En el reciente libro The Universe in a single Atom (Ramdon House, N.Y. 2006, traducción española en Grijalbo), el Dalai Lama nos deslumbra de nuevo su temperamento humilde, sencillo, abierto, al mismo tiempo que inteligente y profundo.
Es admirable que una persona con formación esencialmente budista haya sido capaz de alcanzar un conocimiento preciso y muy bien formulado (aunque no técnico ni profesional, sino de simple persona curiosa e intelectualmente inquieta, como él mismo confiesa) de los temas más complejos de la ciencia moderna.
Su inquietud abarca una enorme variedad de campos: desde la física de la materia, pasando por la cosmología, hasta la biología, la genética, la neurología y la psicología modernas. Grandes científicos, como él mismo va relatando de forma personalizada, contribuyeron con sus enseñanzas personales a esta sugerente formación científica y cultural del Dalai Lama: David Bohm, Niels Bohr, Popper, Richard Davidson, Paul Davis, Paul Ekman, Daniel Goleman, Eric Lander, Robert Livingston, Francisco Varela o Carl F. von Weizsäcker, entre otros.
El budismo, una filosofía sin “Libro”
El Dalai Lama insiste inicialmente en que el budismo es una filosofía sin “Libro”. Así como el cristianismo o el islam son religiones de Libro (la Biblia o el Corán), el budismo no tiene unas escrituras canónicas que se deban considerar “reveladas”, o punto de referencia absoluto que permita el acceso inequívoco a la verdad de esa religión.
En realidad el budismo es una filosofía ancestral que ha venido constituyendo un cuerpo de doctrina que se acepta, pero en casi todos sus puntos presenta numerosas variantes. Es una forma de espiritualidad que constituye una poderosa tradición y se mantiene fiel a unos grandes principios, probados durante siglos.
Insiste en que esa filosofía ha pretendido conocer la verdad y guiar al hombre hacia la superación del sufrimiento y a la felicidad mediante el uso de la razón. Así, el budismo está sometido a la razón en el sentido de que, así como la razón se ejerció en su tradición ancestral, así también hoy puede seguir ejerciéndose para señalar un perfeccionamiento en la superación del sufrimiento y en el perfeccionamiento de su espiritualidad.
Por ello es el Dalai Lama un entusiasta conocedor y admirador de la ciencia moderna. La ciencia es también (como el budismo) ejercicio de la razón y puede aportar mucho a las creencias budistas. A lo largo de su exposición se refiere en varios lugares a su interés en que se haya introducido el conocimiento de la ciencia en el curriculum académico de los monjes tibetanos.
Limites de la flexibilidad filosófica del budismo
El Dalai Lama insiste que incluso aquellos textos atribuidos al Buda no son una referencia absolutamente normativa. Es verdad, sin embargo, que tanto los textos de Buda como los de otros filósofos budistas importantes, e incluso textos de la tradición filosófica india, constituyen un patrimonio de pensamiento en que se enraiza de una manera firme la espiritualidad budista. La riqueza de textos y autores, en diversas tradiciones filosóficas y en diversos países, es muy grande. En ocasiones un mismo problema da lugar a diferentes opiniones, en realidad no conciliables entre sí.
De entre esta enorme cantidad de posibilidades filosóficas, la tradición del budismo tibetano tiene sus textos y autores de preferencia. Así, en general, el budismo tibetano se sitúa en la tradición del budismo Mahayana.
El Dalai Lama sabe escoger aquellos textos y autores que en cada caso son más aptos para entrar en convergencia con los resultados de la ciencia. Por ello, sus consideraciones deben referirse al budismo tibetano, dejando aparte el análisis (también posible) de la relación de la ciencia con otras tradiciones budistas como puedan ser el budismo tántrico (muy presente en el Tibet) o el budismo zen chino o japonés.
En este proceso de conciliación budismo-ciencia, el Dalai Lama tiene un camino mucho más fácil al tratar temas de física, bien sea cosmología o microfísica (mecánica cuántica) que al tratar temas de biología (evolución) o antropología.
En concreto, un punto crucial es la doctrina ancestral del budismo sobre la re-encarnación. En ello la ciencia moderna (la idea neurológica del hombre, el emergentismo o la teoría de la mente) no ofrece fundamento alguno para pensar en que algo así como la re-encarnación sea posible, verosímil científicamente.
Y aquí aparece claramente el límite de la apertura budista a la innovación que la razón pueda ofrecer en nuestro tiempo desde la ciencia. En este punto el Dalai Lama parece, en efecto, reconocer que la ciencia no apoya la re-encarnación. Sin embargo, considera que tampoco demuestra que no pueda ser cierta y, por tanto, se sigue manteniendo en la tradición budista.
