La violencia machista contra las mujeres seguramente sea el más vergonzante problema al que, a día de hoy, se enfrenta la humanidad.
La situación de la mujer, bajo determinados fundamentalismos religiosos, es atroz. En numerosos países musulmanes, desde Afganistán a Jordania, más del 90% de los hombres justifican la violencia machista, incluso llegando hasta la muerte de la mujer. Las cifras son muy similares en las sociedades de castas en amplias regiones de La India.
Pero hay violencia machista generalizada incluso en los países europeos más avanzados: la Agencia Europea de Derechos Humanos estima que cada año 13 millones de europeas experimentan violencia física por parte de hombres. Y la cifra crece vertiginosamente cada año que pasa. Solamente en España se presentaron más de un millón de denuncias por actos de violencia machista durante lo que va de década y se estima que en la mayoría de los casos el problema no se denuncia.
Sorprendentemente las cifras de violencia machista en los países europeos más avanzados (Suecia, Noruega y Dinamarca) son significativamente peores que en España.
Para estimar la verdadera magnitud del problema en nuestro país, conviene hacer una comparación: ETA mató a un total 856 personas durante 50 años de actividad terrorista, la primera en 1961 y la última en 2010. Un sentir mayoritario asumía que semejante masacre resultaba insostenible. En consecuencia, a la lucha contra ETA se dedicaron ingentes cantidades de dinero, empleando a un gran número de efectivos de las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado, se produjeron negociaciones incluso con mediadores internacionales y hasta se llegó a emplear la “guerra sucia” para resolver el problema.
Comparativamente la violencia machista mata 5 veces más rápido que la organización terrorista: apenas necesitó los 10 últimos años para igualar a ETA en número de víctimas mortales. Sorprendentemente esta violencia machista nos genera mucha menos alarma social que el terrorismo etarra. Para resolverlo apenas le dedicamos una ínfima cantidad de los recursos que empleamos en luchar contra ETA. Y la tendencia no puede ser más peligrosa: pese al incremento constante de mujeres asesinadas, durante la última década se ha reducido a la mitad el presupuesto dedicado a luchar contra esta lacra. Lo peor del caso es que la violencia machista está tan asumida en nuestro inconsciente colectivo, que incluso los colectivos feministas más combativos apenas reclaman que se dedique el 0.2% del PIB.
Todos culpables y cómplices
Ante estas cifras no cabe duda de que todos somos culpables y cómplices -en mayor o menor medida- de esta atroz violencia machista.
El primer paso para intentar resolver esta horrenda lacra es comprender el porqué: Es de todos conocido que la discriminación contra las mujeres se remonta a muchos siglos atrás. Pero lo que quizás no se conozca tan bien es el cómo se llegó a esta situación. Para ello vale la pena recordar los modos de vida de los seres humanos en la vieja Europa y el rol que en ellos desempeñaron las mujeres: un repaso por los 3 grandes grupos que llegaron a Europa en distintas oleadas y que con sus ideas y sus genes configuraron la esencia de lo que hoy somos los europeos.
Los seres humanos de nuestra especie evolucionaron en África. Llegaron a Europa desde Oriente Medio hace poco más de 50.000 años. Erróneamente tendemos a pensar en ellos como seres primitivos. Pero eran exactamente iguales a nosotros: inteligentes, sensibles, curiosos, preocupados por el futuro y la trascendencia, con amores, amistades y enemistades…
Si una máquina del tiempo pudiese traer a algunos de estos humanos al presente, sin duda podrían llegar a ser médicos, ingenieros o notarios con la educación adecuada. Igualmente, con el entrenamiento adecuado, la mayoría de nosotros podríamos desempeñarnos bastante bien en su mundo de cazadores recolectores.
Los primeros cazadores-recolectores que llegaron a Europa eran personas industriosas que realizaron algunos de los descubrimientos fundamentales de la humanidad, como la aguja de coser que les permitió confeccionar la ropa con la que sobrevivieron a las glaciaciones.
Desarrollaron una industria lítica compleja, fabricaron cuerdas, redes, nasas, pintaron, modelaron bellas figurillas, compusieron música que tocaban en sofisticadas flautas y se adornaron con joyas. Como eran nómadas, sus objetos eran pequeños y ligeros, pero intercambiaron mercancías y manufacturas que recorrieron centenares de kilómetros en rutas comerciales bien establecidas.
Construyeron lugares suntuosos como puntos de reunión a donde acudían en determinadas épocas desde lugares lejanos: era su forma de “ponerse al día”, de actualizar descubrimientos, de realizar intercambios comerciales y de encontrar pareja. Incluso construyeron barcos marineros y fueron suficientemente buenos navegantes como para colonizar islas lejanas como Chipre.
