Existen algoritmos que recomiendan películas, música o literatura en función de los gustos del usuario. Pero, ¿y si los algoritmos fueran más allá de su rol de mediador y comenzaran a crear cultura por sí mismos? Ese es el objetivo de una competición impulsada por el Instituto de Informática Neukom en el Dartmouth College, Estados Unidos, inspirar innovaciones en los métodos informáticos para generar productos artísticos, tales como obras literarias, musicales y visuales.
Ya en 1950, el matemático e informático inglés Alan Turing consiguió que un ordenador conversara lo suficientemente bien como para no distinguirse de su interlocutor humano. Este simple, pero poderoso experimento mental que ha pasado a la historia como el Test de Turing, abrió el camino a otros retos que despejen la frontera hombre-máquina.
Es el caso de esta prueba que se celebrará por primera vez el próximo 18 de mayo en Dartmouth, a la que han bautizado como «Test de Turing de las artes creativas», según recoge un artículo publicado en The Conversation. La misma servirá para saber si se puede distinguir sonetos, cuentos o música de baile generados automáticamente de aquellos creados por la mente humana.
Así, todas las inscripciones serán en forma de código informático capaz de generar nuevas obras en una de las tres modalidades creativas. Los concursos están abiertos tanto a académicos, programadores profesionales como a cualquier interesado de cualquier parte del mundo. El objetivo es convertir la competición en un premio anual.
Competiciones
En la competición musical, denominada “Algorhythms”, los participantes deben crear una pieza de baile fresca y divertida a partir de una pista predefinida de una biblioteca dada. El resultado debe ser un track de 15 minutos, para lo que el software puede mezclar y modificar las opciones de la biblioteca, que incluye más de 20 características como el género, tempo, tono o timbre.
En los otros dos desafíos, «PoeTix» para los sonetos y «DigiLit» para los cuentos, los participantes deben presentan paquetes de software que permitan crear el resultado literario deseado partiendo de un sintagma nominal. Además, el código debería ser capaz de generar un número infinito de obras a partir de esa única entrada.
A partir de ahí, un jurado experto deberá decidir qué obra es humana y cuál ha sido generada por una máquina de entre todos los trabajos proyectados. Para el concurso de música, la puntuación quedará en manos de un grupo de estudiantes, que bailará todos los temas. El ganador será aquel estadísticamente indistinguible de las piezas generadas por concursantes de carne y hueso.
La evaluación no será del todo sencilla. Incluso en el juego de imitación inicial, la cuestión era si la conversación con hombres y mujeres revelaría con el tiempo sus diferencias de género. Del mismo modo, el Test de Turing cuestionaba si la conversación de la máquina revelaría su falta de humanidad, quizá no en una interacción única, pero sí en muchas a lo largo del tiempo.
También hay que tener en cuenta el contexto de la prueba, pues no hay duda de que la época, la cultura y la clase social pueden influir. Así, por ejemplo, en el siglo XXI, las comunicaciones con máquinas son cada vez más frecuentes. Los mensajes de texto y aplicaciones de mensajería han cambiado radicalmente la forma y las expectativas de nuestras comunicaciones; las abreviaturas y faltas de ortografía son casi la norma. Esas mismas consideraciones se pueden aplicar también a las expresiones artísticas.
¿Creatividad?
Independientemente de los resultados de las pruebas, la competición amplía el horizonte de la creatividad y la evolución hombre-máquina. Además plantea el interrogante sobre quién puede ser considerado artista, si la persona que escribe el código para que un software cree sonetos es un poeta, si el programador de un algoritmo para generar cuentos es un escritor, o si el codificador de una máquina de mezclas es un DJ.
“¿Dónde está la línea divisoria entre el artista y el asistente de cálculo?” se cuestionan los precursores de esta iniciativa. En este sentido, citan como ejemplo las funciones del Ayudante de Office de Microsoft, por ejemplo cuando corrige la gramática de un texto. El resultado entonces, ¿se puede considerar un trabajo creativo propio o ya es una colaboración hombre-máquina?
A pesar de los interrogantes que puedan surgir, el objetivo último de la competición no es reemplazar la creatividad humana, sino evaluar si la tecnología computacional actual está ya preparada para desarrollar trabajos indistinguibles de los creados por el hombre.
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