En la psicología humana existen no sólo dos o tres deseos simples, como el placer o la supervivencia, sino un complejo conglomerado de 16 necesidades psicológicas básicas que, además de explicar determinados comportamientos, nos impulsan a buscar un sentido trascendente a la vida.
Eso quiere dedir que las personas se acercan a la religión no sólo para reducir su miedo a la muerte o por cualquier otra razón puntual, sino que son el conjunto de necesidades psicológicas básicas las que nos impulsan a buscar respuestas en los sistemas religiosos.
En consecuencia los seres humanos somos una especie religiosa, señala el profesor de la Ohio State University de Estados Unidos, Steven Reiss, creador de una nueva teoría sobre las motivaciones profundas que rigen la psicología humana.
Según esta teoría, la religión es una de las maneras de satisfacer necesidades tan básicas como el honor, el idealismo, la curiosidad o la aceptación de las cosas que son mayores que nosotros. Estas necesidades explican por qué las personas se sienten atraídas por la religión, por qué las imágenes Dios expresan determinadas cualidades y por qué la relación entre la personalidad y las experiencias religiosas de todo tipo se da en todas las épocas.
Anteriores especialistas habían explicado la religiosidad humana cómo fruto de sólo una o dos necesidades psicológicas de nuestra especie. La más común de ellas es que la gente se aferra a la religión por su miedo a la muerte. Pero la religión tiene muchas facetas que, según explica Reiss en un comunicado de la Ohio University, no pueden reducirse sólo a uno o dos anhelos humanos.
Un deseo incalculable
La revista Zygon, especializada en ciencia y religión, publicó en el año 2000 la valoración realizada por Reiss, que advierte que una teoría acerca del por qué de la religión no es científicamente calculable. La versión íntegra del artículo publicado por Zygon puede consultarse también en Nisonger Center.
La teoría de Reiss se deriva de la observación del comportamiento religioso de las personas. Las 16 necesidades básicas de las personas que, además de otras implicaciones, producen los comportamientos religiosos son: el deseo de poder y de independencia, la curiosidad, la aceptación, el orden, la salvación, el honor, el idealismo, la necesidad de contacto social, la familia, el estatus, el amor, la venganza, el alimento, el ejercicio físico y la tranquilidad.
Las investigaciones de Reiss sugieren que el deseo de independencia es una clave psicológica que distingue a las personas religiosas de las que no lo son. Según un libro que Reiss publicó en el año 2003, las personas religiosas (en el estudio, la mayor parte de ellas cristianas) manifiestan una fuerte interdependencia con otros. Por el contrario, los que se declaran no religiosos, por lo general necesitan más sentirse independientes y confían más en sí mismos.
Un asunto también de honor
Asimismo, las personas religiosas valoran más el concepto de honor que las no religiosas, por lo que Reiss sugiere que para las primeras ser religioso es una forma de lealtad para con las creencias de sus antecesores.
En la revista Zygon, Reiss señala que cada persona religiosa lo es desde aquel ángulo de sus necesidades psicológicas que pesa más para ella. Es decir, que se acerca a la religión para que la creencia satisfaga su necesidad psicológica más acuciante, así como sus valores más profundos.
Por ejemplo, una persona intelectual y religiosa intentará explicarse a Dios a través de la razón, mientras que una persona más práctica creerá que el conocimiento de Dios sólo puede llegar a través de la intuición o de la revelación.
Las personas que necesitan ser ordenadas, disfrutarán más con los ritos religiosos, mientras que los desordenados preferirán las expresiones espontáneas de fe.
A los idealistas les gusta que se diga que todos somos iguales ante Dios, y aquellos a los que no les preocupa su estatus social admiran la profecía que dice que los débiles heredarán la Tierra.
Símbolos e imágenes para todos
Dado que la religión y la personalidad de los creyentes están relacionadas, la primera debe proporcionar una amplia gama de imágenes y símbolos a sus seguidores, si desea para satisfacer la variedad de las demandas espirituales.
Por eso, Dios puede aparecer como un vengador de la maldad humana o, por el contrario, perdonarnos a todos. Puede hacer el papel de creador, y también de destructor. Puede originar todas las maravillas del mundo, y también mandar a los que no se pliegan a sus mandatos al infierno. Así, los símbolos e imágenes son capaces de satisfacer necesidades psicológicas muy profundas, y a veces opuestas.
La religión incluye así valores como las festividades religiosas (que satisfacen esa necesidad de relacionarnos los unos con los otros), o el ascetismo (para la necesidad de estar solos). La necesidad de salvación se cubriría por la imagen de Dios como salvador, mientras que su imagen opuesta nos habla de la condena y del pecado original.
Reiss señala por último que es importante añadir que el intento de comprensión psicológica del comportamiento religioso de los seres humanos, no debe implicar una validación o invalidación de las creencias religiosas.
Años de investigaciones
Steven Reiss ha consagrado años de investigación a elaborar una teoría sobre las motivaciones profundas de las personas, de las que ha extraído las motivaciones religiosas.
Tal como explica la Universidad de Ohio en otro comunicado, Reiss ha establecido los dieciséis deseos básicos de las personas enumerados anteriormente. Estos 16 valores básicos, de los que hay 2.000 millones de combinaciones posibles, son los que convierten en única a cada una de las personas.
La lista de valores fue obtenida por Reiss de una encuesta con 300 preguntas respondidas por más de 6.000 personas. Un análisis matemático reagrupó a continuación las respuestas en las 16 categorías (valores) mencionadas. Los resultados fueron utilizados por Reiss para elaborar un test.
Los resultados de esta investigación, además de los aspectos psicológicos de la religión, han desvelado otras cosas sorprendentes: por ejemplo, que todos los niños no son curiosos por naturaleza, lo que cuestiona el principio docente de que todos los niños comparten el mismo deseo por aprender.
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