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Ser maestra es dar tiempo y luz

Ser maestra es dar tiempo y luz

El presente texto es una receta de relación. Las recetas han sido la manera en que las mujeres hemos trasmitido el saber: lo hacemos desde la experiencia con lo que hemos aprendido en relación con quienes nos han precedido y con el saber acumulado con nuestra práctica diaria; lo ofrecemos, sin imponerlo, abierto a que cada cual lo experimente desde su propia creatividad, adaptándolo a sus circunstancias y con los medios de que disponga. Mi receta está basada en seis ingredientes clave: la relación de confianza, dar y dejarme dar, evitar las generalizaciones y dogmatismos; enseñar con la autoridad de la lengua materna, reconocer la diferencia sexual, y si algo echas en falta, ponerte en marcha. Por Mª Milagros Montoya Ramos.

Ser maestra es dar tiempo y luz

Mi propuesta es hablar de recetas, contaros una receta de relación. Las recetas han sido la manera en que las mujeres hemos trasmitido el saber: lo hacemos desde la experiencia con lo que hemos aprendido en relación con quienes nos han precedido y con el saber acumulado con nuestra práctica diaria; lo ofrecemos, sin imponerlo, abierto a que cada cual lo experimente desde su propia creatividad, adaptándolo a sus circunstancias y con los medios de que disponga; no lo imponemos como una teoría desvinculada de la propia vida, ni como un pensamiento acabado, universal y sin origen, intocable al que sólo es posible acercarse, sin romperlo ni mancharlo, copiando y repitiéndolo pero donde el otro o la otra, que viene después, se quedan fuera porque nada tiene que aportar desde su propia singularidad.

La pedagogía de la diferencia sexual es un pensamiento hecho práctica, que nace de la propia experiencia y hace crecer a quien enseña y a quien aprende. Porque no se puede enseñar sin aprender. Es un intercambio en el que doy y, al mismo tiempo, me dejo dar, que, aunque no lo parezca, es más difícil que dar. Es algo siempre inacabado que pide mucha atención para no perder el sentido de lo que quiero y busco.

Con esto no quiere decir que yo he venido aquí a escuchar lo que queráis contarme, yo sé que mi responsabilidad es ser guía, que, como dice María Zambrano, ser maestra es dar tiempo y luz para que cada cual pueda hacerse esa pregunta que lleva dentro agazapada en su interior y que ni siquiera sabía que la tenía. Yo me he preparado especialmente para cuidar la relación, abierta a lo que pueda suceder aquí y ahora. En el sentido en el que dice Hannah Arendt: «actuar es iniciar algo nuevo en el mundo» algo imprevisto desde nuestra libertad.

Los ingredientes de la interacción pedagógica

Mi receta de relación requiere seis ingredientes que ha de buscar y cocinar cada cual con lo que sepa y pueda, como hacen las madres:

1. La relación de confianza
2. Dar y dejarme dar
3. Evitar las generalizaciones, los dogmatismos
4. Enseñar con la autoridad de la lengua materna
5. Reconocer la diferencia sexual
6. Si algo echas en falta, ponte en marcha

La relación de confianza

Lo primero es estar en el aula con empatía (1),-empatía es tener yo presente (es decir experimentar) una experiencia que no es originariamente mía, sino de otro, y tenerla presente como tal-. Es esa cualidad que te abre a la relación con lo otro, con las otras y los otros y que te permite entender la realidad desde la experiencia ajena.

En otras palabras, es lo que hacen las madres cuando se adelantan a dar o a responder a su criatura antes de que lo hayan pedido o preguntado. ¿Se podría decir que es adivinar los deseos? Sin duda lo es y creo que esta capacidad de relación es un más que tenemos las mujeres por la capacidad con que nacemos -seamos madres o no- de ser dos en un mismo cuerpo, como ha escrito Mª Milagros Rivera Garretas.

Que las mujeres tengamos este más no quiere decir que no sea una cualidad propia también de los hombres, porque unos y otras hemos aprendido de nuestra madre, y ha quedado impreso en nuestro ser, el estar en relación con los demás sin violencia y compartiendo libremente juegos, risas y saberes. Se aprende siempre en relación, al menos entre dos.

Confiar quiere decir acompañar el paso haciendo crecer. Exigir mucho, lo más que cada cual pueda dar. Exigir, para mí, quiere decir confiar en cada alumna y alumno; confiar en sus cualidades, creer en lo que ni ellas ni ellos mismos creen todavía. Para ello tengo que ganarme el reconocimiento de mi autoridad de maestra para que mi deseo de que aprendan renazca en cada cual. Así, sin ejercer el poder ni la violencia, se va abriendo dentro de cada cual el saber que saben y la confianza en sus capacidades; confiando de mí que no depongo de ser guía para que lleguen a ser lo que sueñan, que es la manera de aprobarse ahora y seguir aprobando a lo largo de la vida.

