El famoso físico británico Stephen Hawking, en su último libro titulado The Grand Design, afirma contundentemente que, según se desprende de las leyes de la física, no fue necesario ningún Dios para crear el Universo.
Las reacciones a la publicación de este libro han sido diversas, destacando entre ellas las publicadas por el físico norteamericano James Trefil en The Washingtong Post, en el que habla de una repetición de la revolución copernicana, o la publicada por Roger Penrose en The Financial Times a principios de septiembre, centrada en el futuro de la física fundamental.
El mismo día en que aparecía el comentario de Penrose, el filósofo británico Julian Baggini, director de The philosopher’s magazine, publicaba otro artículo en The Independent en el que analiza el estado actual de la relación entre ciencia y Dios a partir de las afirmaciones vertidas por Hawking en su libro.
Por un lado, según Baggini, hoy día la gente tiene un gran interés por escuchar lo que los científicos piensan y dicen acerca de Dios. En este sentido, aquellos físicos que mantienen ideas cristianas convencionales están jugando un importante papel en la lucha contra el desplazamiento de la religión, por parte de la ciencia y sus descubrimientos.
Es el caso de John Polkinghorne o de Bernard d’Espagnat, que son físicos creyentes que desafían la aseveración de que la ciencia y la religión son completamente incompatibles.
Para el director espiritual de la United Synagoga (organización principal de sinagogas del Reino Unido), Johathan Sacks, citado por Baggini, esta incompatibilidad estaría originada en realidad por una confusión básica: la creencia en que los físicos y los teólogos estudian fuerzas universales fundamentales de la misma naturaleza.
Sacks señala que la ciencia estudia el “cómo” y la religión busca el “por qué”, es decir, que la ciencia no tendría nada que decir sobre la religión ni la religión sobre la ciencia, puesto que ambas se ocupan de distintos aspectos o magisterios del cosmos.
Biblia y tecnología punta
Un segundo apunte sobre la situación actual de la relación entre ciencia y religión señalado por Baggini sería el siguiente: la ciencia ha tenido y está teniendo un efecto devastador sobre la religión.
El filósofo escribe que dicho efecto se produce, en concreto: “en la batalla por comprender cómo funciona el universo”, en la que: “el estudio de la Biblia nada tiene que hacer frente a la artillería de alta tecnología del Hubble, del Large Hadron Collider o del Proyecto Genoma Humano”.
Por tanto, la ciencia estaría afectando sobre todo a un aspecto de la religiosidad: el basado en la verdad literal del Génesis o de otros relatos bíblicos, como el del arca de Noé. Y es que nadie puede negar hoy día, por ejemplo, que la Tierra, al contrario de lo que cabría deducir de la lectura de la Biblia, tiene más de 6.000 años de antigüedad.
Biaggini afirma así que, aunque es cierto que la ciencia no puede darle sentido al universo, tampoco puede abrir un espacio al Dios bíblico en el marco de sus explicaciones.
Ésa es la razón de que muchos científicos punteros no sean religiosos en un sentido tradicional, explica el autor del artículo: en el universo científico, no hay sitio para Dios, a no ser que Dios cambie de forma.
Este cambio se oficiaría gracias a la fe de creyentes capaces de encontrar una deidad científicamente respetable, afirma Baggini. Para aquéllos que ya no tienen fe, Dios está claramente muerto, y la ciencia le ha ayudado a morir, concluye el filósofo.
El lenguaje metafórico de Hawking
En 1988, Stephen Hawking publicaba su famoso libro “Historia del Tiempo”, en el que afirmaba que si se conseguía descubrir una Teoría del todo (que explicase y conectase todos los fenómenos físicos conocidos, tanto los descritos por la mecánica cuántica como los descritos por la relatividad general), eso supondría el triunfo definitivo de la razón humana y, también, la posibilidad de conocer “la mente de Dios”.
¿Qué ha pasado para que Hawking haya prescindido de Dios ahora, en su último libro?, cabría preguntarse. Para Baggini la respuesta es clara: en 1988 Hawking hizo referencia a Dios simplemente para usar una metáfora explicativa.
Del mismo modo que otro científico, Richard Dawkins, habla del “gen egoísta” para explicar cómo funcionan los genes, y no para atribuir a los genes deseos o motivos, Hawking habría utilizado este lenguaje para referirse, en realidad, a la posibilidad de alcanzar un conocimiento completo y objetivo del cosmos, explica el filósofo británico.
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