La persona es la protagonista de la innovación y por eso es tan importante la calidad del capital social de un país para su innovación productiva, que es determinante para la mejora de su capacidad competitiva.
La Fundación Cotec ha querido analizar la situación actual en el informe Capital social e innovación en Europa y en España, en el que se desgrana su impacto en la innovación productiva en España y se establece una comparación entre cerca de una treintena de países europeos.
El trabajo es el resultado de una amplia investigación, realizada utilizando cerca de un centenar de indicadores procedentes de encuestas internacionales relacionados con el capital social, entendido en su sentido más amplio. Estos indicadores analizan las redes y conexiones sociales en los ámbitos de la empresa, la familia y la sociedad en general, junto a aspectos institucionales y culturales (el capital social «sistémico»), que incorporan a su vez normas y «una cultura moral compuesta de sentimientos de confianza, motivaciones, juicios de valor, disposiciones y virtudes», señala la nota de prensa de Cotec.
En todos los indicadores se han tenido en cuenta los efectos, tanto individuales como colectivos, que cada uno de ellos puede tener en la capacidad innovadora de los países contemplados en el estudio, con el fin de explorar mecanismos causales entre capital social e innovación productiva, es decir, la que está dirigida a crear productos y servicios o procesos y tecnologías y ponerlos a disposición de la sociedad.
Relación entre capital social e innovación productiva
El informe señala que existe una clara relación entre la «calidad» del capital social y la innovación productiva en todos los países analizados, y con la mayor parte de los indicadores utilizados. Una mejor calidad correspondería a sociedades poco individualistas, caracterizadas por niveles altos de capital social interno en las empresas y niveles bajos de capital social universitario y de capital familiar orientados hacia adentro, o endogámicos.
También correspondería a niveles elevados de capital asociativo y de capital social sistémico, es decir, de pertenencia a asociaciones o entidades sin fin de lucro y de confianza generalizada y en las élites, así como a niveles altos de moralidad sistémica, caracterizada por una escasa corrupción pública, por un reducido intervencionismo estatal y por un buen funcionamiento de la democracia.
El informe distingue en Europa tres grupos de países claramente diferenciados, según se acerquen a ese modelo de capital social afín a la innovación o se alejen de él. El primer grupo estaría formado por los países nórdicos, incluyendo a Suecia, Dinamarca, Finlandia, Noruega e Islandia, junto con Suiza y los Países Bajos, caracterizados por una capacidad de innovación más alta.
El segundo lo integran los países centrales como Alemania, Austria, Bélgica, Francia, Luxemburgo, Irlanda y Reino Unido, que presentarían unas tasas medias, salvo en el caso de Alemania que se acercaría más a los niveles del primer grupo.
Y, el tercer grupo, el más alejado del modelo noreuropeo, lo formarían los países mediterráneos y de la Europa del Este, caracterizados por bajos niveles de capacidad innovadora.
El lugar de España
España se situaría en este último grupo, cuya estructura de capital social es menos afín a la innovación productiva, con una evolución en los principales indicadores analizados caracterizada por su estabilidad en el tiempo, un nivel bajo y una estructura indadecuada.
Los resultados españoles se colocan en niveles entre medios y bajos en todas las clasificaciones, según el indicador de capital social correspondiente, lo que supone una clara barrera que dificulta que España consiga tasas altas de innovación.
El informe destaca que dos de los factores que más nos alejan de los niveles de los países de referencia corresponden a indicadores de capital social familiar y asociativo: la emancipación extremadamente tardía de los jóvenes españoles en el contexto europeo (del 43 % de los jóvenes de 18 a 35 años en 2002-2006, frente a una mediana europea del 53,5 %) y el escaso nivel de pertenencia a asociaciones voluntarias en España (16,8 % en 2004-2006, frente a una mediana europea de 28,8 %).
En el caso de los indicadores de las empresas, señala que en los últimos 30 años el modelo económico español no ha favorecido la creación de puestos de trabajo enriquecedores y que se desempeñan con autonomía. Algo similar a lo que ha ocurrido con el capital social sistémico, en el que los factores que más nos alejan de esos países siguen siendo, desde el inicio de la democracia, la distancia entre los ciudadanos y la clase política y su escaso interés e implicación en la vida pública.
El documento concluye aportando una serie de sugerencias para la mejora del capital social para la innovación en el caso español, referidas a cambios en la estructura, la cultura y las relaciones con su entorno por parte de las empresas, a reformas en el mercado laboral orientadas a dar mayor seguridad, especialmente a los jóvenes, y a favorecer la movilidad geográfica. Otras sugerencias se centran en cambios en el sistema educativo y en los modelos de enseñanza, así como en el impulso de una formación profesional de calidad y de una mayor especialiazación de las universidades españolas.
El documento fue presentado públicamente ayer en un acto celebrado en la sede de la Real Academia de Ingeniería en Madrid, en el que participaron el autor del informe, el profesor Víctor Pérez-Díaz, doctor en Sociología por la Universidad de Harvard, así como el presidente de Cotec, el empresario Juan-Miguel Villar Mir, y el director general de Cotec, Juan Mulet.
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