La fiebre del fin del mundo se ha desatado por todas partes. La semana pasada, la instalación de arte público Metronome de Nueva York, inaugurada en 1999, que incluye un reloj electrónico de 15 dígitos y más de 18 metros de ancho, empezó a contar el tiempo que falta para alcanzar la fecha límite de la Tierra.
Como si la pandemia de Covid-19 no estuviera causando suficiente ansiedad a los neoyorquinos, una nueva instalación temporal en un edificio prominente de Manhattan le recuerda al mundo que otra crisis masiva nos está pisando los talones, escribió Forbes sobre esta versión del monumento.
Dos artistas, Gan Golan y Andrew Boyd, presentan esta creatividad como una ventana crítica de acción para evitar que los efectos del calentamiento global se vuelvan irreversibles, señaló The New Yort Times.
El cálculo del reloj de Nueva York, que mostró esta versión de Metronome, terminó la semana pasada señalando el tiempo que tenemos para evitar ese momento crítico: poco más de siete años.
Cálculos científicos
No es una cifra arbitraria: se basa en los cálculos del Instituto de Investigación Mercator sobre Bienes Comunes Globales y Cambio Climático (MCC) de Berlín, que tiene su propio reloj “apocalíptico”: muestra la cantidad de CO2 que se puede liberar a la atmósfera para limitar el calentamiento global a un máximo de 1,5ºC y 2ºC, respectivamente.
El Acuerdo Climático de París alcanzado en 2015 se propuso como objetivo limitar el calentamiento global por debajo de los 1,5ºC en relación con la temperatura del planeta antes de la revolución industrial. Por encima de ese límite, y sobre todo más allá de los 2ºC, la catástrofe planetaria se considera científicamente inevitable.
Sin embargo, destaca el think tank científico que ha desarrollado esta iniciativa, el límite de la atmósfera para absorber CO2 sin pasar los 1,5ºC de calentamiento global es algo más de 9 años. Y si la escalada de emisiones no se detiene, quedan 26 años para llegar a los 2ºC por encima de los niveles preindustriales.
Son los dos límites temporales para impedir la catástrofe planetaria irreversible que se dibuja en el escenario humano si no hacemos nada. Es de lo que han querido advertirnos Gan Golan y Andrew Boyd con el reloj de NY: todavía tenemos un 67% de posibilidades de mantener el mundo por debajo de los 1,5ºC de calentamiento.
Escalada apocalíptica
El reloj de NY deja clara esta opción: muestra por un lado, en rojo, la fecha límite para tomar medidas que contengan el calentamiento global y, por otro lado, en verde, el creciente porcentaje de energía mundial obtenida de fuentes renovables. Un estímulo para impulsar estas energías más limpias.
La idea de estos artistas es que estos relojes se multipliquen por el mundo como señal de advertencia, pero también como reacción ante lo que está pasando: Golan y Boyd instalaron un reloj parecido el año pasado en Berlín y negocian su implantación en otras ciudades. El año pasado le regalaron a la activista sueca Greta Thunberg un reloj apocalíptico de bolsillo.
El reloj de NY, impulsado por científicos climáticos, artistas, educadores y activistas de todo el mundo, se inspira en el Reloj del Apocalipsis creado en 1947 por directivos del Boletín de Científicos Atómicos para contar el tiempo que falta para la total destrucción de la humanidad.
En enero pasado, el Rejoj del Apocalipsis señaló que faltan 100 segundos para ese momento crítico, advirtiendo que el fin del mundo se encuentra más cerca que nunca debido a la amenaza de guerra nuclear y al cambio climático, así como a una guerra cibernética de información que socava la capacidad de respuesta de la sociedad.
Nueva cultura del apocalipsis
Las amenazas climáticas, a las que se suman la pandemia y otros riesgos, están creando una nueva cultura del apocalipsis: ya no es algo escatológico, propio de religiones, sino que se ha convertido en el nuevo discurso científico. Se trata de evidencias bien fundamentadas.
