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El escáner cerebral confirma que es posible sentir lo que sienten otros seres humanos

El escáner cerebral confirma que es posible sentir lo que sienten otros seres humanos

La observación de las reacciones del cerebro a través de imágenes de resonancia magnética ha podido establecer que no sólo se puede sentir lo que sienten otros seres humanos, sino que queda un registro cerebral de este sentimiento. Una investigación realizada en el Reino Unido ha comprobado al respecto que las regiones cerebrales implicadas en el dolor se activan también en las personas que se sienten identificadas con la persona que sufre. Por otro lado, el escáner magnético ha podido establecer que el efecto placebo no es sólo psicológico, ya que implica una disminución de la actividad de las regiones cerebrales relacionadas con el dolor. Por Vanessa Marsh.

El escáner cerebral confirma que es posible sentir lo que sienten otros seres humanos

Un experimento realizado por investigadores del University College London (UCL) ha establecido que las regiones cerebrales implicadas en el dolor se activan también en las personas que sienten empatía con la persona que sufre, aunque no tenga ninguna fuente de dolor propia. La investigación confirma que no sólo se puede sentir lo que sienten otros seres humanos, sino que queda un registro cerebral de este sentimiento.

Empatía, según la definición más extendida, es la habilidad que posee un individuo de percibir los pensamientos y sentimientos de otros, lo que genera sentimientos de simpatía, comprensión y ternura. En general se entiende en el sentido de la acción o actitud de ponerse en el lugar de otro para verlo desde su marco interno de referencia.

Los expertos insisten en la necesidad de no confundir la empatía con lo que uno mismo sentiría si se encontrara en la situación del otro. Se hace hincapié en que la empatía supone siempre la comprensión del otro como sujeto de la experiencia y no como un objeto cuyo comportamiento se observa desde un marco de referencia exterior.

Empatía radiografiada

La investigación sobre la empatía se desarrolló a través de 16 parejas, de las que sólo se estudió el cerebro femenino. A las mujeres del experimento se les aplicó un escáner cerebral sofisticado, basado en imagen por resonancia magnética (IRM), para el registro y seguimiento de su actividad cerebral.

Los compañeros sentimentales de estas mujeres estaban cerca de ellas, pero sólo veían sus manos a través de una pantalla de ordenador. El experimento consistía en provocar una ligera descarga eléctrica en la mano de todos los hombres y mujeres participantes y apreciar las reacciones cerebrales que estas descargas provocaban.

Pasada la primera fase, el ordenador seleccionaba los hombres y mujeres que iban a sufrir la siguiente descarga eléctrica, así como su intensidad. Cuando las descargas eran recibidas por las mujeres, el ordenador mostraba la región del cerebro afectada por el impacto eléctrico.

La sacudida y su intensidad eran registradas a partir de las regiones sensoriales, al igual que la intensidad del dolor y su impacto sobre las regiones emocionales y afectivas.

Registro ajeno

La sorpresa se produjo cuando se descubrió que las mujeres sentían también el dolor de sus compañeros cuando ellos sufrían la descarga y que incluso percibían que se iba a producir antes de que la ocurriera.

Estas reacciones eran seguidas por los investigadores a través de la alteración de las zonas cerebrales de las voluntarias relacionadas con el dolor y las emociones, a pesar de que el único contacto visual con su compañero era a través de la mano que aparecía en la pantalla del ordenador.

Las mujeres afectadas explicaron al respecto que el sentimiento que experimentaban antes de que la mano de su compañero sufriera la leve descarga eléctrica era desagradable, una especie de aprensión que se manifestaba con reacciones físicas concretas como la aceleración de los latidos del corazón.

Ninguna de las mujeres del experimento sabía que el objeto era estudiar la empatía y sus reacciones cerebrales y orgánicas. Sólo se les preguntó qué habían sentido en el momento del dolor provocado a su compañero y lo que contestaron coincidía con lo registrado en el escáner cerebral.

El experimento ha comprobado que la así llamada empatía tiene un registro cerebral específico. Asimismo, ha establecido que la región cerebral afectada por la empatía es la misma que la que usa nuestro cerebro para controlar el dolor corporal.

Los resultados del trabajo de la UCL se publican en la revista Science de febrero bajo el título “Empathy for pain involves the affective but not sensory components of pain”, y se explican también en el comunicado elaborado al respecto por la UCL.

El placebo no es sólo sicológico

Por otro lado, una segunda investigación realizada por otro equipo de las universidades de Michigan y Princeton ha descubierto que la aplicación de un placebo implica también una disminución de la actividad de las regiones cerebrales relacionadas con el dolor, lo que permite asegurar que no se trata únicamente de un fenómeno psicológico y que el simple hecho de saber que un medicamento cura, puede ser suficiente para calmar el dolor.

Esta investigación se realizó con doce voluntarios, observados mediante escáner cerebral e IRM, a los que se les aplicaba una descarga eléctrica leve, o se les derramaba un poco de agua hirviendo sobre el brazo.

A continuación se aplicaba a los voluntarios una crema placebo de la que les explicaban sus rápidos efectos anestésicos. El dolor no sólo disminuyó, sino que las regiones cerebrales implicadas en el dolor eran menos solicitadas después de la aplicación de la crema placebo.

Finalmente, se repetía el experimento y se aplicaba la misma crema, pero advirtiendo que se trataba sólo de un placebo. El dolor aumentó en esta ocasión, tal como mostró la IRM, evidenciando que el placebo no es únicamente una reacción sicológica.

Este segundo experimento ha comprobado que el efecto placebo implica una reacción cerebral concreta y medible, lo que aumenta el misterio sobre la naturaleza del espíritu humano y sobre el extraño comportamiento del cerebro ante el dolor.

Vanessa Marsh

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