A estos cazadores-recolectores a menudo les tocó hacer frente a las grandes dificultades de un largo período glacial. Pese a ello, existen muchos indicios de que sus sociedades eran igualitarias sin clases sociales diferenciadas; una sociedad que cuidaba de las personas ancianas y discapacitadas donde el arte, la música y el culto a los muertos, ocupaban un papel importante en su existencia.
Sociedades matrilineales sin espadas
Por entonces tampoco existía discriminación de género. Lejos de ello hay evidencias de que se trataba de sociedades matrilineales (un sistema de linajes por vía materna, donde el nombre de familia, la propiedad y la herencia viene de la familia de la madre).
Los datos de secuenciación del DNA de sus esqueletos demuestran que las mujeres se mantenían durante generaciones ligadas a una determinada área geográfica, mientras muchos de los hombres venían de lejos. Aunque es difícil saberlo con total certeza, aparentemente las mujeres se encargaban de los trabajos más sofisticados como la confección de estatuillas de barro y de la alfarería.
En general estos cazadores-recolectores llevaron buena vida, tal y como se desprende del estudio de sus huesos: eran altos, sanos, bien alimentados y solían vivir hasta edades avanzadas. Por ejemplo, en la localidad de Österröd se encontró el esqueleto de una mujer extraordinariamente bien conservado. Esa mujer murió con unos 85 años de edad, medía 1.70 m y aparentemente no había padecido enfermedades graves. Aún conservaba todos sus dientes sin ninguna caries. Había tenido varios hijos.
Hace 10.000 años el clima mejoró considerablemente. El recién estrenado Holoceno trajo inviernos templados, veranos suaves, lluvias suficientes y la vieja Europa -y en especial su costa mediterránea- se convirtió en un vergel. Los recursos crecieron y se diversificaron y como por entonces había relativamente pocos humanos en la zona, ya no resultaba imprescindible patrullar grandes extensiones de terreno para ganarse el sustento. Como resultado se volvieron más sedentarios y dispusieron aún de más tiempo libre. Vivieron buenas vidas, sin necesidad de enfrentarse a grandes desafíos.
Fue una época dorada donde no tenían enemigos. En sus asentamientos no había murallas. Fueron gentes que durante generaciones no tuvieron la más remota idea de lo que era una guerra. Navegaban por el Mediterráneo para comerciar a pequeña escala. Y hace más de 7000 años colonizaron Creta y las islas del Egeo. Esas colonizaciones, con el tiempo darían lugar a las impresionantes culturas Cicládica y Minoica.
Poco a poco fueron desarrollando una tecnología cada vez más sofisticada. Proliferó el arte. Esculpían pequeñas figuras de diosas mujeres bellísimas, de caras ovaladas con rasgos apenas esbozados, tocando flautas o sistros ancestrales, mostrando los pechos y el pubis desnudos: grandes madres portadoras en su interior del misterio de la vida. También hacían joyas y pequeños cuchillos. Pero nunca construyeron espadas.
Eran una civilización refinada que adoraba a la Gran Madre, a la que representaban en multitud de estatuillas como una señora rotunda con atributos sexuales marcados, una mujer apetecible, matrona protectora, afable y generosa. Su mundo era un mundo regido por diosas protectoras y hospitalarias. Y la armonía de las deidades femeninas caló en su vida cotidiana dando lugar a una existencia pacífica y sosegada. Un mundo sin miedo, con poblados construidos en los lugares más cómodos para vivir, sin preocuparles que no tuviesen fácil defensa en caso de ataque y sin murallas.
Pero con su elevada calidad de vida, los seguidores de la Gran Madre se enfrentaron a un incremento demográfico sostenido que poco a poco condujo a la sobre-explotación de los recursos. A su vez el clima comenzó a volverse más seco. Todo esto coincidió con una nueva oleada de seres humanos -la segunda gran oleada de seres humanos en llegar a Europa- que, procedentes del Creciente Fértil de Oriente Medio, trajeron consigo el invento que más revolucionó el mundo: la agricultura.
La cultura de los antiguos cazadores-recolectores se fusionó con la cultura de los agricultores recién llegados. Pero fueron tiempos difíciles: los primeros agricultores necesitaban dedicar mucho más tiempo a ganarse el sustento que el que habían dedicado los cazadores-recolectores de los buenos y viejos tiempos.
La vida material empeoró significativamente: el estudio de los esqueletos de los primeros agricultores europeos demuestra que eran más bajos (unos 10 cm de media), padecían más enfermedades y vivían bastante menos. Pero, con ingenio, consiguieron adaptarse.
