No podríamos entender suficientemente la situación que hoy estamos viviendo, sin ponderar en su exacta significación la nueva globalización económica, que ha incrementado inmoderadamente la presión sobre los recursos naturales de la Tierra.
La constante industrialización mundial genera continuamente un aumento espectacular de la demanda de energía y de materias primas. Esta exigencia, impuesta por el actual modelo de desarrollo, se ha transformado en un mal agudo de difícil cura en los países semi-industrializados de Asia, que, según las previsiones, seguirán creciendo con rapidez en las próximas décadas.
Según el Departamento de Energía de Estados Unidos, el consumo de petróleo en esa región se duplicará entre 1997 y 2020, lo que generará una demanda de 4.400 millones de barriles de petróleo adicionales al año, al final de este período.
El uso del petróleo está aumentando también en otras zonas en desarrollo, y por ello, las previsiones sobre el incremento total del consumo mundial de energía y de consumo de combustibles fósiles alcanzarán al menos una cifra similar al 55% durante ese mismo período.
La continuada presión sobre los recursos naturales que ya ejercen los países del Primer Mundo, por tanto, se verá considerablemente aumentada con las urgentes y crecientes demandas de los nuevos países industrializados, por lo puede presumirse que se ha de romper el equilibrio entre las reservas y la demanda de materias primas.
Presión multinacional
En un contexto en el que presumiblemente se va a generar una fuerte competencia por el control de los recursos, nos es lícito presumir que las grandes compañías multinacionales van a ejercer una presión brutal en todo el Globo.
Estas empresas ofrecen oportunidades económicas sin precedentes a muchos países, pero también invitan a la explotación insostenible de los recursos naturales y, en consecuencia, al aumento de la inestabilidad política mundial. Esta es una de las claves de los nuevos conflictos del siglo XXI, como el de Irak.
Irak, por otra parte, encierra en la actualidad dos de los más apreciados recursos naturales: el petróleo y el agua dulce, cuya importancia será más grande a medida que crezca la población mundial.
Aparte del uso personal, el agua es imprescindible para cualquier proceso industrial. En el Próximo Oriente del presente siglo, asistiremos, probablemente, a la creación de dos ejes acuíferos, uno en torno al Nilo y otro en torno a la vieja Mesopotamia, que no por casualidad han constituido los dos focos de civilización más antiguos de Occidente.
Mayor competencia regional
En una región donde el agua dulce ya es escasa y que tiene una de las tasas de crecimiento de población más elevadas del mundo, a menos que se usen de forma más eficiente las fuentes de suministro, o que se haga más asequible la desalinización del agua marina, la competencia por su posesión se agudizará, con las consecuencias de orden político y militar que se pueden suponer.
La disputa por el dominio de ambos recursos, el agua y el petróleo, se manifestará puntualmente, como está sucediendo ahora en el caso de Irak. Y el uso y disfrute de ambas materias primas se traducirá en el reparto de las mismas entre aquellas potencias dominantes y sus satélites.
En cuanto a la actual coyuntura del Próximo Oriente, hemos de considerar además otras circunstancias actualmente importantes: por una parte, Estados Unidos ha manifestado con claridad que se opondría a cualquier iniciativa de Irak o Irán encaminada a obtener la modificación de las condiciones de extracción y manipulación del petróleo desde el Golfo Pérsico (esta oposición se puso en práctica durante la Guerra del Golfo de 1991). Y es que la necesidad de garantizar el libre suministro de petróleo ha condicionado la política de los Estados Unidos en la región, presionándole para incrementar su presencia militar.
Y, por otra parte, controlar militarmente el Próximo Oriente es una necesidad estratégica inaplazable debido a varios factores más. Prescindiendo de otras consideraciones, se puede afirmar que, si bien el Nilo constituye la reserva acuífera básica en Egipto, Sudán y otros países africanos, el Jordán, que es la base del suministro acuífero israelí o jordano, no posee ni un diez por ciento del potencial del primero de estos ríos.
Acceso israelí al Tigris y Eufrates
Teniendo en cuenta el grado de industrialización israelí, puede presumirse que el Estado de Israel se verá precisado a afianzar nuevas fuentes de suministro.
La obtención de éste, debido a razones geológicas y orográficas, será buscada en el Tigris y el Éufrates; estos ríos ya son un recurso irreemplazable para Irak, Siria y Turquía, y el ajuste pacífico de su consumo por cuotas requeriría de unas condiciones políticas, económicas e internacionales muy diferentes a las actuales. Por ejemplo, pensemos cuál sería en este caso el papel de Jordania.
