tratada cada vez más como consumidor de productos políticos.

Expresiones como “hay que ganarse la confianza de los mercados”, “hay que consumir para que no se pare la economía”, “olvídate de un trabajo para toda la vida…” ponen de manifiesto como hemos sido colonizados por un lenguaje y una visión de la vida al servicio de los intereses de los que más tienen.

Los políticos, gestores de la economía

La política ha sido sustituida por la gestión y por la economía. La política, que originariamente era la ciencia que se encargaba de estudiar como podían satisfacerse las necesidades materiales de las personas, esta ha sido sustituida por la crematística, el arte de ganar dinero.

Hoy el conflicto de interés entre la política y el mundo crematístico es masivo, la consecuencia es la corrupción masiva y el descrédito absoluto de las instituciones. Financieros en la política, políticos en las finanzas. Dos caras de una misma moneda.

En este contexto, la austeridad es una narración moral y antipolítica. Como ha escrito el sociólogo Juan Luis Pintos, “la moral se ha convertido en arma política”. Es una tragedia griega, nunca mejor dicho, en que parece que nos enfrentamos a unos designios inapelables, impuestos no por los dioses, sino por los mercados.

Formas políticas de la austeridad

Pero, ¿a qué llamamos “austeridad”? La palabra “austeridad” nos suena más fuerte que sobriedad. Es negarse voluntariamente a goces legítimos. Uno se imagina a un monje cartujo, enjuto y que solo posee la túnica remendada que cubre su desnudez. Según el Diccionario de la Real Academia (DRAE), “Austeridad: 1. Calidad de austero. 2 Mortificación de los sentidos y las pasiones. Austero: 1. Severo, rigurosamente ajustado a las normas de la moral. 2. sobrio, morigerado, sencillo, sin ninguna clase de alarde. 3. Agrio, astringente y áspero al gusto. 4. Retirado, mortificado y penitente”.

La definición apunta a la ambigüedad del término. Tiene que ver con una existencia centrada más en el ser que en el tener, pero al mismo tiempo con una limitación de las pulsiones de vida. El “Tener” contra el “ser”, que señalaba Erich Fromm y se ha resaltado en otro artículo de Tendencias21. El amor como una práctica orientada al ser y no al tener.

Pero hagamos una aproximación sociológica a este término: en primer lugar, se puede hablar de la austeridad puritana: esta tiene que ver fundamentalmente con una desconfianza ante las pasiones y los sentidos. Es un radicalismo centrado en la pureza. Existe una visión dualista del ser humano con una exaltación del alma y una negación del cuerpo. Rigorismo moral y visión negativa de la corporalidad. Muy influenciada por el platonismo compone una visión ascética de la vida.

Esta visión aunque bastante ajena al Evangelio penetró muy pronto el cristianismo. Desplazó el centro del cristianismo de la justicia al pecado, sobre todo al pecado de la carne. Ha dado lugar a formas político-religiosas integristas teniendo más repercusión en el mundo protestante que en el católico. Desde ahí ha influenciado una determinada ética protestante como ética del capitalismo.

Construye mental y socialmente una cultura del ahorro y del esfuerzo. Pero no es la austeridad de los Evangelios. La austeridad de los Evangelios es la de la comensalía. La de compartir la vida en torno a una mesa. No está centrada en la pureza, sino en la justicia. Critica como la pureza funciona como encubrimiento ideológico de la injusticia. La austeridad evangélica no es en absoluto una renuncia al placer y la corporalidad, sino que incardina este dentro de los valores del Reino de Dios.

Los Evangelios critican el concepto de pureza como resultado del esfuerzo o sobreesfuerzo humano y oponen el de la abundancia de la gracia que Dios derrama gratuitamente. ¿Pulsión de vida o pulsión de muerte? En el planteamiento del film “El festín de Babette» (1987) aparece esta visión: Austeridad puritana frente al “lujo de la gracia”. Analogía entre la gracia divina y los placeres de disfrutar de compartir una comida de gran calidad.

Se critica una visión superficial que contrapone religiosidad contra sensualidad. El verdadero conflicto es entre la muerte y la vida, entre el puritanismo que niega la vida y la gracia que la regala. Invierte los términos y relaciona gracia con placer, disfrute y deleite de los sentidos, frente a gracia como sinónimo de pureza o mortificación. Este tipo de austeridad también expresa su relación con la riqueza y el dinero en el calvinismo. Los ricos serían los “agraciados” y una manifestación de esa gracia sería la austeridad puritana. Esa visión late en la actual y última forma política de la austeridad, la austeridad neoliberal.

Austeridad neoliberal

El segundo tipo de austeridad puede ser denominado como austeridad neoliberal. Sus raíces las vemos en el neoliberalismo de Ronald Reagan y Margaret Thatcher. En “Algo va mal”, Tony Judt comenta cómo se pasó del consenso de la postguerra al actual modelo. La caída de la tasa de beneficio tras la crisis del petróleo fue amortizada principalmente por el mundo del capital.

Después el mundo del capital se decidió a recuperar su tasa de beneficio y desarrolla las políticas neoliberales. Se elimina la Ley Glass-Steagal de Roosevelt que separaba la banca de inversión de la banca tradicional. Se crearon así las condiciones para la eclosión del capitalismo financiero. Se reduce el poder adquisitivo de los trabajadores mediante la moderación salarial, pero se les anima al endeudamiento mediante tipos de interés bajos.

En la actualidad en EEUU los trabajadores tienen el mismo poder adquisitivo que en los años 70. El resultado es la destrucción del paradigma dominante tras la segunda guerra mundial fundamentado en una fuerte intervención pública y gran papel del Estado- Capitalismo del Estado de Bienestar- y su sustitución por otra visión donde la centralidad es del mercado, de la iniciativa privada. Son los años de los Yuppies, como nos cuenta la película “Wall Street” (1987).

