La sed del hombre de comprender nos lleva a un exceso de información. ¿Se trata de una especie de contaminación informacional en la cual es difícil navegar y encontrarse hoy?
Pienso que ese fenómeno se va a acelerar y a empeorar porque hay que comprender la fase de aceleración en la que nos hemos adentrado. Recordemos que hay tres grandes evoluciones que se sobreponen y complementan: la evolución biológica con su propia duración, la evolución tecnológica y en la actualidad la evolución digital.
La evolución biológica ha necesitado millones de años. Fabricar una hormiga por evolución darwiniana lleva mucho tiempo. Si no funciona, es necesario que la especie de hormiga sea eliminada y sustituida por otras especies. En consecuencia, este trabajo se hace en tiempo real y en el mundo real. Por ello la evolución biológica sólo tiene un escenario: el mundo real.
A partir de determinado momento, los hombres evolucionan a través del cerebro y se vuelven capaces de pensar sobre su propia evolución. De esta forma, del mundo real surge el mundo imaginario. Y de este mundo imaginario pueden nacer, mucho más deprisa que en el mundo real, las ideas, los inventos, las patentes, el motor, el avión… Se produce así una primera aceleración: la tecnoesfera, en relación con la biosfera, se desenvuelve en un espacio-tiempo de algunos siglos y no de millones de años.
Tercera etapa, probablemente la más fulminante, es la irrupción de lo digital con la evolución ligada a los bits de información, al ordenador, a las redes de telecomunicación. Entramos en el ciberespacio a través de una aceleración todavía más prodigiosa. A partir de los dos mundos precedentes, el real y el imaginario, se acaba de crear un tercer mundo, el virtual. En este mundo virtual no sólo pueden inventarse cosas, sino fabricarlas e intercambiarlas con otros a distancia gracias a las telecomunicaciones. Un engranaje puede encajar con otro engranaje situado a kilómetros de distancia. Aún más: la aceleración por la inmaterialidad de estos intercambios.
Tanto en el mundo biológico y su biosfera, como en el mundo tecnológico y la tecnosfera, así como en el mundo digital y el ciberespacio, se produce a cada momento una aceleración. Esta aceleración es la que genera la contaminación informacional que nos invade y la que puede inhibir la creatividad, si no se le pone remedio y no se encuentran los medios pertinentes para extraer sentido a todo este yacimiento de informaciones.
Usted ha participado en los comienzos de una revolución del saber: la transdisciplinariedad. Antes, el saber estaba compartimentado. A partir de los años setenta, se ha producido una fabulosa mezcla de conocimientos que da a luz un mundo completamente nuevo al que la tecnología ha seguido y acelerado.
La aproximación al conocimiento después de Descartes es una aproximación analítica. Pensamos que no podemos comprender la complejidad si no la despiezamos en pequeños trozos y los combinamos unos con otros. Ya sabemos que eso no funciona en la medida en que hay propiedades emergentes que nacen de la complejidad y la interactividad. Por eso fue preciso inventar una aproximación transversal, que nació efectivamente en los años cincuenta con la aproximación sistémica, la escuela de Palo Alto, y posteriormente el trabajo del Grupo de los Diez, en los años setenta y ochenta.
Se trataba de encontrar una metodología que permitiese abordar la complejidad en su conjunto, sin reducirla a sus elementos propios. Se podría decir que la aproximación sistémica es una nueva metodología que permite organizar los conocimientos con vistas a una mayor eficacia de la acción. A esta aproximación se han sumado nuevas herramientas como la Teoría de los Gráficos, la Teoría del Caos, toda una serie de herramientas asociadas a las diferentes disciplinas. La biología ha jugado al respecto un papel catalizador y también la ecología como ciencia integradora.
Progresivamente se ha visto caer los fragmentos, pero también nacer la confusión. Porque cuando caen las barreras, llega la era de los generalistas. Es decir, de la gente que sabe un poco de todo, capaces de saltar de una disciplina a otra sin tener en cuenta realmente las bases fundamentales de estas disciplinas.
En el marco del Grupo de los Diez, siempre hemos preconizado una visión generalista a partir de las disciplinas: es a partir de las disciplinas que el árbol se enraíza en la tierra y que puede, en su frondosidad, interconectar con otros árboles.
Hoy, con la irrupción de las tecnologías de la comunicación interactiva, como Internet, esta aproximación adquiere una nueva dimensión. ¿Por qué? Porque estamos a un clic de ratón de una base de datos o de cualquier site de Internet. En consecuencia, además de las disciplinas, de la interdisciplinariedad, de la pluridisciplinariedad o de la transdisciplinariedad, hay metodologías que no son sólo teóricas (descritas en los libros), sino vivientes en la red.
