Los factores neurobiológicos que contribuyen a que se desarrollen comportamientos violentos en los humanos aún no son bien comprendidos. La preocupación por entender por qué las cárceles están llenas de gente o por qué, de pronto, algunas personas desarrollan un comportamiento excesivamente agresivo ha llevado al científico Andreas Meyer-Lindenberg, del National Institute of Mental Health de Estados Unidos, a investigar si existen componentes en nuestra naturaleza biológica que puedan producir este tipo de reacciones o actitudes.
Su investigación, de la que se ha hecho eco el Instituto Nacional de la Salud de Estados Unidos en un comunicado, se enmarca dentro de la llamada genética psiquiátrica, corriente de la psiquiatría que intenta desvelar las claves de cómo los genes predisponen la organización y el funcionamiento de nuestro cerebro desde la infancia.
Investigaciones anteriores ya han establecido las bases de lo que ha dado en llamarse Neurobiología de la violencia. Por otro lado, tal como han establecido los investigadores chilenos Marcela Jara y otros en su artículo Genética de la Violencia, hasta donde se sabe actualmente no puede haber un gen de la violencia, que probablemente son múltiples y que la violencia siempre es el resultado de la interacción de las disposiciones hereditarias y de la influencia del ambiente.
Si el gen es defectuoso…
Profundizando aún más en esta línea de investigaciones, Meyer-Lidenberg y sus colegas se han dedicado a examinar una variación alélica (de gen alelomorfo, una de las formas de gen responsables de variaciones genéticas hereditarias), en este caso, en un gen X relacionado con la oxidasa monoamina A (MAOA, que es una enzima encargada de catalizar la oxidación de monoaminas y que está presente en diversas células del organismo humano, como las neuronas del cerebro. La variación genética en este caso afectaría al funcionamiento de la MAOA, produciendo determinadas reacciones cerebrales anómalas.
Los genes pueden causar comportamientos complejos, como la agresión, porque dirigen la producción de proteínas. Las enzimas, que son un tipo de proteína que se hallan presentes en nuestro cerebro, realizan la función de descomponer los elementos químicos en éste, en especial la llamada serotonina, que es un mensajero químico que permite a las células comunicarse entre sí.
Meyer-Lidenberg ha estudiado el impacto que un polimorfismo funcional común de la enzima MAOA (derivado de una variación genética) pudiera tener en la estructura cerebral y en su funcionamiento, con imágenes de resonancia magnética realizadas a más de 100 voluntarios, algunos de los cuales sí sufrían la variación del gen mencionado, mientras que otros no.
El experimento
Según explican en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences, Meyer-Lidenberg y sus colegas mostraron a los voluntarios del experimento una serie de imágenes de rostros con expresiones de enfado o miedo, y otras imágenes desasosegantes, como una pistola que apuntaba a la pantalla.
Se descubrió que aquellos voluntarios que sí tenían la forma genética modificada relacionada con la agresividad, respondían a las imágenes con un considerable aumento de la actividad neuronal en la amígdala durante la estimulación visual.
La amígdala es un núcleo neuronal que está situado en el área encefálica del llamado cerebro límbico, y está relacionada con las emociones, especialmente con el miedo y la agresividad. Asimismo, la visión de las imágenes provocó una disminución de la actividad en la corteza cerebral, que sería la región del cerebro encargada de controlar las actitudes agresivas.
En el caso de los hombres, la variación alélica se asoció asimismo a cambios en el volumen de la corteza orbitofrontal (que se relaciona con cierto tipo de emociones sociales, particularmente desarrolladas en los seres humanos, como la vergüenza, la culpa, la lástima o el orgullo), así como una enorme reacción en la amígdala y el hipocampo.
Los datos de los investigadores han identificado además diferencias en el sistema límbico en lo referente a la regulación emocional y el control cognitivo, que relacionarían los impulsos agresivos con la variación genética.
Por tanto, este patrón cerebral parece poder propiciar los impulsos violentos, aunque no es determinante. Según Meyer-Lidenberg, se puede señalar que existe el riesgo genético de violencia, pero que resulta imposible de predecir si el impulso llegará a darse o no. Otros factores resultarían más o menos importantes que la predisposición genética a la violencia, como el entorno, tal como han establecido anteriores investigaciones.
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