Grandes cambios geopolíticos y sociológicos crean las condiciones de posibilidad del proyecto neoliberal: la caída del bloque soviético y el desprestigio del estatalismo, de lo público y de lo colectivo. “No hay sociedad, sino individuos”, advirtió Margaret Thatcher; el papado de Juan Pablo II y el fortalecimiento de una Iglesia autoritaria junto a la persecución de la Teología de la Liberación por marxista contribuyeron decisivamente a ese tipo de hegemonía ideológica.

Y por último, la socialdemocracia muere de éxito, se crea una sociedad de consumo, hedonista, una sociedad postmaterialista que ya no está centrada en satisfacer la búsqueda de una igualdad material básica plasmada en las políticas de pleno empleo. Se pasa del énfasis en este último a la búsqueda de una mayor productividad y de una mayor eficiencia económica. Pasamos del paradigma del pleno empleo al paradigma del aumento de la productividad. La economía ya no es una manera de solucionar los problemas materiales de la colectividad sino que empieza a convertirse en una ciencia al servicio del propio proceso productivo.

El mercado es la medida de todas las cosas

Frente a una visión social de la economía se abre paso el economicismo como visión de la sociedad y de su mano la sociedad centrada en el mercado. El mercado se convierte en la medida de todas las cosas. Es la sociedad centrada en el mercado. La educación se orienta al mercado, no a la formación de personas libres, responsables y capaces de dirigir su propia vida.

Llegamos a la situación actual en la que ya nos parece normal escuchar frases como “hay que tranquilizar y dar confianza a los mercados”, “no sabemos cómo responderán los mercados”. Volvemos a un tiempo mítico. El tiempo de los mercados autorregulados y omniscientes. El dios mercado. Que decide por encima de la política y de los ciudadanos.

Todas estas políticas se plasmaron en el llamado Consenso de Washington de los años 90: Monetarismo, desregulación, privatización y disminución del gasto social. Esas políticas del FMI se hacen primero en América Latina, allí le llaman la década perdida. También entonces se llamaron políticas de austeridad. Varios países de América Latina salieron de ella no pagando lo que consideraban una “deuda ominosa”.

En este contexto de apoteosis del capitalismo financiero y de desregulación, a falta de elementos tecnológicos que consigan elevar sustancialmente la productividad empieza ser cada vez más difícil sacar rentabilidad al dinero, se crean nuevos productos especulativos y nuevas burbujas. Empieza a haber “demasiado dinero persiguiendo a pocos valores”. Así la cantidad de dinero circulante es muchísimo mayor que la economía real.

Durante esta época dentro de un crecimiento económico global con nuevos países emergentes como los BRIC, las desigualdades económicas dentro de los países han crecido. Incluso hay zonas del mundo, sobre todo en África, que apenas se han beneficiado de la globalización. Actualmente hay quien se cuestiona gran parte de los datos del descenso de la pobreza a nivel global.

España se emborracha de éxito

En España, en general, son años de crecimiento económico y de diminución de la desigualdad, también se configura una mentalidad de nuevos ricos. Una sociedad consumista, hedonista y exhibicionista. Un clima sin autocrítica dónde éramos los mejores en todo. Algunos le llaman el “milagro económico español”. Llegan emigrantes masivamente, el precio de la vivienda se dispara, España construye más viviendas que nadie en Europa.

Hasta la crisis, España era la locomotora del empleo de Europa. Ahora somos la del paro. Se creó una burbuja inmobiliaria que hizo aflorar mucho dinero a las arcas públicas, por ese motivo se bajó la presión fiscal. Una suma de factores: la Ley del suelo, la mentalidad de “España es el mejor país del mundo para hacerse rico”, los bajos tipos de interés del Euro…hacen posible esa burbuja. Durante esos años los ciudadanos españoles se endeudan para sostener ese nivel de consumo, los bancos españoles no tienen dinero suficiente para financiar ese consumo con lo cual se endeudan a su vez con bancos europeos, fundamentalmente alemanes.

El déficit exterior español llega a ser el segundo del mundo después del de Estados Unidos. Nuestro gasto privado supera nuestra capacidad productiva por lo que se recurre al endeudamiento. Así el Estado bajó los impuestos porque tiene superávit. Antes de la crisis la Deuda Pública española era en porcentaje del PIB alrededor del 37%, muy inferior a la Deuda Pública de Alemania por ejemplo.

Éramos los alumnos aventajados de la clase. No era el Estado, sino el sector privado el que estaba endeudado por encima de su capacidad productiva. Cuando la crisis llega en el 2008, la recaudación se hunde, pero la caída de la recaudación se debió mucho más a la reforma fiscal previa que a la misma caída de la actividad económica. Quedan atrás los años del “AVE para todos” -una inversión no rentable económicamente, aunque quizás rentable socialmente-. Pero 46.000 millones son muchos millones; los aeropuertos fantasma, las infraestructuras de escasa o ninguna pertinencia…Son años en los que el maná de la burbuja inmobiliaria y la mentalidad de nuevos ricos hace que no se realicen reformas de calado ni en la sociedad, ni en la economía, ni en la política. Más bien, al contrario. La corrupción se sitúa en medio del sistema.

Ahora cuando llega la crisis, nos encontramos con al menos una cuádruple factura: moral, social, económica y política. Rápidamente la caída de la recaudación y el tímido intento de políticas expansivas del gobierno dispara el déficit público. No hay dinero para sostener las cuentas del Estado y este recurre al endeudamiento para poder financiarse. Se emite Deuda Pública que genera a su vez un mayor endeudamiento, por lo que el interés que se paga a los acreedores para que nos presten es cada vez más alto. Esto se combina con una falta de crecimiento económico que hace que resulte cada vez más difícil poder pagar la deuda.