Esto quiere decir que hay unos límites en que, si no se aceptan ciertas cosas (por ejemplo, la re-encarnación), se desmorona el eje vertebral de la doctrina y de la espiritualidad budista. En estos casos, la apertura flexible del budismo al diálogo con la razón no se mantiene, ya que cede ante el peso de su tradición ancestral.
Mecánica cuántica
La doctrina budista clásica constata que todo es impermanente y transitorio. Todo se deshace y pasa, siendo ésta la causa fundamental del sufrimiento. El hinduismo y la visión ordinaria del hombre concede a las cosas reales o circunstancias mundanas estabilidad y consistencia ontológica. Pero, en verdad, se trata de un profundo error que causa el sufrimiento.
Pero el budismo cambia el punto de vista y establece la ley universal de la “originación dependiente” que nos dice que todo estado fenomémico es inconsistente y es sólo un momento de una cadena de interacciones en dependencia. Esta cadena de causas y efectos produce la ilusión de un mundo real fenoménico que es pura inconsistencia transitoria.
El origen del sufrimiento consiste en el karma que nos hace quedar atrapados por esta falsa consistencia del mundo fenoménico. La liberación consiste en huir del mundo transitorio y evitar caer en él por la re-encarnación.
La mecánica cuántica, según la explicación en que insiste el Dalai Lama, ha contribuido a explicar la materia microfísica (el fondo verdadero de las cosas) como un fluir inconsistente muy semejante al que defendía la doctrina tradicional del budismo mahayana. Tanto la teoría atómica como la de partículas fueron prefiguradas en la física budista, con una idea del “vacío” como fondo y origen de las cosas.
“La naturaleza paradójica de la realidad, tal como la revelan la filosofía budista del vacío y la física moderna, representa un gran desafío a los límites del conocimiento humano … El problema filosófico al que se enfrenta la física a la luz de la mecánica cuántica es si la noción misma de la realidad –definida en términos de unos constituyentes esencialmente reales de la materia- resulta sostenible. Lo que la filosofía budista del vacío puede ofrecer es un modelo coherente de comprensión de la realidad que no es esencialista” (p.88-89).
Cosmología
El Dalai Lama expone versiones y contenidos de antiguas cosmologías de la tradición budista que son hoy incompatibles con la ciencia. Sin embargo, existen tradiciones que presentan coincidencias significativas. El universo es inconsistente, según la ley de la originación dependiente: es un continuo hacerse y deshacerse ilusorio al que no cabe atribuir causa o fundamento originario alguno.
“En el centro de la cosmología budista no sólo existe la idea de la existencia de múltiples sistemas cósmicos –infinitamente más que los granos de arena del río Ganges, según algunos textos- sino también la noción de que se encuentran en constante proceso de formación y destrucción. Esto significa que el universo no tiene un comienzo absoluto.
Las preguntas que esta idea plantea a la ciencia son fundamentales. ¿Hubo un único big bang o hubo muchos? ¿Hay un único universo o hay muchos, un número infinito de ellos incluso? ¿Es el universo finito o infinito como aseveran los budistas? ¿Nuestro universo seguirá expandiéndose indefinidamente o se decelerará, se detendrá incluso, hasta que todo acabe en una gran implosión? ¿Forma nuestro universo parte de un cosmos en eterno estado de reproducción?
Los científicos debaten intensamente en torno a estas preguntas. Desde el punto de vista budista surge una pregunta adicional. Aún admitiendo que sólo hubo una gran explosión cósmica, podemos preguntar, ¿fue aquel el origen del universo entero o únicamente el comienzo de nuestro sistema cósmico en particular?
La pregunta fundamental, por lo tanto, es si el big bang –que, según los cosmólogos modernos marca el comienzo de nuestro sistema cósmico actual- fue el principio de todo” (p.103).
Vida, evolución, alma humana, genética
Sobre estos tópicos tan importantes de la ciencia moderna es ya mucho más difícil encontrar coincidencias iluminadoras desde la filosofía budista. El Dalai Lama reconoce la falta de coincidencia, pero insiste en que los puntos de vista budista no pueden considerarse tampoco absolutamente rechazados por la ciencia (ya que esta no ha llegado al final y mantiene enigmas sin explicar).
