Desde finales de los noventa, más de un millón de internautas de todo el mundo ha cedido parte de la capacidad de procesamiento de su ordenador personal mientras estaba en desuso. El boom comenzó con el proyecto SETI@home, que buscaba vida extraterrestre, aunque más tarde se amplió a otros fines de carácter científico.
Es lo que se conoce como computación distribuida, o lo que es lo mismo, la unión de un gran número de equipos en una misma infraestructura de telecomunicaciones. Ese ha sido el objetivo del científico de la computación en la Universidad de California en Berkeley, Estados Unidos, David Anderson, desde 1995, cuando uno de sus estudiantes de posgrado sugirió aprovechar el poder de cálculo de ordenadores de todo el mundo para buscar vida extraterrestre.
“Me cautivó”, recuerda Anderson en un artículo publicado en la revista online Wired. “No tanto el objetivo científico en particular, sino la idea de utilizar potencialmente todos los equipos del mundo para trabajar juntos en algo. Era la visión más grandiosa que alguien podía imaginar”, añade.
Así, tras la puesta en marcha de SETI@Home se puso a trabajar en la Infraestructura Abierta de Berkeley para la Computación en Red (BOINC, por sus siglas en inglés), una plataforma de código abierto que permite a voluntarios de todo el mundo donar el tiempo de inactividad de su ordenador para los fines científicos más dispares.
Sin embargo, en los últimos años el interés por esta red informática parece haberse desvanecido, contabilizándose en la actualidad menos de 400.000 equipos que ejecutan BOINC. Pero Anderson tiene un plan para devolver la red a la gloria del pasado. Si la caída del ordenador ha estado motivada fundamentalmente por el auge de teléfonos inteligentes y tabletas, ¿por qué no adaptar el software a estos dispositivos?
Ajuste en Android
Se calcula que existen unos 3.200 millones de personas con teléfono móvil en el mundo. Si tan sólo un pequeño porcentaje se uniera a la causa daría lugar a una capacidad de procesamiento de datos tan grande que superaría al mayor superordenador de la historia. Y ese es el reto de David Anderson.
Durante los últimos seis meses, su equipo ha trabajado en un software BOINC que se ejecuta tanto en smartphones como en tabletas, ya que estos dispositivos móviles de última generación cuentan con CPUs y procesadores gráficos de gran alcance, suficiente para adaptarse a la computación distribuida. El único requisito es que utilicen Android como sistema operativo.
Aparentemente esta cesión podría parecer excesiva para el usuario. Sin embargo, el software no va a repercutir en el consumo de batería ni en la factura de telefonía móvil. La conexión sólo será posible cuando el aparato esté cargando y mediante una red Wi-Fi, aprovechando únicamente la capacidad del procesador que de otra forma no se emplearía.
Para adaptarlo al sistema Android, el equipo de Berkeley ha desarrollado un código lo suficientemente inteligente como para apagarse cuando el dispositivo alcance una temperatura demasiado elevada –debido a un exceso de tareas-, arreglando además la interfaz gráfica de usuario.
Antecedentes
Sin embargo, no ha sido este el primer intento de incursión de BOINC en Android. Ya en 2008 un grupo de estudiantes trató de migrar el software al sistema operativo de código abierto de Google. El proyecto BOINCOID aspiraba a que ordenadores, teléfonos e incluso neveras contribuyeran a la ciencia, según Oded Bendov, uno de los desarrolladores.
Para ello reescribieron el código C++ originario del software en Java, añadiendo además algunas modificaciones específicas de Android. Pero no fue más que una prueba, ya que la plataforma nunca llegó a despegar. “Pensé que quizá la comunidad de código abierto lo acogería”, explica Bendov. “Tal vez no era lo suficientemente sexy o no era el momento correcto”, se lamenta.
Cinco años después, el panorama es muy diferente, ya que los proyectos de crowdsourcing -conocido también como el trabajo o la colaboración abierta distribuida a través de internet- están de nuevo en boga, y Android supera los 500 millones de dispositivos activados en todo el mundo.
No es de extrañar por tanto que el software circule en los próximos meses por dispositivos móviles de todo el mundo, o eso al menos esperan sus creadores. Anderson ansía que el proyecto comience a distribuirse en aplicaciones BOINC que puedan ayudar a analizar datos para Einstein@Home, centrada en buscar púlsares, agujeros negros y ondas gravitacionales, así como en otras iniciativas como Climateprediction.net, que intenta predecir el clima del Siglo XXI; Rosetta@home, dedicada al estudio aplicado a la malaria, el Alzheimer y otras patologías; o la española Ibercivis, que acerca a la ciudadanía investigaciones punteras en diversos campos.
Carácter abierto
¿Y qué pasa con iPhones y iPads? BOINC incluye un código que accede al procesador del dispositivo móvil, algo incompatible con el sistema operativo iOS desarrollado para la tecnología Apple. «El acceso a la App Store es muy restringido», añade Anderson, quien contrapone la filosofía abierta de BOINC con el sistema cerrado característico de la compañía de la manzana.
Sin embargo el profesor confía en que Android bastará para que BOINC vuelva a su apogeo. En ello tendrán mucho que ver las herramientas sociales propias de las plataformas móviles, que permiten compartir aplicaciones, entre otras opciones, lo que contribuirá a aumentar su distribución.
“Lo importante es recordar a los usuarios que los ciclos de la CPU que no usan pueden ayudar a los científicos a realizar hazañas”, remarca Anderson, ya sea mediante el ordenador de siempre o con los nuevos dispositivos. Y es que, de una forma segura, estable y sencilla, se puede ayudar a los investigadores a encontrar un púlsar o un agujero negro, pero también a hacer realidad la gran visión de David Anderson de crear una red mundial de equipos trabajando hacia una meta común.
De momento hay una versión beta de BOINC disponible para Android.
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