Hace tan solo unos meses el Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz habló sobre el TTIP, un tratado de Libre Comercio entre la UE y los EEUU que lleva un año negociándose sin que la prensa internacional se haya hecho eco, en estos términos: «En la negociación clandestina del TTIP, no se entiende tanto secretismo, a no ser que lo que están tramando sea realmente malo”.
Este acuerdo, negociado en gran parte sin mostrar, a través de los medios de comunicación nacionales e internacionales, su información a los ciudadanos, poco tiene que ver con los acuerdos comerciales tradicionales.
Para los grupos civiles que se oponen al TTIP, el objetivo de este tratado transnacional va más allá de la eliminación de aranceles, de la apertura de mercados, del crecimiento, y de la creación de empleos.
Su foco principal es la eliminación de las barreras obligatorias relacionadas, entre otras cosas, con normas sociales y medioambientales, y que parecen constituir una barrera a la libertad del comercio y de inversión, ya que se interponen al flujo transatlántico.
«No al Tratado Transatlántico de Comercio e Inversión»
La campaña respaldada por una alianza de más de 230 movimientos sociales, sindicales y organizaciones ciudadanas que luchan por la justicia social y ambiental procedentes 20 países europeos acusa a la Comisión Europea de intentar silenciar las voces opuestas a dicho acuerdo secreto.
La resolución tomada al respecto del Tratado por parte de la Comisión Europea impide a la ciudadanía recoger un millón de firmas que obligarían a este organismo a revisar su política comercial y a que se celebre una audiencia pública en el Parlamento Europeo sobre esta materia.
Por otra parte, la campaña denuncia no sólo que los acuerdos se estén llevando en la clandestinidad y con un tratamiento de la información opaco, sino que además pondrán en juego el necesario carácter democrático de las instituciones de la UE. Según los contrarios al TTIP, este hará que dichas instituciones pasen a representar más al poder económico y financiero que a los ciudadanos.
Desregularización regulada
La desregularización por parte del TTIP afectaría de forma directa a normas sanitarias, como ya hizo público un editorial del European Journal of Public Helath, porque este Tratado de Libre Comercio amenaza determinados principios y protecciones existentes en el ámbito de la salud pública, como el acceso a los medicamentos esenciales y a los servicios sanitarios.
Otro de los aspectos que quedaría desregulado como consecuencia de la implantación del TTIP sería la seguridad alimentaria, tema candente por las restricciones y los permisos actuales para producción y comercialización de transgénicos.
Otro tipo de normas que quedarían en manos prácticamente privadas serían las normas laborales, como en el caso de los convenios colectivos; las normas sobre el uso de sustancias tóxicas; y otras normas relacionadas con la protección del medio ambiente.
Se puede decir que el conjunto de normativas que a estos respectos se han ido conquistando poco a poco podrían quedar parcial o totalmente eliminadas, bajo este nuevo acuerdo de libre comercio.
Uno de los puntos más controvertidos de este tratado es el mecanismo que utiliza el TTIP para la solución de controversias inversor-Estado: ya que permite a los inversores estar al margen de la justicia y presentar sus quejas directamente a los «tribunales internacionales de arbitraje», a menudo compuestos por abogados de las mismas empresas.
Libre comercio y multinacionales
Aunque aún no haya habido un tratado de libre comercio como el que se pretende establecer con el TTIP, sí que son conocidos los casos de diferentes multinacionales que han atacado normas de protección de la salud, del medio ambiente, derechos laborales; o que se han mostrado partidarias de la aplicación de una desregularización en muchos de estos campos.
Estas multinacionales, que se sepa, han presentado más de 500 demandas contra al menos 95 países. Uno de los ejemplos más sonados fue el de la tabacalera Philip Morris, que ha reclamado al Gobierno australiano miles de millones de dólares como indemnización por las pérdidas derivadas de la norma que en Australia prohíbe la publicidad en los paquetes de cigarrillos.
Otro caso también muy conocido es el de la empresa francesa Veolia, que demandó al Gobierno egipcio porque, entre otras cuestiones, sus márgenes de beneficio se vieron reducidos por la aplicación de un salario mínimo en el país.
Opiniones a favor y en contra
Sin embargo, a pesar de que hay muchos movimientos en contra de este Tratado de Libre Comercio, los think-tanks conservadores han creado toda una campaña a favor del TTIP basada básicamente en el siguiente punto: «más comercio, más empleo».
Por ejemplo, David Cameron opina que el acuerdo creará alrededor de dos millones de empleos y la Comisión Europea, aunque con más cautela, también habla de “millones de puestos de trabajo”.
Por el contrario, el Premio Nobel Stiglitz insiste en que la tendencia de destrucción de empleo hace inviable pensar en que se crearán estos puestos de trabajo, pero que en el caso de que se creen, “serán peor pagados que los que ya se han destruido”.
Deutsche Welle recoge también varias informaciones sobre el tema de los Tratados de Libre Comercio, y para ello ha preguntado a dos expertos.
La experta mexicana en esta materia María Fernández afirma que, “para Latinoamérica, estos tratados, en lugar de incentivar la economía, vuelven a los países más dependientes del exterior. Necesitamos socios comerciales y no países que den órdenes y fijen sus condiciones. La región ante el mundo en términos comerciales es como David ante Goliat. América Latina está en una posición de desventaja: somos países exportadores de materias primas y a cambio recibimos tecnología e industrias que buscan mano de obra barata».
Por su parte, el experto español Ramón Matos opina que el Tratado entre EEUU y la UE, «por el momento no es posible. La Unión Europea, en su configuración comercial, precisó de la implementación de periodos transitorios de adaptación. Las razones ideológicas están por encima de las económicas. Además, un tratado con EE.UU. sólo acentúa más la dependencia con la gran potencia. Esto a la larga repercute en las políticas internas, no solo de la UE, sino también de los países que la conforman».
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