Tomemos el ejemplo de Internet. Se nos dice: “lo importante es la interactividad”. En absoluto: yo veo que frente a sistemas de interactividad, los niños lo único que hacen es pulsar botones, como en una especie de juego, de diálogo estéril sin comprender lo que se les intenta explicar detrás de todo este mundo. Entonces la interactividad, en primera instancia, no es interesante. Lo que es interesante es el uso de la interactividad para crear colectivamente, lo que denomino la “intercreatividad”. En ella ya no se está conectado “a” Internet, sino conectado “a través de” Internet: son los cerebros que están detrás y es esta creatividad mutua la que puede, o no, expresarse. Con respecto a Internet, ya no se habla nunca de interconmutabilidad. Sin embargo, para mí, es mucho más interesante que la Web, el TCP-IP o los marcapáginas.
La interconmutabilidad comienza por el hecho de poder crear, sobre mi propia página web, un vinculo con el sitio de una revista, por ejemplo: cuando la gente viene a mi página, hacen clic y se encuentran en la página de esa revista donde van a descubrir toda una serie de entrevistas y artículos. Es esta interconmutabilidad lo que realmente da el poder a Internet.
Y es la primera vez en la historia de la humanidad que eso se produce. ¿Por qué? Porque los dos sistemas interconmutables que existían anteriormente (el teléfono y el correo) no eran interconmutables por mí. Con la Web, por primera vez, cada persona tiene potencialmente la capacidad de realizar una interconexión, una synapsis de interconmutabilidad entre ella y los demás. El “cerebro interplanetario” que describo en El Hombre Simbiótico se complejiza gracias a los vínculos interconmutables y, esperemos, de la intercreatividad…
Con esta contaminación de información, como Usted dice, ¿no nos enfrentamos a un fenómeno de doble dirección que amenaza con llevarnos a un irreversible callejón sin salida?
Antes de hablar de este fenómeno de contaminación que nos agobia, hay que comprender dónde estamos en este mental colectivo. Se habla de ciberespacio, pero en realidad, ¿de qué estamos hablando?
En mi libro El Hombre Simbiótico inventé dos conceptos: el cibionta y la introsfera. El Cibionta (de cib, cibernético,y bios, biología) es esa especie de metaorganismo planetario que se ha constituido gracias a nosotros, con nosotros (y puede ser que contra nosotros), de tal forma que nos hemos convertido en neuronas interconectadas por redes planetarias. Estas redes han creado una especie de metaorganismo que se ha dado en llamar “cerebro planetario”, con todos los riesgos que ello comporta. Y es este metatistema que se está construyendo el que crea al cibionta: un organismo híbrido que es a la vez vivo, biológico (nosotros), tecnológico (las máquinas) y electrónico (los ordenadores intercontectados).
La mente del cibionta es lo que llamo la introsfera, en contraposición a la biosfera, ese mundo real que está a nuestro alrededor, del que nosotros somos sus constituyentes biológicos. Está también la tecnosfera, que es el mundo de las máquinas que se comunican entre sí, desde las locomotoras hasta los aviones, pasando por los ordenadores. Y a continuación está la noosfera de Teilhard de Chardin: esta visión genial de pensar en otra capa resultante de la comunicación de los espíritus y los cerebros de los hombres entre sí a través de las redes de comunicaciones. Creo que pasamos de una fase exteriorizada (biosfera, tecnosfera, noosfera…) a una fase interiorizada que denomino introsfera.
Pienso que este cerebro planetario en constitución – con la expansión del multimedia, del tiempo real, de la banda ancha, de la imagen – va a generar una especie de mental de imágenes compartidas del que la televisión será sólo un pequeño elemento y que, se quiera o no, crea un foso extraordinario entre los que tiene esas técnicas y los que no las tienen.