Dar y dejarme dar

No sé si a quienes enseñamos os pasa lo que me sucede a mí, que llevaba la clase en la cabeza continuadamente, Creo que sí, porque suele decirse que si te acercas a un grupo de enseñantes ya sabes que están hablando de las clases. Esto quiere decir que estamos preparándonos siempre para dar.

A veces preparamos tantos conocimientos y tantas cosas que no dejamos espacio para dejarnos dar, para escuchar, para acoger lo nuevo que ellas y ellos aportan. Y así no se da la relación educativa de la que nace la luz que alumbra las ideas y encarnan los saberes. Es más fácil dar que dejarse dar, sobre todo porque, como docentes, nos creemos la fuente del saber y nos cerramos a lo nuevo que traen cada año las nuevas generaciones.

Para llegar a comprender lo que pasa en este presente se requiere, ante todo, una gran dosis de humildad que nos obligue a bajar de la tarima que llevamos dentro y sentarnos, sin prisas, a ras de suelo para mirar la realidad del aula con los ojos y la mirada de nuestras alumnas y alumnos.

Y después, en vez de mirar para otro lado, hacer una sincera contratación personal entre mí y mí y con el mundo, porque, como dice la filósofa Hannah Arendt: La educación es el punto en el que decidimos si amamos al mundo lo bastante como para asumir una responsabilidad por él y así salvarlo de la ruina que, de no ser por la renovación, de no ser por la llegada de los nuevos y los jóvenes, sería inevitable. (2)

Evitar las generalizaciones, los dogmatismos

Evitar las generalizaciones, los dogmatismos y las repeticiones de lo ya dado. Este ha sido para mí un aprendizaje progresivo en el que estoy todavía y creo que no abandonaré hasta el final de mi vida. Yo, como la inmensa mayoría, estoy formada en un conocimiento abstracto, universal y, también, alejado de la vida. Es decir lo que llamamos un discurso que tengo y tienen que aprender, sin comprenderlo y sin encontrarse en él.

Yo he sabido dar el cambio, cuando descubrí la diferencia sexual y la política de las mujeres, algo que me ha permitido disfrutar del privilegio de enseñar mientras aprendo.

He aprendido de Marirí Martinengo, miembra fundadora de la librería de Milán, una historiadora y profesora que ha sabido buscar en las fuentes históricas y hacer historia sin borrar las huellas del amor: autorizándose a distanciarse de los manuales y tomándose la libertad de volver la vista atrás, hacia el saber escolástico, con una mirada caracterizada por el abandono del universalismo y por la asunción de la diferencia sexual. (…) Sabiendo que el saber puede ampliarse infinitamente y que el uso de la lengua es dúctil y maleable. Por el contrario, la tradición escolástica difunde un saber confeccionado de antemano, congelado, que no responde a las preguntas que afloran espontáneamente en quien, mujer u hombre, enseña y en quien aprende. Preguntas preciosas porque ponen en comunicación el presente con el pasado y ofrecen la oportunidad de abrirlo y de deshojarlo. (3)

Enseñar con la autoridad de la lengua materna

Enseñar con la autoridad de la lengua materna quiere decir reconocer a mi madre como mi maestra magistral que me enseñó a hablar, a nombrar las cosas y a relacionarme con mis semejantes. Me lo enseñó con amor y por eso la lengua materna nunca se olvida, porque es la escuela del primer amor.

Sin embargo, el lenguaje académico no reconoce a la madre como la garante del orden simbólico. Tampoco la ciencia que ha descubierto el saber experimentando en un laboratorio. Y proclama que la experiencia es la madre de la ciencia. Pero no es verdad. Antes, en cada vida humana está la madre, o quien nos haya amado en su ausencia, y ella es madre de la experiencia y de la ciencia.

Por eso hablamos de autoridad femenina. La historiadora Mª Milagros Rivera Garretas dice que: Poner en juego en política el orden simbólico de la madre es un cambio de civilización. Lo es porque, cuando se logra, el mundo se ve, se oye y se vive de otra manera: pierden sentido el nihilismo, el individualismo y el progresismo, y se abre sitio al conservar al lado del transformar, al escuchar al lado del proponer, al dejarse dar al lado del dar activo. (4)

Ser maestra es dar tiempo y luz

Reconocer la diferencia sexual

Este descubrimiento ha sido una de las grandes aportaciones del siglo XX: saber que el mundo es uno pero los sexos son dos y que la vida como la historia o la ciencia, o como la escritura o el arte es sexuado. Luce Irigaray dice que la diferencia sexual representa uno de los problemas o el problema en el que ha de pensar nuestra época. Según Heidegger (5), cada época tiene una cosa en la que pensar. Una solamente. La diferencia sexual es la de nuestro tiempo (6).

