La creencia de que los terroristas suicidas padecen una enfermedad mental o han sufrido un “lavado de cerebro” por parte de las organizaciones a las que pertenecen está socialmente muy extendida, pero no es cierta, señala un investigador británico.
David Stevens, especialista en filosofía política de la universidad británica de Nottigham, afirma en un comunicado de dicha universidad que los terroristas suicidas actúan de manera racional a la búsqueda de los “beneficios” que recibirán por formar parte de una red social extremadamente estricta y fanática.
Stevens, que trabaja en la School of Politics and International Relations de la universidad de Nottingham, señala asimismo que ni la pobreza ni la juventud de los terroristas justifica actos de violencia como los que provocan, sino que su motivación es fría y calculada y responde al deseo de formar parte de un grupo que alienta a sus miembros a someterse totalmente a los objetivos colectivos.
La religión, motor principal
En esta motivación radical juega un papel central la religión, dado que existen escasos ejemplos de ataques suicidas motivados por ideologías no religiosas. Formar parte de un grupo con creencias estrictas requiere un compromiso intenso, y engendra en sus componentes la creencia profunda en las experiencias compartidas y el autosacrificio.
Los beneficios, en el caso de que haya una motivación religiosa, van desde la justificación divina de los actos hasta las recompensas en la otra vida. Para los terroristas, estos beneficios superan con creces los costes de sus acciones.
Por tanto, los terroristas estarían animados por un simple análisis de coste-beneficio en el fondo frío y racional, señala Stevens. La violencia vinculada a la religión se convierte así en una forma de participar activamente en el grupo para alcanzar objetivos muy concretos.
Por otro lado, Stevens recuerda que estas actitudes no son propias únicamente de las sectas islámicas. Otros grupos religiosos extremistas también han producido grandes desastres humanos en nuestra historia, como es el caso de la norcoreana secta Moon o Iglesia de la Unificación (famosa por sus actividades delictivas y sus atentados contra la libertad individual) o de la secta de los davidianos.
Casos aislados
Desde la perspectiva de la consecución de beneficios, pueden explicarse los actos terroristas suicidas en términos de motivación racional, más que en términos de motivación teológica o irracional. Una proyección extrema de la idea del auto-sacrificio en pos del grupo conllevará unos beneficios tan considerables que justifican por sí solos todas las acciones.
Pero, por fortuna, señala Stevens, y a pesar de lo dañino y llamativo de los resultados, estas acciones sólo se dan en casos aislados, bajo ciertas circunstancias. De hecho, el investigador afirma que, estadísticamente, los grupos religiosos extremos son una minoría, y que el 99,9% de los grupos religiosos del planeta son pacíficos. Por otro lado, encontrar a personas dispuestas a hacer este tipo de sacrificios tampoco es un hecho común.
Estas personas, afirma Stevens, contrariamente a lo que se cree, no siempre viven en situaciones de aislamiento social, pobreza o falta de educación. El caso de Mohammad Sidique Khan ilustra la idea a la que se refiere el investigador. Khan, que se autoinmoló el 7 de julio de 2005 en los atentados de Londres, en los que murieron 52 personas, era un hombre adulto, de 30 años de edad, con hijos, y que trabajaba en una escuela primaria para niños con necesidades especiales.
Organizaciones sin enfermos mentales
Stevens señala por último que existe la equivocación común de que los terroristas suicidas son enfermos mentales por el hecho de relacionarse con los grupos extremistas a los que pertenecen.
Sin embargo, desde una perspectiva meramente de organización, el trabajo con individuos desquiciados es extremadamente arriesgado. Por tanto, este tipo de grupos deben elegir a individuos muy concretos que sepan actuar fríamente en todo momento, y mantengan siempre sus actividades en un completo secreto. Cualquiera que haga un movimiento en falso podría descubrir a todos los demás.
Nadie, en este tipo de circunstancias, colaboraría con personas impredecibles. Se juegan demasiado, por lo que no pueden permitirse miembros que puedan perder el control.
La muerte como forma de trascendencia
Los resultados de la investigación de David Stevens se añaden a los obtenidos en otro estudio reciente realizado por la universidad británica de Southampton y del que hablamos y en otro artículo de Tendencias21.
En aquel estudio, en el que participaron más de un centenar de voluntarios británicos, se reveló que la muerte propia inminente despierta un afán de trascendencia que en teoría ayudaría a los suicidas a superar de alguna forma su propia desaparición física.
En este sentido, el auto-sacrificio se percibiría como una vía para alcanzar la inmortalidad simbólica, una acción que ayudaría a seguir viviendo tras la muerte. La vida sería el precio a pagar para obtener una identidad, un lugar destacado dentro de la historia de la comunidad a la que pertenecen.
Estos resultados, por tanto, reinciden en lo señalado por Stevens : existiría la búsqueda de un beneficio en las acciones de los terroristas suicidas, un beneficio tan atractivo que supera con creces cualquier precio a pagar.
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