Los descubrimientos son paisajes captados
desde la pequeña ventana
de una conciencia que se asoma al Universo
El origen de la vida se pierde en la memoria de la evolución misma, su huella queda impresa en el movimiento ascendente hacia la consciencia de sí que es su destino.
En ese devenir, el ser humano emerge y se constituye en síntesis de todo el movimiento creador. Este ser emergente se erige en sujeto conociente, contemplador del movimiento, interpretador de lo que se crea, nombrador de lo que se manifiesta, cooperador de la creación misma.
Este ser humano se asoma al Universo a través del marco de una conciencia cada vez más expandida, impulsada por un anhelo, por una añoranza que aún no sabe qué los origina y cuyas pistas se encuentran en los residuos de polvo cósmico que quedaron depositados en su propia naturaleza, por el proceso evolutivo que permitió el surgimiento de la Vida.
Este movimiento evolutivo continúa, lo percibimos como un movimiento en espiral, alentado por un desconocido punto potenciador que se expande y se contrae al impulso de la sístole y de la diástole de un corazón que le bombea dinamismo y que impulsa todo hacia la Consciencia plena.
Si lográramos, por un instante, parar el movimiento y atrapar en un plano las formas que adopta, la mirada descubriría una espiral de complejidad, reproducción exacta de cualquier instante de la vida: múltiples elementos en juego, innumerables interacciones; todo vibrando a la vez para configurar la materia, para lograr las formas, para inspirar sentido, para incrustar espíritu en lo materializado, a través de un amoroso soplo de origen desconocido, renovador de cada instante cósmico.
Qué soy, quién se asoma a través de mis ojos, quién o qué alienta mi voluntad, provoca mis emociones, hace tierno mi corazón, llena mi mente de inquietudes
Parece que tenemos claro cuál es lo que fisicamente define a un ser humano, pero cuando nos adentramos en sus otras dimensiones, psíquicas, mentales y espírituales caemos en descripciones cargadas de tópicos, prejuicios, obviedades, esquemas, interpretaciones…
Desde mi punto de vista, al ser humano no lo define una configuración física, determinada por la evolución de la materia y de la vida. Tampoco sus circunstancias en un momento dado, sus errores históricos, sus cualidades o sus defectos, todos ellos temporales. Al ser humano lo define lo que él representa en la evolución del Universo, las cualidades con las que le ha dotado la vida, la impronta que posee para vivir y sobrevivir a las circunstancias históricas, la capacidad para transformar las condiciones que recibe, el impulso que le lleva a buscar por senderos nunca franqueados, la capacidad de amar, de empatizar, de solidarizarse, de comprender al otro, su capacidad innata para vivir en sociedad.
Cuando me propongo definir lo que es un ser humano no empiezo por establecer un nivel de conciencia, pues esta acción paralizaría, en una expresión momentánea, lo que realmente es: un ser en evolución dentro del proceso evolutivo de una humanidad terrestre, integrados (humano y humanidad) en un Universo que se expande en conspiración con la expansión de la Consciencia que lo acoge.
Las cualidades o defectos que se le asignan a los seres humanos, en un momento dado, sólo ponen de manifiesto el estado evolutivo general de la humanidad, no su esencia, que es la que hay que desentrañar, la que ha de colocarse en el horizonte de toda vida temporal, para darle sentido a sus esfuerzos, a sus búsquedas, a los retos que se plantea. Son sus potencialidades las que hay que considerar, éstas fijaran las probabilidades. Luego, sus posibilidades de desarrollo las dará el entorno en el que vino a la vida y que caracteriza su experiencia terrestre.
Partiendo de sus circunstancias, ignorando quién es, por qué nació, para qué, y por qué, el ser humano puede devenir en un buscador perdido, sin brújula, en peligro permanente de ser atrapado por el equívoco. Pero no es desde ahí desde donde lo quiero mirar, ese camino lleva a liquidar de un manotazo las posibilidades de superación y la importacia per se que toda experiencia vital posee.
La visión que adoptamos parte de la base que todo está en movimiento, en continuo cambio, formando parte de un proceso cuya naturaleza es “transformación permanente”, pues el cambio es lo intrínseco de lo real.
