La obra de Hasan Hánafi es una contribución actual a un deseo que estuvo presente, sobre todo, en los primeros siglos de historia del Islam: la búsqueda de armonía entre la revelación divina y la razón humana, que respondería a la obra natural del mismo Dios islámico. A este deseo respondió el interés científico del primer Islam. Ahora, la razón podría ser una guía que permita a los creyentes actuales salir de esquemas fundamentalistas impuestos dentro del Islam en los últimos siglos.
Desde esta perspectiva de superación de fundamentalismos, Hánafi defiende la importancia de la mujer, y el pleno reconocimiento de sus derechos y de su igualdad, para la entrada generalizada del Islam moderno en la ilustración moderna y, en consecuencia, en un nivel más profundo del conocimiento de la fe religiosa islámica. El profesor puede contribuir a conocer la línea de pensamiento de intelectuales de prestigio que luchan hoy en día por conducir al Islam hacia la razón. En un artículo reciente, publicado por Masry al-Yowm, Hánafi escribe lo siguiente:
Reunir mujeres y coptos bajo un mismo epígrafe y en un mismo análisis parece extraño, pero en realidad no lo es pues la visión de los dos (grupos) es una, ya que la mentalidad que hay detrás de los dos es una, y la imagen que hay detrás de los dos es una. La división de la sociedad, cuyos miembros están unidos por un mismo lazo, en una minoría y una mayoría, se hace, de acuerdo con una denominación religiosa, en coptos y musulmanes, y, de acuerdo con el sexo, en hembra y varón. División que sigue existiendo en los documentos de identidad, que expide el estado, o en los documentos de embarque en los aeropuertos, una división que no sirve para nada.
¿Qué importancia tiene si el portador del documento nacional de identidad es un varón o una mujer para conocer su personalidad, o en las operaciones bancarias, o en los departamentos de policía, o en las instituciones de enseñanza? El ciudadano ante la ley no tiene sexo, sea varón o mujer. En los contratos de matrimonio, el agente del cadí no lo necesita para conocer la personalidad de los cónyuges, cuál es el varón y cuál es la mujer, no necesita más que ver la manera de vestir y el arreglo. No se va a confundir y resulte que se casen dos varones o dos mujeres. Los hospitales no lo necesitan para saber si el titular es un varón o una mujer.
Es la extraña mentalidad que se enorgullece del sistema democrático, que se basa en la minoría y la mayoría, de modo que la mayoría gobierna y la minoría pasa a la oposición, luego gobierna la minoría si se convierte en mayoría, y la mayoría si se convierte en minoría, pasa a la oposición. Esta división se trasladó a la religión, en protestantes, católicos y ortodoxos, en blancos y negros, en América, en habitantes de origen y de inmigración, en un mismo país. Luego estas clasificaciones llegaron a la patria árabe y al mundo islámico, para dividir los hijos de una misma patria en minoría y mayoría, según la religión, musulmanes y cristianos, o según una comunidad, sunna o chía, o según el sexo, varones y mujeres, o según las razas, árabes, persas, kurdos, turcomanos y beréberes.
Quizá esto fuera algo natural en las sociedades en las que está enraizada la idea de ciudadanía común y no corren peligro de división en varios estados. En relación con los nuevos estados que surgieron después de los movimientos de liberación nacional en el siglo pasado, las sociedades siguen siendo más fuertes que los estados y no han acabado con sectas, razas, tribus, clanes, o todo resto del pasado. El occidente descubre en ellas una minoría de una cantidad numérica y la convierte en religiones, tribus o géneros. Indonesia resulta ser, no un estado islámico, sino una mayoría musulmana. Iraq estará compuesto de un número de sectas y razas, de suníes y de chiíes, de kurdos, árabes y turcomanos. Turquía será una mayoría de musulmanes, compuesta de turcos y de kurdos. Todo el Golfo Arábigo estará compuesto de suníes y chiíes, el Yemen de zaydíes y chafiíes . Egipto estará compuesto de coptos y de musulmanes, Sudán, de árabes y africanos, Marruecos, de árabes y de beréberes.