Los habitantes de la vieja Europa todavía siguieron llevando una vida razonablemente buena bajo los auspicios de la bondadosa Gran Madre; su culto permeaba a toda la sociedad que seguía siendo pacífica e igualitaria. Una sociedad donde el peso de lo femenino dulcificaba las disputas alejándolas de la maldición de la guerra.
Sin embargo, tras un par de milenios de pacífica agricultura, la civilización de la Gran Madre estaba viviendo, sus últimos días.
Los kurganes y la locura de la guerra
Esta vez la amenaza vino de los Kurganes: pueblos procedentes de las estepas situadas “al este del edén” europeo. Eran pastores a los que la progresiva aridez les llevó a buscar nuevas tierras. Aproximadamente en el siglo XXXIV a.C. se convirtieron en la tercera gran oleada de seres humanos que llegó masivamente a la vieja Europa. Pero los invasores Kurganes no se integraron pacíficamente entre los agricultores que poblaban la vieja Europa. La invadieron cambiándola para siempre.
Los Kurganes eran una sociedad jerarquizada, dominada por varones agresivos cuya principal ocupación era la guerra.
Adoraban un Dios masculino, prepotente y vengativo, un colérico señor de la guerra que dominaba el rayo destructor. Los Kurganes realizaron su invasión a caballo y con carros de guerra, con espadas de bronce, encomendados a su terrible Dios varón señor de la destrucción. Los Kurganes podían desplazarse muy rápido porque habían conseguido domesticar caballos, algo que no se habían logrado en la vieja Europa donde los bueyes eran las bestias de tiro; su logística en combate era simple: bebían la leche de las yeguas y comían la carne de caballos.
Por primera vez, la locura de la guerra asoló la vieja Europa y los pacíficos seguidores de la Gran Madre, sin armas y sin murallas, fueron incapaces de resistir la avalancha de sangre y fuego de las belicosas hordas Kurganes. La violenta cultura Kurgán sometió por la fuerza a la pacífica cultura matriarcal de la Gran Madre. Coincidiendo con las invasiones Kurganes aparecen en la vieja Europa tumbas con muchas personas muertas violentamente. Por ejemplo, en la localidad de Eulau se ha encontrado un enterramiento, donde mayoritariamente hay mujeres y niños, aunque también algunos hombres ancianos; a todos los mataron al mismo tiempo a golpes, mayoritariamente a hachazos.
Los invasores Kurganes impusieron su religión monoteísta, de un único Dios Padre todopoderoso, a los derrotados indígenas, terminando con más de 40.000 años de la cultura de la Gran Madre. Ya nadie volvió a esculpir las pequeñas estatuillas de diosas alegres, sexuadas, disfrutando de la música. También impusieron su lengua indoeuropea.
Desde entonces en Europa solo hablamos lenguas de raíz Kurgán, ya que todos los idiomas de la Europa actual -con la posible excepción del Euskera-, descienden de la lengua indoeuropea que hablaban los invasores Kurganes.
Sociedad patriarcal y belicista
Pero sobretodo reemplazaron la pacífica sociedad matrilineal de la vieja Europa por una sociedad patriarcal, profundamente belicista. Como consecuencia, tras la invasión de los Kurganes aparecen por primera vez en Europa asentamientos fortificados rodeados de murallas. Desde entonces los asentamientos humanos se construirán rodeados de murallas en lugares de fácil defensa.
Fue el final de la civilización de la Vieja Europa, un mundo pacífico con ciudades sin murallas que no había conocido la guerra. Fue también el origen de un tiempo difícil para las mujeres, obligadas violentamente a ocupar un papel secundario.
La espléndida civilización Minoica y la civilización cicládica del Egeo fueron la última sociedad basada en la cultura ancestral de la Gran Madre a la que representaron como la Madre de la fertilidad, la Madre de las cosechas, la Madre de los animales, la Madre del hogar…
En su legado artístico destacan magníficos frescos, cerámicas y estatuillas con impresionantes representaciones de hermosas mujeres con vestidos acampanados y los pechos descubiertos, que llevaban en las manos serpientes y amapolas. La serpiente de la medicina y a amapola de donde se extrae el opio. Un símbolo de conocimiento y sabiduría, una indicación de que las sabias matriarcas minoicas sabían remediar el dolor de la enfermedad. Pero las magníficas civilizaciones Minoica y Cicládica también desaparecieron ante la presión de los belicosos guerreros Micenicos, descendientes de los Kurganes.