Les deja abierta una última posibilidad de ser la verdad final. La creencia en la re-encarnación es ante todo difícilmente armonizable con la ciencia. El Dalai Lama se mantiene en sus creencias y, además, se muestra radicalmente crítico con el reduccionismo clásico aplicado a la biología y, sobre todo, a la ingeniería genética moderna.
Las ciencias humanas se han construido, por influencia del reduccionismo, preferentemente por el método conductista de la “tercera persona”. Pero hoy en día todos tienden a reconocer el papel que debe jugar la experiencia empírica en “primera persona”.
Aquí es donde el Dalai Lama cree que la experiencia subjetiva e interior de la espiritualidad budista, de larga tradición introspectiva, podría aportar a la neurología moderna importantes evidencias empíricas que la abrirían hacia una ciencia más enriquecida, más real y más humana.
El ateismo budista
El budismo es una religión “atea” que debe entenderse con precisión. El dramatismo del sufrimiento humano, ya desde la experiencia de Buda, no hace verosímil hablar de Dios (y esto conecta con su crítica al hinduísmo indio popular). De ahí que la cosmología budista abunde también en argumentos en contra de una causa fundamental teísta. El Dalai Lama, aunque con gran respeto a las religiones teístas, defiende por ello el ateísmo clásico del budismo.
Sin embargo, en esa “rueda del tiempo” que hace girar los universos, las almas quedan atrapadas por el karma en lo transitorio y siguen sometidas al sufrimiento a través de sucesivas re-encarnaciones. Pero, a través de la ascética budista (el camino óctuple) y, sobre todo, de la meditación, se llega a superar el “deseo”, evitando la re-encarnación y entrando en el Nirvana.
¿Qué es el Nirvana? Para el budismo es el estado final en que se entra tras el ciclo de re-encarnaciones (samsara). Es trascendente y no puede ser explicado desde el más-acá. Los dioses menores o Devas del budismo popular, no están en el Nirvana, forman parte del mundo fenoménico o transitorio. Es el estado que corresponde al tercer cuerpo de Buda (doctrina de los tres cuerpos de Buda): es la realidad del Buda transhistórico o glorificado (en budismo podríamos decir “nirvanado”).
El Nirvana es un enigma vivido como esperanza suprema. ¿En qué consiste el enigma? No puede responderse y, por tanto, en último término, no puede excluirse ni afirmarse que sea Dios; si se pudiera decir algo (por ejemplo que no es Dios) se desvelaría el enigma. Por ello, la espiritualidad budista camina, digamos, “sin Dios” hacia una esperanza final de salvación que recibe el nombre enigmático de Nirvana.
Budismo y cristianismo
El cristianismo se ha entendido durante siglos desde una ontología griega, hoy arcaica a la luz de la ciencia. Es verdad. Pero el cristianismo no está identificado con la ontología griega y puede entrar en compatibilidad con los grandes principios de la imagen del universo en la ciencia (ver el artículo: La teología de la ciencia, nueva propuesta para la comprensión del mundo, en esta misma sección). Digamos sólo que cristianismo y budismo están unidos por la vivencia profunda del dramatismo del sufrimiento humano y ambos tienen una espiritualidad abierta a un futuro de salvación transhistórico.
La diferencia esencial está en que el budismo queda sin palabras, no osa pronunciar la palabra Dios desde la experiencia de sufrimiento y vive un camino ateo, sin Dios, mistérico, hacia la salvación. El cristianismo, en cambio, cree en el Dios que se revela en la tradición de Israel y en el misterio de Cristo. En la cruz recibe el mensaje de un Dios que llega a la kénosis, anonadamiento o vaciamiento de sí mismo en un mundo en que el sufrimiento tiene un sentido en la historia de salvación.
En la resurrección recibe el mensaje de un Dios que obrará una final salvación transhistórica de la humanidad, superando escatológicamente (al final de los tiempos) el sufrimiento humano. El cristianismo es la aceptación de un Dios salvador por adhesión personal y libre al misterio de Cristo.
El budismo, pues, desde el dramatismo sufriente del samsara no entiende que el sufrimiento tenga un sentido en Dios. El cristianismo, apoyado en el misterio de Cristo, cree (aunque le cueste vivencialmente entenderlo al igual que le cuesta al budista) que el sufrimiento tiene un sentido en el plan salvador de un Dios personal trascendente. Aceptar la kénosis divina es ser religioso cristianamente.
Guillermo Armengol es miembro de la Cátedra CTR. Artículo elaborado como comentario al libro del Dalai Lama, El universo en un solo átomo. Cómo la unión entre ciencia y espiritualidad puede salvar al mundo, Grijalbo, Barcelona 2006.
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