En un pasado no lejano, los jóvenes aspiraban a convertirse en abogados o médicos. Ahora, anhelan alcanzar la fama de Mark Zuckerberg o de Angelina Jolie, un deseo que se extiende también a los adultos. La imposibilidad de lograr semejante objetivo causa estragos en la imagen que se tiene de uno mismo y menoscaba nuestro sentimiento de merecimiento personal, advierte el psicólogo de la Universidad de Tel Aviv, Carlo Strenger.
Strenger ha realizado una extensa investigación interdisciplinar que ha demostrado que, en la última década, el miedo a la “insignificancia” se ha extendido en la sociedad moderna. Los hallazgos de su estudio han sido presentados en un libro reciente, titulado “The Fear of Insignificance: Searching for Meaning in the Twenty-first Century (El miedo a la insignificancia: buscando el sentido en el siglo XXI).
En este libro, se reflejan las investigaciones llevadas a cabo durante una década acerca de los niveles incrementados de ansiedad y depresión en el individuo. Según Strenger, la “ansiedad global” había sido demostrada en estudios previos, pero hasta ahora no se había analizado y explicado completamente. Para hacerlo, ha sido preciso un análisis extenso e interdisciplinar.
“The fear of Insignificance” integra así cientos de proyectos de investigación, desde modelos económicos a estudios sociológicos y de psicológica existencial experimental. La principal conclusión de este compendio es la siguiente: el miedo a la insignificancia tiene su origen en el acceso mediático global, que propicia que cualquiera pueda compararse con las personas más importantes del mundo.
En entrevista exclusiva para Tendencias21, el psicólogo de la Universidad de Tel Aviv explica de manera detallada el fenómeno del miedo a la insignificancia, sus consecuencias para nuestra sociedad y también la manera de superarlo:
¿Por qué empezó usted a estudiar el fenómeno del “miedo a la insignificancia? ¿Se dio cuenta de que había mayores niveles de ansiedad en sus pacientes, en el marco de su práctica médica regular?
A finales de la década de los años 90, comencé a notar que la gente se preguntaba con mayor frecuencia si estaba llevando una vida importante, y empecé a cuestionarme el porqué. Presenté algunos de los resultados de mis investigaciones a este respecto en un libro anterior, The Designed Self (2004), pero sentía que era necesario un método interdisciplinar para comprender completamente el fenómeno. Por otro lado, cada vez aparecían más informes dentro de la literatura psiquiátrica acerca del aumento de la depresión y de la ansiedad. Me preguntaba por qué pasaba todo esto, particularmente cuando muchas personas de las que trataba llevaban vidas interesantes y gratificantes. A pesar de todo, se sentían ansiosas y pensaban que no lo estaban haciendo suficientemente bien.
¿Qué es el “homo globalis”?
Estamos siendo testigos de una revolución comparable en alcance con la revolución industrial de los siglos XVIII y XIX, aunque mucho más rápida que ésta. En un periodo de tiempo muy breve, las nuevas tecnologías de la comunicación han dado lugar a un sistema de infoocio global que está cambiando profundamente la cultura y la economía globales. El “homo globalis” es una nueva especie humana íntimamente vinculada con este sistema, y cuya experiencia viene definida por sus contenidos.
¿Cómo pueden los medios de comunicación globales afectar o impactar en la forma en que nos percibimos a nosotros mismos?
El sistema de infoocio global está necesitado de celebridades globales que resulten atractivas a la audiencia global, con fines publicitarios. Como resultado, los medios de comunicación están llenos de historias de éxito global, desde la de Steve Jobs a la de Oprah Winfrey. Estas historias llegan a formar parte de nuestras consciencias, en las que se perpetúa el mito de que un éxito de este tipo es accesible para todo aquél que, simplemente, tenga iniciativa y talento. Pero esto es completamente falso: los medios de comunicación están llenos de historias que en realidad le pasan sólo a una persona entre un millón. A pesar de eso, todos acabamos sintiendo que si no tenemos tanto éxito es que hemos fallado y nuestra vida no es importante.
Su investigación se hizo siguiendo un método interdisciplinar. En su opinión, ¿qué otros factores podrían estar fomentando la ansiedad creciente del individuo moderno, además de su miedo a la insignificancia?
Hay diversos factores, como la valoración que se hace de la juventud en los medios de comunicación, las historias sobre éxitos a muy temprana edad. Mark Zuckerberg, que a los 26 años ha cambiado el mundo, es un ejemplo perfecto. Estos modelos hacen que la gente tema que aquello que no han logrado antes de los 40 años deje de ser realizable y valioso a partir de entonces. Esta idea aumenta la ansiedad y desvaloriza las carreras tradicionales, que precisan de mucho tiempo para evolucionar y no conducen a un éxito financiero espectacular ni a la fama.
¿Cuáles serían las consecuencias del miedo a la insignificancia para la sociedad?
Este miedo propicia una búsqueda constante del éxito rápido. Las personas talentosas buscan desesperadamente el éxito precoz. Por otro lado, aquéllos que no sienten la necesidad de hacer carrera, están fascinados por la telerrealidad, el género definitorio de la televisión hoy día. Porque en la telerrealidad podemos ver cómo individuos “corrientes”, como cualquiera de nosotros, se hacen famosos en nada de tiempo. Valores como la investigación en el conocimiento o la contribución a la mejora de la sociedad están menos claros en nuestra sociedad de lo que nunca lo han estado anteriormente.
¿Cómo podemos superar el miedo a la insignificancia?
No creo que pueda eliminarse la comparación en la constitución de la autoestima. En algún grado, todos nos comparamos a nosotros mismos con los demás. Pero necesitamos hacernos conscientes de que si medimos nuestra propia valía a partir de criterios comparativos como la riqueza y la fama, estamos condenados a vivir en un miedo constante a la insignificancia.
He trabajado con muchas personas exitosas, y puedo decir que si sólo te mides a ti mismo a través de la comparación con los éxitos ajenos, nunca te sentirás satisfecho: tu exposición perderá valor; a los críticos no les gustará tu próximo libro; alguien de tu propia empresa llegará más lejos que tú y más rápidamente… Cada logro se convertirá sólo en un punto de referencia a superar, por el logro siguiente.
El camino hacia la auto-realización pasa por sentir que uno está viviendo de manera auténtica su propia vida, que existe una lógica inherente a nuestro propio desarrollo. La autoestima estable se alcanza a través de lo que yo llamo una “auto-aceptación activa”: ésta requiere del autoconocimiento y de unos valores claros, así como de una conciencia creciente sobre nuestra contribución al mundo. Esta contribución no puede ser evaluada con mediciones comparativas.
La segunda herramienta sería la inversión en nuestra propia cosmovisión. Muchas personas buscan el alivio a la ansiedad en libros de autoayuda sin base científica, que prometen el éxito rápido; o en libros de “espiritualidad pop” que prometen el acceso instantáneo a una felicidad duradera. Todo esto es charlatanería, y fomenta la decepción.
Una cosmovisión estable requiere de mucho trabajo. Nadie espera quedar satisfecho con el esfuerzo de tan sólo unos días. Entonces, ¿por qué vamos a adquirir fuerza mental y una cosmovisión estable sin trabajar duro? La educación liberal no debería orientarse sólo hacia la obtención de rápidas y exitosas carreras, sino también hacia cuestiones fundamentales acerca de los valores y verdades que se han perdido en los últimos tiempos, y que necesitan ser reestablecidas. Pero la inversión en la cosmovisión personal no termina cuando te gradúas. Es un proceso para toda la vida, que debería ser valorado y disfrutado.
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