Esta introsfera va a propagar a través del mundo, de forma rápida y fluida, una especie de cultura de la imagen, del sonido, de la expresión, de la experiencia y de la emoción. Destaco dos palabras porque me parecen esenciales: la experiencia y la emoción. Creo que toda la deriva mediática a la que asistimos en la actualidad, desde el telediario a Gran Hermano, pasando por el turismo de masas, la pasión por el deporte o los parques temáticos, se basa en la idea de experimentar con emoción cualquier cosa que se pueda compartir. Compartir la experiencia es compartir la emoción. Creo que esta tendencia va a predominar sobre la de adquirir objetos o conocimientos…
Se trata de tendencias que van a afectar profundamente a todos los dominios: la creación artística, los medios de comunicación, etc…
Completamente: la creación artística puede hacerse robando, en digital, los elementos de cualquier otro y recreándolos de otra forma. ¿Se trata de copiar o de re-crear? ¿En qué se convierte la propiedad intelectual? ¿Y la vida privada en esta introsfera, que es compartida por numerosas personas cuyas huellas se vuelven cada vez más preocupantes? Es urgente que repensemos todas nuestras referencias sociales basadas en la concentración de individuos en una especie de fusión de ideas, espíritus, creaciones robadas, pirateadas, compartidas…
Creo que uno de los principales peligros que acechan al cerebro humano es la contaminación por el exceso de información. Hemos conocido la contaminación del aire, del agua, del ruido… Pero la contaminación por la información es especialmente insidiosa: si no se consigue pronto extraer la información y hacerla pertinente en el marco del trabajo o la vida personal, el individuo se ve ahogado enseguida. Y la respuesta habitual es la siguiente: “no tengo tiempo, estoy desbordado”. Esto revela una incapacidad para organizar su información y por ende su tiempo.
En El Hombre Simbiótico, establezco la diferencia entre lo que llamo tiempo corto, el rato largo y el tiempo extendido. Digo que crear un capital-tiempo permite vivir en un tiempo extendido en paralelo. Pienso que uno de los medios principales para luchar contra la infocontaminación consiste precisamente en saber gestionar el tiempo vinculado a la información con los medios disponibles, a condición de saber utilizarlos. Algunas veces nos perturba tener más información de la que nos resulta pertinente, de la que realmente tenemos necesidad, pero cuando esta información se utiliza correctamente, se convierte también en un medio de saber gestionar bien el capital-tiempo y de dar sentido a nuestra vida.
El mundo real, alejado y oculto en una esfera intocable, nos llega por el conocimiento, por la palabra, por nuestra imaginación, etc. Todo se desenvuelve así a través de una matriz mental. ¿Se podría hablar de ecología mental en la medida que todo pasa a través de esta matriz?
Pienso que la creación nace cuando se rompe la matriz mental. Es lo que podría llamarse un fenómeno de disrupción. En un determinado momento, hay que ser disruptivo para poder ver de otra forma. El paisaje se descubre así, de golpe, como una nube que se diluye y se vuelve a ver el paisaje desde el avión. Pienso que esta matriz mental es a menudo una prisión que nos encierra en paradigmas y esquemas conocidos y repetitivos. La extraordinaria fuerza de los visionarios artísticos o científicos ha sido la de quebrar la matriz del lenguaje, en el caso de los poetas, o la matriz de la visión, en el caso de los artistas, creando así un mundo fractal en el que el kaleidoscopio de la visión de los otros me proporciona una visión diferente del mundo en el que me he encerrado a través de mi matriz mental. Por eso estoy muy contento, tanto como científico como apasionado del arte.
Sin duda porque mi padre era un gran artista y porque he vivido en este mundo durante toda mi juventud. Creo que la misión de los científicos y la vocación de los artistas están muy próximas: son mundos de creatividad en todo lo nuevo, en lo original. Si el científico repite lo que otros han hecho en el pasado, eso no tiene ningún interés y lo mismo vale para el artista.
Es como una cadena montañosa, con sus picos de diferentes alturas: cada artista tiene su camino y su vía. Pero de repente hay un pico y se dice: “es Cézanne, es Vuillard… Extraordinario. ¿Cómo lo ha hecho? ¿Por qué lo ha hecho?” Y a menudo los otros se referencian con relación a ellos, como los científicos, e intentan llegar más lejos.
Ahora bien, quebrar la matriz mental me parece esencial. Es la única forma de interconectar las inteligencias para desembocar, tanto en la red humana como en la red Internet, en esa inteligencia colectiva que permite generar sentido colectivamente. ¿Quién escribe los libros? ¿Quién hace las emisiones de televisión? Sólo algunos… pero desde el momento es que esta posibilidad se amplíe a un mayor número de personas, nos adentramos en fenómenos de inteligencia colectiva extremadamente interesantes.
Es ahí donde se desencadena esta famosa etapa de integración. Hoy se vive en un mundo de bits, de datos. Unidos entre sí, estos datos crean un mundo informacional. Y unidas entre sí, esas informaciones constituyen conocimientos operacionales. A partir de ahí se puede actuar, enseñar, comprender, modificar… Estos saberes conectados entre ellos crean conocimientos de dimensión superior, conocimientos integrados en culturas: es la sabiduría y, posiblemente, el genio…
Hay una historia que me viene a la mente, la del artista que dice al científico: “si no sabes lo que haces, no lo hagas”, a lo que el científico le responde: “si tú sabes lo que haces, párate…”
Creo que hay muchos científicos que andan a tientas y no saben bien a dónde van. Rompen su probeta y luego unen los trozos. A continuación mezclan el producto y hacen de ello un artículo científico. Se trabaja a posteriori. Ha ocurrido a menudo. La cuestión que se plantea es ¿dónde está el genio en todo esto? Con frecuencia se ve al genio como una especie mutante que tendría un puesto de observación único que lo convierte en un faro que nos alumbra desde su trono. No estoy muy seguro de eso. Pienso que el genio, más bien al contrario, es cualquiera que haya sabido fundirse de una forma extraordinaria con la sensibilidad artística y científica de su mundo, que él ve de forma diferente desde el interior. Pero no desde el exterior.