Llegan las políticas de austeridad

En este contexto es en el que se plantean las políticas de austeridad. Se concluye que el principal problema de la economía es el incumplimiento de los criterios de déficit público y el excesivo endeudamiento público. Junto a esto se decide el rescate del sistema financiero.

Las políticas redistributivas y los sistemas que proveen bienes básicos y públicos: sanidad, educación, pensiones, dependencia, I+D, Cooperación al desarrollo…se ven estrangulados mientras que asistimos al rescate financiero de entidades que ganaron mucho dinero en “los años del pelotazo” pero ahora son salvados sin depurar responsabilidad alguna.

No hay dinero para servicios públicos que cubren necesidades básicas pero si lo hay para el sistema financiero. EL BCE crea dinero que presta a los bancos pero no a los Estados, a su vez esos bancos compran con ese dinero la Deuda Pública que emiten los Estados. Los bancos ganan dinero comprando la Deuda Pública que emiten los Estados, lo hacen con el dinero que provee una entidad como el BCE que en última instancia está respaldado por los Tesoros Nacionales de los países que forman los países del Euro.

Con lo que nos encontramos en una situación moralmente surrealista, una entidad pública como el BCE, que funciona con dinero público, no puede ayudar a los Estados directamente sino que solo puede hacerlo a través de los bancos. Presta dinero a los bancos a intereses muy bajos, en torno al 1% y estos compran la Deuda de los Estados europeos con problemas al 6% o 7% (bono a 10 años). Mientras tanto en la misma unión monetaria, Alemania ha llegado a colocar Deuda a tipos negativos, o lo que es lo mismo los acreedores pagan al Tesoro alemán porque les guarde el dinero. No solamente eso, sino que los países acreedores ganan dinero con los rescates de los países rescatados, estos rescates son préstamos que generan intereses para los acreedores.

Problemas éticos y técnicos de las políticas de austeridad

Desde nuestro punto de vista las políticas de austeridad plantean dos tipos problemas fundamentales, uno ético y otro técnico. El ético estriba en los principios de esas políticas y de sus efectos. Desde el punto de vista de los principios se hace caer el ajuste indiscriminadamente sobre el conjunto de la población, afectando más a las capas de población con menor poder adquisitivo.

Este tipo de austeridad no es una opción sino una imposición. Esto la distingue de la austeridad como virtud, que es siempre una opción personal. No hay aclaración de responsabilidades apenas. Tan solo en Islandia se ha dejado quebrar a los bancos y se ha intentado depurar algunas responsabilidades.

Las oligarquías políticas y financieras que ocasionaron la crisis se han readaptado a la nueva situación. Se hace pagar al conjunto de la ciudadanía una crisis que fue generada fundamentalmente por unas élites. Esto no significa en modo alguno que la ciudadanía no sea responsable de lo sucedido, más bien lo contrario, la mayor parte de la población participó irresponsablemente de una mentalidad consumista de “nuevos ricos”.

Pero las políticas de austeridad no distinguen entre justos y pecadores sino entre ricos y pobres. Las élites que ocasionaron directamente la crisis están a salvo. También se rompe la corresponsabilidad entre acreedores y deudores. No se puede depositar toda la responsabilidad en los acreedores, los bancos que financiaron la burbuja inmobiliaria española sabían que asumían un riesgo con esas operaciones. No pueden ahora exigir políticas que cargan toda la responsabilidad en el acreedor. Las pasarelas entre la política y los consejos de administración y dirección de la gran banca y las compañías multinacionales son una constante tanto en Europa como en EEUU.

Insisto en que es un problema de principios. Jean Claude Juncker, presidente saliente del Eurogrupo, rememorando la película “Vencedores y vencidos” llegó a afirmar en su último discurso ante el parlamento europeo, que los ajustes habían sido diseñados para que recayeran fundamentalmente sobre los más débiles. Criticó asimismo la imposición de estas políticas por parte de entidades de escasa legitimidad democrática como la Comisión Europea, el BCE o el FMI.

Y que los países del Norte se consideren más virtuosos a pesar de que tienen también sus cuentas en un estado lamentable. Tampoco ahorró críticas al eje franco-alemán y su incapacidad para liderar la UE. Ni a los socios europeos que se aprovechan del riesgo país y de la fuga de capitales en los países con problemas. “No estoy cayendo en un izquierdismo estúpido, no digo que son los millonarios los que tienen que pagar, pero no acepto que los millonarios no paguen” comentó. Finalmente propuso un salario mínimo europeo y unos derechos sociales básicos europeos.

Y luego hay un problema consecuencialista. Las desigualdades sociales están aumentando desde el comienzo de la crisis. Son muchas las voces, muchas de ellas procedentes del mundo académico que ponen de manifiesto que las políticas de austeridad están destruyendo la cohesión social y pueden producir una sociedad dualizada. El último informe de Intermón Oxfam “Crisis, desigualdad y pobreza” advierte del riesgo de llegar a ese extremo en menos de 10 años si persisten las políticas de austeridad.

El problema técnico de la austeridad

Además del problema ético existe uno de tipo técnico, sin olvidar nunca que al ser la economía una ciencia social, los problemas técnicos siempre tienen implicaciones éticas y sociales. Existe cierto consenso entre los economistas en que España necesita reducir su endeudamiento y cambiar el modelo productivo. Premios Nobel de Economía como Krugman o Stiglitz insisten en que las políticas de austeridad dificultan la salida de la crisis. El último libro de Stiglitz es significativo: El precio de la desigualdad: el 1% tiene lo que el 99% necesita.

