Hermosillo, Sonora, México,
29 de agosto de 2008.
Por Rubén Reynaga.
Anoche tuvimos la primera lluvia en este cacho de desierto. No es común. Aquí la vida normalmente transcurre sin grandes sobresaltos; y aunque algunos dicen que esta tierra de chamanes es impredecible, diría que existe algo inmutable: su proverbial antropofagia cultural. El clima es inhóspito, el sopor atrapa y suele blindar las neuronas. Es como un reflejo homeostático, como cuando las lagartijas inmóviles se mimetizan en la arena parda esperando una presa despistada.
Cuando era niño, el filósofo yaqui Luciano solía saludarnos con la frase: «Nada es lo que parece ser», y yo me quedaba en blanco, creo que pensaba, «perdió la chaveta». Cada ocasión nos sorprendía con frases distintas, por ejemplo: «vale más lobo hambriento en las montañas que perro gordo encadenado».
Aquí, entre nos, confieso que nunca digerí los significados del todo, tuvieron que pasar casi cuatro décadas, hasta descubrir y leer al sabio del pensamiento complejo, para volver al punto de partida, el reencuentro con el recuerdo de Luciano, la celebridad que con el paso del tiempo se transformó en leyenda en la región indígena de El Mayo, pero que en su espacio y nuestro encuentro nos hacía leer con parsimonia y aire doctoral, desde los artículos flamígeros de la revista «Siempre» de Pagés Llergo, hasta «la Crítica de la razón pura» de Kant, como si fueran la Biblia.
Machacaba ladinamente que era un requisito para ser su pupilo. Estoy casi seguro que ni él mismo entendía cabalmente a Immanuel, pero ayudaba a dar la impresión de ser un gran personaje. Y a ello contribuían las reseñas en los recortes de periódico de las metrópolis que visitaba, los recuentos de las peripecias filosóficas del gran Luciano, sus diatribas y disertaciones en La Sorbonne, la UNAM, Harvard.
Una cauda de gran caché que, sin proponérselo, me dejaría medio turulato para siempre, diría que listo y suficientemente receptivo para el todavía lejano proyecto multiversitario.
La flor de cactus
Cuando llegó el momento, germinó lo que cariñosamente Ceica de Almeida, denominara la flor de cactus, la Multiversidad; sí eso sí, contra todos los pronósticos, rodeada de espinas.
Siempre sospeché que las cadenas conservadoras del contexto eran terribles. Numerosas ideas divergentes cavan su tumba antes de ser pronunciadas, algunas no tanto. No podía quedarme con la duda, “lo que no mata fortalece”.
Un gran concepto, una idea que surge en el momento justo irradia posibilidades. Esa era la apuesta. Toda mi vida hice cosas que se apartan de la expectativa, y la inmensa mayoría tuvo una aceptación inicial zigzagueante, pero al final tomaron un cauce más que positivo. Y la Multiversidad parecía tener este mismo perfil, aunque la inflexión apuntó siempre más allá, mucho más allá de lo hasta entonces experimentado y seguro, sin ninguna conexión con parámetros triviales.
El desafío era parte de la aventura, el combustible. En otras palabras, era el lugar y la circunstancia, todo en contra, la antítesis de la calidez y la complacencia. Un marco fértil para curtir la epidermis.
Un lugar de encuentro y confrontación simultánea entre el idealismo, el academicismo trasnochado, el laicismo, el sectarismo, el fanatismo religioso, la ciencia acotada, la tecnología como tenaza del consumismo, la noción de ciudadanía sin fronteras, el inmovilismo, el deseo de tolerancia, la interrogante etérea de la comprensión y el compromiso férreo de materializar intencionalidades, aún a costa de falsas reputaciones.
Es posible que aquí se haya manifestado el encuentro de la realidad llana y el discurso profuso de retruécanos y malabares, ese sesgo lingüístico que a menudo no conlleva coherencia ni rumbo, y menos ninguna dosis de compromiso.
Seis años escalando conciencias
Lo que aquí se ha destilado en los últimos seis años tratando de escalar conciencias, incluso en algunos cuantos contextos de cepa moriniana, tiene múltiples lecturas y desenlaces. Da para rato.
Por ahora confirmo que la visión dominante era que no nos podíamos permitir quedarnos en el lindero, había que tender puentes entre el imaginar y el hacer, a cada quien su parte. Algunos dicen que en el éxtasis de la ensoñación me lancé y nos lanzamos a una empresa ilusoria y en la osadía misma llevaba la expiación y la penitencia. Esa concepción me atizaba aún más para lanzarme al ruedo de lo desconocido, lo impredecible.