El ser humano no es un ser ambivalente, es un continente que atesora un contenido por descubrir, que pertenece a un Universo que se expande al mismo ritmo en el que crece su conciencia, y del cual apenas conoce la naturaleza de que está hecho.
En el itinerario que recorre a lo largo de una vida le observamos atravesando una experiencia común a todos los de su especie, pero extraordinariamente especial como vivencia individual.
¿De qué hablamos cuando nombramos humanidad?
Para mi lo esencial del ser humano es su naturaleza amorosa que lo cohesiona, su inteligencia indagadora, su conocimiento reflexivo, su inclinación a lo trascendente, su dirección irreversible hacia la consciencia, cualesquiera que sean las formas que adopte en su andar.
¿Cómo relatar, en este frío invierno, en la penumbra que produce la luz del fuego, metáfora de la penumbra en la que vivimos, con el tono de voz de las confidencias, la historia del ser humano desde el momento de su emergencia?
En esa emergencia, en la expresión humana, última y compleja forma tras incontables mutaciones, la vida muestra su absoluta capacidad de creación transformándose en vida consciente, para continuar y dar a luz más vida.
Todo ser humano nace lleno de potencialidades pero frágil y necesitado. Estas características demandan atención plena de los suyos y apreciados recursos para sobrevivir de su entorno. Sus potencialidades maduraran al calor amoroso del hogar que lo acoge, se frustrarán con la carencia de ello o sobrevivirán, a pesar de todo, porque encuentra alternativas resilientes.
En la medida que crece se socializa, su primer círculo se abre y comienza a intercambiar, a interrelacionarse, a participar en otros medios con otros adultos o con sus pares. Conviviendo socialmente, ampliando su entorno, aprende, conoce y se reconoce… madura.
Cuando se eleva independientemente adopta los modelos aprendidos, los enriquece con sus experiencias y de esta manera construye su identidad y define su participación y sus compromisos sociales.
Más tarde, en su etapa de mayor madurez y de mayor acumulación de experiencias se prepara para devolver el patrimonio obtenido y enriquecido a las nuevas generaciones que renovarán los procesos y que darán continuidad a la marcha de la especie humana.
La humanidad se constituye, es la era planetaria
Así, teje que se teje, una tupida malla envolvente ha sido elaborada, ella nos vincula, nos nutre, nos cohesiona, nos construye y nos transforma en la humanidad de un planeta que es un átomo minúsculo, danzarín en un espacio de inconcebibles dimensiones.
Cada tejedor en su lugar y toda la humanidad en su conjunto danzando al ritmo que impone la Vida, como experta directora de orquesta. Así hemos llegado hasta aquí, en que la emergencia de nuevos conceptos abogan por proponer, a la misma Vida que los ha propiciado, nuevas formas de recrear la eterna danza.
Una danza que se hace desde la consciencia de la temporalidad, desde la constatación de la dependencia, desde la necesidad de la interconexión. Ahora la danza es un balancearse de entradas y salidas desde el paso específico de la identidad individual a la absoluta fusión en el entramado colectivo que pone de manifiesto la identidad única de la especie y su centralidad.
Apoyados por los nuevos conocimientos científicos que transforma los conceptos de materia, de realidad y de espíritu; que genera nuevas preguntas sobre el sentido de la vida, de la presencia del ser humano, de la esencia del Universo; que posibilita dar soluciones a los grandes azotes de la humanidad (dolor, enfermedad, hambre, guerra, muerte); apoyado por un fuerte desarrollo tecnológico (tecnologías de la comunicación y de la información) nunca hasta ahora alcanzado.
Respaldados por una nueva conciencia de ser uno como humanidad, como sociedad, como especie que ha ido labrando este momento, experiencia tras experiencia, generación tras generación, creación tras creación, hasta prolongar los brazos y entrelazar las innumerables ramas de cada brote. Con una consciencia que empuja a transformar el simple tocar en un penetrar para vincularse, confundirse, fecundarse hasta fortalecer el tronco original del gran árbol de la vida.
Entramos en el nuevo estadio en el que toca aprender a convivir, asumiendo que ser humanidad es sentirse implicado en un único proceso de evolución, una evolución pendiente y dependiente de las de los otros.