Pruebas genéticas
El avance de la genética -en forma de secuenciación de DNA de antiguos restos óseos de Kurganes– viene a confirmar la teoría de la invasión Kurgán: el haplogrupo R1a1 (con marcador SNP M17 del cromosoma Y) característico de los Kurganes aparece de golpe en Europa.
Así mismo, las pruebas genéticas demuestran que los Kurganes eran muy eficaces degradando la lactosa (la leche de yegua tiene mucha más lactosa que la de vaca). La genética también confirma la peculiar organización social en poderosos señores de la guerra de los Kurganes: unos pocos varones Kurganes tuvieron centenares -y en algunos casos millares- de hijos.
Cuando morían, los señores de la guerra Kurganes eran enterrados en grandes túmulos de tierra (de ahí su nombre de Kurganes) acompañados de sus posesiones y de sus mujeres, que eran sacrificadas para la ocasión. No hay escritos de la época de la invasión Kurgán, pero en antiguas narraciones de los Rus (descendientes directos de los Kurganes) se describen enterramientos de poderosos señores de guerra. A su muerte, sus mujeres -la mayoría esclavas- eran violadas masivamente durante las honras fúnebres por señores de la guerra vecinos que asistían al funeral, tras lo cual las quemaban vivas con su antiguo dueño en la pira funeraria.
Aunque nos cueste aceptarlo, nosotros somos los descendientes de esos Kurganes belicosos e iracundos. Tenemos genes Kurganes. Las lenguas Kurganes estructuran nuestro pensamiento. Y los mitos canónicos de los Kurganes siguen conformando nuestra esencia cultural.
Es en estos mitos donde radica la esencia del problema de la violencia machista.
Uno de los más importantes es la religión (cabe recordar que incluso los ateos se tropiezan con innumerables manifestaciones religiosas a lo largo de su vida). Desde los Kurganes la idea de un Dios varón todopoderoso (señor del trueno) se ha mantenido: para los griegos clásicos el poder absoluto lo encarnaba Zeus -un varón lascivo-; el Jehová judío, el Dios Padre cristiano o el Alá musulmán son poderosos varones (y la Biblia está llena de rayos y espadas flamígeras). En las mitologías nórdicas el poderoso Thor es un dios del trueno también varón.
Por el contrario, las figuras femeninas tienen papeles muy secundarios. A menudo son vírgenes que juegan un papel subordinado al varón, como las Valkirias nórdicas o las Vírgenes en el Paraíso de los Musulmanes; la Biblia tampoco suele tratar muy bien a las mujeres (perdimos el Paraíso por culpa de Eva) y a la que mejor trata es virgen.
En la milenaria Iglesia Católica se debatió intensamente sobre si las mujeres tenían o no alma inmortal y aunque parece que sí la tienen, las mujeres no llegan a ser sacerdotes, ni a ocupar cargos de responsabilidad (Papas, Cardenales, Obispos). Sin embargo, ni el más recalcitrante de los machistas podrá negar que muchas mujeres son más inteligentes, piadosas, bondadosas e íntegras que algunos de hombres que alcanzan el sacerdocio (recordemos a los numerosos sacerdotes implicados en casos de pederastia y abusos a menores…).
En otros mitos canónicos de nuestra cultura -heredados de los Kurganes– las mujeres no salen mejor paradas. Como buenos Kurganes nos fascina la guerra y admiramos a los héroes violentos. Por ejemplo, obligamos a nuestros jóvenes a leer la Ilíada, donde los coléricos señores Kurganes de la guerra (los rubios aqueos que asolaron Troya eran Kurganes), cuya única fuente de riqueza era el saqueo y la extorsión, asaltan ciudades para robar suministros y riquezas y para secuestrar mujeres que convierten en sus esclavas sexuales.
Mientras sitian Troya, cada uno de los Aquiles, Agamenón, Menelao, Ulises, etc. realizan razias hasta otras ciudades con las que no se encontraban en guerra, secuestrando y esclavizando mujeres por cientos. Agamenón y Aquiles discuten por el reparto de las esclavas. Cuando Aquiles -que se siente perjudicado en el reparto- decide abandonar la guerra, le convencen para que vuelva ofreciéndole escoger para él a las 25 esclavas que prefiera de entre todas las del campamento griego…
El sentir de los Kurganes se refleja muy bien en el secuestro de Criseida. Mientras dura el asedio de Troya los aqueos aprovechan y saquean Tebas. Secuestran, entre muchos otros cientos de mujeres, a la joven Criseida, que se convierte en esclava sexual de Agamenón. Días después aparece su desconsolado padre, un respetado anciano Tebano: ha logrado reunir una pequeña fortuna que ofrece a cambio del rescate de su hija. Pero el iracundo Agamenón le confirma que nunca liberará a su hija. Se la llevará a su casa en Argos, donde envejecerá trabajando como esclava y compartiendo su lecho siempre que él quiera.