Lo único cierto era la sutil inconsciencia, el instinto, la corazonada de que había que empaparse para conocer el sabor del agua. Repito: una gran apuesta. Casi todo en contra, salvo múltiples miradas excepcionales e inspiradoras que siempre animaron el proyecto de manera abierta y decidida, la percepción original que tuve que tragar era la de un aventurero comercialoide, empresario, mercachifle, oportunista, por decir lo poco.
Muy rápido me di cuenta que era más que ajeno a las corrientes aceptadas que convergen en la dirección del pensamiento complejo, o la complejidad por decir lo menos, producto de esa especie de fardos invisibles que suelen portar algunos intelectuales de rancia prosapia.
Si no era académico entonces había que sospechar respecto a las intenciones reales. Era como si alguien que no forma parte del mundo académico no tuviese el permiso inherente de atisbar en la necesidad de pensar distinto. Y digo que esto sirvió a las mil maravillas porque el ingrediente del reto era monumental y habemos quienes solemos usar tales discrepancias como palanca.
¿Y este de dónde salió? Decían algunos en las tertulias teorizantes de las más refinadas cofradías del conocimiento. ¿Edgar Morin? Como que no alcanza a digerirse que alguien se salga del guacal. “Si bien es cierto que Morin es objeto de atención e interés en los entretelones del pensamiento, lo que no se vale es que alguien ajeno se tome tan en serio sus elucubraciones”, dijo alguna vez alguien muy estimado y cercano a Morin.
Un telescopio poliédrico y multiangular
En el año de 1999 nace en Hermosillo, Sonora, México, la idea de una institución de educación superior que abordase la problemática del entendimiento cabal del conocimiento desde una trinchera que se atreviese al desafío virtuoso e irreverente hacia los sistemas de naturaleza newtoniana cartesiana, deterministas y convencionales que prevalecen, principalmente en la cultura occidental y, en general, en casi todo el hemisferio. Su telescopio, en cambio, debía ser poliédrico y multiangular, capaz de lidiar con la fusión de la formación en todas las dimensiones, es decir, en el mundo real, y derribar metafóricamente los muros del claustro medieval que ha caracterizado a la universidad desde que se constituye históricamente como Studium Generale.
El cimiento primigenio fue la recreación de la brújula epistemológica desarrollada por el gran filósofo y científico social Edgar Morin, con la adopción del prisma del pensamiento complejo, la transdisciplinariedad, la trascendencia de la construcción de conocimiento pertinente, el puente necesario hacia la sabiduría y el derrumbamiento abrupto de los compartimentos estancos de la legislación disciplinar que prima en los sistemas de este gran barco planetario que hace agua y que necesita una auténtica reforma y reorganización para rescatar la esencia y justificación de cualquier proceso de aprendizaje que vuelva a poner en su epicentro lo fundamental: la comprensión del ser humano.
En la medida que se fue avanzando en la construcción de los componentes necesarios para operativizar y darle vida al proyecto, se hizo evidente la necesidad de distinguir la ambiciosa y esperanzadora configuración noológica de la institución. Por ello, en el año 2005, justo antes de la entrega oficial del paquete documental para la aplicación de su autorización por parte de las autoridades de educación de México, se arribó de manera natural al concepto de “multiversidad”, en la intención de profundizar en las raíces que dan pie a un árbol que tendrá que seguirse nutriendo permanentemente, evolucionando y ramificándose con numerosos aportes multidimensionales para que se posibilite su verdadero espíritu y justificación: la respuesta a la profusa variedad de interrogantes contemporáneas en el plano macro social y cotidiano-individual, pero también, la contribución irrestricta a la solución de los problemas fundamentales de la humanidad.
Edgar Morin, el pivote
Debo enfatizar que el pivote, la llama, el catalizador central siempre fue y ha sido Edgar Morin. Esa es y ha sido la diferencia: sin ese respaldo central nada hubiese sido posible. Su voluntad, su obra, su genio, su visión es, fue y seguirá siendo el eje, nada más.
Lo paradójico es que hasta los colegas de mi pretendida actividad en el campo de la empresa veían una vez más con harto recelo, con sorna y hasta burlones los reclamos acerca de la necesidad de una reforma del pensamiento. “¡Habrase visto!”.
Hay que reconocer, infinidad de académicos no veían ni ven el proyecto como suyo, se declaraban soterradamente en contra y al mismo tiempo se justificaban murmurando: “de cuando acá los patos le tiran a las escopetas».
Los oficialistas, muy atentos y serios, exclamaban: “es demasiado arrogante hablar de los saberes necesarios para la educación del futuro, y además pretenden detentar la voz de Morin”.
En la asertividad anidaba el fenómeno de la divergencia y con ello la tensión en las redes sociales del entorno. Así lo vaticinó el Doctor Julio Rubio, cuando lo visitamos como Subsecretario de Educación: “Van a tensar el sistema educativo mexicano”.