La desigualdad no es solo injusta sino que es ineficaz para el funcionamiento de la economía. Las sociedades más desiguales funcionan peor. Otros economistas en España, Juan Torres, Viçenc Navarro, Alberto Garzón y muchos otros insisten en que es posible otras políticas: fiscalidad sobre el carbono, igualación de los impuestos de las rentas del capital a los del trabajo, impuesto sobre las transacciones financieras, lucha contra el fraude fiscal y los paraísos fiscales, cambiar la política y el mandato del BCE, desarrollo de la banca ética y de la economía social, desarrollo del sector cooperativo, políticas de democracia económica, impulso de un nuevo modelo productivo, mayor gasto social, políticas de pleno empleo, renta básica, cambios en el patrón de consumo, inversión en energías renovables, mejora de la educación y el I+D, renegociación de los plazos de cumplimiento del déficit.

Para Paul Krugman las políticas de austeridad son un relato moral, una manera de “castigar a los malos por sus pecados”. Sostiene que la evidencia científica actualmente disponible avala políticas fiscales expansivas y mantiene que el déficit no es el problema sino la falta de liquidez. Según el, hay conocimiento científico suficiente para salir de esta situación, sin embargo se insiste en estas políticas por una mezcla de tozudez ideológica e intereses. Por otro lado queda la cuestión de cómo cambiar un modelo productivo disminuyendo la inversión en Educación y en I+D+I, en este último caso drásticamente.

Las políticas de austeridad son en realidad una transferencia de rentas de las clases media y baja a la banca y los más ricos. La deuda privada al final se ha hecho pública mediante el rescate de la banca. Rescate que impone condiciones. ¿Pero realmente necesitamos ser austeros?, ¿es posible y deseable otra austeridad?

Otra austeridad es posible:

La austeridad verde: decrecimiento y simplicidad voluntaria.

Desde el ecologismo (y también desde algunas tradiciones religiosas más sensibles y abiertas) la austeridad no es solo una opción, también es una necesidad impuesta por la realidad. No es simplemente una cuestión fiscal es algo más profundo. Estamos viviendo por encima de las posibilidades de la Tierra. Nuestro consumo amenaza con destruir los ecosistemas sobre los que se basa la vida en la Tierra.

Se critica el capitalismo como un sistema depredador y la idea del crecimiento económico indefinido, como una ideología sin base alguna en la realidad. En lo esencial hay dos tipos de argumentos: uno es de tipo principialista, casi religioso; se ve a la Tierra como un ser vivo, como un organismo del que el ser humano forma parte.

Hay una conciencia de la Tierra como algo sagrado que supone cierto reencantamiento del mundo unido a la crítica de la perspectiva antropocéntrica que está en la base de la ruptura con la naturaleza. El ser humano, al situarse por encima de la naturaleza y no como una parte de ella, se habría alienado con respecto a la misma, produciendo así un tipo de desarrollo que amenaza las raíces de la misma vida. Se trataría así de cambiar nuestro patrón de consumo para reconciliarnos con la Tierra, para vivir mejor, en definitiva, para tener una existencia más ética, más sencilla, mas reconciliada, más centrada en lo esencial.

Hay otro tipo de argumentos más utilitaristas, de tipo científico. Esos son todos los partidarios de los decrecimientos. Muchos de ellos son economistas. El considerado pionero de los decrecimientos fue el economista y matemático Nicholas Georgescu-Roegen. Introdujo el concepto de entropía en la economía neoclásica.

No es posible el crecimiento infinito porque la materia y la energía se van degradando. La energía y la materia se hacen cada vez menos aprovechables, nunca se puede reciclar al 100% nada. Plantean que incluso el llamado crecimiento sostenible es en realidad insostenible. Georgescu-Roegen predijo el calentamiento global: «La eliminación de la contaminación, como la de los desechos materiales, no puede ser total y utiliza también energía, lo que provoca un aumento de calor que, a la larga, va a modificar el delicado equilibro térmico del planeta en dos formas: 1) provocar islas térmicas que van a perturbar la fauna y flora locales y 2) aumentar la temperatura global del planeta, a tal punto que se va a derretir el casquete glaciar»

El crecimiento indefinido es por tanto una idea absurda e imposible. Economistas liberales y utilitaristas como John Stuart Mill, defendieron la posibilidad de un estado estacionario de la economía. Estado que según Georgescu-Roegen: “demandaría menos recursos de nuestro medio, pero mucho más de nuestros recursos morales”.

Se conecta así la austeridad entendida como ahorro de materia y energía con la opción ética de vivir conforme a otros valores. Sin embargo, el mismo Georgescu-Roegen y economistas decrecentistas como Serge Latouche opinan que ese estado estacionario es un estado imposible en la condiciones actuales y abogan por el decrecimiento. Se trataría de que los países pobres crezcan y los más ricos vuelvan a los niveles de consumo de materia y energía de la Francia de los años 60. Defienden la reducción, la reutilización, el reciclaje, la relocalización… La economía se asienta sobre unos ecosistemas que son finitos y que guardan un complejo equilibrio.

Los límites de la sostenibilidad

Todo sistema económico tiene una base material finita. En nuestro caso la segunda revolución industrial se basó en el petróleo. Somos una civilización minera que utiliza recursos no renovables como los combustibles fósiles y los minerales, los cuales se agotarán en los próximos 40 años. Critican la banalización del concepto de desarrollo sostenible.

Es clave el concepto de huella ecológica. La cantidad de territorio que necesita una población o una persona para mantener su nivel de consumo y para absorber los residuos producidos. Según “Global Footprint network”, actualmente tocamos a 1,8 hectáreas de biocapacidad por persona, sin embargo la huella ecológica es de 2,7. Por lo tanto necesitamos 1,5 planetas para producir lo que necesitamos y absorber los residuos que producimos.

