Según la OMS, en el mundo mueren cada año más de 800.000 personas por suicidio; y el suicidio es la segunda causa principal de muerte entre individuos de 15 a 29 años de edad.
A pesar de estas cifras, se toman pocas medidas para paliar el problema (en comparación con las que se toman, por ejemplo, para evitar las muertes por accidentes de tráfico), seguramente porque el suicidio sigue siendo un tema tabú en nuestras sociedades.
En este contexto, un estudio reciente de la Florida State University de EEUU aporta una visión novedosa sobre las muertes por suicidio. Señala que, en parte, su origen podría estar en la práctica del autosacrificio de los animales eusociales.
Los seres humanos –al igual que las hormigas o las abejas- pertenecen a este grupo de seres vivos. La eusocialidad es un sistema de organización de colonias o comunidades que garantiza de manera muy eficiente la supervivencia. Para ello, a veces es preciso la abnegación extrema de algunos individuos de la comunidad, que llegan a sacrificarse por salvar a otros.
Así, por ejemplo, una abeja eusocial puede picar a un depredador para detener un ataque, pero morir en el proceso. Esta misma tendencia al autosacrificio se ha constatado en seres humanos a través de culturas y períodos de tiempo (en socorristas, bomberos, padres, etc.)
Conductas de riesgo eusociales
Según los autores de la investigación, que publica la revista Psychological Review, aunque dicha tendencia en humanos pueda ser considerada un recurso adaptativo en algunas situaciones (en las que ayuda a sostener a la comunidad), también puede hacer creer equivocadamente a algunas personas que su propia muerte es más valiosa que sus vidas o que la sociedad estará mejor sin ellas; y por tanto conllevar resultados innecesariamente letales.
Los científicos argumentan esta idea con numerosos y sorprendentes paralelismos entre las conductas eusociales de autosacrificio en animales no-humanos y la muerte por suicidio en seres humanos.
Por ejemplo, a menudo los insectos antes de sacrificarse para defender su colonia están muy agitados. Del mismo modo, antes de la muerte por suicidio se han detectado problemas de sueño y estados extremos de agitación en víctimas humanas.
Otro ejemplo es lo que hacen los insectos cuando son infectados por algún patógeno: se aíslan para evitar el contagio de sus iguales. Los humanos con riesgo de suicidio también pueden aislarse. “Sugerimos que las personas suicidas se ven a sí mismos como toxinas sociales; un punto de vista fundamental para su decisión de retirarse socialmente”, escriben los autores de la investigación en Psyshological Review.
Aunque aún serán precisas más investigaciones para poner a prueba este marco novedoso de explicación del suicidio, los especialistas consideran que estas ideas son un paso importante para desmitificar el fenómeno y promover esfuerzos de prevención del suicidio.
Asimismo, consideran que esta información puede ayudar a identificar a las personas en situación de riesgo grave de suicidio y a desarrollar nuevas intervenciones clínicas para evitar estas muertes.
Detección a través del comportamiento o de la sangre
Igualmente podrían ayudar a la prevención del suicidio los resultados de otro estudio reciente, que ha determinado los comportamientos típicos de los suicidas.
Así, las conductas impulsivas (por ejemplo, la conducción temeraria o conducta promiscua), la agitación psicomotora (dar vueltas por la habitación retorciéndose las manos u otras acciones similares) o la impulsividad (comportamiento caracterizado por poca o ninguna previsión, reflexión o consideración de consecuencias) indicarían un riesgo de intento de suicidio al menos un 50% superior.
La genética es otro campo de investigación del suicidio que podría ayudar a alertar del riesgo en humanos, pues se ha descubierto que un gen llamado SKA2 tiene una relación con estas muertes.
El hallazgo fue realizado a partir de la observación de muestras cerebrales de enfermos mentales y de personas sanas. Según el estudio, diferencias en los niveles del gen SKA2 -detectadas a través de un simple análisis de sangre- podrían indicar conductas suicidas.
Este gen está involucrado en la función de la respuesta del cerebro a las hormonas del estrés, y sus cambios jugarían un papel importante en las reacciones ante tensiones de la vida cotidiana, así como en la generación de pensamientos y comportamientos suicidas. El SKA2 se expresa en la corteza prefrontal del cerebro, implicada en la inhibición de pensamientos negativos y en el control del comportamiento impulsivo.
Todas estas investigaciones cada vez hacen más patente que el riesgo de suicidio está entrañado en la naturaleza de nuestra especie y, por tanto, no debe ser obviado. Según Margaret Chan, directora general de la OMS, el suicidio ya «ha sido un tabú durante demasiado tiempo». Tanto que, hoy día, solo 28 naciones del mundo poseen estrategias de prevención que reduzcan las muertes por esta causa.
Referencia bibliográfica:
Joiner, T. E., Hom, M. A., Hagan, C. R., Silva, C. Suicide as a Derangement of the Self-Sacrificial Aspect of Eusociality. Psychological Review (2016). DOI: 10.1037/rev0000020.
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