Se escuchaba: ¿Cómo se atreven a hablar de la reforma de la educación? En un verdadero alud de declaraciones triunfalistas apuntando a una interpretación de sustento reformista no se puede más que provocar malestar.
¿Y las certificaciones ISO 9000 de las carreras universitarias? ¿Y la introducción del civismo y los temas financieros como asignatura obligatoria? ¿Y la reconversión didáctica – pedagógica que apuntala el uso de las plataformas digitales?
Ciertamente hay tantas ópticas, tantas sensibilidades, tantos intereses, tantas incongruencias. En unos meses, en unos años, vendrán otros sin ser distintos, declararán y harán casi lo mismo. Así ha sido y pareciéramos condenados a seguir siendo. Todo
cambiará para seguir igual.
Demasiadas pretensiones
Educación futurista, edad de hierro, ilusión del conocimiento, era planetaria, la ética de la comprensión humana, dialógica, en suma demasiadas pretensiones. Era como apurar pinole sin líquido de por medio. Al final, la aprehensión salvaje de la realidad.
En la línea divisoria de la impotencia, era necesario reconocer que remar cuesta arriba agota, atribula, inmuniza. Sobre todo cuando llegas al punto de la incertidumbre total y el auto devoramiento de los conceptos y las voluntades.
¿Dónde está el justo medio? ¿Seguir de manera interminable sin señales de aceptación significativa, sin que prendan los conceptos, sólo mirando como el chinito? Y cuando por un lado hay viento fresco, como el asumir la responsabilidad de la Asociación Internacional del Pensamiento Complejo, por otro, el latigazo del rechazo y el menosprecio sin disimulo.
El ataque sistemático denostando el modelo y la insurgencia abierta en los círculos de padres de familia y de jóvenes en edad de asumir decisiones cruciales, se volvió el pan nuestro de cada día. Es cuando surge la pregunta cruda: ¿es mejor o peor insistir incluso sabiendo que existe una encrispada muralla de aislamiento de parte del sistema educativo y político de la región?
Alto brusco
La decisión: un alto brusco. Un paréntesis estratégico, un gesto crítico de recomposición. Hay que tener gran fortaleza para dar un paso de esta magnitud. Un aparente retroceso para tomar impulso. Había que sacudir de un plumazo contundente las telarañas, las inercias de la ineficacia, las posiciones desbocadas, reconocer la vulnerabilidad de la plataforma original, la mezquindad pueril de las pugnas antimorinianas.
Siempre hay un precio, pero el mayor precio era ver un naufragio inminente por miopía. Lo que estaba en juego no era un proyecto pecuniario, era nada más ni nada menos, un ensayo vital de un nuevo modelo de educación plantado en una realidad que exige una remoción enérgica de lo establecido.
En esas condiciones era altamente probable la fragilidad. La única fortaleza y cohesión era la que trasminaba a cuenta gotas desde innumerables latitudes. Esa es y seguirá siendo la sangre del proyecto.
No podíamos quedarnos congelados, impávidos, privando el proyecto de una sana distancia con los errores de origen, confrontar los escenarios probables y transitar hacia la ruta más promisoria. El riesgo que pone en tela de juicio la operacionalización del pensamiento complejo en el ámbito de la educación estaba en juego.
Una decisión así no es poca cosa. Se necesitan pantalones para aguantar la crítica feroz de todos los que se sienten vulnerados o traicionados por supuestas incapacidades versus aquellos que se congratulan por lo acertado de sus vaticinios. Ni unos ni otros. La comprensión es parte inherente de este ejercicio monumental.
El balance es positivo porque al dar esta señal de madurez hemos encontrado adhesiones más que formidables. Los que ya estaban desde antes han levantado la mano de inmediato y ratificado su solidaridad. Son las voces de la coherencia, de la suave genialidad que anima los proyectos históricos.
No obstante, diría que todos tienen razón mientras avancemos en la resolución de tantos problemas de la humanidad, que en lugar de abatirse se van acumulando paulatinamente, a fuego lento. Esa es la prueba del ácido.
Construyendo la segunda fase
Si antes eran ocho objetivos de desarrollo del milenio que se anunciaban con bombo y platillo como prioritarios, mismos que a esta fecha se revelan imbatibles, hay que sumar por hoy una nueva generación de problemáticas que no son de menor gravedad: las crisis alimentaria, energética y financiera.
Si alguien me preguntara, ¿qué sigue?, respondería: sigue lo mejor. La experiencia acumulada es innegable. No hay sustituto. El andamiaje está intacto, sigue siendo de todos y de nadie. Es un referencial, es la punta de lanza. Ningún punto de inflexión sucede sin el concurso de colectividades.