La Tierra tarda un año y medio en regenerar lo que consumimos en 1 año. Ese es el déficit de la Tierra. De no hacer nada en el 2030 necesitaremos 2 planetas. Los recursos de la Tierra están sobreexplotados. En España la biocapacidad anda alrededor de 1,61 hectáreas y la huella ecológica en 5’42. EEUU está en 8 de huella ecológica y en 3,87 de biocapacidad. Alemania 5,08 y 1,92; Francia 5,01 y 3; Italia 4,99 y 1,14, Portugal 4,47 y 1,25.

Existe un intercambio global de consumo de recursos naturales y de la capacidad bioproductiva. Hay países que exportan esa capacidad y otros que la importan, igualmente ocurre con el consumo de recursos naturales. Hay países con excendente de capacidad bioproductiva y otros con déficit. Con frecuencia ocurre en que aquellos países con gran capacidad biproductiva, muchos de sus habitantes no tienen cubiertas las necesidades básicas. Esos recursos naturales son explotados por compañías de otros países. La huella ecológica pone de manifiesto que nuestro consumo es depredador.

Extraemos la capacidad bioproductiva de países que no tienen resueltas las necesidades básicas, para mantener un consumo en nuestros países que no genera más desarrollo ni más buena vida. En definitiva, no sólo vivimos endeudados por encima de nuestras posibilidades, sino que también vivimos por encima de las posibilidades de nuestros países y de la Tierra en su conjunto. Si todo el mundo pretendiera vivir como viven los habitantes del primer mundo, especialmente los americanos, europeos, japoneses, países del Golfo…La crisis ecológica sería terrible. Y el cambio climático es sólo un ejemplo. Nuestro modelo de desarrollo, basado en el afán de lucro y en la insaciabilidad de los deseos no es universalizable, ni ético, por tanto.

¿Ingenuidad o catastrofismo? Las críticas a la austeridad verde

Las críticas a estas visiones se basan en dos aspectos fundamentales:

1. Algunos piensan que es una visión catastrofista, al final la humanidad hallará tecnologías limpias.

2. Todo eso ocurrirá a largo plazo, cuando nosotros no estemos aquí. ¿Por qué preocuparse más por los que todavía no existen que por los que existimos?

Desde nuestro punto de vista no se trata solamente de encontrar tecnologías más limpias, por muy limpia que sea una tecnología siempre producirá residuos y contaminación, siempre aumentará la entropía del sistema.

La cuestión es más profunda, como decía Erich Fromm, ¿centrados en el ser o en el tener? Si nos centramos en el ser, la autocontención es inevitable. En cuanto a lo segundo me parece un elemento atendible, pero aunque pensemos que somos más importantes que los que existirán, eso no nos da derecho a abusar de la Tierra. Hay un deber de respeto hacia la naturaleza, entre otras cosas porque formamos parte de ella.

La conclusión es sencilla, estamos destruyendo los ecosistemas sin los cuales cualquier actividad económica es imposible. Estamos más allá de los límites del crecimiento, como señalaban los Informes del Club de Roma de los años 70. Apenas llevamos 200 años de civilización industrial y la posibilidad del colapso ecológico no solo es cierta sino probablemente inevitable de no cambiar nuestro modelo de desarrollo, lo que es tanto como cambiar nuestra civilización.

El desafío es impresionante y desborda los límites del llamado capitalismo verde. No basta con consumir menos, hay que cambiar los valores que rigen la vida económica. El afán de lucro y la insaciabilidad del deseo no pueden ser los principios rectores de la economía. Se necesita por tanto algo más que un cambio de sistema, un cambio de conciencia y de civilización.

Vamos cayendo en la cuenta de que el concepto de desarrollo sostenible se queda estrecho. Es insuficiente. Deben introducirse en el debate de la austeridad elementos éticos y antropológicos más severos.

Por una austeridad ecosolidaria en tiempos de crisis

La ecología, un desafío pastoral

La revista católica española, Vida Nueva (enero 2013, número 2833) incluye un amplio informe sobre “La ecología, un desafío pastoral”. Para el editorialista de la publicación, “hoy ya no se pueden justificar los recelos ante la presencia de las cuestiones sobre medio ambiente en los planes de pastoral”. La Iglesia católica, y en general, las tradiciones religiosas no son ajenas a un auténtico planteamiento de la austeridad en el contexto de la sociedad del despilfarro insolidario.

Ya en 1990, el Consejo Mundial de las Iglesias aprobó sobre la defensa de “la integridad de la creación”, en la que integran los elementos biológicos naturales y humanos. La pobreza y el despilfarro no se pueden separar de la defensa del medio natural. El jesuita Teilhard de Chardin introduce el concepto del Cristo Cósmico, y destaca que hay un elemento crístico en el cosmos que proviene de la vida intratrinitaria y que acompaña continuamente a la creación.

“Esto resuena a la noción que tienen muchos pueblos indígenas cuando expresan la presencia de Dios en la naturaleza”, afirma el teólogo filipino Reynaldo Reluto en una entrevista (citada en Vida Nueva).

Dentro del contexto de la Iglesia católica, la preocupación por la calidad de vida humana en relación con la ecología aparece en los número 2415 y 2416 del Catecismo de la Iglesia Católica; y Juan Pablo II llamó a una “conversión ecológica” en su discurso al Cuerpo Diplomático en enero de 2012.

Ecología política y culturas religiosas

Numerosos grupos e instituciones religiosas han publicado documentos internos en los que invita a sus miembros a repensar la actitud respetuosa hacia la naturaleza con la defensa decidida de los derechos humanos. Hacen una llamada a la exigencia de la fe hacia la solidaridad austera y responsable en el uso de los recursos naturales.

La Compañía de Jesús hizo público en septiembre de 2010 un extenso documento titulado “Sanar un Mundo herido” en el que se hace una clara opción por el patrón ecosolidario. Se insiste en la insuficiencia del desarrollo sostenible y se avanza hacia un desarrollo solidario con la miseria de las víctimas. Esta misma línea está presente en otros documentos de otras congregaciones religiosas.