Dado que dichos Estados no han llegado a un acuerdo sobre la forma de dividir el caudal de estos ríos, la discordia puede surgir en cuanto uno de los países del sistema se apropie de una cantidad de agua que los demás países consideren superior a una cuota justa.
El hecho de que estos Estados suelan discrepar sobre otros asuntos suma un factor añadido al peligro de que las disputas sobre los suministros de agua desemboquen en conflictos armados de variable intensidad, pero en todo caso altamente perjudiciales por el enorme potencial militar que ya se acumula en la región.
Génesis de nuevas violencias
Hoy se están comenzando a prodigar las primeras declaraciones de algunos dirigentes regionales en el sentido de que la ingerencia de determinadas potencias occidentales en la zona, sin acudir a la vía de la razón, sólo generará más violencia.
Este fenómeno, sin duda, exigiría una atención cada vez mayor de los políticos para no conducir al mundo hacia el caos. Ahora bien, prolongar la necesidad de una penetración en la zona se halla, al parecer, en la agenda de algunos Estados desde hace décadas.
Las cuestiones relacionadas con los problemas económicos y la expansión desconsiderada del capitalismo no son, actualmente, objeto de la atención que merecen por parte de analistas y especialistas.
Aunque hubo un tiempo en que las preocupaciones relativas a los recursos destacaron en el estudio de las relaciones internacionales, perdieron su lugar fundamental durante la Guerra Fría, cuando las consideraciones de tipo militar e ideológico ocuparon el centro del escenario.
Pese a su fin, las perspectivas analíticas de esa era siguen dominando el debate de la política mundial. Si se quiere comprender mejor la dinámica de los asuntos internacionales, se debe prestar más atención a las consecuencias que a largo plazo generaría una política intervencionista en la región.
Necesidad de diálogo mediterráneo
Finalmente, para afrontar los intentos de determinados países por controlar los recursos del mundo, debemos centrarnos en la necesidad del diálogo y de la cooperación, pues sólo así se evitarán las guerras, que representan sin duda un fracaso de la civilización humana. Debemos pues centrarnos sobre el desarrollo y asentamiento de las Instituciones Internacionales.
A estas alturas, parecen evidentes los fines perseguidos por la intervención en curso en Irak. Las necesidades geoestratégicas de una gran potencia, la necesidad de controlar una crisis económica, el petróleo, el agua, son, ciertamente, razones de suficiente peso para justificar, ante determinados sectores, una acción militar.
No parece muy plausible que, bajo las actuales circunstancias, la potencia intervencionista busque una sincera liberalización de las estructuras políticas iraquíes (sin ponderar otras consideraciones), por el mero hecho de que un Estado democrático sería una amenaza potencial para dicha potencia, debido al desarrollo económico y social que alcanzaría, y que le haría dueño de sus recursos.
Por desgracia, ninguna de las potencias occidentales que han gobernado la zona durante el siglo XX ha querido mejorar las condiciones de vida de sus gobernados, y debemos señalar que el Estado que mantuvo una presencia colonial en Irak se halla combatiendo de nuevo en este país, con nuevas armas, sí, pero con esquemas políticos de una vejez asombrosa continuamente disfrazados con nuevos ropajes.
Democracia pacífica
Concluiremos señalando, incansablemente, la absoluta necesidad de entablar un diálogo a escala mediterránea, un diálogo que ha de ser básicamente personal y fluido, como siempre lo fue en este espacio cultural y que hoy es inaplazable, dado el potencial de volatilidad de la actual situación política.
Abramos los cauces del conocimiento mutuo, dejemos que la confianza personal sustituya al egoísmo de los Estados. Esta es la orientación que deberíamos imprimir a la Carta Mediterránea.
¿Sería demasiado ilusorio soñar un espacio mediterráneo libre de armamentos de destrucción masiva y que respetase las directrices de una nueva ONU, menos lastrada por la herencia histórica de la II Guerra Mundial y por el peso de las grandes potencias?
No cejaré en insistir sobre la necesidad de la coexistencia pacífica, y por tanto rechazo firmemente las agresiones militares, las imposiciones de “democracia por la fuerza de las armas”.
La democracia no se puede imponer a través de la violencia, pues ésta mata la libertad y, como dice san Pablo: Ubi est libertas, ubi est spiritus Deus (allí donde se halla la libertad, allí se halla el Espíritu de Dios).
Muhammad Ahmad Mursi Mursi es economista egipcio que está en la Universidad Autónoma de Madrid como investigador.
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