El matrimonio como institución no es lo que solía ser. Desde la década de 1950, el número se ha reducido de manera constante en Estados Unidos (también en España se reducen). Y si bien la mayoría de los estadounidenses se casan en algún momento de sus vidas, muchos están optando por hacerlo más tarde.
Un nuevo estudio realizado por la demógrafa Shelly Lundberg, de la Universidad de California en Santa Bárbara (UCSB), y el economista Robert Pollak, de la Universidad de Washington en St. Louis, examina las cambiantes sensibilidades de los estadounidenses sobre el matrimonio desde una perspectiva económica.
Lundberg y Pollak sostienen que las familias con altos ingresos y altos niveles de educación tienen los mayores incentivos para mantener relaciones a largo plazo. Sus hallazgos aparecen en la revista The Future of Children (El futuro de los niños).
Los investigadores sostienen que, desde la mitad del siglo XX, el matrimonio ha pasado de ser una institución basada en la especialización de género -el hombre gana el dinero y la mujer se queda en casa para cuidar de los hijos- a un medio de apoyo a la inversión intensiva en niños.
«En una economía especializada en el género, donde los hombres y las mujeres están jugando muy diferentes roles productivos, es necesario el compromiso a largo plazo para proteger a la parte vulnerable, que en este caso es la mujer», explica Lundberg en la información de la UCSB. «Pero cuando el nivel de instrucción de las mujeres aumentó y superó al de los hombres, y las mujeres se comprometieron más con sus trabajos y carreras, se erosionó la clase de disparidad económica que apoyaba la división del trabajo en el hogar».
Si este escenario es cierto para las personas de todo el espectro económico, postula Lundberg, las estadísticas deben mostrar una reducción generalizada del matrimonio. En cambio, hay evidencia de una creciente disparidad familiar según los niveles de educación.
«Lo que vemos es una adherencia sorprendente con los patrones de matrimonio tradicional entre las personas con estudios universitarios y aquellas con niveles profesionales más altos», dice Lundberg. «Si bien las tasas de matrimonio han disminuido constantemente con el tiempo, han disminuido mucho más entre las personas cuyo nivel de educación es menor.»
Además, los graduados universitarios tienden a casarse antes de empezar a tener descendencia y, cuando se casan, sus matrimonios son más estables que los de las parejas con menos educación. La persistencia del matrimonio entre los económicamente más favorecidos dejó perplejos a Lundberg y Pollak.
Teoría
Los investigadores plantearon la hipótesis de que ahora -en el siglo XXI- una función primordial del matrimonio es el de proporcionar un hogar estable a largo plazo para los niños, lo que sugiere que las inversiones en los hijos se han convertido en una fuerza impulsora en la preservación de la institución del matrimonio.
Lundberg destaca que las madres de todos los niveles económicos pasan más tiempo con sus hijos ahora que hace 30 años. «En términos de tiempo y dinero, los padres con más formación y mayores ingresos han aumentado sus inversiones en los niños mucho más que aquellos con ingresos más bajos», dijo Lundberg.
«Tienen el conocimiento y los recursos y esperan ayudar a que sus hijos tengan éxito económico de una manera que puede parecer fuera del alcance de los padres con bajos ingresos.»
Según Lundberg, el campo de juego no está nivelado y el enfoque de los padres de bajos ingresos es mantener a sus hijos seguros y saludables. «No les compensa aguantar las desventajas del matrimonio», dice Lundberg.
Estímulo
«Una posible consecuencia, si estamos en lo cierto -y debo decir que este es un argumento especulativo- es que puede ser posible fomentar la inversión en los niños entre los padres de bajos ingresos, dedicando más recursos sociales para la primera infancia, lo que permite a los padres ver un futuro mejor para sus hijos», agrega Lundberg. «Estas inversiones sociales podrían, a su vez, hacer que los compromisos a largo plazo les parezcan más beneficiosos a estos padres.»
Un aspecto del matrimonio que no ha cambiado mucho en los últimos años es que la mayoría de los hombres y las mujeres se acaban casando. «Si nos fijamos en la fracción de las personas de 50 años de edad que nunca se han casado, las diferencias entre los grupos de educación son muy, muy pequeñas», dice Lundberg.
«Lo que es realmente es distintivo es el momento del matrimonio y la muy alta proporción de mujeres con el título de secundaria o algo de educación superior que tienen su primer hijo -ya sea solas o en una relación de convivencia- antes de casarse, algo muy poco frecuente entre las personas con un título universitario o superior.
«El momento del matrimonio es extraordinariamente sugerente», concluye Lundberg. «Casi todo el mundo quiere casarse con el tiempo. La pregunta es cuándo, y si se espera hasta casarse para tener un hijo.»
Referencia bibliográfica:
Shelly Lundberg y Robert A. Pollak: The Evolving Role of Marriage: 1950 –2010. The Future of Children (2015).
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