Ya en los documentos de la Congregación General 35 de los jesuitas (2008) [sobre todo, en el Decreto 3: “Desafíos de nuestra Misión hoy”, sobre todo, los números 31-36] podíamos leer: “Para escuchar, una vez más, el llamamiento a promover relaciones justas con la creación, hemos sino movidos por el clamor de los que sufren las consecuencias de la destrucción medioambiental, por los numerosos postulados recibidos y por las recientes enseñanzas del Santo Padre y de muchas Conferencias Episcopales sobre este asunto” (número 34).

El documento “Sanar un Mundo herido” (aquí presentamos un ppt muy didáctico) insiste que una parte de la misión de la Compañía de Jesús consiste en responder a los desafíos ecológicos o medioambientales para “apreciar más profundamente nuestra alianza con la creación” (Decreto 3, número 36). El cuidado del medio ambiente “afecta al centro de nuestra fe en Dios y nuestro amor a Él” (Decreto 3, número 32). Y se invita a los creyentes de todas las religiones y a los hombres y mujeres sensibles con el drama de la desigualdad a añadirse a este proyecto, mucho más exigente y ambicioso que la mera austeridad formalista que quieren los políticos europeos.

Por eso, terminada la Congregación General de los jesuitas se constituyó una comisión de trabajo (Task Force), “convocada conjuntamente por el Secretario para la Justicia Social y Ecología y por el de Educación Superior. Estaba formada por cinco jesuitas y una persona laica escogidos en representación de las seis conferencias de la Compañía.

A la Task Force se le encomendó la tarea de redactar para el Padre General un informe sobre “la misión jesuita y la ecología”. Y se le instó a que, “inspirándose en lo dicho al respecto por la Iglesia y la Compañía y teniendo presentes las iniciativas ya emprendidas por las distintas conferencias y provincias, presentara recomendaciones prácticas para favorecer la integración de la preocupación por la ecología en todos nuestros ministerios. Igualmente se le pidió que, en la elaboración de tales recomendaciones, adoptara un punto de vista intersectorial o interdisciplinar, acentuando los aspectos globales e internacionales de las distintas cuestiones y centrándose en temas y metodologías en las que la Compañía pueda hacer uso de sus capacidades” ( Sanar un Mundo herido, núm. 3)

La Task Force celebró una última reunión en Roma del 15 al 20 de noviembre de 2010 para concluir el informe. Esta es la “visión” (el presupuesto, lo que llamaríamos en terminología de Ignacio, el “principio y fundamento”: “Profundizar en nuestra experiencia de fe en el don de la vida que procede de un Dios creador, nos demanda un cambio en la manera de responder a la urgente tarea de la reconciliación con la creación. La creación, don del Dios de la vida, se ha convertido hoy en un bien material, explotable y comercializable. Nuestro mundo, lleno de paradojas, nos confunde y acusa, aunque al mismo tiempo presenta signos alentadores. Hay miedo, convulsión, sufrimiento, desesperación, pero también expresiones de esperanza y confianza. Todos somos responsables, aunque unos más que otros; todos sufrimos las consecuencias, pero también unos más que otros. Demasiados seres humanos, apoyados en el desarrollo tecnológico y espoleados por la codicia, continúan dominando y expoliando la naturaleza en el avance hacia el «progreso»; son pocos, demasiado pocos, los que toman en consideración las consecuencias de sus acciones” ( Sanar un Mundo herido, número 5).

Estos textos del documento son significativos: “El cuidado del medio ambiente se basa, ante todo, en el reconocimiento de éste como un bien verdadero. El Salmo 104, un himno sostenido a las maravillas de la creación, lleva a la alabanza del Creador (“Cantaré al Señor mientras viva…”). Nuestra principal respuesta humana al bien consiste en apreciarlo; esta es una respuesta contemplativa. Sin tal apreciación, cualesquiera obligaciones éticas que se nos atribuyan parecerán secundarias o incluso opresoras. En segundo lugar, este bien intrínseco es un bien común. “Los bienes de la creación pertenecen a la humanidad en su conjunto”. Así pues, el principio de solidaridad rige en el campo ambiental en no menor medida que en el campo social, ya que el daño ambiental es también un mal social; afecta en particular a los pobres, que tienen menos oportunidades de eludir sus consecuencias, mientras que los productos de la explotación medioambiental van en su gran mayoría a países y pueblos más ricos”(….)

“El documento en el número 55 hace ver quiénes son las víctimas de un mundo herido: “Comenzamos por el grupo de personas que viven en los márgenes, los pobres. En el siglo XXI hay dos grandes desafíos: eliminar la pobreza y gestionar el cambio climático, dos aspectos que no son autónomos, sino interdependientes. Los mecanismos que en último término vinculan el desarrollo humano y la disminución de la pobreza con los cambios del clima resultan ahora más evidentes, poniendo de manifiesto los lazos con el empleo, los medios de vida, la salud, el género y la seguridad. Por mencionar tan solo un ejemplo: en el mundo rural, las mujeres dependen en considerable medida del medio ambiente para su sustento, que se ve directamente afectado por la degradación o escasez de recursos naturales por motivos climáticos”.

“Se nos pide que discernamos cuidadosamente nuestra relación con la creación y que seamos indiferentes, esto es, que desarrollemos una libertad interior para ver las cosas creadas en su relación con Dios y sus planes para el bien común de la humanidad. Una comprensión novedosa y más profunda de la teología de la creación nos lleva a darnos cuenta de que la creación es la primera gran obra de la redención y el acto salvífico fundacional de Dios”.

