A través del rostro se pueden conocer los estados emocionales de cualquier persona. Según el famoso investigador y psicólogo estadounidense Paul Ekman, autor de libros como “¿Qué dice ese gesto”, publicado en España en 2004, la cara nos suministra datos abundantes imprescindibles para nuestras relaciones interpersonales, debido a que el rostro soporta la información de todo aquello que pasa por nuestra mente. El resto del cuerpo, por su parte, comunica siempre información acerca de la intensidad de nuestras emociones.
Este hecho, comprobado por gran cantidad de estudios, ha servido como base para una investigación realizada por la psicóloga Jennifer Lerner de la universidad estadounidense de Carnegie Mellon, de la que se deduce –gracias al análisis de las expresiones de los rostros- que la ira es una emoción saludable para los humanos.
Aquellas personas que responden a las situaciones de estrés con reacciones iracundas inmediatas, en general suelen tener una mayor sensación de control sobre la realidad y son más optimistas que aquéllas que reaccionan con miedo. Los resultados de este estudio han aparecido publicados en la revista Biological Psychiatry
Situaciones amenazantes
El experimento de Lerner consistió en atosigar a 92 estudiantes de la universidad de California convenciéndoles para que contaran hacia atrás desde un número muy alto (más de 6.000) hasta 13 o bien desde el 9.095 hasta siete. Con la excusa de que la cuenta atrás era en realidad una fórmula para medir su inteligencia, los alumnos realizaron la prueba (tenían que contar muy deprisa), empezando de nuevo si incidían en algún error. Mientras contaban, sus rostros fueron grabados por una cámara de vídeo.
Aunque aparentemente absurdo, este experimento permitió a los investigadores analizar las reacciones faciales de los estudiantes, que iban desde la sorpresa hasta la indignación. Lerner y sus colegas pudieron identificar en sus gestos miedo, rabia y disgusto, gracias a un sistema de decodificación psicológica basado en ligeros cambios en los músculos más pequeños del rostro.
Asimismo, también fueron medidas la presión sanguínea, el pulso y las secreciones de cortisona de los alumnos, estas últimas por medio de muestras tomadas de la lengua de los voluntarios con un algodón. La cortisona es una hormona que se segrega, al igual que el resto de las demás hormonas corticosuprarrenales, en situaciones estresantes.
Cuando nos sentimos agredidos por situaciones que nos producen cierta tensión, el sistema nervioso se pone en marcha y las hormonas se liberan para activar nuestros sentidos. Es una respuesta que está programada biológicamente, y que suele producir las mismas reacciones en todas las personas. Su fin es el de protegernos o defendernos ante cualquier amenaza.
Mejor expresar que esconder
De los resultados del estudio de Lerner se desprende que aquellos alumnos cuyos rostros mostraban más miedo habían tenido durante la prueba una tensión sanguínea más alta, al igual que mayores niveles de cortisona en la sangre. Esto sucedía de igual manera con mujeres que con hombres.
Según Lerner, esto significa que, en aquellas situaciones en que la ira o la indignación están justificadas, el enfado como respuesta natural a dichas situaciones no es “malo”, sino que permite que nos adaptemos mejor al medio. De hecho, resulta bueno para la salud, puesto que nuestro organismo recupera pronto los niveles normales de presión sanguínea, pulso y cortisona en la sangre, al contrario que si nos reprimimos. Por el contrario, la ira crónica, continuada, tampoco es saludable: hace daño al corazón y a la presión arterial.
El rostro, al menos en este caso, sí parece ser el espejo del alma. Numerosos estudios señalan que juzgamos las caras en primer lugar según lo agradable o desagradable que sea la emoción que expresa, en segundo lugar según la frecuencia de los gestos (actividad es igual a tensión, pasividad es igual a relajación) y, por último, según el parámetro de intenso o controlado. A partir del movimiento muscular de nuestro rostro se puede conocer no sólo nuestra situación emocional sino, además, la forma en que cuidamos de una manera indirecta nuestra salud.
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