Una vez removidos los anclajes internos, los que más pesan, seguimos construyendo a paso firme la segunda fase del proyecto. Por ahora sabemos qué hacer con mayor claridad, no tenemos ansiedades circunstanciales, todo empieza a girar con mayor suavidad, gracias a tantos amigos lúcidos que se han entretejido entre la maraña del pensamiento complejo.
Han llegado tantos correos de apoyo, fraternos, amables, contundentes en su disposición de ayuda incondicional, es como si nos hubiéramos encontrado con un tesoro humano, ¡cuánta voluntad de cambio y aprecio es capaz de despertar Edgar Morin!
Decía un admirado amigo mío: “se adelantaron al futuro. Hay demasiadas señales revisionistas en las estructuras del sistema nacional. La mayoría está tomando fragmentos del modelo, pero no se atreven a ir a fondo”.
Coincido y no. Creo que no hay mimetismo ni afán de copia, sería arrogante. Es simplemente que la realidad nos avasalla y obliga a las instituciones a buscar valvulitas de escape para tratar de responder a las exigencias brutales de una sociedad que no alcanza a descifrar dónde está con exactitud la falla de la educación, pero que sí señala a esta gigantesca institución humana como sospechosa de desfase.
Y lo hace porque la educación se revela incapaz de resolver, incluso, la más tangencial, debatible y pragmática de sus derivaciones: la empleabilidad de sus egresados. La sociedad abstracta no abunda en la misión subyacente de la educación, prefiere delegarla a los considerados “notables”, y entonces el destino se convierte en una especie de rueda de la fortuna.
La ecuación del conocimiento y la sabiduría
Es como si el devenir de la especie y la sociedad entera no dependiera de esta ecuación del conocimiento y la sabiduría. Y allí se debaten las posibilidades. Pugnas y fuerzas enormes que jalan en direcciones múltiples. Intereses de grupo y las más de las veces, afanes individuales, cosas de la naturaleza humana.
No hay consenso y el mundo sigue girando. Los tecnócratas se abren paso de vez en vez y relegan a los humanistas. Y luego el humanismo medio se pone de moda y se filtra entre las políticas públicas, el discurso oficial se tiñe de palabrejas huecas. Es un vaivén recurrente que se repite en casi cualquier coordenada.
Así están las cosas, así está este micro mundo local y así el contexto de lo acontecido. Claro que no todo es gris o claro oscuro, también hay muchas luces. El balance es lo que cuenta. ¿Qué sería de este proyecto si hubiera pasado desapercibido? No hay nada que haya hecho girar los goznes de la historia que no haya rechinado.
Y en esa panorámica están tantísimos espíritus que inspiran, allí radica la verdad porque esta realidad nos rebasa y obliga cada día más a sueños más contundentes. Espíritus que entienden que hay dos sopas: o insistimos en cultivar el gusto por el mero discurso, o damos un paso adelante.
Seguimos funcionando, pertrechados y acotados, pero con grandes potencialidades aflorando. Estamos haciendo más ruido virtuoso ahora que en el clímax del contraste. Estamos más visibles hoy que nunca. Con más apoyo y fortalezas. Pocos pelos, pero bien peinados, solía exclamar un maestro de primaria.
Próximo reinicio de actividades
¿Quién iba a decir que estaríamos incidiendo con el pensamiento complejo en la formación de líderes obreros de la vieja escuela? ¿Quién iba a pensar que íbamos a incidir en la formación de los grupos policiales de la Nación?
¿Quién iba a decir que tendríamos el honor de aportar granos de arena en la conformación de la Asociación Internacional del Pensamiento Complejo? Las ataduras son tan materiales como cada quien se las quiera imponer, aquí nos hemos liberado de los grilletes.
Edgar Morin, amigos y suficientes miembros del Consejo están de acuerdo, reiniciaremos pronto con mayor dinamismo lo ya planeado: cursos y talleres en el campo de la Transformación Educativa, los posgrados en Pensamiento Complejo y Transdisciplinariedad y, por supuesto, todo lo implícito a una universidad.
Allí deseamos confirmar la alianza necesaria con los osados, los intrépidos, los comprometidos, esos personajazos que se encuentran brillando desde su propia esfera en tantos países y que tanta riqueza pueden aportar a este imaginario tan promisorio.
La ecología de la acción está presente, y así estamos operando sin arriar las velas, sólo hemos reducido la velocidad del navío. No hay nada que detenga a la Multiversidad. Edgar Morin se puede sentir tranquilo, su proyecto está a buen resguardo. Lo innegable: todo a su debido tiempo.
* Rubén Reynaga es el Rector Fundador del proyecto Multiversidad Mundo Real
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