Los nuevos precursores de los tiempos que se avecinan no son profetas o iluminados: entre ellos figuran el profesor de geografía en la Universidad de California, Jared Mason Diamond, el prospectivista Jeremy Rifkin, o la periodista y activista medioambiental Naomi Klein, sin olvidar por ello al símbolo de la rebeldía juvenil ante lo que está pasando, Greta Thunberg.
Incluso ha emergido una nueva disciplina, la colapsología, desarrollada en Francia por el Instituto Momentum y luego asumida por la Universidad de Cambridge, que estudia el posible colapso de la civilización industrial y lo que podría suceder con ella. Según Le Soir, ha generado un movimiento social que va viento en popa.
El fin de los tiempos
Lo que refleja esta cultura es algo mucho más consistente que el apocalipsis convencional: estamos al final de los tiempos tal como los hemos vivido en la historia humana.
Un dato revelador: nunca hemos vivido en la Tierra con tantos niveles de CO2 en su atmósfera. La última vez que ocurrió, hace 251 millones de años, nuestra humanidad no existía y la vida estuvo a punto de desaparecer.
Debido a esta situación, Diamond, estudioso del desarrollo y caída de civilizaciones a lo largo de la historia, considera que tenemos casi un 50% de posibilidades de que el mundo tal como lo conocemos desaparezca en 2050, dentro de tan solo 30 años.
Sobre esto mismo, Rifkin piensa que el ángel guardián que salvará a la humanidad será la inminente revolución tecnológica: acabará con la civilización de los carburantes fósiles en 2028, tal como plantea en su libro El Green New Deal Global.
Ciencia del fin del mundo
La conclusión de esta cultura secular del fin del mundo es que el modelo de civilización que hemos diseñado no es viable y que debemos cambiarlo si queremos, no solo preservar nuestra especie, sino incluso la vida en la Tierra, que ya está en estado terminal.
Si no reaccionamos, lo que se avecina es mucho peor de lo que podemos pensar, afirman los científicos españoles Eduardo Costas y Victoria López Rodas. Y añaden: estamos en un camino que nos conduce a la destrucción.
Se impone una ciencia del fin del mundo que ayude a establecer la mejor reacción ante la crisis en la que estamos inmersos, tal como propone el Club Nuevo Mundo.
Gestionar el apocalipsis
Diamond explica muy bien la encrucijada: el único peligro no es el cambio climático. El agotamiento de los recursos, la amenaza nuclear y las desigualdades se combinan con el clima para dibujar el escenario del apocalipsis. El estallido de la burbuja sanitaria que ha supuesto la pandemia se suma a esta ecuación.
Y añade algo esperanzador. Como estudioso de la forma en que, en el pasado, los Estados han resuelto crisis existenciales, Diamond señala dos factores clave para respuestas colectivas apropiadas: admitir la gravedad la crisis y asumir que todos tenemos una responsabilidad. O lo que es lo mismo: el apocalipsis se concreta y es nuestra responsabilidad gestionarlo. Todos debemos sincronizar nuestros relojes en estos nuevos tiempos.
El miedo juega a nuestro favor, según el periodista David Wallace-Wells, autor del best-seller La Tierra inhabitable: podría provocar el cambio de sistema que nos salvará.
Hay dos tipos de gente, los que se dedican a la publicidad del fin del mundo, hablando de nuestra negatividad y otro tipo de gente que se dedica a elaborar placas solares, molinos de viento, digestores de metano, biomasa, plantar árboles y mantener a su familia, estos son menos glamurosos que el otro tipo de gente que tienen a su favor los mas-media y toda la comunicación escrita y audio-visual, que viven y parecen disfrutar con las malas noticias y que presumen, creo yo, de estar en el lado bueno del mundo, los demás estamos todos equivocados aunque nos dediquemos a plantar bosques y a generar energías renovables y sí estamos en un grave dilema.