Esta diferencia de ser niño o niña que es un acontecimiento importante en cada familia antes y en el momento de nacer, socialmente no se tiene en cuenta, Es decir, en la escuela y en los otros ámbitos sociales, las mujeres pasamos a ser personas – una palabra que etimológicamente significa máscara- o alumnos o profesores o padres. Quedamos encuadradas en un masculino que llaman “genérico” y universal, que incluye a los dos sexos, invisibilizando a las mujeres y ocultando las diferencias; creando así una realidad virtual en la que un solo género, el masculino, asume la responsabilidad de los hombres y también de las mujeres.

Virginia Woolf escribía el siglo pasado que: Sería una pena enorme que las mujeres escribiesen como los hombres, o viviesen como los hombres, o parecieran hombres, porque si dos sexos son bastante insuficientes para la vastedad y la variedad del mundo ¿cómo nos las arreglaríamos con uno solo? ¿No debería la educación investigar y fortalecer las diferencias más que las semejanzas?. (7)

Si algo echas en falta, ponte en marcha

Reconocer las carencias, dificultades, rutinas o malestar que se experimenta en un centro educativo, es muy importante pero lo es todavía más llegar a reconocer dónde está el origen de lo que está pasando. La reacción habitual es la queja continuada que reproduce, multiplicándolo aquello de lo que nos quejamos: es imposible enseñar, no quieren aprender, no les interesa estudiar. Urge un cambio de mirada para saber leer la realidad tal cual es, no como querríamos que fuera.

De la política de las mujeres hemos aprendido que lo que podemos hacer para cambiar la realidad es cambiar nuestra relación con ella y de esta manera la realidad se transforma. Así es como hacen las madres, en vez de quejarse de la inteligencia, carácter, altura o aspecto físico de sus criaturas, suelen fijarse en que su hija es única y singular, distinta, y maravillosa y así llega a ser viable en el mundo al que enriquece con su presencia.

Quienes amamos la enseñanza y amamos la historia desde hace algunos años estamos pensando, escribiendo, y poniendo en práctica una mediación didáctica para el alumnado de la educación secundaria obligatoria. Varias profesoras y profesores y otras mujeres que educan y enseñan en la vida diaria nos reunimos quincenalmente, en el espacio de pensamiento y práctica educativa que llamamos «Una historia verdadera» en reconocimiento a María Zambrano, quien en su obra «La tumba de Antígona» dice que debajo de las cosas que ocurren suceden otras que hacen una historia verdadera.

La historia de las Antígonas que soportan la historia, no porque sean dominadas por ella sino porque no está haciéndola, es decir, no es su historia la que aprenderemos en los libros de historia. Por eso, mi reto y mi deseo, en estos momentos, es lograr que las alumnas y los alumnos se encuentren en el saber histórico. Y ahí nació Sabina Editorial S. L.

Y aquí estoy y estamos en estos momentos. Este poema de Ana Mañeru Méndez expresa bellamente lo que queremos:

Detrás de una palabra
tan solo de una sola,
renace el mundo entero
(8)

Notas

1. Empatía, para la filósofa contemporánea Luisa Muraro, “tiene un significado cercano a compasión, o simpatía, pero con un sentido más fuerte, más personal, de experiencia de la experiencia de otro”. Cita a Edith Stein que se doctoró con una tesis sobre la empatía, de quien ha aprendido que “empatía es tener yo presente (es decir experimentar) una experiencia que no es originariamente mía, sino de otro, y tenerla presente como tal”. Capítulo 3 “Vida pasiva: aprender a padecer para aprender actuar” en AAVV: Una revolución inesperada. Simbolismos y sentido del trabajo de las mujeres», Madrid, Narcea 2001.pp.65-81.

2. Op. cit., p., 208.

3. Marirí Martinengo, Claudia Poggi, Marina Santini, Luciana Tavernini y Laura Minguzzi: «Libres para ser. Mujeres creadoras de cultura en la Europa medieval», Madrid. Narcea, 2000. p13

4. María-Milagros Rivera: «Mujeres en relación. Feminismo 1970-2000», Barcelona, Icaria, 2001, p 16.

5. Luce Irigaray, «Etica della differenza sessuale», Milano, Feltrinelli, 1985, p.11. Citado en Wanda Tommasi, Filósofos y Mujeres, Madrid, Narcea, 2002, p.13

6. El texto completo de la intervención de Tania Rodríguez Manglano y de otras intervenciones se puede encontrar en la página web del Centro Duoda de la Universidad de Barcelona.

7. Virginia Woolf, «Un cuarto propio», traducción de Mª Milagros Rivera Garretas, Madrid, Horas y horas, 2003, pag. 123

8. Mañeru Méndez, Ana y Báez Arrufat, José Mª, De vuelta mí. Madrid, 2000, p., 89.

RedacciónT21

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