Con estas palabras de Federico Velázquez de Castro, químico y experto en educación ambiental, se abre el capítulo de presentación del volumen de las Actas del I Congreso Internacional de Ecología y Religiones que tuvo lugar en Granada entre los días 4 y 6 de marzo de 2008. Este Congreso, dirigido por Federico Velázquez de Castro, fue organizado por el Centro UNESCO de Andalucía y en él colaboraron la Agencia Española de Cooperación Internacional, la Universidad de Granada, la Fundación Cultura de la Paz y la Asociación Española de Educación Ambiental. Durante el mismo se pronunciaron 16 ponencias invitadas y se leyeron 18 comunicaciones sobre Ecología y religiones.
El volumen de Actas ha sido editado por el Grupo Editorial Universitario de Granada, y contiene las ponencias, comunicaciones y debates del Congreso. Científicos, educadores, teólogos, filósofos, (el bioquímico Federico Mayor Zaragoza, los teólogos católicos José María Castillo y Juan José Tamayo, el musulmán Ibrahim López, la judía Graciela Kohan, el Adventista José Ferrer, entre otros) discutieron durante estos tres días sobre esta cuestión: ¿tienen algo que decir las religiones sobre los graves problemas ambientales del planeta? ¿Por qué su palabra ha sido escasa? ¿Falta sensibilidad ambiental en el corazón de las religiones? ¿Qué respuestas pueden dar las religiones para una nueva ética ambiental?
El director del Congreso insistió en que el patrimonio natural constituye una compleja red de interacciones a través de las que transcurre la vida. Cada especie es un auténtico milagro evolutivo, y de su preservación y cuidado todos somos responsables. Los textos sagrados, como referentes últimos, y algunas tradiciones que los acompañan, han sido conscientes de esta grandiosa obra, descubriendo en ella la mano del Creador y revistiéndola de dignidad propia por ese mismo origen. Se entiende mejor así la tarea del ser humano, dotado de la suficiente inteligencia y comprensión, como su garante y protector, para que cuide de su conservación y mejora.
A las religiones les preocupa el principio y final de la vida, pero no tanto lo que hay entre una y otra
Pero las cosas parecen haber ido por otro camino. Con una perspectiva muy antropizada, y en algunos casos con una interpretación errónea de los textos sagrados, las religiones occidentales entendieron que la naturaleza se encontraba ahí como instrumento para utilizar y explotar en aras de nuestro crecimiento y progreso. De lo erróneo de tal interpretación, hablan hoy los hechos por sí mismos, puesto que el medio ambiente es un indicador formidable del modelo económico y social que tras él se encuentra. Igualmente, los animales, criaturas sensibles –especialmente los más evolucionados- han sido en muchas ocasiones tratados cruelmente – incluidas muchas fiestas populares, puestas por cierto bajo la advocación de personajes religiosos – cuando no degradados a objetos de explotación para nuestro trabajo, alimento, investigación o vestido. Y los creyentes y las confesiones religiosas continuaban en silencio.
En algunas religiones occidentales, las jerarquías dicen ser defensores de la vida, pero con frecuencia suelen ser más diligentes para condenar los temas de aborto, técnicas de fecundación “in vitro”, eutanasia y derecho a una muerte digna, que a denunciar los abusos de un determinado sistema social global que condena al hambre, a la enfermedad y a la desnutrición a millones de seres humanos.
Necesidad de un diálogo interdisciplinar entre ecología y religiones
Por estas razones – continúa Velázquez de Castro-, entendimos que era necesaria la convocatoria de un Congreso de Ecología y Religiones, cuyo primer objetivo fuera abrir un espacio de reflexión y debate para que miembros con competencia en sus diferentes confesiones dialogaran en profundidad sobre estos contenidos. En este sentido, el congreso ha servido para conocernos mejor y comprobar que, en efecto, todas las creencias consideran en alto grado la conservación del medio, sintiéndolo como uno de los deberes más importantes en nuestra conducta personal y colectiva.