Dado que en occidente también existe un problema con el estado civil como, por ejemplo, se ve en la dificultad del divorcio. En las costumbres sociales está la supremacía del hombre, a pesar de la modernidad y de la ilustración, en particular, en los Estados Unidos de América. Pero empezaron los movimientos de liberación de la mujer, y el discurso pasó a los occidentalizados en nuestras sociedades, de modo que aparecieron libros acerca de la “liberación de la mujer” y “la mujer nueva”, siguiendo el modelo occidental, que fueron atacados por los partidarios de lo antiguo. Esto a pesar de que en nuestras sociedades tenemos problemas con las leyes del estado civil, que siguen igual desde hace catorce siglos, sin renovación de acuerdo con los cambios de la época, ni de acuerdo con el esfuerzo interpretativo y con los fundamentos de estas leyes, algo que permite la ley revelada, y tal como han hecho algunos movimientos reformistas.
Las minorías son memoria e historia
El concepto de minoría y mayoría es el que triunfa con orgullo en la democracia, pues la relación entre la una y la otra es la relación entre el vencido y el vencedor. Así, se convirtió en una minoría derrotada y en una mayoría victoriosa tanto en la religión como en el sexo, siendo el objetivo dividir la sociedad en sectas, facciones y grupos. Como esta nación (Egipto) no conoce existencia, ni soberanía, ni pertenencia más que la pertenencia a la religión, a la secta, al sexo, a la raza, al clan, a la tribu o a la familia, después que los movimientos de liberación nacional contra el colonialismo y la ocupación triunfaron.
Después las potencias occidentales no han cejado en negar la existencia a estos estados nacionales y en negar el carácter de nación a sus sociedades, actuando con ideas reaccionarias, mientras ellas invocan la modernidad. Los conceptos de división prosiguen: Ṣâʻidî y Baḥrâwî , beduino y urbano según la dirección geográfica, y despedazando la nación por direcciones u operando con sectas pequeñas, para negar la unidad mayor, la nación.
El hecho de ser varón o mujer no constituye identidad alguna, es una variedad dentro de la naturaleza, basada en la diferenciación y la unidad, de modo que el amor es el vínculo entre una y otra, la variedad es sobrevenida y la unidad es original. Las diferencias en religión no son originales sino que proceden de etapas o fases distintas en el desarrollo de la conciencia humana. La sustancia es única, pero sus formas son distintas. La Ley en el judaísmo, el Amor en el cristianismo, y la Justicia en el Islam. La secta no es una identidad; la sunna o la chía, es una variedad histórica, cuya singularidad son las circunstancias político-sociales. La identidad solamente es la humanidad, la cual no conoce ni religión, ni secta, ni raza, ni sexo, sino el ser humano en cuanto humano. En árabe insân «ser humano» deriva de uns, la unión y el amor del prójimo, lo contrario al odio y al rencor a los que conducen el sectarismo y el sexismo.
El musulmán y el copto, el varón y la mujer, ambos pertenecen a una misma nación, viven en una misma tierra, trabajan en ella, dejan sus huellas en ella, nacen y mueren en sus espacios, sienten nostalgia por ella cuando están en la emigración. Es memoria y es historia. Es la fuente de inspiración literaria y artística. ¡Cuántas canciones nacionales hay en la historia de la canción en Egipto! La esposa del líder (Saʿad Zaghlûl) «La madre de los egipcios», en el sentimiento popular, se convirtió en una estación de autobuses y en un hospital mental. En los monumentos a la independencia nacional, el hombre y la mujer levantan juntos la bandera nacional o agarran el martillo y el yunque, para el desarrollo social, industrial y agrícola.
Es un nombre que resuena cada día cientos de veces, y a veces es la mujer sola quien simboliza a la nación, como sucede en los monumentos al «Renacimiento de Egipto», o simboliza la revolución, como sucedió cuando Hoda Shaarawi se quitó el velo , durante la revolución de 1919. La nación es la reunión de musulmán y copto, de varón y mujer, sin minoría ni mayoría, como si fueran fuerzas políticas que rivalizan por el poder, limitadas por los votos de los electores, y en las que interviene la información, verdadera o falsa. El nacionalismo o patriotismo es la pertenencia a la nación, que es la virtud que supera las religiones, las sectas y los sexos.
Los movimientos de liberación nacional se produjeron en nombre de la patria, y en ellos participaron musulmanes y coptos, hombres y mujeres, a pesar de las particularidades y de la multiplicidad, tantas como hay en la nación en cualquier secta y sexo, consideradas por criterios diferentes. En caso de que el concepto de nación quedara oculto y triunfara la imagen cuantitativa (de los grupos particulares), que las democracias modernas han escogido, entonces triunfaría un grupo sobre otro en nombre de la mayoría.
