Puede parecer paradójico, pero formar parte de un grupo social extenso es lo que nos hace únicos y es lo que, evolutivamente, propicia las diferencias y singularidades individuales.
Esto es lo que ha revelado un estudio realizado por científicos de la Universidad de California en los Ángeles (UCLA), en el que fueron analizados varios tipos de ardillas y roedores.
Pronosticador de la singularidad
Los biólogos Kimberly Pollard y Daniel Blumstein, director del Departamento de ecología y biología evolutiva de la UCLA, examinaron la evolución de la individualidad o de la singularidad personal, a partir del registro de las vocalizaciones de las llamadas de alarma que emiten ardillas y roedores de ochos tipos distintos.
Entre estos tipos se encontraban, por ejemplo, los perritos de las praderas de cola negra, las marmotas de vientre amarillo y las ardillas de tierra de Belding. Se sabe que todos estos animales conviven en grupos sociales de diversa extensión.
A partir de los registros realizados, los científicos constataron que el tamaño de los grupos funcionaba como pronosticador del grado de singularidad individual de las voces de los animales: cuanto más grande era el grupo, más específica era la voz de cada uno de sus miembros, y más sencillo era identificar a cada individuo de la manada.
Según publica la UCLA en un comunicado, esta constatación, resultado de seis años de investigaciones, podría ayudar a explicar un factor crítico de las vidas cotidianas de los humanos y otras criaturas sociales: porqué cada uno es tan diferente a los demás.
La razón, afirman los investigadores, sería que en una manada o grupo es difícil identificar a cada uno de los miembros, y cuanto mayor sean estos grupos, más difícil resulta esta identificación.
Diferenciación clave
Cuando convivimos en sociedad “debemos ser capaces de identificar a nuestros amigos, familiares o rivales”, explica Pollard.
La naturaleza ha resuelto el problema de la confusión entre los miembros de las comunidades proporcionando a las criaturas sociales características más específicas, que ayudan a diferenciarlas de sus iguales.
Según explican los científicos en un artículo aparecido en la revista Current Biology, la capacidad de distinguir a unos individuos de otros dentro de un grupo resulta clave en el comportamiento social de humanos y otros animales.
Dicha capacidad es necesaria, por ejemplo, para reconocer a la descendencia y a la pareja, para definir comportamientos territoriales y de coalición, y también para establecer jerarquías sociales.
Hasta ahora, estudios realizados a pequeña escala habían demostrado que las especies más sociales presentaban una individualidad mayor en sus señales sociales, como en las llamadas entre ellos. En 1982, esta idea ya fue propuesta por el biólogo de la Universidad de Washington, Michael Beecher.
Sin embargo, la relación entre socialización e individualización no había sido evaluada a una escala más amplia y en un contexto evolutivo hasta ahora.
Presión evolutiva actual
Los científicos de la UCLA han conseguido demostrar una fuerte relación evolutiva entre el tamaño del grupo en ardillas y la singularidad en las llamadas de alarma de sus miembros. Según los investigadores, el tamaño del grupo explicaría nada menos que el 88% de las variaciones vocales individuales.
De estos resultados, los científicos concluyen que el tamaño del grupo social promueve las diferencias individuales, y que la relación directa entre grado de socialización y nivel de individualización puede ser un fenómeno muy extendido en la naturaleza, aunque no universal.
Según publica la revista Discover, los investigadores creen que este fenómeno seguramente se dé en otros animales muy sociales, como los delfines, los carnívoros o los primates, y que es menos probable que se produzca en grupos de peces o enjambres de insectos porque que en estos casos la distinción individual no resulta tan importante.
Por otro lado, Pollard señala que, en la actualidad: “El número de individuos que los humanos deben reconocer parece ir en aumento, especialmente a medida que las conexiones globales se incrementan, y que los grupos sociales están cada vez menos claramente definidos”.
Como consecuencia, podría estarse produciendo un “incremento de la presión evolutiva en nuestra propia individualidad”, afirma la investigadora.
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