Asimismo consideramos que era importante dar mayor hondura a los planteamientos ecológicos, puesto que el entorno comienza desde uno mismo extendiéndose hasta los límites del universo. Protección, respeto, contemplación…, no sólo deben conjugarse para lo externo, sino dialécticamente, sintiéndose uno mismo parte de un todo y sabiendo de la implicación de nuestros actos en la conservación global.
La reflexión de Kant sobre el asombro que a su vez le producen los cielos estrellados y el deber moral en el interior de cada persona, apunta a esta unidad en la que el planeta necesita de nuestros valores y en donde la belleza y la complejidad las encontramos, simultáneamente, en lo interior y lo exterior de los seres humanos.
Una nueva cultura ambiental
En línea con uno de los principales objetivos de UNESCO, como es promover una cultura de la paz, la realización de estos encuentros ayudan a que las religiones y movimientos espirituales se conozcan y constaten que no están tan alejadas cuando sus miradas se dirigen hacia lo práctico, lo cotidiano y lo necesario. En este sentido, el Congreso lo ha sido también de diálogo interreligioso y ha servido para mejorar nuestro conocimiento mutuo, dejando atrás estereotipos, y sentirnos más próximos, con deseos de continuar trabajando conjuntamente por la mejora del planeta.
En síntesis, este Congreso que levantó tanta expectación desde su convocatoria y que fue seguido atentamente por los medios de comunicación, ha supuesto un primer paso en el camino del compromiso de los creyentes y practicantes en la defensa de un medio cada vez más amenazado. Por fidelidad y coherencia, hoy debemos estar atentos a los grandes retos de nuestro tiempo –desde la erradicación de la pobreza a la apuesta por el desarrollo humano sostenible, trascendiendo la esfera privada a lo que tantas veces queda reducido lo religioso – para modificar nuestros hábitos personales e implicarnos con la sociedad civil en la resolución de estos grandes desafíos, dando así un testimonio que desde hace mucho tiempo se viene esperando.
“Ser más, no a tener más”
Miguel J. Carrascosa, Presidente del Centro UNESCO de Andalucía, resaltó en sus palabras el largo camino emprendido por las organizaciones internacionales para proteger la integridad del ecosistema global del planeta. Desde 1951, la UNESCO propició una investigación sobre las zonas áridas, esfuerzo que fue reconocido por la Declaración de Río de Janeiro 5 de junio de 1992.
El profesor José María Castillo Sánchez (Granada), planteó que las religiones monoteístas, a lo largo de la historia, con frecuencia han sido fenómenos excluyentes generadores de violencia, y que la alianza con los poderes las han hecho cómplices de la degradación ambiental. Por eso, Isabel Ripa Juliá insistió en que las religiones necesitan una conversión hacia la defensa de los pobres y de la justicia, para hacerse agentes de cambio en la preservación de la biosfera. Esto exige, según Carlos de Prada, el impulso de una nueva espiritualidad, un modo diferente de sentirse desde dentro del propio corazón.
Juan José Tamayo, Director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones de la Universidad Carlos III, expuso un modelo de paradigma ecológico integrado en la reflexión teológica sobre la creación. Ello implica, como apuntó Israel Flores Olmos, profesor de teología presbiteriana en México, una mayor sensibilidad hacia el “gemido y la liberación”.
En este sentido, cobran especial relieve las palabras pronunciadas por Federico Mayor Zaragoza, exdirector de la UNESCO y Presidente de la Fundación Cultura de la paz, en la apertura del congreso. Citando a Leonardo Boff dijo: “Es necesario unirnos en el empeño de crear una sociedad global sostenible, fundada en el respeto a la madurez, los derechos humanos universales, la justicia económica y una cultura de la paz. Debemos darnos cuenta de que, una vez satisfechas las necesidades básicas, el desarrollo humano se refiere a ser más, no a tener más”.
Leandro Sequeiros, Catédrático de Paleontología, Profesor en la Facultad de Teología de Granada, asesor de la Cátedra CTR.
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