¿Es que el genio es cualquier cosa que viene de la sabiduría, del más allá, o bien alguna cosa como una especie de metaconocimiento, es decir, algo que está “al lado de”?
La sabiduría se expresa en una multidimensionalidad que a la vez es racional, emocional y comportamental, que es lo que le da fuerza. El genio, ¿está “al lado” en todo esto? Creo que está inmerso en esta multidimensionalidad. Situado en una aproximación que es a la vez intelectual, emocional y sensible, crea un nuevo paradigma y nos impulsa, desde el interior, hacia ese nuevo paradigma.
Le recuerdo que, según el pensamiento de Goedel, una metalógica es necesaria para aprehender toda lógica. Pero no olvidemos que esta metalógica es una recurrencia al infinito: entonces, cada vez que se comprende esta lógica con la metalógica, se recrea una lógica que necesita otra metalógica para ser comprendida a su vez. Pienso que el genio, creándose a la vez en el mundo, inmerso en el mundo y en la multidimensionalidad que abre un nuevo paradigma, nos incita a crear permanentemente, ya que siempre necesitamos una referencia diferente para comprender lo que el genio nos ha abierto como si fuera una puerta.
Retrospectivamente, uno se da cuenta de que usted ha sido uno de los pioneros en relacionar múltiples aspectos de la modernidad, Internet particularmente. Hace treinta años, fue pionero sobre la cuestión de la nutrición sensible (Malbouffe), un concepto surgido de uno de sus libros, publicado en 1979. Después sobre la bioética, etc. Me gustaría que esbozara su visión de los años venideros y del futuro del mundo en el contexto de la mundialización.
Yo no puedo hacerlo sino desde el punto de vista del tecnólogo humanista que soy, es decir, un futurólogo que va a proyectar las evoluciones posibles de algunas tecnologías. Pero deducir de esto consecuencias políticas, económicas o empresariales, no se puede hacer seriamente en el transcurso de una entrevista.
Creo que en los próximos quince años entraremos en lo que yo llamo entornos “inteligentes”. Es decir, que el Hombre ya no estará aislado de los objetos físicos, estáticos, que esperan que nos comuniquemos con ellos, porque vamos a entrar en simbiosis entre el entorno y nosotros mismos. Es decir, que el interfaz entre la biología, la mecánica y la electrónica va a ser cada día más estrecho. La palabra, el reconocimiento del rostro, de los gestos, de los signos, va a permitirnos entrar en comunicación con este entorno, ya se trate de la casa, de la oficina, del coche o de los medios de transporte, de una forma cada vez más intensa. En los próximos quince o veinte años, esta simbiosis va a modificar completamente la relación que mantenemos con nosotros mismos y con los demás.
El pasado otoño, hemos abierto una gran exposición en la Ciudad de las Ciencias y de la Industria llamada “El Hombre transformado”, en la que se habla, precisamente, de todo esto: cómo la vida artificial, las nanotecnologías, la robótica, la conexión a Internet, transforman al Hombre por la visión que obtenemos de nosotros mismos y por la modificación de las conexiones con los demás.
Sólo falla que todo esto está hoy reservado sólo para algunos. Internet sólo concierne hoy al 5% de la humanidad. Estas tecnologías son costosas y difíciles de utilizar. ¿Quién las utilizará? ¿Cómo reducir este foso digital? ¿Cómo evitar el imperialismo de los que tienen estas herramientas, de los que controlan los medios, de los que definen las reglamentaciones políticas y económicas? ¿Cómo evitar que todo esto no afecte a las libertades humanas? Son las grandes cuestiones a las que el futurólogo pretende también encontrar respuestas.
Entrevista publicada originalmente en la revista Transversales, Science culture, Nueva Serie, n°1, mayo 2002 (12/05/2002). La versión francesa de esta entrevista se ha tomado de su publicación en Le Carrefour du Future.
Se reproduce con autorización del editor de Transversales y de Joël de Rosnay. Traducción del francés: Eduardo Martínez.
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