A veces el nacionalismo se transformó en un extremismo popular, como ocurrió en el nazismo, el fascismo, y el sionismo, se mezcló con el racismo, usando la fuerza y la agresión contra los pueblos vecinos. Desplazó a unos pueblos fuera de su tierra y la ocupó con otro pueblo, como el sionismo hizo en Palestina y ¡cuán rápidamente fueron echados! Porque todos los pueblos son iguales en su derecho a la libertad y a la independencia. A veces una secta conculca los derechos de otra, hasta el punto que hay guerras entre religiones y matanzas entre sectas y ¡cuán rápidamente acaban las sectas con el concepto de la ciudadanía común, que no se compone de un número de sectas sino de identidades!
Los movimientos de liberación de la mujer y por los derechos de la mujer reivindican la igualdad con el hombre en el derecho de representación en la vida pública, en las funciones directivas, en la labor parlamentaria, y en todas las manifestaciones de la administración. Se quiere que sea posible una «señora directora general». La liberación de la mujer es fundamental, liberación del dominio del hombre, luego, la liberación del dominio de las tradiciones sociales en sociedades patriarcales, pasando de «Amîna» a «Sawsan» en la conocida trilogía de Nagîb Maḥfûẓ (m. 2006). La verdad es que el hombre y la mujer, ambos necesitan de liberación, «Sî al-Sayed» la necesita antes que «Amîna». Son los sedimentos históricos y las costumbres sociales que se sustentan en el legado cultural sin solución de continuidad ni cambio, leyendo la ley revelada.
Algunas orientaciones conservadoras se apoyan en dos aleyas para defender la discriminación entre el varón y la hembra, que son «El varón no es igual que la mujer» (3: 36) y «El varón que tenga la porción de dos mujeres» (4: 11); aleyas que explican la posición social antigua de hombre y mujer. Cuando lo hacen, olvidan decenas de aleyas que los hacen iguales en la obra buena en este mundo: «No dejaré que se pierda obra de ninguno de vosotros, lo mismo si es varón que si es hembra” (3: 195), “Al creyente, varón o hembra, que obre bien, le haremos, ciertamente, que viva una vida buena” (16:97). Y refiriéndose al otro mundo, se dice que no hay diferencia entre el varón y la hembra excepto en el esfuerzo y el duro trabajo en el mundo: “¡Por Quien ha creado al varón y a la hembra! Vuestro esfuerzo, en verdad, da resultados diversos.” (92:3).
Dios ha creado el varón y la mujer para el conocimiento mutuo, tal como ha creado a los pueblos: “Os hemos creado de un varón y de una mujer y hemos hecho de vosotros pueblos y tribus, para que os conozcáis unos a otros” (49:13). Era una costumbre social preferir el varón a la mujer por su utilidad para la guerra y el comercio: “¿Es que la mujer es para vosotros y el varón para él?” . El consenso como fuente de legislación considera que si una fuente aparece una sola vez, es defectuosa, incompleta. No hay mayoría ni minoría sino respeto al conjunto y en pie de igualdad. Por esto llamamos a los intelectuales y los investigadores a que muevan el tema de la mujer y de los coptos fuera del ámbito de la mayoría y la minoría y lo lleven al de la ciudadanía común.
Comentario final
La lectura del artículo de Hasan Hánafi muestra de forma inequívoca que no es infiel a la religión del Islam, que es la religión de los suyos y que se acepta sin titubeos.
Pero quiere ir a las raíces del Islam. Allí es donde puede hallarse el verdadero reconocimiento del papel de la mujer y, por ello mismo, donde religión y razón pueden reencontrarse.
Pero en el artículo de Hánafi está presente por doquier la sensación de que lo esencial para el hombre es su condición universal. Por ello las religiones, y las facciones dentro de las religiones, son como manifestaciones historicistas, surgidas de las vicisitudes históricas de los pueblos, de sus diversas geografías y culturas ancestrales, que no deben impedir el ver la verdadera dimensión de la condición humana universal y de la condición religiosa universal del hombre. “Por esto llamamos a los intelectuales y los investigadores a que muevan el tema de la mujer y de los coptos fuera del ámbito de la mayoría y la minoría y lo lleven al de la ciudadanía común”.
Hacer un comentario