Lejos de horrorizarnos por la forma en que los griegos clásicos -los aqueos Kurganes– trataban a sus mujeres, nos fascinan sus héroes, ignorantes, machistas y pendencieros: Hércules, al que consideramos un admirable arquetipo de héroe fue, ante todo, un campeón de la violencia de género: mató de una brutal paliza a su mujer delante de sus hijos y 2 sobrinos; para no dejar testigos que pudieran incriminarle, asesinó a sus hijos y sobrinos.
Estos son los mitos en los que formamos a nuestros jóvenes, ensalzándolos como un canto al heroísmo, la gloria, la amistad y a los valores que todo hombre debe tener.
Tarea ingente
Así, solucionar la violencia machista contra las mujeres va a ser una tarea ingente.
Podemos dibujar un mapa de la vieja Europa que represente la proporción de mujeres que sufren violencia de género. También podemos dibujar otro mapa representando la proporción de genes Kurganes en la población. Ambos mapas coinciden. No estamos diciendo, ni mucho menos, que los genes Kurganes sean los responsables de la violencia machista contra las mujeres.
La violencia machista contra las mujeres no está en los genes. Pero la abundancia de genes Kurganes en un lugar estima muy bien la importancia que los Kurganes y su cultura tuvieron en ese lugar. Y una cosa está clara: incluso hoy en día, mientras más influencia Kurgán hubo en un lugar, peor es el trato que reciben allí las mujeres.
El problema de la violencia machista contra las mujeres aparece así en su verdadera dimensión: un problema que viene afectando a las mujeres europeas desde hace casi 5000 años. En ese largo período desfilaron por Europa numerosas civilizaciones. Pero todas ellas fueron profundamente machistas, porque se basaron en los principios esenciales de los Kurganes. Nuestros principios. Porque somos en buena medida -nos guste o no- Kurganes machistas y violentos.
Desde esta perspectiva la violencia machista contra las mujeres tiene difícil solución. Si no hacemos el esfuerzo más titánico de la historia para combatir las raíces de nuestra cultura Kurgán, el problema seguirá firmemente arraigado entre nosotros.
Combatir nuestros principios Kurganes nos resultará muy difícil. Para ello tenemos que estar dispuestos a cambiar muchas cosas que hoy nos parecen imposibles de cambiar.
¿O acaso nos va a ser fácil reconocer que la Ilíada de Homero es un libro tan deplorable como “Mi Lucha” de Adolf Hitler y que Aquiles; Agamenón, Menelao y un largo etc. de supuestos héroes no son más que delincuentes campeones de la violencia machista?
Por eso hay que ponerse a la tarea cuanto antes.
(*) Eduardo Costas y Victoria López Rodas son catedráticos de Genética en la Universidad Complutense de Madrid. Editores del blog Polvo de Estrellas de Tendencias21.
Patético este artículo. Totalmente politizado y sesgado. Que pena q haya gente tan pobre de mente q escriba esto o peor, se lo crea.
Lo he leído y es bastante sesgado y mezcláis todo.
La teoría de la vieja y pacífica europa y no es válida. Se sabe que en el Neolitico unos pueblos conquistaban a otros se puede ver en la cultura de Dimini y Sesklo. Los cuales en sus poblados ya eran de carácter militar.
En ese mapa solo sale el R1a siendo también indoeuropeo el R1a y obviándose en este articulo.
Me hace gracia también que decía de la violencia de ETA puesto que ya en lo últimos 10 años hubo un alto el fuego.
Decir que en los países “nórdicos” hay muchas cosas consideradas como violencia de género y que ni todas las denuncias son llevadas a juicio y son desestimadas.
Cundo habláis de la cultura minoica se han descubierto soldados enterrados en Creta aparte de que no hacía falta pues con su marina dominaba todos los mares colindantes a la isla.
Habláis también de un Dios padre y de un monoteísmo cuando la cultura indoeuropea es una religión tripartita y ahí mezcláis dioses semitas con indoeuropeos.
Y ya no sigo, pero estoy abierto a un debatir tal artículo.
Al principio pensaba que el artículo (si se le puede llamar así) era una broma. Más adelante me he dado cuenta de que, desgraciadamente, no lo era. Madre mia… por donde empezar…
Mejor resumimos, porque comentar todos los errores, falta de documentación y utilización de tópicos sería reescribir el artículo en su totalidad.
En resumen: los autores no tienen ni la más mínima idea de lo que están hablando.