“Para los cristianos, por consiguiente, la esperanza de reconciliación se halla estrechamente unida a la fe en la obra salvífica de Cristo en medio de nosotros. Hay que señalar que la interpretación “Sanar un Mundo herido” espiritualista de la reconciliación con Dios ha llevado a menudo a una forma individualista y subjetiva de plantearse la vida”.

En este punto el documento tiene un significado social muy hondo: prosigue el número 52: “La expresión „establecer relaciones equitativas‟ es equivalente a fraguar relaciones basadas en la justicia. Para comprender la relación entre los términos „reconciliación‟ y „justicia,‟ esta última debe ser entendida en su sentido más amplio. La palabra „justicia‟ incluye las tres dimensiones de la justicia: la conmutativa, que exige que las relaciones recíprocas entre individuos o entre grupos privados se establezcan sobre la base de la igualdad; la retributiva, que exige compensación por las injusticias cometidas; y por último, la restaurativa”.

La civilización de la austeridad compartida

Pero será necesario retomar otras perspectivas. Desde la Universidad Centroamericana de El Salvador, Ignacio Ellacuría abogaba por la civilización de la pobreza frente a la civilización del capital. Jon Sobrino matizaría posteriormente, que para entender mejor lo que Ellacuría quería decir por pobreza era austeridad compartida. La civilización de la pobreza se oponía así a la civilización de la riqueza. Esta última se basa en la acumulación como base de la seguridad y del consumismo como base de la propia felicidad.

Es un enfoque crítico, no reduccionista. Reconoce los numerosos bienes que esa civilización ha traído como puede ser gran parte del desarrollo tecnológico, pero al mismo tiempo ha traído “males mayores” y sus procesos de autocorrección no son suficientes para corregir su rumbo destructor. Esos malos mayores son la imposibilidad de satisfacer las necesidades básicas y que no genera espíritu, valores que humanicen a personas y sociedades. No es una civilización que se pueda universalizar y siguiendo a Kant concluye que por tanto no es ética. Ellacuría tampoco idealiza a los pobres, porque muchas veces están profundamente deshumanizados por la pobreza y por supuesto considera a la pobreza un mal.

Pero piensa que las necesidades básicas de los últimos, tal como apunta Martha Nussbaum, solo podrán ser satisfechas si se pone a estos en el centro de la sociedad y en el centro de la Iglesia. Critica tanto al capitalismo privado de Occidente como el capitalismo de estado del antiguo bloque comunista. Se trata de un enfoque teológico que historiza la pobreza y se comunica desde el reverso de la historia.

Los pobres son los sujetos donde acontece la salvación, donde se generan esperanzas y nuevas propuestas. Se rechaza la acumulación de riqueza como motor de la historia y la posesión y disfrute de aquella como principio de humanización. Como alternativas se sitúa la satisfacción universal de las necesidades básicas como principio de desarrollo y la solidaridad compartida como fundamento de la humanización.

La solidaridad compartida como alternativa a la simple austeridad

Por solidaridad compartida no se entiende solo que los más ricos compartan, sino que los pobres también pueden aportar “espíritu” a los ricos. Es “un estado universal de cosas en que esté garantizada la satisfacción de las necesidades fundamentales, la libertad de las opciones personales y un ámbito de creatividad personal y comunitaria que permita la aparición de nuevas formas de vida y cultura, nuevas relaciones con la naturaleza, con los demás hombres, consigo mismo y con Dios”. Dice Ellacuría que esa civilización de la pobreza está “fundada en un humanismo materialista, transformado por la luz y la inspiración cristiana”.

Hay dos maneras fundamentales de transformar la actual civilización por otra más humana: crear modelos económicos, políticos y culturales que hagan posible una civilización del trabajo como sustitutiva de una civilización del capital y robustecer “positivamente” una característica fundamental de la civilización de la pobreza, la solidaridad compartida, en contraposición con el individualismo cerrado y competitivo de la civilización de la riqueza.

¿Pero qué necesidades básicas hay que satisfacer? Diversos autores hablan de ellos, desde Rawls a Sen o Martha Nussbaum hablan de los bienes primarios o de las capacidades para una vida buena. Difieren entre ellos en cuales serían esos bienes o esas capacidades básicas. Robert y Edward Skidelsky, filósofo y economista, se preguntan cuanto es suficiente para una vida buena. Parten del análisis de porqué no se cumplió la predicción de Keynes de que para el año 2030, Occidente habría resuelto el problema económico que permitiría una civilización del ocio.

Para ellos hay dos razones fundamentales: el gran aumento de la población y las relaciones de poder dentro del sistema capitalista. También destacan que Keynes confundió deseos y necesidades. Las necesidades básicas son unas pocas, los deseos son infinitos. Siempre queremos más, cuanto más tenemos más queremos. Esa insaciabilidad del deseo es exacerbada por la economía capitalista. Al final, unos no tienen cubiertas las necesidades básicas y otros no consiguen la vida buena a pesar de tener suficiente riqueza para lograrla.

El crecimiento y la competitividad desplazan a los objetivos de la vida buena. Se convierten en fines en vez de en medios. Al mismo tiempo critican la idea de que los vicios privados producen virtudes públicas. Lo que ellos llaman el pacto fáustico del capitalismo. No creen que un sistema económico basado en la insaciabilidad y el afán de lucro pueda producir llevarnos a una vida buena salvo que lo “domestiquemos”.

Las necesidades básicas

Para ellos esas necesidades básicas que habría que cubrir serían las siguientes: salud, personalidad entendida como identidad personal, amistad entendida como relaciones personales, ocio, armonía con la naturaleza y seguridad. Son bienes que son fines en si mismos y que son universales. Plantean determinadas políticas como otra fiscalidad y la renta básica, la reducción de la jornada laboral, reducción del consumo y la publicidad.