Educación y enseñanza para un nuevo paso evolutivo
La educación ha de crear ambiente para la alquimia personal y orientar hacia a la consciencia de pertenecer a un Todo
Una educación para la comprensión de un mundo: del mundo que soy, del mundo que me acogió y del mundo que rodea mi mundo. Una educación para conocer los mundos, una educación para mejorar los mundos. Una educación para cambiar los mundos. Una educación para entrar en el Mundo.
Una educación que parte del Amor como esencia cohesionadora de todos los niveles de realidad y como significado y sentido de todo el devenir. Una educación que se sostiene sobre el movimiento permanente que es garante de vida y carácter esencial de la Vida. Una educación que asume, ese movimiento, como propio de los procesos en el que se construye la toma de conciencia de lo que somos y que alienta la marcha hacia la consciencia a la que pertenecemos y a la que nos dirigimos. Una educación que está alerta a las emergencias que se producen en los procesos para acompañar con determinación y con ternura maternal, hasta su nacimiento, las nuevas creaciones humanas gestadas por la cooperación consciente y responsable. Una educación que sabe que la evolución constituye el destino del Universo.
Una educación que en un magnífico acto de centralidad asume su papel de transmisora de todo los saberes alcanzados por la humanidad, para potenciar la manifestación de la consciencia a la que también ella pertenece. Una consciencia que le lleva a reflexionar sobre cómo educar, cómo acompañar al despertar consciente y cómo ese despertar ha de estar imbuido del amor, la responsabilidad y el respeto a la diversidad y las diferencias que se dan en el entorno, en los demás y en el sí mismo.
Una educación para desarrollar la capacidad constructora: capacidad de problematización de la realidad, de comprensión de lo real, de aprehensión de nuestra posiblidad y responsabilidad para conducirnos como humanidad.
Una educación para los recién llegados y para los adultos que le acogen, que propicia las preguntas sobre la identidad individual y colectiva del ser en el universo, sobre el sentido del destino, sobre el papel a interpretar en el gran juego de la Vida, en el lugar y contexto que ella les ha colocado y a favor de los objetivos que ella persigue.
El objeto de la enseñanza: la transmisión de los conocimientos adquiridos
Paralelamente, la enseñanza ha de entrar en un proceso de renovación permanentemente, asumiendo su papel de divulgadora de los conocimientos alcanzados, señalando cuáles son los conocimientos pertinentes para alcanzar los objetivos de formación adecuados a la conciencia adquirida.
En la enseñanza se ha de cuidar la forma de transmitir los conocimientos, respetando las etapas evolutivas de los pupilos, abandonando los dogmas y permitiendo la experimentación de los saberes para su constatación en las nuevas y cambiantes realidades y para su enriquecimiento.
Los enseñantes han de actualizar continuamente sus conocimientos y su capacidad de gestión de los recursos con los que cuenta la sociedad y en especial la comunidad educativa, implicando a las instituciones, organizaciones y empresas en la formación de las nuevas generaciones, según las necesidades de formación y en base a los criterios educativos que ésta comporta.
Todo el estamento social adulto, desde etapas tempranas, ha de asumir su papel activo en el relevo generacional, propiciando las relaciones intergeneracionales que fortalezcan el desarrollo físico, intelectual, psíquico y anímico de los más jóvenes, sean o no sus hijos, con amor, generosidad, desapego y gratitud. De esta manera la sociedad vive y transmite el sentido de responsabilidad sobre lo que significa el patrimonio acumulado y la obligación de continuar cuidándolo y mejorándolo.
Para lograr todos estos objetivos, la sociedad en general ha de entrar en un nuevo estado de transformación, siendo consciente de lo que está en juego y asumiendo plenamente los nuevos retos y enfoques que la educación asume. En esta etapa, los maestros y los profesores no pueden ni deben sentirse ni actuar en soledad. Ellos son un colectivo más, aunque especial por su cercanía cotidiana a los procesos educativos, en el proceso de asumir el cambio de perspectiva. Todas las instituciones sociales y todos los adultos son responsables de la transmisión de valores, modelos y virtudes humanas a las nuevas generaciones, nadie queda exento de esta función y de la responsabilidad que supone.
Cualquier interpretación de lo observado
no se ha de tomar como definitiva,
siempre estará limitada por la temporalidad
de la conciencia individual
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