¿Cómo sabemos que determinadas situaciones ocurren de manera fortuita y otras se han producido deliberadamente? Y en esta misma línea, ¿qué nos conduce a valorar si una persona ha actuado mal y si debe por ello recibir un castigo justo? La respuesta está en la activación de determinadas partes del cerebro encargadas de procesar este tipo de situaciones, y emitir juicios de valor a partir de procesos cognitivos y afectivos.
Sin embargo, estas respuestas cerebrales no se producen siempre en las mismas áreas del cerebro. En función de la edad del individuo, unas u otras áreas de nuestro cerebro serán las encargadas de activar estos registros neuronales.
Así lo han demostrado científicos de la Universidad de Chicago en un estudio titulado «La contribución de la emoción y la cognición a la sensibilidad moral: un estudio del desarrollo neurológico» y publicado en la revista Cerebral Cortex.
Coordinados por el profesor de psicología y psiquiatría Jean Decety, experto en neurociencia afectiva y social, los investigadores han corroborado que el razonamiento ético cambia a medida que las personas envejecen, publica en una nota de prensa publicada la Universidad de Chicago.
Análisis del cerebro ante dilemas morales
«Éste es el primer estudio que examina el comportamiento del cerebro en respuesta a situaciones morales, y no morales desde la perspectiva del desarrollo neurológico», afirma Decety en dicha nota.
Según su investigación, los niños en edad preescolar y los adultos son capaces de distinguir entre acciones realizadas de forma deliberada u otras producidas accidentalmente. Además, tanto a una edad como a otra, saben discernir si el autor de los hechos ha obrado mal a conciencia o sin tener intención de hacerlo.
Sin embargo, como indican los investigadores, los adultos son menos propensos que los niños a la hora de pensar que alguien debe ser castigado por dañar un objeto, especialmente si la acción se produjo de manera accidental.
”Las diferentes respuestas están relacionadas con las distintas fases de desarrollo del cerebro. Así, las respuestas emocionales son más fuertes en los niños pequeños”, explica Decety.
Para llegar a estas conclusiones, Decety y su equipo estudiaron la reacción de 127 participantes, de edades comprendidas entre los cuatro y los 36 años, ante el visionado de vídeoclips de corta duración.
La mirada no engaña
En concreto, los científicos midieron la actividad cerebral utilizando la tecnología fMRI (técnica de captación de neuroimágenes que evalúa la respuesta hemodinámica relacionada con la actividad neuronal del cerebro), y registraron los cambios en la dilatación de las pupilas de cada una de las personas que formaron parte del estudio.
Los participantes vieron un total de 96 videos en los que se mostraban ejemplos de daños intencionados, como una persona increpando y agarrando del pecho a otra, y daños accidentales, en los que una persona golpea fortuitamente a otra con una bola de madera mientras juegan a los bolos. Las proyecciones también mostraban daños intencionados a objetos, como una persona dándole una patada a la rueda de una bicicleta, y daños accidentales tan comunes como la caída de una jarra de cristal de una estantería.
El escáner empleado para rastrear el seguimiento de los ojos reveló que todos los participantes, independientemente de su edad, prestó más atención a los ejemplos en los que las personas salían perjudicadas y los objetos eran dañados, que a sus autores.
Además, los análisis encargados de medir el tamaño de la pupila mostraron que «la dilatación de la pupila fue significativamente mayor en los casos de las acciones intencionadas que en las accidentales. Esta diferencia se mantuvo constante con la edad, y se relacionó con la actividad en la amígdala y la corteza cingulada anterior», matiza el responsable del estudio. Ambas áreas cerebrales están relacionadas con el almacenamiento y procesamiento de reacciones emocionales.
La edad, determinante
Por otro lado, el estudio puso de manifiesto que el grado de activación de las diferentes áreas del cerebro varía en función de la edad. Esto quiere decir que, en los niños pequeños, la amígdala, asociada a la generación de respuestas emocionales ante una situación social, se mantuvo mucho más activa que en los adultos.
Por el contrario, las respuestas de los adultos fueron más altas en la corteza prefrontal dorsolateral y ventromedial, áreas del cerebro que permiten a las personas reflexionar sobre los valores vinculados a los resultados y las acciones.
Tras ver los vídeos, los participantes debían indicar, por ejemplo, quién fue el responsable de cada acción y qué castigo debía recibir por los daños o lesiones causados. Las respuestas mostraron entonces una clara relación entre los juicios morales y la activación cerebral.
«Los niños tienden a considerar que el autor actúa siempre de forma maliciosa, con independencia de la intención y los objetivos, mientras que los adultos no perciben claramente al autor de los hechos si la acción es accidental, y más aún si el daño recae sobre un objeto», explica Decety.
En este sentido, y en relación con las propuestas de castigos, los adultos eran más propensos a tener en cuenta la naturaleza de las acciones, es decir, si se trataba de hechos accidentales o no a la hora de emitir una sanción como consecuencia de sus actos.
Así, los resultados de los experimentos demostraron que la corteza prefrontal en las personas adultas está más desarrollada y existe además una conexión funcional más fuerte entre esta región y la amígdala que en los niños. Por esta razón, según los científicos, los adultos están más capacitados para dar opiniones con criterio moral y hacer juicios de valor.
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