A finales del pasado mes de septiembre, Columbia Pictures estrenó en España Flatliners, un remake de la famosa Línea mortal de Joel Shucmacher de 1990, en la que un grupo de estudiantes de medicina investigan lo que les espera más allá de la muerte… muriendo durante un rato.
Para ello, detienen su corazón durante un breve lapso de tiempo, hasta provocarse por turnos una experiencia cercana a la muerte clínica. Como era de esperar (por necesidades de tensión narrativa, pero también por las características del experimento), la investigación se vuelve cada vez más peligrosa. Eso sí, sirve a los protagonistas para revisar su pasado, en una línea bastante cercana a la de Cuento de Navidad de Dickens, en versión moderna.
Aunque de ciencia ficción, la historia de Flatliners tiene cierta base científica. Desde que en 1975, el psiquiatra y filósofo norteamericano Raymond Moody publicara el libro Life after Life (Vida después de la vida), en el que explicaba las sensaciones vividas por personas que habían sufrido una experiencia cercana a la muerte, pero que finalmente habían conseguido salvarse y contar lo que habían sentido, diversos estudios han analizado el fenómeno.
En 2012, el neurocientífico y Catedrático de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid, Francisco Rubia, daba cuenta en Tendencias21 de algunas de las explicaciones que la neurología ha encontrado para las sensaciones conscientes postmortem, como el sentimiento de una paz y una felicidad profundas, la visión de un túnel oscuro o el hecho de sentirse fuera del cuerpo.
Por ejemplo, la neurología achaca las sensaciones de paz y felicidad a la producción de endorfinas (neurotransmisores opioides), que aumenta considerablemente en situaciones de estrés. La visión del túnel oscuro se explicaría porque las células de la fóvea –en la retina- una vez desinhibidas como consecuencia de la muerte clínica, responderían generando fosfenos y dando lugar a un círculo luminoso como el que se observa al final de dicho túnel. En cuanto a la sensación de estar fuera del cuerpo, los neurólogos relacionan esta impresión con sensaciones similares experimentadas en algunos casos de esquizofrenia, en la epilepsia del lóbulo temporal o tras la ingestión de drogas enteógenas.
¿Cuándo se para el cerebro?
Estas explicaciones nos hacen preguntarnos cuánto tiempo tarda el cerebro en detener su actividad tras la muerte. Las evidencias más recientes sobre el tema han sido recogidas este mismo año, en un estudio realizado con electroencefalografía (EEG) a cuatro pacientes en estado terminal, en el momento de su muerte.
Publicada en The Canadian Journal of Neurological Sciences, la investigación reveló que uno de estos cuatro pacientes tuvo actividad cerebral hasta 10 minutos después de que el corazón se le parase (en ausencia de pulso y con pupilas no reactivas). La actividad cerebral detectada era del mismo tipo de ondas cerebrales (ondas delta) que se registran en el cerebro durante el sueño profundo.
Otra investigación, realizada entre 2008 y 2014 por científicos de la Universidad de Southampton, en el Reino Unido, y considerada el primer estudio a gran escala de las llamadas “experiencias cercanas a la muerte” (proyecto AWARE), ha señalado que la consciencia parece darse durante un período de tres minutos tras la pérdida de latido, a pesar de que siempre se ha considerado que el cerebro deja de funcionar tras 20 ó 30 segundos de haberse producido una parada cardiaca.
En el marco del proyecto AWARE fueron analizados un total de 2.060 pacientes en muerte clínica (por paro cardiaco), atendidos en 15 hospitales de diversos países.
¿Y si no es el cerebro?
Algunos especialistas han ido más allá del cerebro en un intento por explicar la consciencia de pacientes muertos. Es el caso del cardiólogo holandés Pim Vam Lommel, que durante 25 años investigó las experiencias de personas recuperadas tras un estado de muerte clínica.
En su libro Conciencia más allá de la vida (Atlanta, 2012), Van Lommel se planteaba cómo puede darse una consciencia en una situación de total inactividad cerebral. Lommel aventuraba la posibilidad de que la consciencia no se encuentre en el cerebro, sino en todas partes, en forma de ondas de probabilidad de las que el cerebro –activo- participaría.
La consciencia individual, por tanto, podría ser según Lommel una parte de una consciencia universal no local; una parte en la que, como sucede en las holografías, se encuentra el todo. Cabría deducir, según las ideas de este investigador, que si el cerebro se detiene, la consciencia de algún modo “seguiría”.
Aunque especulación, el concepto de Lommel recuerda en parte a la estructura cuántica ‘protoconsciente’ de la que han hablado los científicos Sir Roger Penrose (Profesor Emérito de Matemáticas en la Universidad de Oxford) y Stuart Hameroff (anestesista y profesor de la Universidad de Arizona), especializados en el estudio de la consciencia en el cerebro.
Según ellos, la consciencia (individual) se derivaría de vibraciones cuánticas presentes en los microtúbulos de nuestras células nerviosas, unas vibraciones que gobernarían la función neuronal y sináptica pero que, también, conectarían los procesos cerebrales a procesos de autoorganización a escala fina de una estructura cuántica ‘protoconsciente’ situada fuera de nuestra cabeza: en la realidad.
Todos estos resultados e ideas dan cuenta de hasta qué punto la consciencia sigue siendo hoy día un enigma, ¿qué es y de dónde procede? Quizá en los próximos años, la ciencia pueda arrojar alguna respuesta definitiva. De momento, tenemos el cine para seguir fascinándonos por el tema.
Referencias bibliográficas:
Parnia S, et al. AWARE—AWAreness during REsuscitation—A prospective study. Resuscitation (2014). DOI: 10.1016/j.resuscitation.2014.09.004.
Norton L., et al. Electroencephalographic Recordings During Withdrawal of Life-Sustaining Therapy Until 30 Minutes After Declaration of Death. The Canadian Journal of Neurological Sciences (2017). DOI: 10.1017/cjn.2016.309.
Hacer un comentario