No fue cosa menor la renuncia de Henry Kissinger a presidir la comisión norteamericana que investigará los errores internos del 11-S. Un tipo de su tonelaje, que acepta una invitación del hombre más poderoso del mundo y que lo deja con la mesa puesta, es algo insólito.
Y no es de recibo, como dicen los españoles, que se diera cuenta a posteriori de que en esa pega chocaría con los intereses de su clientela particular. Un veterano de la política mundial, con página en la Historia grande –para bien y para mal- no es creíble esgrimiendo excusa tan mercenaria. Salvo que…
Bueno, salvo que haya querido entrar a escena, precisamente, para poner una dosis de realismo político en beneficio de sus clientes. Esos grandes empresarios que necesitan un mundo previsible y con abastecimiento normal de petróleo, para manejar sus negocios.
Por lo visto, no más entrar Kissinger olfateó las licencias para matar conferidas a los agentes secretos y los planes para pautear la información mundial, a través de periodistas “confiables”.
Platos cocinados
Medidas que él no repudiaría en sí –cosas peores dispuso como Secretario de Estado-, pero propias de los peores años de la guerra fría. Esa que él contribuyó a ganar.
Aquello le indicó que los platos ya estaban cocinados, que el sabor era pésimo y que su imagen sólo serviría para darles un falso sello de calidad.
En resumidas cuentas, su tocata y fuga tiene tres lecturas básicas:
Una, admitir que su realismo cruel es una garantía de racionalidad, ante el hegemonismo alocado de los halcones de George W. Bush. Dos, comprobar que ni siquiera él está en condiciones de moderar a los presuntos internacionalistas de la Casa Blanca. Tres, entender que la guerra va.
El problema, ahora, es adivinar hasta dónde. Si será o no el punto de partida de ese choque de civilizaciones que diseñara Samuel Huntington.
En ese choque de mentira, el profesor imagina –con ciertos toques de humor negro- a los Estados Unidos defendiendo a Vietnam del hegemonismo chino.
Escenarios apocalípticos
Desde ese núcleo de conflicto, nacen ondas expansivas donde la India colisiona con Pakistán, tercia Irán, estalla una nueva guerra árabe-israelí, intervienen Rusia, los países balcánicos y magrebíes, la caballería europea va al rescate de los Estados Unidos… Y así, hasta una fase final donde Estados Unidos, Rusia, Europa y la India combaten contra China, Japón y los países del Islam.
Las potencias del hemisferio norte quedan devastadas, les cae encima la inmigración africana para consumir los restos y comienza la gran era de América Latina (claro, porque esta región “pasó piola” durante ese conflicto).
Estupendo como guión de cine. Espantoso, si en Washington se empeñan en dirigirlo con los ingredientes de la realidad. Jugando ese juego con los datos de hoy, hay que partir con las sorpresas que dará Sadam Hussein, cuando se vea acosado por la dupla Bush-Blair. Con la ayuda de Osama bin Laden, convertido en su “aliado objetivo”, puede golpear terroristamente en cualquier parte. Abrir un forado en el Muro de los Lamentos o dinamitar el Santo Sepulcro.
En Israel ya están preparadas las defensas contra sus misiles, pero esta vez podría comenzar con un ataque bacteriológico. Y, como los bacilos no discriminan, también atacarían a los palestinos, que culparán a Sharon. Esto enardecerá a la nación árabe en pleno y Siria dará el primer paso al frente lanzando una oleada de misiles de alcance medio contra poblados de Galilea y, si alcanzan, contra Tel Aviv.
Israel nuclear
Sharon contraatacará con artefactos nucleares, mientras en Karachi liberan los seguros de la bomba nuclear musulmana y en Delhi los de la bomba india. En ese instante, los periodistas estarían cubriendo los atentados contra la torre Eiffel, el puente de Londres, el Reichtag y el memorial de Lincoln. Al Qaeda emitiría un comunicado diciendo que sólo el cuarto corre por su cuenta; los otros fueron obra de agentes norteamericanos disfrazados, para catalizar la entrada de Europa continental en la guerra.
Con Sadam inubicable, en Irak impera la anarquía: arderán los pozos petroleros, los kurdos tratarán de instalar un país propio y los Estados Unidos, ante la imposibilidad de establecer cualquier orden, atacarán a Irán. Rusia ayudará a patrullar Bagdad para proteger sus inversiones en infraestructura petrolera, mientras los chechenos vuelan el Bolshoi y por despiste secuestran la momia de Lenin.
Los norteamericanos también darán algunos golpes a Corea del Norte, para cortar sus líneas de abastecimiento a los distintos enemigos que va dejando a sus espaldas. En algún momento Turquía tendrá que terciar, porque los griegos han invadido su sector en Chipre y en su territorio los kurdos también existen. China, instalada en Taiwan, mantendrá a Japón bajo observación y consolidará su red hegemónica en el Lejano Oriente.
Como a esa altura la OPEP será un caos, Venezuela subirá los precios del crudo unilateralmente. La Casa Blanca, con demasiados frentes abiertos, no podrá intervenir y Hugo Chávez -o quien lo suceda-, asumirá el liderazgo de América Latina. Como primera medida, comvocará a la neutralidad regional y pedirá a Vicente Fox y a Ricardo Lagos que redacten las bases de un plan Bolívar, para recuperar el mercado norteamericano. Si no, la región se hunde.
¡Kissinger, vuelve, no los dejes solos!
José Rodríguez Elizondo es autor del libro “Chile: un caso de subdesarrollo existoso”, publicado por la Editorial Andrés Bello de ese país. Su obra mayor consta de 16 títulos, entre cuentos, novelas, ensayos, tesis filosófico-jurídicas y reportajes.
Ha sido distinguido con el Premio Rey de España de Periodismo (1984), Diploma de Honor de la Municipalidad de Lima (1985), Premio América del Ateneo de Madrid (1990) y Premio Internacional de la Paz del Ayuntamiento de Zaragoza (1991).
Su novela «La pasión de Iñaki» se estudia en universidades norteamericanas. Sus ensayos «Crisis y renovación de las izquierdas» y «El Papa y sus hermanos judíos» son referencia obligada en materia de ideologías políticas, diálogo interreligioso y conflicto israelo-palestino. Las tres obras están en el catálogo de la Editorial.
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