Si la propuesta de Ellacuría era una propuesta universal pero elaborada desde el mundo en desarrollo-la civilización del trabajo frente a la del capital-; la de los Skidelsky es más bien una propuesta del mundo desarrollado-la civilización del ocio frente a la del trabajo-. Sin embargo, ambas convergen en la necesidad de poner la economía al servicio de la satisfacción de las necesidades básicas y de condicionar el beneficio económico a esa satisfacción. Lo contrario de la situación actual; en la cual la satisfacción de las necesidades básicas queda condicionada a la satisfacción del afán de lucro de unos pocos. Ambos coinciden en que hacen propuestas donde el economicismo es desplazado por un concepto de civilización.

De entre todas las necesidades básicas vamos a comentar algo sobre la salud porque nos parece un ejemplo paradigmático de las tensiones actuales. Hay que señalar que la salud es un derecho humano básico. En contra de lo que mucha gente pueda pensar, la salud de una población no depende fundamentalmente de su sistema sanitario sino de la salud de su sistema social en su conjunto.

En 1974, el ministro de Sanidad canadiense, Marc Lalonde, presentó un informe en el que afirmaba que la salud dependía de los siguientes factores: estilo de vida, biológicos, ambientales y de asistencia sanitaria. La contribución a la salud y el gasto invertido en esos sectores era la siguiente: biológicos, 27% de la salud y 6,9% del gasto; estilo de vida 43% y 1,2%; factores ambientales 19% y 1,5% del gasto respectivamente, sistema sanitario 11% y 90,4% del gasto.

La OMS en 1986, en la Carta de Ottawa señalaba como prerrequisitos de la salud, la paz, la educación, la vivienda, la alimentación, la renta, el ecosistema saludable, la justicia social y la equidad. En 1996 el CDC americano establecía una proporción de los determinantes de salud similar a la del Informe Lalonde: estilo de vida 50%, ambiente y herencia 20% cada uno y sistema sanitario 10%.

Otros modelos como el de Dalghren y Whitehead, 1991, sitúan los factores biológicos como el sexo, la edad y la genética modulados por el estilo de vida, que a su vez estaría influenciado por las redes sociales y comunitarias que estarían englobadas en las condiciones generales sociales, culturales, políticas y medioambientales.

La relación entre estas y las redes sociales y comunitarias estaría mediada por las condiciones de vida y de trabajo como calidad del alojamiento, calidad de la producción de los alimentos y la agricultura, la educación, calidad de los ecosistemas, la del sistema sanitario, el ambiente del trabajo y las relaciones laborales.

No solo hay que destacar estos factores sino que autores de referencia como Richard Wilkinson afirman que la mejora en salud de los países desarrollados no depende del crecimiento sino de la reducción de la desigualdad. Variables como la esperanza de vida, el bienestar infantil, la mortalidad infantil, el consumo de drogas y tóxicos, los embarazos adolescentes, la obesidad, la violencia, el rendimiento escolar, la salud mental, el número de presos, la salud física, todos ellos están fuertemente influenciados por el grado de desigualdad social, no por el crecimiento económico.

A partir de una determinada renta, la variable más potente que influye sobre ellos es la desigualdad. La desigualdad dispararía también el individualismo, el consumismo y el estatus competitivo. Propone dos vías para reducir esto: disminuir la brecha salarial como en Japón o aumentar la redistribución mediante impuestos y políticas sociales como en Suecia.

Por todo ello, en el trasfondo de este planteamiento está el concepto de que la salud es un derecho humano básico y un bien público que no depende solo del sistema sanitario, sino que depende fundamentalmente de factores como el estilo de vida y sociales.

Hay que preguntarse dónde quedan todos esos factores en el actual debate sobre la sanidad. Sobre su sostenibilidad y en la discusión entre lo público y lo privado. Desde mi punto de vista centrarse sólo en si la medicina privada es más barata que la pública, no solo es un debate científicamente falso sino interesado. Hay que hablar de eficiencia, relación entre costes y resultados, y en este sentido no tenemos pruebas de la superioridad de un modelo frente al otro.

Y previamente a esto hay que hablar del modelo de sociedad que queremos. ¿A quién le queremos dar el poder sobre nuestra salud? ¿A empresas de capital riesgo? ¿Nos parece bien que su gestión dependa de empresas cuya finalidad principal es el lucro? ¿Es ético que otros se lucren de nuestros impuestos? ¿Dónde queda la salud pública en un sistema de gestión privada? ¿Debe ser considerado la salud un bien de consumo? Desde mi punto de vista la salud como bien básico y universal tiene dos grandes enemigos: las políticas neoliberales y su conversión en un producto más de consumo. La salud básica no debería ser una mercancía, ni un producto de consumo más. Necesitamos otro concepto de salud.

Conclusión

La clase política, ante la situación generalizada de crisis económica, pide a los ciudadanos “austeridad”. Pero –como se ha intentado mostrar- ese discurso esconde trampas que es necesario sortear. Frente a una austeridad discriminatoria y victimista, algunas tradiciones religiosas invitan a ir más al fondo de la cuestión. A dirigir la voluntad más allá del formalismo de la austeridad. Claman por ser sensibles a la cultura de la pobreza, a la solidaridad compartida, a un modelo de desarrollo ecosolidario.

Como conclusión, la austeridad no solo es inevitable, sino que puede ser un elemento deseable para una vida mejor para todos. Menos puede ser más, pero esto depende de que empleemos nuestros mejores recursos éticos para desde ahí hacer que la política ciudadana gobierne el mundo de la economía.

Artículo elaborado por José Eduardo Muñoz Negro, doctor por la Universidad de Granada y Magister en Bioética, Leandro Sequeiros, Catedrático de Paleontología, Academia de Ciencias de Zaragoza, coeditor de Tendencias de Las Religiones y miembro de la Cátedra CTR.

RedacciónT21

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